Más sobre la obra de Manuel Junco, en la Bibioteca María Zambrano
03 Pintura
El espejo y el martillo. Manuel Junco
“El arte no es un espejo; es un martillo" rezaba no hace mucho una pintada, o un graffiti como ahora se dice, en una pared.
Interesante afirmación esa de utilizar el arte como herramienta, aunque si se le quita su rotundidad, no resulta tan reveladora si reparamos en que el arte, desde antiguo, ha sido valorado y sistemáticamente encargado para diversas causas y por tanto ha portado muy diversas funcionalidades, desde las exclusivamente descriptivas hasta las propagandísticas religiosas y políticas.
Incluso algún teórico podría ver la ocasión de responder que cualquier pieza artística no hace falta que exteriorice su intención funcional porque, en realidad, siempre posee una evidente utilidad ya que se dedica a satisfacer necesidades estéticas. Rudolf Arnheim, sin ir más lejos, afirma que el arte tiene una fundamental función práctica: ser el símbolo visual de la experiencia de la vida. Según él, nos permite afrontar los retos de la experiencia humana. El arte, al resolver el problema de la interacción entre fuerzas céntricas y excéntricas con una expresión adecuada, realiza lo mismo que el hombre intenta resolver en el curso de la vida. Es más, Arnheim dice que, a menos que el arte cumpla esa misión no será verdadero arte.
Si se dice que el arte es un espejo se alude sin duda a su capacidad para reflejar la vida, entendida en todos los sentidos imaginables. En efecto, posee la capacidad de transmitir las formas del mundo, y no solo para captar sus apariencias sino también para visualizar conceptos, símbolos, historias, pensamientos y fantasías.
Este poder de representación durante mucho tiempo se ha centrado obstinadamente en la habilidad del artista como mágico imitador de las formas externas. El hombre capaz de “mostrar lo que vemos los demás” se convierte en un chamán con un maravilloso poder por cuanto nos revela nuestras visiones con sus imágenes y consigue plasmar lo que hemos percibido.
Considerar el arte como martillo perfectamente puede referirse a su capacidad de afectar a la mente con su poder transgresor y proporcionar una sacudida a nuestro sistema formal, tan cuidadosamente establecido para nuestra tranquilidad y seguridad. Y esto lo sabían y aireaban los Dadaístas con absoluta convicción. El arte nos emociona y estremece, nos conmueve y “abre”, nos toca el resquicio impensable que contiene algo nuevo y sorprendente que se refiere a nosotros y nuestros sentimientos, que es nosotros mismos.
Su efectividad como comunicador de ideas y de ideologías, de conceptos y mitos, es obvia. Otra cosa es que esa instrumentalización sea realmente propia de él y de su esencia (Kant niega que el arte sea práctico y considera que su única y exclusiva finalidad es el propio arte) o que sea adecuada moral y éticamente dentro de un colectivo (el arte propagandístico religioso o político). Para algo se creó hace siglos una separación radical entre Bellas Artes y Artes Útiles.
“El espejo y el Martillo” es una exposición en que el artista Manuel Junco (www.manueljunco.com) presenta una esplendida reflexión sobre este tema. Desde el doble balcón que le proporciona su trayectoria en el campo del Diseño Gráfico, en el que desarrolla habitualmente su vida académica y profesional y desde su experiencia de hace décadas como humorista gráfico (publicó en la mítica Triunfo en los años 70, en El País Imaginario en los 80 y en Interviú en los 90) funde y destila en sus obras ese dilema espejo-martillo.
Es conocido el gusto de este artista por exhibir su obra gráfica en lugares de paso y al margen de los espacios habituales del arte. Prefiere alcanzar así al espectador desprevenido que pasea o que va a realizar cualquier tarea cotidiana, para pararle durante unos momentos y distraerle de manera inteligente.
Un espacio como el de una biblioteca como la María Zambrano no es ajeno al mundo de las exposiciones gráficas entre otras cosas porque el mundo de los libros y el de las imágenes desde siempre han estado unidos. Tanto en el diseño gráfico como en la ilustración, las estampas grabadas y las tipografías comparten las mismas aguas, no solo en las superficies de los papeles editados de siempre sino hoy mismo en Internet. Quizás el que estas piezas que hoy se exhiben en Madrid estén motivadas por un humor especialmente icónico es la mayor novedad, porque aquí la imagen aparece sin apoyos, incluso permitiéndose el lujo de cuestionarse a sí misma, de jactarse de sus contradicciones. Pero lo importante quizás es que estos dibujos proponen una inteligencia sobre uno mismo y su relación con los otros. Con un tono amable y divertido aunque nunca superficial, salen a nuestro paso.
