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domingo, 15 de diciembre de 2024

Todos mis libros contienen una dosis de humor

 

Todos mis libros contienen una dosis de humor: Agustín Sánchez

Todos mis libros contienen una dosis de humor: Agustín Sánchez

Estudioso de la vida cotidiana y la caricatura, ha publicado una treintena de libros, entre los que destacan sus diversos libros en torno a José Guadalupe Posada. 

Redacción
Diciembre 15, 2024

Leer la obra de Agustín Sánchez González es un placer obligado por muchas razones. Su trabajo literario y periodístico se caracteriza por la crítica y el humor que ha impregnado en cada uno de sus escritos.

Son ya 50 años de llevarse de tú a tú con la pluma; de sentir a flor de piel la vida cotidiana que le rodea, siempre con una mirada aguda, ácida. Desde hace casi tres décadas, el trabajo de Sánchez González es ya un referente de la vida cultural de México. Es por ello, que los libreros de viejo, de Guadalajara, le hicieron un homenaje en esa ciudad, hace unas semanas.

La pluma de Agustín se ha contoneado por distintos ángulos: desde el humor gráfico, la nota roja, el periodismo, la crónica histórica y literaria, hasta los personajes de los que nadie había escrito. 

Estudioso del humor y la caricatura, ha publicado una treintena de libros, entre los que destacan, por mencionar algunos, Fidel, una historia de poder, El General de la Bombilla, La historia de la caricatura en México, Un dulce sabor a muerte, La historia de la caricatura en México y varios más sobre José Guadalupe Posada, uno de los personajes que han dejado huella en la carrera literaria de Sánchez. 

Gracias a su exhaustivo trabajo e investigación sobre Guadalupe Posada, Agustín Sánchez ha sido invitado a varios países del mundo para hablar de la vida y obra de este personaje, que ya es conocido a nivel mundial.

En una charla con este diario, el historiador, escritor y periodista hace un recuento de su trabajo literario y de los temas que lo apasionan: la historia, el humor y la vida cotidiana. 

-¿Cuál es el tema que más le apasiona a Agustín Sánchez?

-Un día descubrí en el Museo de Antropología que me gustaba ver la maqueta del mercado y desde mi concepción la historia empezó a ver eso, la vida cotidiana y eso se refleja en la historia, en la literatura y ¿cuál es la vida cotidiana? Pues todo. 

Con más de 30 libros en su haber y un sin fin de colaboraciones, antologías y libros en colectivo publicados, ¿cuál es el que más le ha gustado?

“Los libros son como los hijos, no puedes tener uno favorito. Cada uno tiene sus gracias, pero si a alguno hay que ponerle la suya es al de Fidel, una historia de poder,  fue un hitazo en el mundo editorial, fue un libro bendecido por Carlos Monsiváis y “palomeado” por Miguel Ángel Granados Chapa.

“Eso me emocionó mucho porque además apoyaron. Monsiváis, sin conocerme, presentó el libro y se echó un rollo muy interesante. Fue un libro que vendió más de 20 mil ejemplares y el que me abrió puertas al mundo editorial”, rememora Agustín.  

Otro libro que dejó huella en Sánchez fue El General de la Bombilla, la historia del asesinato de Álvaro Obregón, el cual vendió 10 mil ejemplares porque coincidió con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en 1994. 

El humor y el sentido crítico es algo que lleva en la sangre el escritor nacido en Azcapotzalco, quizá por ello escribió Mejores chistes sobre presidentes. Sobre el humor tiene su particular punto de vista: 

“Siempre he pensado que el humor te puede descubrir o te descubre muchas cosas de la sociedad mexicana, de la política. De hecho, todos mis libros tienen una dosis de humor”.

-¿Es necesario hoy día el humor para escribir? 

-Es necesario, pero cada día es más difícil por los controles que hay; porque todo es políticamente correcto. De repente ya no puedes hacer chistes de nada y por otro lado, tenemos una sociedad polarizada y esto hace más difícil enfrentar el humor ante el poder.

Hoy día, por ejemplo, buena parte de los caricaturistas, otrora críticos, como los que participan en el Chamuco, dejaron a un lado la crítica al poder del Estado, se han convertido en porristas (o porros) del mismo. Confunden militancia con sumisión. 

-¿Qué futuro le depara al humor? 

