DE CONFABULARIO, suplemento de El Universal.
26 DE OCTUBRE de 2014
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Dentro de la dinámica que los medios de
comunicación experimentan en las plataformas digitales, el cartón político
enfrenta nuevos escenarios, temáticas y técnicas. Al entusiasmo que los caricaturistas
más involucrados en las dinámicas de creación y circulación a partir del
internet y las redes sociales, se opone la opinión de investigadores en este
tema que describen un panorama más pesimista. En México, afirman, el cartón
político está en crisis por la falta de un relevo generacional.
“La caricatura está en crisis. Yo no he visto en
los medios escritos, ni en la red, caricaturistas de buen nivel”, afirma
Agustín Sánchez —uno de los pocos investigadores de la caricatura política en
México—, refiriéndose a dibujantes jóvenes.
“Si ves la nómina de los grandes diarios, los
caricaturistas son personas que no tienen menos de 50 años. Pero también es
complicado, porque: ¿cómo quitas a Rogelio Naranjo, que tiene más de 70 años,
un hombre de una gran calidad? ¿Y los jóvenes? No hay. Si los hubiese estarían
compartiendo espacio con ellos”.
Esta brecha generacional, que no ha sido llenada por autores menores de
35 años, se contrapone a los casos de Rius, Helioflores, Naranjo, y otros
moneros que en los años sesenta lograron consolidar su carrera con la revista La Garrapata como trinchera.
Las historias de caricaturistas prodigio como Gabriel Vargas, Andrés
Audiffred o Ernesto El ChangoGarcía Cabral, que
antes de su tercera década de vida tenían una carrera consolidada en los
principales medios mexicanos de su tiempo, se contraponen a las nuevas
generaciones de cartonistas que han descubierto en otras plataformas las
posibilidades que los medios periodísticos han dejado de ofrecer.
“Estamos en ascuas porque no existe un relevo lineal. Todo lo que tiene
que ver con hacer caricatura editorial viene muy de acuerdo con el manejo de la
política y los medios, los cuales han evolucionado profundamente de unos años a
la fecha. Estamos en una especie de salto cuántico. No sabemos dónde y cómo va
a ser la siguiente generación de cartonistas”, refiere Alarcón, colaborador de El Financiero, quien además afirma que la
evolución reciente de este género va de la mano con las formas de participación
política de los jóvenes.
Lo anterior se refleja en los estilos de abordar
los temas de interés nacional, el trato que los cartonistas dan a los
personajes que ejercen el poder. “Ahora, la política no es la misma de la que
tuvieron que enfrentar nuestros ‘abuelos’ caricaturistas en el 68 cuando era
más claro quiénes eran los buenos y los malos, los poderosos y los jodidos, los
ricos y los pobres”, estima.
El cartonista Ángel Boligán, de EL UNIVERSAL,
coincide en que los autores emergentes se enfrentan a la falta de espacios para
profesionalizar su trabajo, a lo que se suma la falta de profesionalización.
“No hemos visto nuevos jóvenes. Y no se debe
solamente a que no existan, sino que no los hemos formado. Si un dibujante
tiene talento, pero no ha conseguido un espacio para desarrollarse, tardará
mucho en madurar. Esa puede ser una de las causas”.
Además, agrega que “los editorialistas quieren la
caricatura local, pero la globalización nos ha ido metiendo a todos en el mismo
costal”, explica el autor de la serie “Espejo de tinta”.
Considera que las tendencias recientes del
humorismo gráfico han llevado cada vez a explorar nuevas alternativas para
llegar a públicos más demandantes en aspectos tecnológicos y con intereses más
globales, exigencias a las que se suma la escasez de medios que paguen por el
trabajo gráfico.
“Esta revolución tecnológica nos ha permitido internacionalizarnos. Es
una maravilla porque no nos limitamos a un contexto o a un país. Lo malo es que
no sabemos quién nos paga. Todo mundo le pone likea tu cartón, pero nadie paga por eso. Hay que trabajar diario aunque no
tenga dónde publicar”.
Otros de los investigadores que se ha dedicado a
estudiar este género periodístico es Juan Manuel Aurrecoechea, quien estima que
la crisis que vive la caricatura política se debe a lo que considera las
profundas transformaciones a partir del florecimiento de los medios digitales y
las redes sociales.
