Lázaro
Cárdenas fue un presidente que solía mostrar el respaldo popular que tenía,
ante enemigos y detractores, a quienes se enfrentó cara a cara. A su propio
mentor, Plutarco Elías Calles, lo corrió, prácticamente, del país, ante su
necedad de seguir mandando, como lo hizo con los presidentes peleles anteriores
a Cárdenas.
Calles fue expulsado del PNR “Por traición al programa de la
Revolución y por conspirar contra las instituciones”
Sin temor alguno, don Lázaro le plantó cara, lo mismo hizo con el grupo Monterrey donde
un grupo de empresarios se le enfrentó a su política e iban a realizar un paro
patronal, ya que no estaban de acuerdo con la creación de los sindicatos que en
ese momento se formaban a través de la CTM.
Ante
ello, viajó a Monterrey presentó una tesis de 14 puntos sobre su política
laboral y terminó diciendo: “Los empresarios que se sientan fatigados pueden
entregar sus empresas al gobierno o a los obreros, eso será patriótico, el paro
no”.
La fuerza
de un presidente, la gallardía y los cojones estaban presentes, ante la agresión
patronal.
Nada de
que se equivocó, es mi amigo y lo respeto.
stos días de incertidumbre y temores, el humor es un
paliativo, sin duda.
Hace casi cien años, Ernesto García Cabral, el famoso Chango, uno de los grandes artistas del humor gráfico, en el mundo, empezó una larga relación laboral y comercial con los laboratorios alemanes Bayer.
Durante muchos años realizó la portada e interiores de la Gacetilla Bayer, ilustrando chistes, a veces buenos otros malos, pero con espléndidas ilustraciones que hoy son de colección.
A la par, ilustró los capitulares de la portadilla, mismas que mi amigo APEBAS utilizó en el diseño de mi Diccionario biográfico de la caricatura en México.
Como un homenaje a nuestros
héroes del 2020, los médicos, rogando por su cuidado y agradeciendo su labor,
les presento esta pequeña galería. (Mañana seguiré con las enfermeras)
Hace 25 años tuve varias semanas
una columna en la sección cultural de El Financiero, que dirigía mi amigo
Víctor Roura. El 3 de mayo de 1995, escribí este texto que juega con el futuro.
Me latió volverlo a presentar en estos días de incertidumbre
Esto es México. Ese inexistente fantasma
Anda por allí. Por más que se quiera correr,
a diario lo alcanzamos y siempre, inevitablemente, nos sorprende.
Apenas hace unos diez
años cuando preguntaba a mis alumnos ceceacheros acerca de lo que harían cuando
llegara el siglo XXI, ellos especulaban y, alguna vez, una alumna, llena de
terror, pidió cambiar de tema.
Y es que el futuro
siempre da miedo. La incertidumbre es lo más cruel. Ya lo cantaban los hermanos
Martínez Gil: "¡ay! cómo es cruel la incertidumbre".
El pasado no siempre
es mejor. Nuestro cerebro lo guarda celosamente como en un archivo de
computadora que, muchas veces, no deseamos abrir.
Claro, hay fragmentos
del pasado que uno recuerda con agrado. El primer beso, como decían los poetas
del pasado, es inolvidable.
Pero nada, lo único
que cuenta es el presente. Los letreros de las viejas misceláneas de otros
tiempos eran muy claros: "Hoy no fío, mañana sí".
Nadie puede imaginar
el acontecer, el devenir; el pasado, en cambio, puede ser manipulable para
nosotros.
"Ayer maravilla
fui y ahora ni sombra soy". La canción de "La llorona" que hoy
queda tan bien para ciertos psicópatas que no valen la pena mencionar, aunque
andan por gringolandia pregonando sus grandes éxitos.
"Nosotros somos
quienes somos, basta de historia y de cuentos". Todo sucederá este día. La
vida, tan difícil, tan complicada, acontece a veces a cuentagotas y cuando nos
damos cuenta ya es pasado.
¿Quién nos diría que
muchos de los viejos comunistas, luchadores incansables, se han replegado al
poder? Piensa en aquellos que cantaban una canción de José de Molina: "a
parir madres latinas, a parir más guerrilleros, ellos sembrarán jardines, donde
había basureros". Increíblemente, de pronto, su canto se hizo realidad y,
efectivamente, a sembrar jardines, aunque los basureros ahí quedaron.