-Existe, tampoco se puede acabar; lo vemos en algunos periódicos de circulación nacional donde hay gente que no se agacha más que para dibujar. El humor no dice la verdad, pero la desnuda, la muestra. Por eso la caricatura es tan contundente: unas cuantas líneas te dicen todo, te desnudan, como en la fábula del traje del emperador.

El humor y la caricatura se han vuelto un referente en la obra de Agustín Sánchez, “un referente que finalmente tiene que ver con la vida cotidiana, el humor, la historia y con los libros de viejo”, concluye el historiador y escritor mexicano.

Información de Angélica Ruiz

JORNADA ESTADO DE MEXICO, 15 de diciembre de 2024

sábado, 30 de noviembre de 2024

BEBER LOS VIENTOS

Me decía Chatito, su padre me llamaba Chaval.

        Curioso y cariñoso apelativo a quien posee unas fosas nasales más cercanas a la negritud, como es mi caso.

Pero me dejaba querer desde aquella tarde en que esa españolita me sirvió el más delicioso café exprés que había probado en mi vida.

Esa noche no pude dormir y el corazón me latía a cien.

Eran sus ojos, pero también la cafeína que me provocó taquicardia al tomar un par de tazas más, sólo por mirar cómo sonreía al darse cuenta que la avistaba con insistencia.

Me habían dicho que el amor provoca innumerables reacciones, desde latidos de corazón, hasta mariposas en la barriga; pero nadie me habló de taquicardia ni de insomnio.

Volví a la cafetería muchos días seguidos y a distintas horas: nunca la volví a topar.

“Anda Chaval, coge esas cajas y ponlas sobre el mostrador, si me haces favor”.

Obedecí y me invitó un café como agradecimiento.

“Tu andas todos los días por acá, ¿no haces nada, Chaval? Ando buscando un ayudante en la cafetería. ¿No necesitas trabajo?”

Le dije que no, las clases empezarían pronto y tenía un horario muy complicado.

¿Qué estudias?, preguntó.

Matemáticas, en la facultad de ciencias.

“Hala, igual que la Almudena, mi hija. Ustedes son más raros que un perro verde. La pena es que me salió muy enfermiza”

El corazón pareció estallar, la cafeína volvió a hacer estragos y cuando estaba a punto de preguntar, sonó el ring-ring del teléfono y el hombre se marchó para contestar y desapareció.

Caminaba por esas calles del viejo centro, de la añeja ciudad. Mis pasos daban vueltas sobre López, Independencia, Ayuntamiento; entraba al café a diario, a distintas horas; el barista y los meseros eran nuevos y no sabían de la hija del dueño, o quizá no querían contarme.

Todas esas mañanas sabían a café exprés. Las tardes, en cambio, eran como pompas de jabón.

 

********

 

Corrían los años setenta, tal vez 1976 o 1977. Yo tendría 22 y ella recién había cumplido 20. Tres años pasaron para encontrarla en la biblioteca central de CU. Parecía que no me había reconocido, a pesar de que un par de veces me le puse frente a frente en la mesa en que se consultaban los ficheros bibliográficos.

“Un exprés doble”, dije.

Soltó tremenda carcajada que debió callar por los siseos de los bibliotecarios. Me tomó de la mano, me sacó del lugar y afuera, con desparpajo, dijo. “mira mala bestia, esperaba que tú me saludarás y como no lo hacías, yo tampoco”.

        Escuchar esa voz, mirar sus ojos y sentir su mirada; mi corazón parecía haber tomado un litro de café exprés, la taquicardia gestó una hecatombe que me hizo enmudecer.

        Se veía taciturna, había adelgazado varios kilos.

        Le invité a tomar algo, pero ella tenía que volver a clase (Y yo también)

        Caminamos por las islas de CU. No podía creer tenerla tan cerca después de tantos meses de verla por primera y única vez.

        “¡Nada, qué novio voy a tener!”

        “El domingo vamos al cine, me invitó, antes de despedirse, espero que te guste; ver cine es mi pasión”, dijo, mientras se escurría a su aula de clase y yo marché a la mía.

El domingo nunca llegó.

 

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Estás chalado. Eres una mala bestia.

Eso me dijo la primera vez que le di un beso, en la oscuridad y en medio del silencio estremecedor que se sucedía en el cine Orfeón, cerca del café de su padre, mientras veíamos Psicosis.