“Hace años teníamos la referencia de quién eran
Ruis, Naranjo, Helioflores, y hoy no hay figuras de este tamaño. Esto hace que
haya muchísima caricatura, y muchísimos dibujantes, incluso críticos, pero que
siguen alimentándose y quizá repitiendo lo hecho en el periodo anterior. Esto
se refleja también en el periodismo, no sólo en la caricatura”.
Los trazos corren paralelos pero con calibres
distintos. Frente a los caricaturistas con carreras de varias décadas y con
espacios consolidados en medios de circulación nacional, los nuevos moneros se
enfrentan a dos retos.
El primero es la falta de espacios tradicionales
para exhibir su trabajo, situación que los lleva a participar en otros
circuitos para explotar sus habilidades. El segundo reto, derivado de la falta
de espacios, es la necesidad de garantizar los ingresos con otras actividades
relacionadas con el trabajo plástico y que deja a la caricatura política como
una más entre las opciones de servicios profesionales de los cartonistas.
Mario Córdova, director de La casa de
los monos y monitos, proyecto que busca la difusión y formación de nuevos cartonistas
políticos e ilustradores independientes, explica: “Quienes les han seguido a
los cartonistas que ahora rondan los cuarenta o cincuenta años de edad son Rapé
y Jabaz. Entre los jóvenes hay algunos que están haciendo propuestas
interesantes pero que están afuera de la ciudad de México, como el monero
Antonio Rodríguez. Otro es el cartonista Chubasco, que ha ganado varios premios
internacionales de caricatura”.
Todo esto ha hecho, de las nuevas olas de
cartonistas, profesionales de la ilustración que no dependen de los medios
tradicionales para divulgar su trabajo. Uno de los ilustradores que en años
recientes ha incursionado en la caricatura política es Augusto Mora, con su
serie “Muerte querida”, a la que define como una parodia de la figura presidencial
en formato de tira cómica.
La definición que da este joven caricaturista
coincide con lo expresado por Alarcón y Boligán sobre el uso de los formatos
propios de la tira cómica o cómic en los cartones políticos, sobre todo por los
autores más jóvenes.
“Los jóvenes empiezan avalorar mucho la historieta.
La tira cómica siempre ha existido. Hay cartones muy viejos que son viñetas
narrando una historia. La novedad es que ahora esas viñetas están abordando
temas políticos. Entonces, creo que justamente estos muchachos son el eslabón
que habrá entre el uso de una sola imagen que es más conocido en la caricatura
política y el mundo de la historieta. Creo que es lo que viene”, explica
Alarcón.
El director de La casa de los monos y
monitos, Mario Córdova, insiste en la nueva tendencia de los profesionales de
la ilustración a diversificar su cartera de actividades, algo que quizá ha
relegado su profesionalización en el género de caricatura política.
“Los caricaturistas más jóvenes están más fuera de
los circuitos tradicionales, están en un mundo más digital. Por eso no los
vemos tanto y eso es un poco por la resistencia de los editores a las nuevas
generaciones. Además, han diversificado sus temas, ya no sólo hablan del asunto
propiamente político, sino de la contaminación, el hambre, la miseria. Abrieron
su abanico”.
En respuesta, el profesor Sánchez González insiste
en que “los jóvenes pueden dedicarse de manera paralela a otras actividades, a
la publicidad, al cómic, a la ilustración. Ese no es pretexto para justificar
la falta de cartones políticos. Simplemente no los hacen. No hay cartonistas
jóvenes con trabajo de calidad. Sólo el tiempo dirá quiénes permanecen y
trascienden por su obra en este género”, concluye Agustín Sánchez.
La tradición y
los usos moneros
Con la publicación en 1826 del cartón “Tiranía”, obra del italiano
Claudio Linatti, en el periódico El Iris, se abrió el
espacio en los medios nacionales a la caricatura política, un género que ha
vivido en constante evolución a lo largo de casi dos siglos.
