sábado, 25 de febrero de 2023

EL INE NO SE TOCA. Otro domingo en el Zócalo

Cuál Sísifo, la sociedad mexicana carga una dolorosa piedra del autoritarismo tras la espalda. No ha pasado ni medio siglo en que este país parecía liberarse, poco a poco, del autoritarismo priista, cuando llegamos ante una nueva farsa denominada transformación, con minúscula, y que obliga, de nuevo, a tratar de romper esa inercia que resucita, otra vez, del presidencialismo más arrogante de nuestra historia.

Es curioso, desde Díaz Ordaz, ningún mandatario había satanizado tanto una manifestación de rechazo a sus política golpeadores, como López Obrador. Un personaje que trata de amoldar la historia a su histeria.

Lo terrible, es la abyección de decenas de personajes que repiten como loro macuspano lo que dice el novísimo emperador.

Como sucede en la fábula del traje del emperador, el gobernante en turno viste sus mejores trapitos para gozar del aplauso fácil y rápido, cosa nada difícil de resolver en una sociedad, como la mexicana, que aplaude a sabiendas que ganará.

            Vivimos, revivimos, un presidencialismo voraz, donde el mandatario quiere sólo aplausos, solo, y suele recibirlos sin decoro, como en varias ocasiones de nuestra historia, repitiendo las grandes farsas de nuestros gobernantes en donde, a veces, se generan epopeyas que, a la postre, se convierten en hechos históricos (expropiación petrolera, por ejemplo) y otros, generando torpes sainetes que se convertirán en un fracaso contundente que conduce al basurero de la historia luego de la histeria sexenal.

 
           El fin del primer cuarto del siglo XXI es ya testigo de uno de esos momentos en que un gobierno se inventa un proyecto de Nación y se autonombra Cuarta Transformación, en un insólito hecho, una quimera histórica pues en ninguna de las gestas anteriores, que México vivió verdaderos cambios, nadie se atribuyó esa gloria ni, tampoco, se asignó ese papel mesiánico.

            Todos los gobernantes siempre quisieran ser glorificados y pocos tienen el arrojo de nombrarse transformadores, como este presidente que desde ya, se vistió de libertador de una transformación al nivel de Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. En el logo oficial de gobierno, entre sus ensueños está aparecer junto a ellos, a la manera que Stalin se colocó al lado de Marx, Engels y Lenin.

Pero lo onírico, con demasiada frecuencia, suele tornarse en pesadilla.

Se acaba de aprobar, en el vergonzoso Senado, ¡Cómo hace falta un Belisario Dominguez!, la destrucción del INE.

Serviles, sin escuchar a la sociedad, los senadores oficiales han pisoteado medio siglo de luchas por la democracia.

Cómo hace medio, como hace cuatro décadas, como hace treinta años, como tantas y tantas  veces, estaré de nuevo en el Zócalo este domingo 26 de febrero.

Otras vez, como Sísifo, cargando una piedra para tratar de arribar a la democracia, tan sólo eso.

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