Me apretó la mano con tal fuerza que me llegó a lastimar; después me abrazó ante la escena del crimen en la ducha. Nunca su rostro estuvo más cerca de mí, sus labios  se me acercaron tanto que debí unirlos a los míos.

Chatito, eso no se hace, murmuró mientras devolvía el beso.

Fueron tardes de estar juntos casi todo el tiempo. Los exámenes finales, juguetear con ecuaciones, inventar problemas trigonométricos en el pizarrón y quien perdía, se quitaba una prenda.

Signos, números, cero, códigos, símbolos, teoremas, ecuaciones, trigonometría, etcétera, pero nunca hablamos de nada más.

Sólo supe que su cumpleaños era a finales de octubre, que sus padres eran españoles, hijos de refugiados pero que ella era más mexicana que el mole. Nada más.

Conocí a su padre en la cafetería, pero no a su madre, ni siquiera supe si vivía. Lo familiar, lo social, no era más importante que el universo paralelo en que existíamos, esa suerte de vida a través de un espejo que reflejaba una locura de números y sexo, de café y vino tinto.

Un día, sin más, nos casamos.

        Apenas teníamos un año de vida marital cuando empezó a decaer. Hasta entonces supe que tenía leucemia.

Al poco tiempo debí internarla.

Fueron días o meses, tal vez un segundo; en cinco minutos la vida es eterna, dice la canción.

Gracias al seguro de gastos médico que su padre nos regaló de bodas, logramos sufragar los gastos, en el mejor hospital del país y con el mejor oncólogo.

Cuarenta días después de que le dieron de alta, se fue.

No supe a dónde ni cómo.

 

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Un lunes de octubre, pensaba en ella, como tantas veces, como siempre.

Mientras veía los murales del Palacio de Bellas Artes, me topé a una mujer que miraba con acuciosa curiosidad la sandía del mural de Tamayo.

Era ella, diez años después de desaparecer, tras intensa relación amorosa y sexual que nunca he vuelto a sentir.

Me había casado pensando en ella, me había divorciado rumiando en ella.

Opté por no dormir en cama matrimonial para no sentir su ausencia.

Adquirí sendos botones con la pentalfa, un pentágono estrellado que simbolizaba la escuela de Pitágoras. Pero no tenía que ver, en este caso, con el griego, era una broma porque en ese tiempo vivía en la colonia Narvarte, en la calle que llevaba el  nombre del padre de los pitagóricos.

Sólo las matemáticas llenaban mi vida.

Neurosis obsesiva, determinó el psicólogo.

A propósito de nada, Almudena susurró un día, que andaba medio triste: “Mi vida se  deshizo como un azucarillo”. Así me sentía, yo también.

Tan sólo quería saber que había hecho para que se marchara cada vez que nos encontrábamos.

El cine Orfeón era mi refugio. Llegaba antes de empezar la función; mientras iniciaba la película, con la media luz que apenas iluminaba la sala, recorría palma a palmo las butacas, queriendo encontrarla pues, en aquel encuentro fugaz, casi a diario salíamos de la cama al cine y del cine a la cama, fui intensamente feliz. 

“Es que venir al cine es el preámbulo perfecto para hacerte el amor”, me dijo una tarde que fuimos a mi departamento y que llenó con varias mudas de ropa, un par de perfumes, cepillo de dientes y alguna ropa interior. (Hasta hoy, todo guardado en una caja de cartón, perfectamente sellado por si alguna vez volvía).

Y ese día ocurrió.

“Un exprés doble”, susurré a su oído.

Lanzó tal grito, que una decena de alumnos volteó a mirarnos.

Su delgadez era extrema, gruesas ojeras asomaban su faz.

Otra vez, de la cama al cine y del cine a la cama.

“Me voy a Madrid en un par de semanas, lo mismo que hace diez años cuando marché sin decírtelo por el temor de arrepentirme y quedarme para siempre contigo. Hoy sé que no lamentaré y me despediré de ti, para siempre, ahora sí”. (Años después, su padre me dijo que se marchó para no vernos sufrir, ante la recaída que se advertía).

La miré con asombró y luego la besé para que no siguiera hablando de su éxodo.

“Tal vez no debiste dejar que me levantara de tu cama esa mañana friolenta e invernal, me dijo, ni me hubieras dejado partir sola y darme tan sólo un beso al despedirnos. Me hubieras detenido, amarrarme a tu cama (nunca supiste ni averiguaste mis instintos masoquistas, jajá)”

Fueron días oscuros, de ensueños y pesadillas; de nubes que se alejaban a merced del viento. No podía creer. Ni un número, ni una dirección. Se marchó como llegó.