Pensar el pasado, en
cambio, nos muestra la rudeza de una vida que ha transcurrido; con él, por
cierto, podemos jugar, imaginando cosas que nunca fueron.
Las sorpresas se
acumulan todos los días, y resulta que el pasado no es tan aleccionador y que
tampoco lo podemos cambiar. Quien la riega, la regó y ya. Lo que pasó, ya
sucedió y no hay cambio alguno.
Tampoco podemos
desgastarnos con el tiempo que vendrá. "El presente es de lucha, el futuro
es nuestro", decían las viejas consignas, pero el futuro, ese al que se
refería la frase, nunca ha sido nuestro.
El futuro es
completamente inexistente y se encuentra lleno de incertidumbre; es un fantasma
que nos espanta, se convierte en pesadilla, hace buuu por las noches y algunas
veces, sólo logra hacernos llorar, mientras el presente, lo único real, lo
olvidamos pues es tan sólo, parte de la vida cotidiana.
Hace unos años me invitaron a
Ciudad Juárez a montar una exposición dedicada a Memín. Al terminar la
conferencia inaugural, se acercó una persona a quien no conocía, a invitarme a participar en unas Jornadas de Historia que celebraba un grupo de amigos, profesionista diversos, interesadas en la historia.
Esta importante agrupación,
promotora de la historia, se llama Sociedad Paso del Norte y, por entonces, era
dirigida por el profesor Teodoro Montes.
Este es un grupo independiente, autónomo,
que se mantiene gracias al esfuerzo y entusiasmo de todos sus miembros y que
participan en la divulgación de la cultura, a través de un programa de radio, conferencias
en escuelas de todos los niveles, un evento anual de conferencias y mesas
redondas y que rescatan tanto la cultura nacional como la local.
Participar con ellos fue una
experiencia única.
Ávidos de conocimiento,
entusiastas, afectuosos, me hicieron parte la sociedad. Me entregaron un
reconocimiento, que para mí es uno de los más bellos que he recibido pues fue
entregado por mis pares y, por si fuera poco, me invitaron a integrarme como
miembro honorario, a la Sociedad Paso del Norte.
Entre este generoso grupo, el profe
Teodoro y yo tuvimos un acercamiento e identidad muy grande, que nos convirtió
en amigos.
Desde entonces, hablamos regularmente
por teléfono y para mí era un gusto enorme hacerlo con el buen Teodoro, que
siempre estaba lleno de actividades, de propuestas, de sueños, junto con
esposa, la profesora Imelda tan entusiasta y generosa como él.
He vuelto a Ciudad Juárez un par de
veces y gracias a ello, nos encontramos de nuevo.
El año antepasado le pedí me
llevara a conocer esa Ciudad Juárez tan de él y así lo hizo; pasamos un día
maravilloso, luego comí con los colegas de la Sociedad Paso del Norte y me
despedí, anhelando volver.
Hoy me enteré que la próxima vez
que vuelva a Ciudad Juárez ya no lo veré y extrañaré su amable sonrisa, su
entusiasmo, su conocimiento, su amor a la vida y a la historia.
No sé de cierto si existe el cielo,
el infierno está en este mundo, pero si lo hay, me gustaría llegar ahí y
encontrarme con mucha gente con la que me he cruzado en la vida y han dejado
una huella imborrable, como el profesor Teodoro.
A la tristeza por estos días
inéditos, se suma ese dolor por la partida de ese hombre bueno y generoso que
un día conocí en Ciudad Juárez y al que, sin duda, no olvidaré jamás.
En 1982, el Museo Universitario del Chopo y
el programa Kiosco, de Radio Educación, organizaron un concurso de cuento, llamado
Textos Íntimos,Esa no porque me hiere.
Por aquel entonces, acudía semana a semana
a un taller de cuento que impartía Orlando Ortiz y habíamos trabajado un
texto que me gustó para el concurso. Se trataba de que el cuento tuviera que
ver con una canción. En aquel tiempo, bajo la influencia del poeta Raymundo
Ramos, me había vuelto fan de Agustín Lara así que al cuento le añadí la
canción Siempre te vas, del músico-poeta.
