lunes, 10 de febrero de 2020

Cerró sus ojitos.

Hace unas tres semanas, la Revista Letras Libres se sumó 
al pitorreo de la rifa del avión y convocó a al concurso 
“Cuento: De ficción a ficción”.
Escribí esto que leerán y no ganó el premio,
así que se los regalo a los lectores de este blog.


Cerró sus ojitos
Por Agustín Sánchez González

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial.
 - ¿Y ora, dónde lo meto?
 El anuncio lo sorprendió en ayunas. No podía creerlo.
Es curioso el destino, como la canción de Cleto, de Chava Flores, cerró sus ojitos, canturreó la canción y se dispuso a desayunar.
Hirvió agua en un pocillo despostillado para tomar un café instantáneo, acompañado con un bolillo duro. No había más. El refrigerador era una desolación, en contraste con su alegría. Se acababa de enterar de que había obtenido el premio, ¡el avión!
Escuchaba y veía, a través de internet y con verdadera devoción, la mañanera del señor, como hacía desde hacía cuatro meses que fue despedido, sin liquidación alguna, de la secretaría de bienestar.
Cual si fuera misa diaria, era su única actividad en el día pues Manuela, su mujer, lo había abandonado por la férrea defensa que hacía del presidente, a pesar de haber sido echado del trabajo  y de que su hijo mayor no tenía medicinas, ni su mujer lugar para dejar a sus hijos y poder ir a trabajar pues habían cerrado las guarderías.
Ya Manuela no era la que iba a retratarse para él.
El neoliberalismo la había echado a perder.
Se marchó, lo abandonó,  pues nunca tenían dinero para comprar el cilindro de gas, ni garrafones de agua, ya que ésta era una quimera por esos rumbos de la ciudad debida, sin duda, al gobierno de Calderón.
Cerró sus ojitos fisgones.
Imaginó el avión estacionado en una de las calles que bordean la Unidad Ejército de Oriente.
Los abrió angustiado.
¿Y si le roban las llantas?, como sucedía cotidianamente con los autos que ahí se estacionaban.
¿O los espejos laterales?
 ¿Tendría espejos?
Nunca había subido a un avión, por eso votó contra el aeropuerto de Texcoco, al fin que él ni lo necesitaba.
En su celular escuchaba a Chava: “A qué le tiras cuando sueñas mexicano”.
El presidente no dijo cuándo le entregarían el avión al ganador, o sea, a él.
Se metió a la ducha, pero no había agua.
¿Y ora, dónde lo meto? Volvió a repetirse.
Salió sin bañarse.
Voy en el metro rapidote, que grandote y que limpiote (gracias a que doña Sheim lo barre a diario), tarareó en su cabeza.
Tal vez en el Palacio donde mora el presidente, le darían información de cómo recoger su avión.
“Sería bonito que fuera rey, suena más chido”, se dijo.
Tenía ganas de gritar a sus vecinos del metro que él era, como el rey, el elegido para salvar a este país.
Pero… ¡No podía tener el avión!, no sabía manejar, ni tenía licencia, así que lo vendería pero…  ¿cómo?, si ni Trump lo quería, y el amigo Maduro no tenía dinero, ni el señor que gobierna Cuba (nunca recordó el nombre del gris presidente) y el colmo, Evito Morales había sufrido un golpe de estado.
¡Vaya conflicto!
 No estaba su mujer para aconsejarle (aunque nunca le hacía caso) No tenía a nadie, se había distanciado de amigos, vecinos, parientes, debido a la defensa a ultranza que hacía del rey.
Manuela… la evocó, al tiempo que lanzaba un suspiro.
Buscó su retrato en la bolsa trasera del pantalón, pero al meter su mano descubrió que estaba rota (y no era por moda) y que por tanto no quedaba ni siquiera un cachito del retrato.
Entonces, se dio cuenta que tampoco traía el boletito de la tómbola con el que había participado para ser candidato a diputado, ni tampoco el billete que lo haría acreedor al avión.
Al intentar trasbordar en Pino Suárez, para llegar al Zócalo, tal vez no sintió la mano de Pichicuas o de algún otro ladronzuelo que pulula por los bajos fondos del metro.
Pero cual si fuera la fábula de la lechera,  no encontró el cachito, sin albur alguno, y sus sueños empezaban a derrumbarse.
Decidió volver a su casa a buscarlo.
Tenía hambre y en el camino compró un sándwich de jamón hecho con un delicioso pan blanco de Bimbo.
Apenas iba a dar un bocado cuando sintió un vistazo hambriento,  de un pequeño que volvía sin medicinas del hospital de Iztapalapa, tras esperarlas durante seis horas. La afligida mirada le hizo invitar su sándwich al pequeño.
Con los dos pesos que sobraban, como a Bartola, no le alcanzaba para nada, mucho menos para echarse un alipuz.
Moría por comer un taco de frijoles, aunque tuvieran gorgojo.
Volteó la casa de arriba a abajo.
No había mucho que volcar, por cierto.
En una pequeña mesa, apilados, algunos ejemplares de Regeneración, el periódico de MORENA, un ejemplar de La Jornada, la cartilla moral y una Biblia. Era todo.
Al lado, su cachucha morada, un cartel que decía “la esperanza de México”, una foto del señor con la carita, y “la mirada de quien dice: ¿Ya me ven? ¡Pues soy así!”.
En la pieza que sirve para dormir, la cama no estaba hecha. En la pared sobresalía un retrato de Belinda y otra del señor-rey vestido de indígena y con la cabeza llena de flores, parecía una maceta.
Para él era una corona de flores, como los reyes indígenas, para Manuela, era un vulgar e inútil adorno.
Pero el cachito de billete no estaba. Ni la ingrata perjura.
Cerró los ojitos, el hambre lo apabullaba.
Se tiró en la cama.
Miró el cartel y leyó Esperanza (recordó a su tía, con ese nombre, que murió asesinada semanas atrás).
Pensó en el rey.
En realidad no le importaba el avión, sino saludarlo.
Era un honor.
         El hambre le provocó sueño.
El sueño engendra monstruos.
         Y cuando despertó, el avión estaba ahí.
¿Y ora, dónde lo meto?