Desde las impresiones con litografía en los
primeros años de independencia, el cartón político ha proyectado figuras en
este género como José María Villasana y Constantino Nava en el siglo XIX, o
Ernesto García Cabral, Andrés Audiffred y Antonio Arias Bernal en la primera
mitad del siglo XX. Sus posiciones ideológicas y políticas giraron entre la
incomodidad para los personajes que ejercen el poder político, hasta la
complacencia ante el gobierno.
Agustín Sánchez González, coautor —con Esther Acevedo— de la Historia de la caricatura en México, traza una línea
histórica de la caricatura que parte en el siglo XIX y que se caracteriza por
el carácter crítico, pero que adquiere mayor profesionalización en 1847 con la
aparición de El Calavera, una de las primeras
caricaturas antiimperialistas y de publicación anónima.
“Viene después la que será la gran
publicación de la caricatura en México. Se llama La Orquesta, donde publicaron los más grandes caricaturistas
que ha habido en México: Constantino Escalante y Santiago Hernández, dos
liberales con una pluma espléndida, con una crítica aguda, con un retrato
estético. Aunque eran liberales juaristas eran críticos de Juárez. Me atrevo a
asegurar que no ha habido en México desde entonces nadie con esas características”.
Sánchez y Aurrecoechea coinciden en que la
segunda mitad del siglo XIX es sin duda la época de oro de la caricatura
mexicana por la presencia de más de 40 publicaciones humorísticas, que se
enriquecieron con el trabajo de caricaturistas de la talla de Alamilla y
Alejandro Casarín, a lo que siguió el periodo de la Revolución mexicana con el
trabajo de García Cabral y José Guadalupe Posada, este último más conocido por
sus calaveras pero que colaboró con caricaturas en más de 70 periódicos con críticas
tanto al gobierno de Porfirio Díaz como a la Revolución. “En el Porfiriato hubo
otros como Daniel Cabrera en El Ahuizote, o Santiago de la
Vega, o Jesús Martínez Carrión, uno de los artistas poco conocidos con una
militancia política muy fuerte”.
Otras de las publicaciones que gozaron de la atención de los lectores a
finales del siglo XIX y durante la Revolución fueron La Orquesta y Multicolor, respectivamente.
Esta última, describe Sánchez, “fue muy crítica con Madero. Después, en los
años veinte y treinta, va a venir una suerte de impasse que tiene que ver con
los controles políticos que empieza a haber. En 1928 aparece la revista El Turco, crítica de Calles. Esa va a ser prácticamente la
última gran revista política crítica a los gobiernos revolucionarios. Con el
nacimiento del PRI prácticamente inicia un control de la prensa en general, y
por lo tanto de la caricatura”.
Aurrecoechea Hernández abunda en los usos que los
nuevos dirigentes de los gobiernos posrevolucionarios tuvieron con la prensa y
que se reflejó en la caricatura política con una especie de pacto de no
agresión hacia el gobierno, el ejército y la Iglesia.
“En este periodo la caricatura editorial aparece
sólo en momentos muy coyunturales, como en elecciones presidenciales, casi
siempre financiada por algún tapado que quiere socavar la figura de otro
tapado. No hay realmente una caricatura crítica con convicciones de los
autores”.
Ante el escenario que existió a partir de estos pactos entre gobierno y
prensa tuvieron que pasar décadas para que se presentaran nuevas propuestas
editoriales que abrieron con la aparición de los cartones de Abel Quezada,
quien, con personajes como Gastón Billetes, El Charro Matías, La Dama
Caritativa de Las Lomas, el famoso Tapado y el perro Solovino, abrió camino para una nueva generación de
cartonistas jóvenes identificados con la oposición política.
“A partir de 1968 tenemos una caricatura que cambia completamente el
panorama y que se expresa principalmente en revistas, pues la caricatura
crítica no tenía cabida en periódicos. La
Garrapata fue emblemática con los cartones de Ruis, Naranjo, Magú. A partir de
este momento la caricatura se vincula más a su pasado del siglo XIX como arma
de oposición”.
Sin embargo, en la relación entre los políticos y
los caricaturistas existen anécdotas que muestran la oscilación entre la
disciplina a una línea política y simpatías personales que llegaron a generar
políticos y cartonistas. El profesor Agustín Sánchez relata una historia que
refleja más la ambivalencia sobre el hecho de que la caricatura puede cambiar
los rumbos de la vida pública y que tiene como protagonista a Antonio Arias Bernal,
representante de la caricatura antifascista en México.