Exposición de Manuel Junco. Del 13 de junio al 30 de septiembre. Biblioteca María Zambrano. C7 Profesor Aranguren. Ciudad Universitaria. Madrid.
www.manueljunco.com
Interesante afirmación esa de utilizar el arte como herramienta, aunque si se le quita su rotundidad, no resulta tan reveladora si reparamos en que el arte, desde antiguo, ha sido valorado y sistemáticamente encargado para diversas causas y por tanto ha portado muy diversas funcionalidades, desde las exclusivamente descriptivas hasta las propagandísticas religiosas y políticas.
Incluso algún teórico podría ver la ocasión de responder que cualquier pieza artística no hace falta que exteriorice su intención funcional porque, en realidad, siempre posee una evidente utilidad ya que se dedica a satisfacer necesidades estéticas. Rudolf Arnheim, sin ir más lejos, afirma que el arte tiene una fundamental función práctica: ser el símbolo visual de la experiencia de la vida. Según él, nos permite afrontar los retos de la experiencia humana. El arte, al resolver el problema de la interacción entre fuerzas céntricas y excéntricas con una expresión adecuada, realiza lo mismo que el hombre intenta resolver en el curso de la vida. Es más, Arnheim dice que, a menos que el arte cumpla esa misión no será verdadero arte.
Si se dice que el arte es un espejo se alude sin duda a su capacidad para reflejar la vida, entendida en todos los sentidos imaginables. En efecto, posee la capacidad de transmitir las formas del mundo, y no solo para captar sus apariencias sino también para visualizar conceptos, símbolos, historias, pensamientos y fantasías.
Este poder de representación durante mucho tiempo se ha centrado obstinadamente en la habilidad del artista como mágico imitador de las formas externas. El hombre capaz de “mostrar lo que vemos los demás” se convierte en un chamán con un maravilloso poder por cuanto nos revela nuestras visiones con sus imágenes y consigue plasmar lo que hemos percibido.
Considerar el arte como martillo perfectamente puede referirse a su capacidad de afectar a la mente con su poder transgresor y proporcionar una sacudida a nuestro sistema formal, tan cuidadosamente establecido para nuestra tranquilidad y seguridad. Y esto lo sabían y aireaban los Dadaístas con absoluta convicción. El arte nos emociona y estremece, nos conmueve y “abre”, nos toca el resquicio impensable que contiene algo nuevo y sorprendente que se refiere a nosotros y nuestros sentimientos, que es nosotros mismos.
Su efectividad como comunicador de ideas y de ideologías, de conceptos y mitos, es obvia. Otra cosa es que esa instrumentalización sea realmente propia de él y de su esencia (Kant niega que el arte sea práctico y considera que su única y exclusiva finalidad es el propio arte) o que sea adecuada moral y éticamente dentro de un colectivo (el arte propagandístico religioso o político). Para algo se creó hace siglos una separación radical entre Bellas Artes y Artes Útiles.
“El espejo y el Martillo” es una exposición en que el artista Manuel Junco (www.manueljunco.com) presenta una esplendida reflexión sobre este tema. Desde el doble balcón que le proporciona su trayectoria en el campo del Diseño Gráfico, en el que desarrolla habitualmente su vida académica y profesional y desde su experiencia de hace décadas como humorista gráfico (publicó en la mítica Triunfo en los años 70, en El País Imaginario en los 80 y en Interviú en los 90) funde y destila en sus obras ese dilema espejo-martillo.
Es conocido el gusto de este artista por exhibir su obra gráfica en lugares de paso y al margen de los espacios habituales del arte. Prefiere alcanzar así al espectador desprevenido que pasea o que va a realizar cualquier tarea cotidiana, para pararle durante unos momentos y distraerle de manera inteligente.
Un espacio como el de una biblioteca como la María Zambrano no es ajeno al mundo de las exposiciones gráficas entre otras cosas porque el mundo de los libros y el de las imágenes desde siempre han estado unidos. Tanto en el diseño gráfico como en la ilustración, las estampas grabadas y las tipografías comparten las mismas aguas, no solo en las superficies de los papeles editados de siempre sino hoy mismo en Internet. Quizás el que estas piezas que hoy se exhiben en Madrid estén motivadas por un humor especialmente icónico es la mayor novedad, porque aquí la imagen aparece sin apoyos, incluso permitiéndose el lujo de cuestionarse a sí misma, de jactarse de sus contradicciones. Pero lo importante quizás es que estos dibujos proponen una inteligencia sobre uno mismo y su relación con los otros. Con un tono amable y divertido aunque nunca superficial, salen a nuestro paso.
Exposición de Manuel Junco. Del 13 de junio al 30 de septiembre. Biblioteca María Zambrano. C7 Profesor Aranguren. Ciudad Universitaria. Madrid.
www.manueljunco.com
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