El discurso nacionalista que comenzó hace poco más de cien años, en pleno porfirismo, tuvo su consolidación mediante la institucionalización de la Revolución a la par que se realizó construcción de un discurso del imaginario de lo mexicano.
El discurso nacionalista que trajo consigo la revolución se refería a una de las vertienetes de nuestra raza: lo indígena, que se expresó en todos los ámbitos de nuestra vida cultural y sentimental. Más aún, seguimos pensándonos como víctimas, como herederos sólo de ese edén perdido. Cuántas veces hemos escuchado: los españoles nos conquistaron.
Desde la educación, hasta la fiesta se usó el disfraz de indito para pensarlo como mexicano. La raza indígena, como se le decía entonces, ocupó los espacios del cine, el teatro, la música, todo aquello que tenía que ver con ellos la marca de lo nacional. (Recuerdo el concurso de la India Bonita, en 1921, cuya triunfadora fue María Bibiana Uribe, que llegó “acompañada de su abuela, una india pura de raza 'meschica' que no habla español”.
Fenómenos así se repitieron, como la celebración de Quetzálcoatal, en 1930, regalando juguetes y ropa a los niños pobres ocupando el lugar de los Reyes Magos.
El nacionalismo empezó a gestar una serie de estereotipos cuya educación sentimental seguimos padeciendo.
La Catrina y la fiesta de muertos ingresaron por ese lado a nuestras vidas.
Hoy, y en los próximos días, veremos una avalancha de fiestas de muertos y escucharemos decir a diestra y siniestra que son parte de nuestras tradiciones y que, sin embargo, todo esa faramalla resulta bastante cuestionable.
No se sabe en que momento La Catrina se convirtió en un discurso de “crítica a la aristocracia porfirista”, cuando en realidad era una burla al pueblo que no quería asumir su ser y, a su vez, gestó una fiesta de muertos con tintes prehispánicos, cuando las imágenes de Posada se acercan más a la danza macabra, a las calaveras renacentistas europeas o a los horrores goyescos. Su obra está más cerca a Holbein, el Bosco, Durero o Goya que a las deidades prehispánicas.
Las calaveras, en tanto discurso prehispánico no las inventó Posada.
Sus calaveras tienen que ver más con la obra La Portentosa vida de la muerte. Emperatriz de los sepulcros, vengadora de los agravios del Altísimo y muy señora de la humana naturaleza, de Fray Joaquín Bolaños, donde se hace una apología de la muerte, se cuenta la vida de la muerte en una serie de 18 grabados, de autor anónimo, cuya figura central es la calavera.
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