 

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¿Si te viera en el cielo, te reconocería?

        Siglo XXI. Año 2020.

        Treinta y cinco años después del último encuentro.

Increíble, viajar a Granada, lugar de nacimiento de su madre, por pura inercia, por pura intuición. Tres décadas pasan en un suspiro.

En los sueños la realidad no existe, ni siquiera son capaces de sostenernos en esa especie de nube arrasada por un vendaval sin rumbo. En esos desvaríos nocturnos, tampoco somos nosotros; creemos, pero es una falsa percepción.

La magia no existe, el diablo tampoco, mucho menos el cielo, pero hay que buscarlo.

¿Si te viera en el infierno, te reconocería?

Nunca fui a Granada, ni siquiera como quimera.

Temía encontrarte, saber que existías más allá de mí o de la Alhambra.

Una semana atrás, estuve en Madrid, acompañado de mi único hijo que me había invitado a recorrer España para olvidar mi tercero y último divorcio.

Debido a las noticias de una inmediata pandemia debíamos retornar a México. No logró convencerme en volver.

“No pasa nada, le dije, recuerda la influenza de hace años: un par de semanas y se acaba”.

La edad le quita a uno muchos temores, le dije con la certeza plena de mentir.

Me fui a Granada, alquilé una habitación en un airbnb y me dispuse a conocer esa “tierra soñada por dios”, como escribió el Flaco de Oro.

Recordé cuando me regañó por decir que acá estaba el Guadalquivir. Muy docta me dio una lección de la hidrografía granadina.

A la semana de mi arribo, el gobierno español anuncio el encierro inmediato, la prohibición de salir a las calles, salvo a ciertas horas y bajo determinadas circunstancias.

No te había encontrado, ni solicitado un café exprés.

Cien días permanecí encerrado.

El apartamento no tenía ventanas a la calle.  Paseaba como león enjaulado por el breve espacio en que estaba y añoraba tu ausencia. Me aprendí de memoria el cuadro con un paisaje de mar. Conté una a una las líneas que dibujaban las olas.

Miraba con compulsión la televisión; buscaba las noticias en internet pero lejos de disminuir la pandemia, aumentaba. Era doloroso escuchar el número de muertos en el mundo y sentirme más sólo que una estrella fugaz.

Me di cuenta que desde que marchaste estaba más sólo que un perro caminando en el periférico. Más aún, desde antes de conocerte ya estaba solo.

La maldición del COVID me tuvo confinado, sin perspectiva alguna más que ver día y noche la televisión y chatear con mi hijo, que me urgía volver a México.

Comía lo que buenamente podían llevarme, sintiéndome apestado. Tocaban la puerta, dejaban la charola con la comida en el piso y se alejaban casi corriendo.

Dormía en un sofá individual pues la cama, tamaño King, me asustaba, era enorme y solía pensar que las pesadillas cabrían perfectamente.

Ingresaba al baño mientras cambiaban la ropa de cama y limpiaban la habitación o me quedaba en la recámara, casi cubierto, mientras una persona lavaba con rapidez el baño, lo desodorizaba, que fea palabra, y salía como si hubiera visto al demonio de México.

La locura por ti me tenía en esta situación.

Fantaseaba con encontrarte y me dijeras chatito, sólo eso, tras pedirte un café exprés.

Ni siquiera pensaba en el cine pues todas las salas que quedan en el mundo estaban cerradas.

Cada historia de muerte de algún conocido, que mi hijo me hacía saber, era como una puñalada.

Le pedí cesar esas noticias, no quería saberlo.

En este aislamiento empezaba a deducir que Almudena tampoco estaba.

Con todos los riesgos, al llegar el día cien del encierro, decidí volver a México.

En el aeropuerto de Barajas hubiera sido imposible reconocerte; las mascarillas ocultaban los rostros, imposible mirar tus labios.

Entre sollozos, despidiéndose de su familia, una jovencita española le decía a su amiga, “la vida me trata como si yo hubiera dado latigazos a Jesús”.

Contuve la carcajada, aunque me identifiqué con ella, al evocar muchos años por la ausencia de Almudena.

Doce horas de vuelo, con mascarilla y temores del contagio. Parecíamos una panda de leprosos, azuzados por el miedo.

