Carlos Colorado había
nacido en Tabasco hace 51 años. Hoy lo supe por la prensa. Nunca lo imaginé,
será porque yo era un niño cuando oía a la Sonora Santanera de Carlos Colorado
al lado de la "Chamaca de oro".
Las fiestas sindicales de la harinera
en donde mi tío Juan era dirigente sindical de un pequeño sindicato, eran engalanadas
por La boa, Caperucita, Mi razón, El mudo,
Musita. Eran los sesenta lejanos en que ni a la primaria acudía, pero ya
cantaba "los aretes que le faltan a la luna, los tengo guardados en el
fondo del mar".
Las
calles de la "Patrimonio Familiar", en el norte de la ciudad, donde
era común oír las voces de Juan, Silvestre y Andrés. "Me chiveo",
decía cuando me pedían que cantara una canción de la Santanera. La competidora
de la de Matanzas, la Sonora Matancera, la grande, la de Celia, Bienvenido
Granda, Celio González. Sin embargo la otra la sentía más mía, más de mi
barrio. Hoy me gustan igual.
Decía
de las fiestas, el 24 de junio, en que don Juan echaba la casa por la ventana.
Se bajaba la consola al patio y todos los compañeros de mi tío, y mis tías,
primos y hermanos bailaban hasta dos días enteros La cumbia del torero, El futbol, Atolito con el dedo.
Un
día escuché contar a mi mamá que cuando se separó de mi padre, en una lonchería
de la Prohogar, él le puso como despedida, en la sinfonola de tres canciones por
veinte centavos, Mi adiós; "te digo
adiós, te deseo que haya suerte y que logren quererte como te quise yo”.
Luego
vino el cambio de la vida proletaria y la intromisión al campus clase mediero
ilustrado. Hace dos años, sin embargo, en diciembre, durante una posada, me
reencontré con la Sonora Santanera en el Hotel de México.
Entonces me dio gusto volver a recordar los
viejos tiempos del hambre; a la compañerita acompañante le tuve que hacer toda
una reseña histórica de la importancia de la Santanera. Le señalé quién era
Juan, quién Silvestre y quién Andrés. Estaba Carlos Colorado, con su trompeta,
su seriedad tabasqueña. Nadie bailaba. Señoras cuarentonas veían emocionadas a
los ídolos de quienes seguramente estuvieron enamoradas a los quince años;
muchas de ellas enamoraron a sus hombres, o viceversa, con las románticas,
fresas y chabacanas letras: Habla con mi
corazón, Yo trataré de mil maneras complacerte, Pero me muero si a mi lado tú
no estás.
Por
suerte para los "santaneros", la clase media Ilustrada que llegó
tarde al son, como ha llegado tarde a toda la cultura popular, nunca los descubrió,
ni los gozó.
Hoy
ha muerto Carlos Colorado, me late que tronaron, que se acabaron 28 años de
Juan, Silvestre y Andrés, que se acabaron Las
fiestas de diciembre.
La boa —su primer gran éxito—
difícilmente se volverá a escuchar, pues la trompeta del amigo Colorado se ha enterrado.
No me pareció exagerado cuando un diario dijo que había luto en México por la
muerte del director de la Sonora Santanera. Tampoco mi prima Rosa, que murió el
mismo día que Carlos Colorado, volverá a escuchar El Botones en aquellas
fiestas en que su padre, mi tío Juan, -también muerto hace años, ponía a todo
volumen Luces de Nueva York.
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