viernes, 7 de febrero de 2020

Juega el pollo (o te doy el avión)




Antaño, en las cantinas de verdad, esas que daban botanas exquisitas, con cervezas heladas y tragos a diestra y siniestra, había una peculiar persona que rifaba pollos rostizados. Pasaba de mesa en mesa vendiendo boletos de a 10 pesos y cuando juntaba diez, hacía una rifa del pollo (que solía costar cuarenta pesos, normalmente)
De un vaso, tipo cubilete, iba sacando, con gritos estrambóticos, uno a uno, los números que no ganaban hasta que aparecía el final y el pollo tenía dueño: quedaba en manos del ganador que, casualmente, solía ser un mesero, el garrotero, el capitán de meseros o hasta el lavaplatos y el cocinero que salían corriendo mostrando el número ganador que, por cierto, ningún parroquiano solía revisar si ello era o no verdad.
En medio de botellas de cerveza, cañas, cubas o caballitos de tequila, los parroquianos pagaban los diez pesos una y otra vez, mientras el dueño del lugar, se llenaba los bolsillos con el dinero de los incautos parroquianos que, en la dulce y después degradante borrachera, entregaban al pollero.
Volvía a juntarse diez incautos, y volvía a volvía a poner otro pollo sobre la mesa, otra rifa. A medida que pasaban las horas, los devotos de Baco, habían pagado, por lo menos, un pollo entero tras de varios sorteos.
Los meseros de la cantina, en tanto, servían deliciosas botanas, completamente proles, como frijolitos negros con epazote, tostaditas con salsa de pico de gallo, mini vasos con caldo de camarones; y  cuando ya iban varias tandas de cervezas, cubas o tequilas, pescaditos fritos.
Los pollos, el pollo, seguramente era el mismo, y la rifa se repetía una y otra vez.
Mientras los parroquianos, borrachos, ni cuenta se daban.
A este México de 2020, le pasa lo mismo.
Treinta millones de mexicanos, escuchan ¡el avión, el avión!, ebrios de sueños, embelesados con el seductor tabasqueño que se asemejan al viejo pollero y, como los ratones que siguen al flautista de Hamelín, escuchan semana a semana a un personaje que pasará a la historia como uno de los grandes demagogos, como otro gran seductor de la Patria, como el otro López del siglo XIX de nombre Antonio y de apellido materno Santa Anna, que se burla con su avión.
México 2020, nuestros antepasados prehispánicos cambiaban espejitos por oro a nuestros antepasados europeos. Hoy cambiamos dinero y tesoros al cacique tabasqueño por el sueño efímero de un avión y de un progreso cada vez más lejano.
La rueda gira y vuelve a caer en el mismo lugar.