En el cielo, cruzando el océano, volví a pensar: Si me vieras hoy, ¿me reconocerías?

Beber los vientos, fue esta historia.

Aquí estoy ahora.

Es el tiempo, el implacable.

Esos fueron los días, los meses, los años.


domingo, 26 de mayo de 2024

Por el fin de los caudillos

 



No a los caudillos, si a la pluralidad

Agustín Sánchez González

Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con los colores que asumió, como identidad, este gobierno. Los he visto reunirse, acercarse a la gente y, al mirarlos, me encuentro que algunos tienen el logo de MORENA y otros, el logo de alguna institución de gobierno, por ejemplo, la secretaría del Bienestar.

¿Cómo llegamos a esa perversidad? El viejo PRI nunca fue tan cínico de mostrarse asi, a pesar del uso faccioso de los colores de la bandera, y sobre lo que protestamos durante décadas. El alumno supera al maestro.

La historia del poder en México ha sido la expresión más acabada del autoritarismo personal; somos un país donde los caudillos siguen siendo hoy, los fenómenos más recordados: Antonio López de Santa-Anna, Benito Juárez y Porfirio Díaz, son el mejor ejemplo de ello.

Tras el asesinato de Álvaro Obregón,  presidente electo, en 1928, Plutarco Elías Calles, inventó una nueva expresión; señaló que se había terminado el tiempo de caudillos y comenzaba una época de instituciones.

Ello se tradujo en un caudillismo temporal, sexenal. Los presidentes se convirtieron en seres excepcionales cuyo poder, omnímodo, gestó una nueva forma de dominar a la sociedad a través de un país caudillista, como antaño, pero acotada por el tiempo.

 El propio Calles pensó que podría mantener en la sombra el poder y por ello se conoce esa etapa el Maximato, pues se le solía llamar “El Jefe Máximo de la Revolución”.

Tres presidentes debieron someterse a su mando: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez; Cárdenas, otro gran mito, un caudillo más, rompió con Calles y comenzó una nueva etapa a partir de la cual, negociaron los caciques del poder y de esta manera empezaron a variar las posiciones políticas de cada presidente, desde un populista como don Lázaro, hasta un tecnócrata neoliberal como Salinas de Gortari.

El poder presidencial era tal, que podía definirse muy fácil, se decía que cuando el presidente pregunta la hora, la respuesta del coro era: la hora que usted diga, señor presidente.

Este viejo sistema comenzó a desquebrajarse, poco a poco, a partir de las protestas del 68, que buscaban una democratización, ante el poder presidencial, que tuvo al partido oficial como una falsa careta democrática y tuvo su clímax en 1988 cuando, otro caudillo, Cuauhtémoc Cárdenas rompió con el partido oficial; en el año 2000, otro caudillo, Vicente Fox, terminó la etapa del PRI y durante dos sexenios parecía el fin del priismo, por lo menos a nivel presidencial.

En 2012, volvió un nuevo-viejo PRI que ya no resistió y comenzó un traslado hormiga hacia un nuevo partido: MORENA, conformado por un caudillo, López Obrador, un personaje autoritario que hasta los 38 años militó en el viejo PRI. Es decir, mientras que los jóvenes de su generación pensaban en el cambio y militaban en una izquierda socialista, él se mantuvo como fiel creyente del PRI, inclusive el neoliberal y salinista, pues al contrario de Cuauhtémoc y de Muñoz Ledo, permaneció fiel y disciplinado al partido tricolor.

MORENA, como el primer PRI, el PNR, es un frente que admite desde la ultraderecha (con el Yunque, ProVida, Legionarios de Cristo y Opus Dei) hasta una izquierda burocrática y anacrónica (Pablo Gómez es su mejor expresión)

En 2018, vendió su proyecto como un “cambio verdadero” y su discurso esperanzador y mesiánico tuvo un impacto inusitado: treinta millones de mexicanos le creyeron y se convirtió en el candidato más espectacular de nuestra historia.

No obstante, su gobierno ha sido una tragedia. NO me detendré en la argumentación económica, de salud o educativa, sólo en lo político.