El resultado: el primer lugar y su
publicación en la revista Nexos. El
Premio me lo entregó Ángeles Mastreta, que entonces era directora del Chopo,
Jorge Pantoja, subdirector, Eugenio Sánchez Aldana, que conducía el programa y,
ese domingo estaba de invitado uno de mis ídolos: Chava Flores. El jurado lo
conformaron José Joaquín Blanco y Luis Miguel Aguilar.
Fue, así, un premio redondo.
El cuento, más adelante, lo publiqué en mi
libro Por si cambias de opinión, en
1985. Esta fue la versión de Nexos
AMELIA
Primer lugar, inspirado en la canción “Siempre te vas”. de Agustín Lara.
Amelia llegó al departamento de envoltura una mañana como todas. El borde del uniforme nuevo le cubría por completo las rodillas; su aspecto era ridículo a causa del turbante mal puesto; en la cara se notaba la angustia típica de todo trabajador nuevo. La observé y me pareció una mujer sin chiste. La acompañaba el supervisor, que me dijo: “enséñele a la señorita cómo colocar las etiquetas en la máquina envolvedora”.
La mujer era sumamente torpe, sus manitas -“siempre he estado en casa, nunca he trabajado”- delicadas, no acertaban en las operaciones. A pesar de sus torpezas yo estaba feliz, pues sus senos quedaban a merced de mis codos, que a cada rato sentían un colchoncito muy suave. Ese primer día fue fatal pues -“me llamo Amelia”- no entendía. “Mira, pon atención: coloca todas las etiquetas con las letras hacia abajo y cada vez que llegue la pinza avánzalas rápidamente. No, al revés, al derecho, así, empújalas, con cuidado, bien”. Gruesas gotas de sudor le escurrían cuando sonó el timbre para salir a almorzar le invité una torta, pues ella no traía nada. Recargada en un coche, en la calle, sufría al no poder agarrar el refresco, pues tenia los dedos acalambrados. “Ya se te quitará, en dos o tres días te acostumbras. Mientras ponte un `curita'”. “No tiene caso, me amolé mis dedos”.
Las etiquetas al revés, al derecho, empujarlas levemente y listo; las etiquetas al revés, al derecho, empujarlas levemente y ella sin poder hacerlo. Sus senos en mis codos y su sudor y su cara angustiada y el chacapum, chacapum, chacapum de las máquinas que seguramente retumbaron en su cerebro durante muchos días. Siempre pasa así. Por las noches uno se sobresalta y se levanta angustiado, con la pesadilla de miles de etiquetas atoradas en la máquina.
Al segundo día de trabajo Amelia llegó muy temprano y cuando me disponía a colocar las etiquetas y el pegamento ella lo había hecho ya. Me dio gusto, extendí el brazo para saludarla y aquella mano lisita que había sentido un día antes, era otra; de ahora en adelante sus manos siempre estarían rasposas, escoriadas.
La máquina se descompuso a media mañana y nos enviaron a escoger, en el desperdicio, las pastillas que estuvieran buenas para que no se mandaran al molino. Amelia estaba sentada frente a mi y cada que la miraba -dizque escogiendo pastilla- me agasajaba la pupila. “¿Estás casado?”. “No, aún no”. “¿Tienes novia?”. “Tampoco, pero ya me están dando ganas”. “Eres un mentiroso, como todos, siempre se niegan”. Seguimos hablando tontería y media, le platiqué que llevaba un año trabajando, “pronto me darán la planta, aún tengo contratos de veintiocho días pero nada más es cosa de invitar a chupar al del sindicato y él me la consigue”. Ella me contó la existencia de una hija llamada Magali, “pero no, ni novio, ni esposo, madre soltera, pues”. Por la tarde, al despedirnos y sentir sus manos recordé al maestro Lara: “dónde hallaré el calor de tus manos”.
Desde esa ocasión siempre estuvimos juntos, aunque ella trabajaba en otra máquina. Comíamos juntos; la acompañaba a su casa y como norma, a diario, al despedirnos le recitaba al músico-poeta “siempre te vas, no me digas adiós”. La consolaba de su cansancio, pues trabajaba en una envolvedora en donde tenia que estar agachándose y estirándose, “como si se estuvieran haciendo abdominales todo el día”. Cierta vez la invite a bailar a Los Angeles y me dejó plantado a pesar de que tocaba la “Santanera” Fui solo y me sentí muy mal.