“Arias Bernal tenía una revista en la que él hacía todo. Una revista
marginal, chiquita, muy bien hecha, sin publicidad aparente. Se llamaba Don Ferruco, y estaba dedicada por completo a criticar a Ruiz
Cortines. Lo interesante es que Arias Bernal se reunía todas las semanas, antes
de hacer la revista, a jugar dominó con el presidente, y me cuenta una persona
cercana a Arias que de ahí salían muchos de los chistes que el caricaturista
hacía del presidente”.
Por su parte, Aurrecoechea Hernández narra otro
episodio en el que participó un grupo de cartonistas: “Hubo un fenómeno en el
periodo anterior al 68, que fue un pacto con la embajada de Estados Unidos, que
pagó cartonistas y periódicos de manera casi abierta. Los caricaturistas
participaron como soldados de la Guerra Fría en este periodo anticomunista.
Hablamos de caricaturistas como García Cabral, el propio Audiffred y otros”.
El meme, un sparring incómodo
Entre las dificultades que los cartonistas dedicados a abordar la
política nacional e internacional en los principales medios nacionales y
locales, se suma la presencia del meme, un nuevo
competidor en la sátira de temas políticos y del que se desconoce de momento si
será un fenómeno pasajero o un rival permanente. “Los memes son la gran competencia que tenemos los moneros; creo que vamos a terminar compitiendo con estos.
Tardamos un día en hacer una caricatura y cuando se publica al siguiente día ya
se hicieron veinte memes sobre el tema que
abordamos”, dice Alarcón.
En una consideración prevé un panorama de fuerte
competencia entre los cartonistas y los productos anónimos que circulan en las
redes virtuales, y que obligará a los primeros a adelantarse y ofrecer
propuestas con horas de diferencia al momento en que se presentan los hechos en
los que basan sus trazos.
“Creo que en un futuro los periódicos van a terminar pagándole a los
caricaturistas para que hagan humor inmediato de lo que está ocurriendo, que es
algo que ya hacen los famosos memes, que sólo trabajan
con el principio, pero no son comparables”.
“Los memes y caricaturas de chiste rápido son otra variante. Pueden ser virales y
de esa manera hacer llegar nuestro medio al mundo entero”, describe Boligán,
quien comparte que durante el pasado Mundial de futbol, en Brasil, descubrió
que algunas de las ideas que pensaba realizar para su cartón del día, había
sido explotada en un puñado de memes generados en unas
horas, y que lo obligaron a buscar otro ángulo de su próxima entrega.
Sin embargo, ambos caricaturistas, Alarcón y Boligán, expresan que, si
bien el meme y el cartón
trabajan bajo el mismo principio, existen distancias entre ellos, como la
textura plástica y la calidad del trazo.
“El meme maneja un humor
inmediato, pero carece del contenido, que es la carnita de la caricatura.
También carece del contexto con que los caricaturistas estamos comprometidos.
Hay muchas diferencias: no hay memes dibujados. El día
que sean dibujados ya nos fregaron”, dice Alarcón.
Agustín Sánchez, uno de los pocos investigadores
que han abordado la caricatura política en México como objeto de estudio,
precisa las distinciones entre estos dos tipos de gráficos:
“La caricatura involucra estética y política. Los memes tienen más que ver con la política y menos con la
estética”.
Sobre la competencia entre ambos, aclara que “el meme puede ocupar un espacio, pero esas ya no son
caricaturas. Tendría que buscarse otra metodología para catalogarlos. Ignoramos
si estén ocupando espacios a la falta de la caricatura”.
Con sus propias consideraciones, Alarcón resalta el
peso que el periódico impreso tiene en los nuevos consumidores de información y
contenidos editoriales.
“El periódico, como tal, tiende a convertirse en
una lectura de análisis. Como noticia ya no sirve. En ese aspecto, la
caricatura tendrá que evolucionar. Un cartón al día no es suficiente. Las
siguientes generaciones en dedicarse al humor editorial deben tener una visión
mucho más amplia en materia de medios”.
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