La creación de MORENA ha significado la vuelta al autoritarismo presidencial. Es penoso leer declaraciones como la del ex procurador Bernardo Batís que declaró, a propósito de la grosera actuación contra Amparo Casar (más allá de si tiene o no razón, la voraz forma de atacarla por parte de AMLO, invadiendo su privacidad) señaló: “Yo confío plenamente en la buena memoria del presidente, tiene 20 años menos que yo y tiene mucha mejor memoria, yo no recuerdo esa reunión, pero no niego que haya sucedido". El historiador Héctor Aguilar Camín, señaló, al respecto: “Siempre es posible suplir una desmemoria con una cortesanía”.

Todo esto viene a cuento para decir que el presidencialismo volvió; ya desde el destape a la candidata Sheinbaum, groseramente llamado el corcholatazo.

MORENA devolvió el sueño autoritario al priismo en declive, el mejor ejemplo, en Yucatán: el candidato a gobernador es un viejo militante del PAN (y antes del PRI). El colmo es que la formula priista de 2018 es la misma de MORENA en 2024.

En México hemos vivido la democratización como el mito de Sísifo, cargando una roca para llegar a la cima de la democracia  y cuando estaba a punto de llegar la roca vuelve a caer, un Zeus autoritario se aparece y tira de nuevo la roca y hay que volver a cargarla esa pesada carga.

Y aunque la oposición actual, tampoco es lo mejor que tenemos, hay que darle fuerza y que la mafia del poder única no se eternice.

México es una nación plural y como tal, se debe mantener y respetar todas las expresiones existentes. Tener oposición es lo mejor que puede pasar a nuestro país, no tenerla, es caer en ese hoyo negro de la dictadura perfecta.

Somos más fuertes cuando reconocemos la fortaleza del otro.

NO hay muchas opciones, votaría por un partido socialdemócrata, pero no existe.

Sólo hay dos sopas, la continuidad autoritaria o el regreso a la pluralidad.  

Por eso, mi voto, será para Xóchitl.


https://www.eluniversal.com.mx/cultura/confabulario/por-el-fin-de-los-caudillos-por-el-regreso-a-la-pluralidad/

lunes, 20 de mayo de 2024

Zocalo Rosa


Nunca estuve en Tlatelolco. 

Estos miles que somos

Agustín Sánchez González

Los andenes de la linea 2 del metro lucen, por toda Tlalpan, de color de rosa.

Apenas abordo un tren, la algarabía de la gente es enorme, gritan a favor de su candidata y lanzan consignas pidiendo fuera el partido oficial.

A pesar de la cercanía, no estuve en Tlatelolco. Tenía 12 años y en mi proletario e industrial barrio, al norte de la ciudad, poca gente sabía qué pasaba. Una vez, en los años ochenta, le decía a una novia que yo había estado en todas las marchas después del halconazo de 1971.

                Mientras miro la imponente Catedral y echo un ojo a la barrera que ha puesto el presidente López Obrador  para encerrarse, cual solitario del palacio, como diría René Avilés Fábila. Según AMLO, que se fue a vivir al palacio para estar cerca del pueblo; pero, cual monarca, ahora no permite nadie se  acerque a ese palacio, al que durante décadas podríamos entrar, pasear por él, mirarlo con orgullo y que siempre estuvo abierto a la sociedad, aun en los momentos más autoritarios, como el diazordacismo; hoy se nos niega la entrada y se prohíbe el paso por las calles de Moneda y Corregidora.

El presidente nos cierra el paso, y eso se paga, hoy lo repudian miles de personas, y le gritan, osadamente, Narco presidente.

Pero hay otras demandas mayores, escucho a mi alrededor los gritos de democracia, y me pregunto a cuántos de estos miles he acompañado en este medio siglo de protestas contra el autoritarismo  antidemocrático del gobierno en turno.

Miro a muchos miles de chilangos que hemos visto pasar un México del presidencialismo autoritario, a un México que, en un suspiro, vivió y soñó en la democracia en el  último cuatro de siglo.


Me pregunto cuántas decepciones, cuando sueños quedaron arrumbados; cuántas personajes políticos amados se convirtieron en seres despreciables.

Hoy, como ayer, estamos en el ombligo del mundo, como decían los chovinista mexicanistas. Hoy, el zócalo lucen un sinfín de colores de los partidos que, ante su debilidad, se uniceron, pero sigue destacando  el rosa mexicano, que este domingo se convirtió en los colores de México. 

Un Zócalo Rosa, podría llamar, también a esta crónica.