lunes, 3 de febrero de 2020

Cartón del mes. Funcionarios que calcen huarache

Como cada mes, aparece mi cartón en la revista Relatos e Historias en México. 
Este cartón aparece en Omega, una publicación sumamante crítica del gobierno callista, un presidente autoritario, como todos los que nos han gobernado en este país, sin duda.
La tentación autoritaria, de un nacionalismo ramplón que afirman querer funcionarios "revolucionarios honrados y sinceros, aunque calcen huaraches"
¿Les suena?

domingo, 2 de febrero de 2020

Posada a 100 años, ese desconocido (Nota de 2013

Esta entrevista se realizó en 2013 tras la exposición dedicada a Posada en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, de la que fui curador.


Posada a 100 años, ese desconocido




Unos estiman que José Guadalupe Posada hizo 11 mil dibujos y otros señalan que 20 mil. Pero de acuerdo con el especialista Agustín Sánchez González, sólo habría realizado unas 600 calaveras que, injustamente, dice, han provocado su encasillamiento. De ahí que haya muy pocas expuestas en la muestra José Guadalupe Posada. El Gran Ilustrador de lo Mexicano, montada en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, con ocasión del centenario del fallecimiento del célebre grabador, que se cumple este domingo. Conaculta, el INBA, Cultura del DF y el gobierno de Aguas Calientes anunciaron en la semana un programa de casi 100 actividades a lo largo del año.
MONTERREY, N.L. (Proceso).- José Guadalupe Posada es mucho más que sus calaveras.
Los grabados esqueléticos del artista hidrocálido representan apenas el 3% de su vasta creación, que debe alcanzar unas 20 mil obras, según estima el historiador Agustín Sánchez González, curador de la exposición José Guadalupe Posada. El Gran Ilustrador de lo Mexicano, que se exhibe del 14 de noviembre 2012 al 10 de febrero del 2013 en el Museo de Historia Mexicana (MHM) de esta ciudad.
Sus antiguos grabados pueden verse en periódicos, cajetillas de cerillos, recetarios de cocina, vitolas de poros, medicamentos, carteles taurinos, teatrales, circenses, juegos de mesa y funciones de lucha libre, entre muchas otras superficies que ocupan decenas de vitrinas del recinto.
Sánchez González, el mexicano que quizás conoce más de la obra de Posada, considera necesario hacer un inventario de la obra del caricaturista e investigar con seriedad su vida personal, de la que se conoce muy poco.
Es un misterio la vida del ilustrador, quien falleció el 20 de enero de 1913 y que, pese a ser el más universal de los artistas mexicanos de su género, es desconocido y víctima de numerosas difamaciones y mitos.
Murió en la ruina y derrochó las ganancias en el trago. Su cuerpo terminó en la fosa común. Hasta que murió, Posada se convirtió en leyenda, afirma el historiador.
En esta exposición, que conmemora el centenario de su aniversario luctuoso, Sánchez González pretende acercar a Posada al gran público, para que sepa que su obra va mucho más allá de las calaveras y que entienda, de una vez por todas –así lo dice, en claro enfrentamiento con lo aceptado–, que La Catrina huesuda no fue un invento suyo, sino de Diego Rivera.

