viernes, 22 de junio de 2018

La Sonora Santanera. El Día de San Juan

El 3 de mayo de 1986, publiqué este texto en el periódico La Jornada, tras la muerte del creador de la Sonora Santanera: Carlos Colorado








Carlos Colorado había nacido en Tabasco hace 51 años. Hoy lo supe por la prensa. Nunca lo imaginé, será porque yo era un niño cuando oía a la Sonora Santanera de Carlos Colorado al lado de la "Chamaca de oro". 

Las fiestas sindicales de la harinera en donde mi tío Juan era dirigente sindical de un pequeño sindicato, eran engalanadas por La boa, Caperucita, Mi razón, El mudo, Musita. Eran los sesenta lejanos en que ni a la primaria acudía, pero ya cantaba "los aretes que le faltan a la luna, los tengo guardados en el fondo del mar".
Las calles de la "Patrimonio Familiar", en el norte de la ciudad, donde era común oír las voces de Juan, Silvestre y Andrés. "Me chiveo", decía cuando me pedían que cantara una canción de la Santanera. La competidora de la de Matanzas, la Sonora Matancera, la grande, la de Celia, Bienvenido Granda, Celio González. Sin embargo la otra la sentía más mía, más de mi barrio. Hoy me gustan igual.

Decía de las fiestas, el 24 de junio, en que don Juan echaba la casa por la ventana. Se bajaba la consola al patio y todos los compañeros de mi tío, y mis tías, primos y hermanos bailaban hasta dos días enteros La cumbia del torero, El futbol, Atolito con el dedo.
Un día escuché contar a mi mamá que cuando se separó de mi padre, en una lonchería de la Prohogar, él le puso como despedida, en la sinfonola de tres canciones por veinte centavos, Mi adiós; "te digo adiós, te deseo que haya suerte y que logren quererte como te quise yo”.

Luego vino el cambio de la vida proletaria y la intromisión al campus clase mediero ilustrado. Hace dos años, sin embargo, en diciembre, durante una posada, me reencontré con la Sonora Santanera en el Hotel de México.
 Entonces me dio gusto volver a recordar los viejos tiempos del hambre; a la compañerita acompañante le tuve que hacer toda una reseña histórica de la importancia de la Santanera. Le señalé quién era Juan, quién Silvestre y quién Andrés. Estaba Carlos Colorado, con su trompeta, su seriedad tabasqueña.            Nadie bailaba. Señoras cuarentonas veían emocionadas a los ídolos de quienes seguramente estuvieron enamoradas a los quince años; muchas de ellas enamoraron a sus hombres, o viceversa, con las románticas, fresas y chabacanas letras: Habla con mi corazón, Yo trataré de mil maneras complacerte, Pero me muero si a mi lado tú no estás.
Por suerte para los "santaneros", la clase media Ilustrada que llegó tarde al son, como ha llegado tarde a toda la cultura popular, nunca los descubrió, ni los gozó.
Hoy ha muerto Carlos Colorado, me late que tronaron, que se acabaron 28 años de Juan, Silvestre y Andrés, que se acabaron Las fiestas de diciembre.
La boa —su primer gran éxito— difícilmente se volverá a escuchar, pues la trompeta del amigo Colorado se ha enterrado. No me pareció exagerado cuando un diario dijo que había luto en México por la muerte del director de la Sonora Santanera. Tampoco mi prima Rosa, que murió el mismo día que Carlos Colorado, volverá a escuchar El Botones  en aquellas fiestas en que su padre, mi tío Juan, -también muerto hace años, ponía a todo volumen Luces de Nueva York.

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