Este es un fragmento de mi libro La portentosa vida de José Guadalupe Posada, cuya versión e-pub presentaré el sábado 3 de marzo en la Feria del Libro de Minería.
De muertes y vida
En
este pueblo, San Marcos, que con el correr de los años se convirtió en uno de los cuatro
barrios de la ciudad, nació José Guadalupe, a las diez de la noche del día 2 de
febrero de 1852. Llegó al mundo en una pequeña y humilde casa de la entonces
calle de Los Ángeles,
Era el día de la Candelaria, cuando se celebran las candelas,
las velas que iluminan de alegría al mundo pues se conmemora la presentación
del Niño Jesús en el Templo, al celebrarse los cuarenta días de haber nacido, según
la tradición católica. Es pues, en el ritual católico, día de fiesta en muchos
lugares de México y del mundo.
Pero no había luz, sino tinieblas.
Aguascalientes era azotada por el llamado "cólera
grande" que había provocado, en los últimos veinticuatro meses, cerca de
diez mil muertes.
En la Historia de
Aguascalientes, Agustín González anota que tan sólo en 1850 sucumbieron
cinco mil personas, la quinta parte de la población. “Por lo mismo y por haber
cundido el pánico, no se vieron en esta época los actos de abnegación, de
caridad cristiana que hemos visto durante las invasiones de matlazáhuatl y de
viruela... Algunos enfermos sucumbían en el abandono y en medio de los más
intensos dolores. La vista de las montañas de cadáveres que se formaron en los
cementerios era pavorosa y se llegó a decir que, a causa de la precipitación y
el temor al contagio, muchas personas
fueron enterradas vivas”.
Prácticamente no hubo una sola familia que no perdiera cuando
menos a uno de sus miembros; hubo casos extremos en que la familia entera
desapareció.
A finales de la década de los cuarenta la cifra de muertos se
había duplicado; a esa calamidad se sumó la crisis económica y comercial; el
abandono de las cosechas o la pérdida de las misma debido a la propia crisis.
El periódico La
Imitación, en su “Conclusión del año de 1850”, se leía:
“El año de 850
acaba, pero su memoria quedará perenne
en el corazón de tantos y tantos pobres que han quedado en la orfandad; hará
época en los anales de la vida humana, porque sus días de execrado recuerdo
serán siempre el objeto del “llanto lastimero”
de las viudas, del gemir prolongado de los huérfanos.”
Tal vez esa fue uno de esos recuerdos imborrables que
quedaron para siempre en la memoria de un niño que padeció este dolor o escuchó
de gente muy cercana, con tristeza.
¿Y quien explicaba lo que pasaba? ¿A quién se
responsabilizaba?
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