Inventario necesario

“Posada. Su apellido es Posada, en singular, no Posadas”; cree necesario aclarar Sánchez González, el curador que se ha ocupado de estudiar durante los últimos 20 años la obra del artista que nació el 2 de febrero de 1852 en el barrio de San Marcos, en Aguascalientes.
El autor del libro José Guadalupe Posada, un artista en Blanco y Negro, seleccionó las casi 200 piezas exhibidas en el MHM, provenientes de colecciones privadas e instituciones públicas, que han cedido el material para esta exhibición, la mayor presentada de la obra del compulsivo dibujante.
La muestra se divide en seis temas: los precursores; primeros años, Aguascalientes; su estancia en León; Don Lupe llega a México; su influencia inmediata; y Cien años después de su muerte.
La museografía recurre a videos temáticos para fortalecer los contenidos y facilitar al público un acercamiento al grabador y su obra.
Pero este paseo por el mundo Posada contiene una fracción microscópica de su legado descomunal, que se encuentra disperso por el mundo, y que no ha sido aún debidamente inventariado.
No se conserva ni un solo trazo ológrafo del maestro, reconoce el curador. Todo su trabajo ha quedado en reproducciones, impresiones litográficas y serigráficas.
Por eso, dice el especialista, ya es tiempo de darle su lugar en la historia del arte en México y honrar su memoria con un estudio serio de su vida y con un trabajo profesional y definitivo de preservación de su obra, que actualmente no ha emprendido ninguna institución cultural en el país.
A lo largo de los años han sido presentadas colecciones del llamado gran ilustrador mexicano, pero esta exposición en el MHM es la mayor y más representativa del serigrafista, dotado de un talento extraordinario para los rostros y los detalles.
Los visitantes al museo verán numerosos grabados y, entre todos ellos, muy pocas calaveras.
La museografía busca que el público se adentre en el otro trabajo del maestro, el menos conocido, pero que alcanza, como los pictogramas de las osamentas, un toque de excelencia.
Explica el también periodista:
“Que haya pocas calaveras fue a propósito, porque queríamos decirle a la gente: Posada es más que las calaveras, que en sí son maravillosas. Pero el artista está más allá de La Catrina. Creo que las exposiciones de Posada han abusado de las calaveras.”
Hay una discusión abierta sobre la cantidad de piezas que pudo haber dibujado José Guadalupe. Unos estiman que hizo 11 mil dibujos y otros 20 mil. Esta última cifra es la que más se aproxima a la realidad, según Sánchez. Y de acuerdo a este cálculo, sólo habría dibujadas unas 600 calaveras que, injustamente, dice, han provocado el encasillamiento del caricaturista.
“Se ha abusado de las calaveras por desconocimiento. Creo que hay pereza intelectual. Se repite lo mismo. Cuando en internet buscas Posada, aparecen miles de imágenes y todas son calaveras, hay muchas falsas, fotos que no son. Nadie se toma la molestia de preguntar un poquito, saber si es o no es”, lamenta.
No hay, hasta ahora, un interés genuino en el ámbito cultural de conocer más al artista y por ello surge la desinformación, estima.
Además de Sánchez González, mexicano de nacimiento, se han ocupado de estudiarlo Luis Cardoza y Aragón, de Guatemala, y Antonio Rodríguez, de Portugal.
No hay muchos posadólogos en la patria, aunque como parte de nuestro propio conocimiento cultural, se debería saber que Posada dibujó a la gente del pueblo y a todo el entorno de una época entera, considera.
Sánchez González propuso, hace algunos años, que se hiciera un homenaje nacional, en el que todos los museos del país exhibieran por lo menos una obra del retratista. El Museo de Arte Moderno podía presentar su faceta surrealista. El del Ferrocarril podría hacer lo propio con dibujos de trenes.
“Hay que ver todo de Posada, porque su grandeza estriba en la capacidad de demostrar lo que somos. Está presente en cualquier tema: en juegos de mesa, cartas de amor, cancioneros, magia, libros de texto, nota roja. Hace poco descubrí en León una estampita religiosa que se vende y que fue dibujada por Posada”, dice.
Se conservan ejemplares de la revista El Jicote como joyas de la creatividad del artista. Ahí aparecieron once de sus trabajos en los que se observan representaciones de notas de época. Hizo ahí lo mismo en otras publicaciones, donde se ve a una madre atormentando a su hija, a un sacerdote ahorcado, a una mujer que descuartizó a su hija, según las noticias policíacas que eran redactadas.
No hay una referencia precisa sobre la manera en que el creador hizo esas viñetas. Sánchez González conjetura que el editor le habría encargado que ilustrara las notas, y en los trazos se observa la concepción muy marcada del autor sobre el bien y el mal. Los victimarios son presentados como seres de aspecto perverso y las víctimas en horrorosos trances de tormento.
En 1892, ya en sus 40, trabajó con el impresor Antonio Vanegas Arroyo. En esa casa impresora se conserva el mayor número de las obras.
De acuerdo con el boletín del MHM sobre la exposición, se informa que de ese taller salieron miles de publicaciones de diversos formatos en los que daba reseña gráfica de los acontecimientos que impactaban al pueblo mexicano: catástrofes, milagros, crímenes, escándalos, incendios, profecías, sucesos sensacionales, peregrinaciones, cuentos de amor, relatos patrióticos y célebres ejemplos.
Participó en más de 60 periódicos como La Casera, El Chile Piquín, El Diablito Rojo, Don Cucufato, El Malcriado, El Paladín, Ave Negra y La Guacamaya.
Pero hay mucho trabajo disperso aún que debe ser compilado y ordenado, sugiere el curador, pero esta iniciativa tiene que surgir como un impulso más personal que institucional. Los entusiastas historiadores del dibujante y caricaturista son los que han rescatado su legado y, por iniciativa propia, se han dado a la tarea de descubrirlo, para revelar el misterio de su vida y aportar más del hombre.
Él abrió un espacio en facebook para convocar a personas a que lo ayudaran a colectar piezas del gran misterio que es aún este artista tan reconocido.
“Se aceptan voluntarios para hacer el inventario”, dice el mensaje que escribió Sánchez para animar a los interesados.
“La obra esta dispersa por el mundo. Yo no la conozco toda. Creo que en Estados Unidos hay colecciones enormes. Ahora con facebook se puso en contacto conmigo una persona que dice tener la colección más grande. Por lo menos podemos hacer un inventario de ella.
“En bibliotecas de Estados Unidos hay mucha obra, pero se necesita ir allá, trabajar, inventariar, y podríamos empezar a saber cuál es la cantidad de su obra, porque no sé, siquiera, cuántas obras conocidas hay, quizás unas 10 mil. Una amiga me acaba de traer un libro de Alemania, publicado en los noventa, que tiene novecientas y tantas imágenes”, ejemplifica.
Sánchez González ha planteado crear un centro de documentación. También quiere hacer en Aguascalientes La Casa de Posada, donde vivió, en San Marcos. Una especie de Meca a donde puedan ir sus seguidores, similar a la Casa Azul de Frida Kahlo en la Ciudad de México.

