Este es el primer capítulo.
Dulce ángel de mi guarda, no te podrás
quejar, ya te subí muy alto.
La mirada del diputado Ricardo Topete es insistente y
recelosa. Un hombre de complexión delgada y tez pálida, vestido con traje
desgastado, estilo charleston, color café con tonos rojizos, se encuentra,
desde hace varios minutos, junto al portal del comedor.
Parece
realizar algunos trazos en un bloc de dibujo, pero su obsesiva mirada hacia la
mesa de honor inquieta al diputado Topete, que busca a uno de sus ayudantes
para averiguar las intenciones de ese hombre.
Ahora
sí consumo mi propósito o me cogen y me encuentran con la pistola preparada y
sé la suerte que me espera y me matan
como espero.
José de
León Toral hace a un lado los botones de su chaleco y descorre la palanca de la
pistola, dejándola lista para disparar. Camina tranquilamente, con el cuaderno
en la mano, corrigiendo los trazos. Cuenta, uno a uno, los trece pasos que
separan el sitio en él que se encuentra de la mesa de honor que ocupa el
general Alvaro Obregón. Lleva, además del bloc, un periódico bajo el brazo.
Voy a
morir ahorita, pero si no logro lo que busco, me perjudicarán.
Sólo espera que
sus nervios no lo traicionen.
Se acerca al
diputado Topete y le muestra sus dibujos: la caricatura de Alfonso Esparza
Oteo, director de la orquesta, así como los otros apuntes: el de Obregón, Aarón
Sáenz y Aurelio Manrique. El diputado asiente al mirar el dibujo del general,
señalándolo como el mejor.
Este
es el último dibujo de mi vida, dentro de poco estaré muerto.
El maestro
Esparza Oteo, vestido de charro como el resto de la orquesta, levanta los brazos
indicando a sus músicos el inicio de una animada canción: El limoncito, cuya
letra dice: Al pasar por tu ventana me tiraste un limón; el limón me dio en la
cara y el zumo en el corazón...
Las
manos de Toral tiemblan ligeramente, las tiene libres, tras dejar el periódico
en la mesa y el bloc a los políticos, quienes no sospechan nada. Aarón Sáenz
esboza una ligera sonrisa al examinar su caricatura y Toral siente, en ese
momento, la mirada de su víctima.
Son las
dos de la tarde con veinte minutos. Los meseros, presurosos, sirven el plato
fuerte: cabrito al horno.
Que uno de mis balazos le toque en el
corazón y que ésta sea la señal de que se ha arrepentido.
El
general toma una servilleta, se limpia el bigote y los dedos. Espera los
dibujos que habían pasado por las manos de Topete y Sáenz, éste se los entrega.
Toral
está a unos cuantos pasos. Cubre su saco ‑tras del cual esconde la pistola‑ con
el bloc de dibujo sostenido por la mano derecha. Decide cruzar el pórtico de
flores en forma de herradura.
Ayúdame Dios mío. Santo ángel de mi guarda,
no me desampares. En un rato te veré en el cielo.
El
general voltea amablemente hacía Toral, éste se acerca, caminando por un
estrecho pasillo entre el arreglo floral
y las sillas. Mira con timidez al general que le responde con una sonrisa.
Dios mío: te ofrezco mi alma y corazón para
que eternamente reines en mi patria.
Con
ágil e insospechado movimiento, pasa su bloc de dibujo a la mano izquierda, al pasar por tu ventana me tiraste un limón,
saca la pistola, el limón me dio en la
cara, aprieta el gatillo, y el zumo
en el corazón, y dispara directamente al rostro de Obregón.
El
general recibe el primer tiro en la cara. Los siguientes en el cuerpo. Tras la
descarga, el asesino se lleva las manos a las sienes, apretándoselas, cierra
los ojos... espera la muerte.
Suenan
varios balazos. Todos quedan paralizados por un instante, algunos confunden el
sonido de las balas con las percusiones de la orquesta.
Dios
mío, Dios mío, bendíceme.
Obregón resbala hacia adelante en su
asiento, cuando está casi bajo la mesa, se inclina a la izquierda, en tanto que
Aarón Sáenz intenta incorporarlo con dificultad.
Los
hombres cercanos a él miran caer el único general revolucionario invicto.
La
orquesta guarda silencio.
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