Al disculparse del plantón. “la niña tenía calentura, no te enojes, otro día vamos”, yo no hablaba. “¿Quieres que me hinque a pedirte perdón?, habla…” No le contesté. Las máquinas fueron testigas de mi abandono. Las etiquetas se botaron, el pegamento se regó y Amelia, llorando, se acercó a darme un beso en la mejilla. Fue algo imprevisto, algo que me hizo pensar en que tenia razón y debía comprenderla. Esa vez no la acompañé a su casa, me acosté a dormir temprano pero Amelia no se separaba de mi pensamiento: Amelia y sus ojos y sus senos y sus piernas. Amelia “¿cómo podré sin tus ojos vivir?”.
Todas las tardes las pasábamos juntos. Entre empujones, en el camión o el metro, la abrazaba, le rodeaba la cintura y nos dábamos dos o tres besos. “¿Por qué no nos casamos?”. “Estás loco”. Luego caminó rápidamente y evadió la conversación.
El día de muertos me dieron la planta, estaba feliz cuando me contaron un chisme: “Te andan volando la paloma”. No creí, pero empecé a notar las preferencias del supervisor para Amelia, la había trasladado a una mesa donde trabajaba muy cómoda, vigilando que los empaques estuvieran en buen estado. Algunas veces tenía café o un pastel. “Son habladurías, el ingeniero sólo es muy buena gente”.
Las cosas seguían igual: por las tardes la dejaba en su casa; los fines de semana “cuido a Magali, no puedo salir contigo”, yo jugaba fútbol o me iba a tomar con los cuates. Llegó el doce de diciembre y en la fábrica hubo misa, tamalitos, champurrado y luego un cuadrangular de fut. Antes del partido discutí con Amelia porque el ingeniero le dijo algo al oído. “Son figuraciones tuyas, me tiene mucho respeto”. Ese día jugué como nunca, metí dos goles y con ellos ganamos el trofeo. Para celebrar el triunfo compramos unas botellas pero Amelia no me dejó tomar. “Vámonos, puedo llegar tarde a casa”. Dejamos a los cuates. en el camión nos besamos desesperadamente y la convencí para entrar a un hotel. Fue sensacional. Nos despedimos, no quiso que la besara pero no me importó. Fuí a celebrarlo y llegué borracho a casa.
La cruda, la máquina, las etiquetas al revés, el chacapum en mi cerebro. No me fijé que Amelia no se presentó a trabajar. Esa tarde fui a curármela y al siguiente día -que tampoco asistió al trabajo- la busqué. Muchas tardes lo hice. Parecía que a Amelia se la había tragado la tierra. Tampoco el ingeniero aparecía, andaba de vacaciones desde el día tres y regresaría hasta enero.
Tres años hubieron de pasar para volver a saber de ella. Andaba en el centro de la ciudad buscando las esferitas para el árbol cuando la encontré. Estaba más linda que antes. Nos abrazamos y besamos al vernos, como si nada hubiera pasado y acabamos en el mismo hotel de entonces. Me contó que vivía feliz al lado de Ricardo, el ingeniero- pero que me extrañaba mucho; “¿tú crees que las canciones de Lara se olvidan fácilmente?”. Cuando salió de la sábana y empezó a vestirse lentamente, me recordó aquellas pastillas desnudas que nosotros cubríamos mecánicamente al colocar los paquetes de etiquetas con las letras hacia abajo, al revés, al derecho para luego empujarlas suave, eternamente...
Estar solo puede significar desolación, pero también un enorme
vacío en la vida.
La fotografía se puede leer no
sólo como expresión estética, también como un pedazo de historia.
Esta fotografía del informe de AMLO, en este Domingo de Ramos del
2020, es un ejemplo de la desolación del poder: el gran solitario de palacio,
aislado, alejado de la realidad, sin aplausos ni vivas. Un hombre que, en el
infinito, se ha quedado solo, a partir de su arrogancia y autoritarismo.
