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domingo, 5 de abril de 2015

Cuando el gobierno carranceó una hora

Este texto lo publiqué en Confabulario, Suplemento Cultural de El Universal, el 29 de octubre de 2005. 



En febrero de 1921, hace casi 85 años, debido a la sequía provocada por la falta de lluvias en la Sierra de Necaxa, la famosa planta eléctrica que surtía de energía a la Compañía de Luz y Fuerza, dejó de llegar la luz a la ciudad de México, provocando una severa crisis de alumbrado en la metrópoli

Por ello, la Secretaría de Industria y Comercio y la Presidencia Municipal de la Ciudad de México acordó, como medida de economía, para resolver dicho conflicto, adelantar una hora todos los relojes públicos de la capital.

La gente, obviamente, lo tomó a chunga, no faltó quien la llamara “la Hora Malora”; los epigramistas se dieron vuelo, el Abate Benigno, escribió en El Universal:

Tiembla la mecanógrafa al pensar que las 7
Son las 8; los jefes de sección, en brete
Están porque a la una dan las doce; el pito
Saca el guardián mucho antes de las 9,
Y el grito de los revendedores de boletos proclama
Apenas obscurece, que la tanda nos llama
Al goce hondo y pacifico de las majaderías
Conque se ha enriquecido la escena en estos días...

El Señor Nicolás Ramos, EL relojero de Palacio Nacional hizo sonar el reloj de Catedral a medianoche; eran las once, unos instantes después, once y cuarto, la media, las tres cuartos y las doce. Todo un tiempo fugaz,  un santiamén, una hora perdida en unos cuantos segundos.
            A las 11 ya eran las 12 y las críticas seguían: “los únicos que en realidad resultaron víctimas son quienes se ven obligados a trabajar a las siete de la mañana; somos tan perezosos, que los lecheros a esa hora, apenas comienzan a sacar la leche de los establos”.
            Quizá el gremio más perjudicado fue el de los teatreros pues el Ayuntamiento ordenó que todos los espectáculos públicos cerraran a las doce de la noche.
Como obscurecía antes de tiempo y se apagaban las luces de la calle, la gente ya no quería acudir a ver a los actores que hacían su mayor esfuerzo por distraer a la diezmada y pobre población; los teatros deberían cerrar a las 12 de la noche y los cines mucho antes; María Conesa estrenó, en esos días, México a obscuras, en el Teatro Colón.
            Las pérdidas en cines y teatros fueron cuantiosas pues la gente no quería salir a las calles obscuras: con el control del alumbrado, aumentó la delincuencia. Las calles se quedaban vacías y el tráfico disminuía a casi cero.
            Sánchez Filmador, escribía en Zig-Zag:
Son las siete...
- No es cierto, hijito, son las seis.
-  Son las 7, hora oficial!
- Mire, señor, yo no sé de relojes
- Pero aquí no hay cuestión
Yo observo por la luz que horita son las seis
Aquí y en China
Y que diga el gobierno lo que quiera

            El pueblo debió aceptar el cambio de horario debido a los chantajes del  gobierno obregonista que señalaba que si se mantenía el derroche, “En abril no habrá luz ni fuerza”, como anunció, a ocho columnas, El Universal.
            Los comerciantes también acataron la orden, no sin criticarla. El Presidente de los comerciantes franceses, el señor Galard, señaló que “con gusto vamos a acatar las nuevas disposiciones, aunque esto representa una pérdida efectiva de una hora de las ventas pues es muy dudosa que la clientela se someta a los cambios de costumbre”. No obstante, entendían que al suprimir el alumbrado público la ciudad se torna peligrosa.
Pero, así las cosas, Sánchez Filmador decía una gran verdad:
             No me vengan a mí con tus pamplinas
             Apagarán la luz en las esquinas
             Pero a mí quien me obliga
            A adelantar una hora en mi barriga
           Y a acostarme cuando me dé la gana...

            Los teatreros ni se inmutaron pese a la crisis, en los días siguientes presentaron obras como El Jardín de Obregón (jugando con el apellido del nuevo presidente gringo, Harding, que en esos días tomaba posesión) o Las calles de don Plutarco, referida a quien sería presidente de México.
Y en resumen, concluye Sánchez Filmador, que todo sigue igual excepto los relojes, que en revancha, siguen marcando la tremenda plancha de la hora oficial.
También Rafael López escribió en ese tenor: “para el que esto escribe no hay problema solar: el reloj que posee se atrasa espontáneamente o se adelanta en igual forma, por no clocar bien su registro. Es un reloj medio reaccionario con sus manecillas levemente socialistas”.
La gente deseaba que un aguacero torrencial hiciera recobrar los tiempos idos y echara atrás estos tiempos caóticos.
      En los días siguientes, esta medida fue olvidándose, sobre todo en septiembre, cuando el General Obregón comenzaron a los festejos del Centenario de la Consumación de Independencia y las fiestas y los  concursos, donde destacó el Certamen de La India Bonita.
No obstante, los mexicanos, tan buenos para el bien decir, recordaron que aunque Venustiano Carranza  había sido asesinado un año atrás, la memoria popular conservaba el verbo Carrancear, como sinónimo de robar y entonces, solía decir que “el gobierno se había carranceado una hora”.



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