De don Pepe a Posada

De entre todas las imágenes, la más conocida es la que se le ha dado el nombre común de La Catrina que es, en realidad, un invento de Diego Rivera, sostiene, e intenta probarlo:
El cráneo de esta imagen, sin cuerpo, apareció primero en una publicación que se mofaba de las mujeres autóctonas de México que aspiraban a comer garbanzo o ser garbanceras como las damas de alcurnia españolas que vivían en el país. Por ello dibujaba a la dama esquelética con un sombrero estrafalario, acorde a la época.
La impresión fue publicada junto a un texto de autor anónimo, días después de que Posada falleciera, en 1913. El artista nunca se enteró de la trascendencia de la llamada “Calavera Garbancera”.
Muchos años después, en 1952, Diego Rivera pintó el famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central en el Hotel del Prado, reubicado tras el terremoto de 1985 en el creado ex profeso Museo Mural Diego Rivera. Fue el guanajuatense el que le puso cuerpo y atuendo a la calavera de Posada, que sólo se conocía por su cabeza y sombrero. A la izquierda de la huesuda aparece el mismo José Guadalupe, en justo homenaje al creador de La Garbancera, y a su derecha el propio Rivera como niño.
Según cuenta el historiador, la denominación de esa mujer descarnada, La Catrina, por su aspecto refinado, fue obra del pueblo. Y desde entonces ha trascendido, como un mito mayor, que Posada inventó la imagen.
Hasta donde se sabe, el artista no obtuvo fortuna con su prolífica obra. Presumiblemente murió pobre y alcoholizado.
En el catálogo sobre la exposición, Agustín Sánchez escribió:
“Hace cien años, en un modesto féretro, yacía un personaje conocido como don Lupe, cuya muerte pareció no importar a nadie. Salió de una de las tantas vecindades marginales de Tepito, en la Ciudad de México. Fue enterrado en la zona de sexta clase, la única gratuita del Panteón de Dolores.”
Posada, personaje ignorado en su tiempo, conocido únicamente como don Lupe, es revalorado a cien años de su muerte, pero oculto todavía en sus detalles.

https://www.proceso.com.mx/331240/posada-a-100-anos-ese-desconocido-2

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...