José Guadalupe Posada es uno de los artistas más sorprendetes del mundo; es una pena que la gente lo "conozca" sólo por las calaveras y, más concretamente, por la Catrina. En el ejemplar de abril de la Revista Relatos e Historias en México, en su entrega del mes de abril, presentó una tira de cuatro cuadros llamado "¡Zun, zun, de la mariguana!", aparecido en el periódico El Periquillo Sarniento. Este número de la revista está dedicado a la mariguana, adquieranlo y apoyen a la mejor revista de divulgación histórica en México
Hace unos días, leí en el muro de amigo Javier Cadena algunas frases de este poema inmenso de Zitarrosa, que hacía muchos años no venía a mi mente. Escuchen la hermosa voz, mientra lo leen. Es una experiencia catártica, sin duda.
Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra... Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía... Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas... Cómo se puede amarte sin dolor, sin apuro, sin testigos, sin manos que te ofendan... Cómo traspasarte mis hombres y mujeres bien queridos, guitarra; mis amores ajenos, mi certeza de amarte como pocos... Cómo entregarte todos esos nombres y esa sangre, sin inundar tu corazón de sombras, de temblores y muerte, de ceniza, de soledad y rabia, de silencio, de lágrimas idiotas...
Allanamiento Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches del Café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie... ni a los muertos Fernández más recientes... A mí tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles... Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa abiertas... y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... la noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... y se echará en el piso como un perro... y aguardará hasta la madrugada... Hoy... dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...
La casa ... Mi corazón está mejor sitiado que mi casa... mi casa, más cercada que mi barrio... mi barrio, cercado por mi Pueblo... En mi barrio vive el Presidente, cercado por un muro casi derrumbado...
Uruguay for export Temblando, con el frontal partido por el marrón, por el marronero, cae sobre sus costillas, pesada como un mundo, la res... Cae con estrépito, de bruces sobre el cemento... balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda esa vida temblorosa y atónita... Ahí se va alzando, como un pesado pingajo, atrapada por la pata por un gancho que le salta arriba, que la alza por un ojal abierto en el garrón de un cuchillazo en plena estupidez sentimental, en plena media tonelada de monstruoso dolor, incomprensible, absurdo, balando, plañidera y tonta, como un escarabajo que no piensa, mientras medita lentamente por qué duele tanto y por qué duele qué parte de quién que es ella misma, la res, abierta al descuartizamiento atroz por todas partes, que nunca habían dolido y que eran tantas partes, tan extensas... y que pastando nunca habían dolido... haciendo leche, esperma, músculos, crin y cuero y cornamenta viva, que eran la vida misma manando hacia sus adentros, vibrando tiernamente como un sol cálido hacia sus adentros... y nunca habían dolido... Ya está colgada... Las patas delanteras se enderezan, se endurecen y avanzan hacia adelante y hacia arriba, implorantes y fatalmente rígidas, rematadas en cortas pezuñas que hace un instante amasaban el barro del corral, el estiércol de otros cien balidos, dinosaurios del siglo de las máquinas, nacidos para morir de un marronazo... Ahora ya es carne azul colgada en la heladera: "Uruguay for export"... Aquella res, que murió de un marronazo, cayó y tembló todo el frigorífico... Aquella otra res que recibió el marronazo en plena frente, de dos dedos de espesor, mientras entraba al tubo desconfiando porque allí no había pasto, alcanzó a comprender que había otra res delante, balando, que ya se la llevaba el gancho... y cayó detrás, también, y el cemento tembló bajo esos huesos... Aquella otra res, que esquivó el marronazo y que cayó también, con un ojo reventado y una guampa partida, deshecha, también cayó y tembló la tierra, tembló el marrón, tembló el marronero; la res, murió temblando de dolor y de miedo... de un marronazo en plena frente "for export" del Uruguay...
Flor show (por vals) En la punta del agua... una flor blanca, luminosa, de quince dólares, se hace chispa, se abulta, se diluye, chorrea entre otras flores más pequeñas, llora, se agita, la catapulta el chorro de agua y sube como bola en el aire... Está naciendo siempre, mientras el agua canta en esa fuente de la boîte... Entre aplausitos, al compás de la orquesta, blanda flor blanca, acuosa, nostalgiosa en el aire... subida en los aplausos como espitada, hendida, empitonada... gime y llora en la noche, tira estrellas bailando bajo el humo, renace, llora por el chorro azul-blanco de la fuente como si fuera planta que la cría -y que no es-... y sin embargo, así seguirá abriéndose, muriendo, hinchándose y flotando, mientras duren la noche, su belleza infantil de ingeniería, su blando corazón bajo el foquillo fijo y lechoso... el gringo, el chorro de agua a precio, el aire de importación, esas hembras, el mozo, esos señores...
