Tirando a gol
"A todos los que quieren y aman el futbol
ÁNGEL FERNáNDEZ
Aunque
le parezca extraño, hace años que no veo futbol. No, ya ni siquiera me gusta;
es más, me encabrona. Todo empezó ese día en que inauguraron el Estadio Azteca.
Me acuerdo que mucha gente circulaba por la Calzada de Tlalpan, en aquel
entonces no había Metro y los tranvías hacían un largo recorrido por toda la
ciudad. El sueño de mucho tiempo atrás se convertía en realidad, todos mis
cuates me envidiaron, claro que yo no Ies conté a que iba, pero todos compartían
conmigo la emoción, ninguno de nosotros conocía cómo era un estadio y ni idea teníamos.
Cuando vi la construcción desde el tranvía, me quede toditito apendejado.
Yo no iba a ver el futbol, aunque me moría de ganas, más
bien iba a vender unas "mosquitas vaciladoras" de juguete que
fabricaba mi primo —Chucho Mosca— y que luego vendía en los mercados y en los
tianguis. Parecían de verdad. Las hacíamos con un pedazo de hule-espuma y sacábamos
Buenos centavos. Volaban por medio de un alambrito y costaban up peso. Desde
que salimos de la casa, el Chucho se puso a venderlas y con ello pagué el
primer camión, de 30 centavos y luego los tranvías de a 35 fierros.
Pues sí, fue hace 20 años y como ve, ahora ya no puedo correr
como en ese entonces cuando imitaba al Chalo Fragoso o me aventaba unos
paradones como Ataulfo Sánchez. Me gustaba jugar de caza-goles pero también era
un buen guardameta que defendía a capa y espada a los cremas del América. Jugábamos
en los camellones del Rio Consulado, ahí por donde pasa ahora el Circuito
Interior; esto estaba a la salida de mi escuela —la Club de Leones— por el monumento
a La Raza; viera qué golazos metía.
En las mañanas, antes de irme a la escuela, iba con mi
primo a trabajar en las mosquitas. Ganaba entre ocho y diez pesos a la semana,
dependía que no echara la hueva y taloneara bonito. Mi primo nos pagaba a
destajo; por pegar el cuadro de hule espuma, coser el cuerpo o amarrar el
alambre con el que volaban, 10 centavos la pieza; pegar alitas, ojos, o poner
las patas con hilo, cinco. Ganábamos más si nos poníamos a venderlas, pero a mí
me daba pena.
El estadio era bien bonito. El día de la inauguración hasta
me espanté cuando oí el inmenso grito que hizo retumbar el puente que atraviesa
Tlalpan, y es que el América había anotado un gol. Ese pinche negrito del Arlindo
lo metió y eso que los centrarlos eran un equipo europeo, creo que el Torino y
eran de Italia. Cómo quise estar dentro del estadio, sin embargo, me conformé.
Estaba muy contento de que el América les ganara y así fue. Mientras acababa el
partido y empezaba a salir la gente nos compramos unas tortas, porque después
iba a ser rete difícil que comiéramos algo. No estaban mal las tortitas,
lástima que fuera pura finta lo del jamón. Me tomé una Pepsi para bajar el pan
y el Chucho pidió una cerveza.
Me cai que en ese tiempo pensaba que algún día iba a estar
adentro de la cancha vistiendo los colores americanistas. Oímos dos gritos más
de gol y nos enteramos del triunfo del América. La gente empezó a salir, nunca
había visto tantas personas juntas y afuera un chingo de puestos multicolores
que vendían banderines, escudos, llaveros, fotos y muchas otras cosas de los
equipos. Había también tortas, tacos sudados —cinco por un peso— y los puestos
de birria o tacos de barbacoa. Todo era chingonsísimo y yo estaba tan contento.
"Mosquitas
vaciladoras/para bromas y vaciladas/son de a peso/para su niño o su niña/son de
a peso". Y ahí nos tiene vendiendo mucho, como si las estuviéramos
regalando. Toda la semana habíamos chambeado el resto, me acuerdo que, incluso,
había faltado un día a la escuela para poder acabar. El Chucho estaba rete
contento, no podía creerlo.
Como a las tres y cuarto de la tarde ya casi toda la gente
había salido y ya nada más nos quedaban como 20 mosquitas. El Chucho Mosca fue
a tomarse una Victoria para celebrar la venta y yo me comí unos taquitos de
barbacoa y otra Pepsi para quitarme la sed tan cabrona que traía. Me dio 20
varos, de los de entonces. Yo me sentí inmensamente rico. Luego, pensé en
comprarme unos zapatos de futbol que había visto en el mercado de Granaditas
que costaban 15 pesos y fui a comprar un póster gigante de los azulcremas.
Luego de que el Chucho se tomara cinco o seis cervezas más,
nos regresamos. El tráfico estaba rete cabrón y no había manera de subir a los
camiones. Nos tuvimos que ir colgados de un tranvía, yo como que no quería pues
se me iba a arrugar el póster, o a la mejor ya traía el aviso de Dios por un
presentimiento. A la altura de Municipio Libre, al acomodar mi póster, me
resbalé y esta pierna, la "pata bendita", fue alcanzada por la rueda
del pinche tren.
Durante días enteros, en el hospital, sufrí intensamente
pues sabía que ya no jugaría futbol con el América, ni estaría en la cancha del
monumental Estadio Azteca.
¿Ahora entiende por qué chingaos no me gusta el futbol?
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