NUESTROS abuelos aztecas, de
seguro, se burlaron con saña de sus gobernantes. Lamentablemente, nada
de ello ha quedado, pues las palabras van al aire, se pierden en el tiempo; es
difícil saber cómo los apodaban y cómo, verdaderamente, eran tratados. Por la
parte española, conocemos los textos de escritores como don Francisco de
Quevedo y, en México, el Negrito Poeta, José Joaquín Fernández de Lizardi, o
Guillermo Prieto, arrancaban las carcajadas y se burlaban del poder. Qué decir
de los críticos de la dictadura porfirista, que escribían en El Hijo del
Ahuizote, o los críticos del maderismo de la Revista Multicolor. Pero la risa
llega al teatro de revista, a la carpa, durante aquel lejano tiempo en el que
los cómicos hacían reír. Artistas como el Cuatezón Beristáin o Roberto el
Panzón Soto hacían las delicias del pueblo al burlarse, como pocos, del poder.
Pero estos cómicos contaban con escritores de la talla de Pepe Elizondo, Pablo
Prida Santacilia, Carlos M. Ortega o el Güero Castro Padilla.
DIPUTADOS Y CAMIONES
Albures y políticas, política y albures. Ingeniosos nombres
para llamar a los presidentes: "La Huerta de don Adolfo", "Las
Calles de don Plutarco", "Bárbaro Ladrón", "El Rubio
Pascual", "Los Cárdenas de Lázaro"... La burla era cotidiana y
nuestros abuelos se reían "en serio". La vida diaria era retomada con
un sentido crítico: la ciudad y la política, las bromas y las penas. En la
época del general Cárdenas se preguntaba: ¿en qué se parecen los diputados a
una línea camionera? Sencillo: salen de Guerrero, pasan por la Reforma, rodean
la Constitución, arriban por la Moneda y siempre andan gritando:
¡Merced-Lázaro! Por esos años, los hombres del teatro de revista representaron
El último impuesto, reproches, ya desde entonces, al exceso de poder del dedo
mágico, de la democracia mexicana. Mario Vargas Liosa, el escritor peruano,
dijo que México era una dictadura perfecta. Un destacado priísta se molestó:
"Es un exagerado —dijo muy serio—, sí tenemos algunos errores...". Y
cuando la crisis arrecia, los chistes no se hacen esperar. Quizá por ello,
Pascual Ortiz Rubio ha sido uno de los presidentes de los que más se ha hecho
mofa.
EL VECINO DE ENFRENTE
Ortiz Rubio llegó al poder como el primer candidato del
entonces recién fundado Partido Nacional Revolucionario, abuelo del actual PRI.
Era la época en la que Plutarco Elías Calles dominaba el panorama político
nacional, era el "jefe máximo de la Revolución", por lo que este
periodo ha sido denominado como el "Maximato" El día de su toma de
posesión, Ortiz Rubio sufrió un atentado que lo atemorizó de tal manera que, se
dice, ni siquiera salía a la calle. Repuesto del susto, se le vio tomando
acciones verdaderamente intrascendentes. Las dos grandes obras de su gobierno
fueron: la inauguración del paso a desnivel en San Juan de Letrán, que la gente
bautizó como El túnel del Simplón, y la construcción de la "jaula de los
monos", en el zoológico de Chapultepec. Se decía que no había primera
piedra que Ortiz Rubio no colocara, ni té de honor que no bebiera. No es
gratuita la anécdota que cuenta que durante su administración algún guasón
colocó un letrero bajo el Castillo de Chapultepec, antigua residencia presidencial,
que decía Aquí vive el Presidente, el que manda, vive enfrente. Calles vivía en
Anzures. Así, el país se debatía ante la angustia de tener un presidente débil
ante una sociedad añorante de un poder firme y seguro. Desde antes de la
Conquista, los tlatoanis mexicas dominaban a la sociedad con acciones
autoritarias. Con la llegada de los españoles no nos fue mejor: el absolutismo
se adaptó perfectamente a la sociedad de poder personal y autoritario.
Hoy, los
vaivenes presidenciales han permitido que el humor, como el dólar, se encuentre
a la alza. El chiste más claro es aquel que pregunta: — ¿En qué se parece el
gabinete de Ernesto Zedillo a la Semana Santa? La respuesta es simple, según
dicen: —En que no se sabe si cae en marzo o en abril...
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