Son los colores que la gente portaba, rechazando el absurdo mandato de la señora Tadei, presidenta del INE y miembro de una familia cuya mejor característica es su participación tanto en la militancia del partido en el poder, como  en las nóminas de este gobierno y que, por lo tanto, carece de  respeto alguno.

Son los dedazos que nunca hemos logrado desterrar.

El sol muestra su fuerza. Unos ciudadanos llevaban una bandera gigante, muy larga, a la que nos acogimos varios para resguardarnos de él para escuchar el reclamo de Guadalupe Acosta Naranjo y lulego un vigoroso discurso de Santiago Taboada que no mostró en el debate ante Clara y que hubiera sido contundente. “La esperanza cambió de manos”.

“Quiero una ciudad en que el Gobierno y la sociedad son más fuertes que cualquier organización criminal”; el gobierno ha preferido abrazar a los delincuentes y no a la victimas, también señaló.

La gente, abajo del templete, sigue gritando, cantando; familias enteras, gente de la tercera edad, jóvenes, mujeres y niños con banderas multicolores.

Mi generación, la que no estuvo en Tlatelolco, y la sobreviviente de aquel triste 1968, nos hemos vuelto a juntar en un marcha ciudadana, más allá de la presencia de una clase política corrupta y decadente que tuvieron, al menos, la dignidad de no subirse al barco del poder de un partido que revivió y fortaleció un presidencialismo autoritario, acogiendo a los peores miembros de aquellos partidos a los cuales ahora dicen rechazar.

El zócalo se vio acotado por el enésimo plantón de la CNTE, al que la marea rosa, a pesar de gritos y proclamas aisladas de este sector.

Medio siglo de protestas contra el poder me han vuelto bastante escéptico.

Este sexenio se han ido cerca de un millón de mexicanos, el ochenta por ciento por la irresponsable manejo de la pandemia y el otro por la violencia que nos ha legado la política de abrazos.

Hace varias décadas me queda claro que el poder es un mal necesario al que hay que acotar, revisar, cuestionar.

MI generación vivió con la consigna de no criticar a los gobiernos de izquierda, por ejemplo; yo he sido un lobo solitario y hasta en los sindicatos universitarios siempre fui la oveja negra. Hay que cuestionar todo, incluso a nosotros mismo.

No sé cómo he logrado abstraerme de los discursos llenos de optimismo, llamando a cuidar las casillas, a detectar la violencia que se ciñe por todo el país, a llamar a votar y cuidar las casillas, mientras miro las redes sociales, ajenas a la vida pública de antaño, que a la par de esta algarabía,  la satanizan, rechazan la presencia de estos miles que somos, que medio siglo después, estamos en el zócalo, soñando en un México plural y democrático, recordando a nuestra añorada poeta Rosario Castellanos: “ Recuerdo, recordamos/ hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

Hay que tumbar las barreras, esa infame y represiva muralla de un gobierno que ofreció democracia, prometió un cambio verdadero y lo que nos dio fue más atole con del dedo.


lunes, 8 de abril de 2024

ADIÓS querido Ziraldo

 El 6 de abril falleció uno de los grandes caricaturistas de este mundo: Ziraldo Alves Pinto, que firmaba como Ziraldo, Premio Quevedos, 2008. Uno de los autores clásicos de la literatura infantil y juvenil, en Brasil. Esta nota la publiqué hace unos años.


 


Me acabo de encontrar un tesoro: una caricatura que me hizo Ziraldo, hace nueve años, cuando le fue entregado el Premio Quevedo de Humor Gráfico, uno de los galardones más serios e importantes del mundo, digamos que como el Premio Cervantes, de Literatura y que han ganado artistas como Mingote, Quino o Forges.

Ziraldo cumplió 87 años el pasado 25 de octubre y hace 9, cuando recibió el premio Quevedos, el periódico El País lo presentó como El niño loco y feliz de Brasil.





Ziraldo es un gran caricaturista y un maravillo ilustrado de historias infantiles. "Soy un autor para niños, viejo. NO un viejo que escribe para niños", se presentó así, alguna vez.

Un año antes había estado con él en Barcelona, en Casa de las Américas, en un evento de humorismo gráfico en Iberoamérica, donde también estuvo otro gran caricaturista colombiano, Vladdo, que también me hizo una caricatura.



En esa semana que estuvimos en Alcalá de Henares, en 2009, fuimos a comer pollo y ahí, en una servilleta, me dibujó. 



Privilegios de la vida. 

Todos mis libros contienen una dosis de humor

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