No ha transcurrido una hora del nuevo año y como hace más de tres décadas, en esta fecha, me siento frente a mi computadora a escribir, a renovar los
sueños, a extrañar a los que se han ido (hace dos años no veo a mi madre) pero también
a celebrar la intensidad amorosa con que vivo desde que conozco a mi mujer,
hace un cuarto de siglo, bueno, faltan tres meses aún para ello.
No creo que vivimos en el peor de los países como suelen afirmar muchos de mis contemporáneos (hoy leía a un amigo que se pitorreaba de
algunos becarios del fonca que se llevan al bolsillo varios miles de pesos mientras
se quejan de que el país es de lo peor).
Por supuesto, tampoco creo vivir en paraísos como Venezuela
o Cuba, como creen otros de mis amigos (y de varios examigos que me han
excomulgado por hacer sorna de esa idea)
Vivo en un país difícil, complicado, peligroso, rudo, con enormes desigualdades sociales, pero también
en un México capaz de enfrentar la adversidad, con amorosa solidaridad, como lo mostró hace
unos meses, el 19S, cuando millones de mexicanos sufrimos una de nuestras
grandes tragedias, y supimos enfrentarlo sacando fuerzas del dolor. Ese país,
esos mexicanos, me gustan, me siento orgulloso de ser un mexicano como ellos.
Vivo en un país que necesita cambiar, que necesita organizarse
al margen de los partidos y, aunque parezca contradictorio, apoderándose de
ellos; sacudirnos de una clase política anacrónica; necesitamos convertirnos en
muchos líderes que nos conduzcan (y conduzcamos) hacía un mundo nuevo y diferente,
pero sin mesías demagógicos, ni farsantes corruptos, ni políticos
brillantes pero sin sensibilidad y que
arrastran (igual que los otros dos) el fardo del autoritarismo priista.
2018 nos enfrenta a una las mayores tragedias de la política
mexicana: la lucha entre conservadores contra ultraconservadores. Por primera
vez, de 1988, la izquierda fue borrada del mapa. Ello me preocupa mucho pues
una buena parte de los logros sociales se los debemos a las luchas de esa
izquierda que contra viento y marea se enfrentaron a un poderoso Estado, a un
represor gobierno que fue capaz de encarcelar, por ejemplo, a decenas de jóvenes,
hace medio siglo, en 1968, tan sólo por cuestionarlo un poco.
La utopía por un mundo de iguales murió hace tiempo, queda
una realidad desastrosa, una izquierda dispersa, sin fuerza, débil y otra embelesada
por un bufón autoritario y conservador.
Vienen días difíciles.
Conozco el pasado, ese queda ahí y cada quien le da la
lectura que quiera, del futuro nada sabemos. Pero aun así soy optimista en que
nuestro país cambiará, tomará buen rumbo, no tras las elecciones del 2018 donde
nada será modificado, sino más tarde que temprano.
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