El discreto encanto de los reyes |
Es una ciudad maravillosa de la cual siempre digo que si la vida me expulsara de Chilangolandia, y sólo así, marcharía con mis maletas a esa ciudad tan nuestra, tan cosmopolita, tan hermosa y a la vez tan goyesca.
El cielo madrileño es único.
Estuve unos días, en este mes de junio, me tocó ver el cambio de estafeta en la monarquía, momento histórico, sin duda, en que un rey abdica en favor de su hijo, en situaciones de máxima tranquilidad, sin aspavientos (sólo hubo pequeñas manifestaciones pidiendo un referéndum). Un momento de calma y hasta de indiferencia. El día de toma de posesión de Felipe VI, estaba en Cádiz y lo único extraordinario ahí fue el echar las campanas a vuelo durante 20 minutos.
En Madrid me tocó presenciar, también, las derrotas futboleras de España. Un pueblo cuya pasión es nutrida por el futbol.
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¿Las huestes de René Bejarano? |
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Pero por cierto, tal vez lo que más me ha impresionado en mi reciente viaje, fue la manera en que los madrileños permitieron se modificara el nombre de SOL, la emblemática estación del metro y a quien ahora le antecede el nombre de una marca telefónica que no repetiré para no hacerles el caldo gordo ante mis 14 lectores y se vayan a suscribir gracias a ese anuncio.
Cómo Alfredo Zitarrosa, me despedí de Madrid el domingo pasado:
Sabes Madrid, nada te di,
tú me dejaste dormir;
fui un arlequín, dulce Madrid,
soñando con mi país.
tú me dejaste dormir;
fui un arlequín, dulce Madrid,
soñando con mi país.
Adiós Madrid. Vuelvo a vivir.
Dura raíz, siento al partir
que algo de mí se queda aquí
ya para siempre: la ardiente ilusión de quererte,
ser fuerte y dejarte, sin dejar de amarte.
Dura raíz, siento al partir
que algo de mí se queda aquí
ya para siempre: la ardiente ilusión de quererte,
ser fuerte y dejarte, sin dejar de amarte.
Coro
¡Gracias Madrid!
¡Gracias Madrid!
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