Mis alas ... Hace un buen rato ya que doy trabajo y vengo acostumbrándome al desuso de mi alma, a la razón del enemigo, a mis sesenta cigarrillos diarios, a las malas costumbres de mis canciones, que de algún modo siempre fueron nuestras, vos lo sabés, Guitarra Negra... Hoy reanudo en un cómico enderezo la hora de ayer parada en su nostalgia… Me hacen sufrir las alas que me puse para volar, mas grito y se alzan, gimo y me acompañan, río y baten de a dos, como que están amándose y se odian sin embargo mis dos alas... se odian, se enderezan, se hacen amigas mías para llevarme por todas partes: allá está la canción, aquí la nada... más allá el Pueblo y más acá el Amor... Pero el Pueblo está también más acá... y antes estaba allá también, detrás del Pueblo el Pueblo... Hemos viajado por todos mis caprichos y el Pueblo osando el piso, amándose con alas como las mías... odiando su destino, odiándome y amándome sin alas, con millones de pies, con manos y cabezas y lenguas... y sus mil bocas dicen: "ahora, la suerte ya está echada..."
La mariposa La mariposa viene hacia mí en la calle, en el aire húmedo, por el aire húmedo bailando, por el aire agobiante, ominoso, bailando en el aire caliente... y yo vi que no era a mí a quien buscaba sino a la muerte... y que no buscaba la muerte también vi, porque no era mariposa de la ciudad de hierro, ni nacida para eso... sino que era mariposa nada más, en la ciudad, presa y ya muerta de antemano, fatalmente... buscando en ese bailar loco y frágil un ala, un grano, una pizca de polen en el cemento... Porque la mariposa nace y no aprende nada hasta que muere en cualquier sitio, herida de muerte por su semana justa, por su tiempo preciso, por su sorbito de vida ya bebida... Eso no es tan triste... triste es ver su cadena de huevos en el hollín, depositados junto a un río de aceite, a la sombra de las altas paredes de cemento... Su cadena de huevos de seda...
Hago falta Hago falta... yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no estoy... Siento que hay un sitio para mí en la fila, que se ve ese vacío, que hay una respiración que falta, que defraudo una espera... Siento la tristeza o la ira inexpresada del compañero, el amor del que me aguarda lastimado... falta mi cara en la gráfica del Pueblo, mi voz en la consigna, en el canto, en la pasión de andar, mis piernas en la marcha, mis zapatos hollando el polvo... los ojos míos en la contemplación del mañana... mis manos en la bandera, en el martillo, en la guitarra, mi lengua en el idioma de todos, el gesto de mi cara en la honda preocupación de mis hermanos.
Exhortación y propósitos Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra, guitarra negra... Dice Enrique, mi hermano, que hay cierto perro hundido que se lame mansamente y nos lame, lamiéndose, una herida quieta allá al fondo, sentado en su escalón... Y dice más mi hermano el otro Enrique, en Praga: dice que amarte con certeza, hacerte enteramente hembra, darte lo que de vida tengan mis urgencias, será amar más y más a Jaime; amarlo, más de veras... por su alma, su propio perro mordedor bajo el garrote, el cable, el puñetazo, la bolsa de arpillera, el plantón y el insulto... la olvidada mejilla que no ponen ni él ni nadie a golpear... sino con hambre y Rita y José Luis, por Gerardo y Raúl y Rosa y Sara y Mauricio... y por todos nuestros muertos... Y he sabido, guitarra, que este otro perro que criaste, ladrador, campesino, a veces manso o vigilante, que roe su propio hueso en la penumbra y gruñe... cual casi todo perro popular, vagará por tus anchas veredas, tus milongas sangrantes... hasta morir también... tal vez un día... de soledad y rabia... de ternura... o de algún violento amor; de amor... sin duda.