martes, 17 de julio de 2018

El General en la Bombilla. Primer capítulo

Después de años de estar agotado, acabo de publicar en Amazon la edición impresa y la edición e-book de este libro publicado originalmente en 1993. Creo que tiene una enorme vigencia por el México que nació en 2018, donde todo va a cambiar... para seguir igual.
Este es el primer capítulo.

                                                       


                                                     Dulce ángel de mi guarda, no te podrás quejar, ya te subí muy alto.

La mirada del diputado Ricardo Topete es insistente y recelosa. Un hombre de complexión delgada y tez pálida, vestido con traje desgastado, estilo charleston, color café con tonos rojizos, se encuentra, desde hace varios minutos, junto al portal del comedor.
            Parece realizar algunos trazos en un bloc de dibujo, pero su obsesiva mirada hacia la mesa de honor inquieta al diputado Topete, que busca a uno de sus ayudantes para averiguar las intenciones de ese hombre.
                                                Ahora sí consumo mi propósito o me cogen y me encuentran con la pistola preparada y sé la suerte  que me espera y me matan como espero.

            José de León Toral hace a un lado los botones de su chaleco y descorre la palanca de la pistola, dejándola lista para disparar. Camina tranquilamente, con el cuaderno en la mano, corrigiendo los trazos. Cuenta, uno a uno, los trece pasos que separan el sitio en él que se encuentra de la mesa de honor que ocupa el general Alvaro Obregón. Lleva, además del bloc, un periódico bajo el brazo.
                                                                        Voy a morir ahorita, pero si no logro lo que busco, me perjudicarán.

  Sólo espera que sus nervios no lo traicionen.
  Se acerca al diputado Topete y le muestra sus dibujos: la caricatura de Alfonso Esparza Oteo, director de la orquesta, así como los otros apuntes: el de Obregón, Aarón Sáenz y Aurelio Manrique. El diputado asiente al mirar el dibujo del general, señalándolo como el mejor.

                                                                        Este es el último dibujo de mi vida, dentro de poco estaré muerto.

   El maestro Esparza Oteo, vestido de charro como el resto de la orquesta, levanta los brazos indicando a sus músicos el inicio de una animada canción: El limoncito, cuya letra dice: Al pasar por tu ventana me tiraste un limón; el limón me dio en la cara y el zumo en el corazón...
            Las manos de Toral tiemblan ligeramente, las tiene libres, tras dejar el periódico en la mesa y el bloc a los políticos, quienes no sospechan nada. Aarón Sáenz esboza una ligera sonrisa al examinar su caricatura y Toral siente, en ese momento, la mirada de su víctima.
            Son las dos de la tarde con veinte minutos. Los meseros, presurosos, sirven el plato fuerte: cabrito al horno.
                                                            Que uno de mis balazos le toque en el corazón y que ésta sea la señal de que se ha arrepentido.

            El general toma una servilleta, se limpia el bigote y los dedos. Espera los dibujos que habían pasado por las manos de Topete y Sáenz, éste se los entrega.
            Toral está a unos cuantos pasos. Cubre su saco ‑tras del cual esconde la pistola‑ con el bloc de dibujo sostenido por la mano derecha. Decide cruzar el pórtico de flores en forma de herradura.

                         Ayúdame Dios mío. Santo ángel de mi guarda, no me desampares. En un rato te veré en el cielo.   

            El general voltea amablemente hacía Toral, éste se acerca, caminando por un estrecho pasillo entre  el arreglo floral y las sillas. Mira con timidez al general que le responde con una sonrisa.
                                      Dios mío: te ofrezco mi alma y corazón para que eternamente reines en mi patria.

            Con ágil e insospechado movimiento, pasa su bloc de dibujo a la mano izquierda, al pasar por tu ventana me tiraste un limón, saca la pistola, el limón me dio en la cara, aprieta el gatillo, y el zumo en el corazón, y dispara directamente al rostro de Obregón.
            El general recibe el primer tiro en la cara. Los siguientes en el cuerpo. Tras la descarga, el asesino se lleva las manos a las sienes, apretándoselas, cierra los ojos... espera la muerte.
            Suenan varios balazos. Todos quedan paralizados por un instante, algunos confunden el sonido de las balas con las percusiones de la orquesta.
            Dios mío, Dios mío, bendíceme.
            Obregón resbala hacia adelante en su asiento, cuando está casi bajo la mesa, se inclina a la izquierda, en tanto que Aarón Sáenz intenta incorporarlo con dificultad.
            Los hombres cercanos a él miran caer el único general revolucionario invicto.
            La orquesta guarda silencio.


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