Una reina centenaria: Celia Cruz
Ensayo que celebra un siglo del nacimiento de “la guarachera de Cuba”, una de las cantantes más importantes de la música latina del siglo XX
La cantante Celia Cruz en uno de sus conciertos, el 2 de noviembre de 1972.Crédito José Hernandez
“Se oye el rumor de un pregonar que dice así…”
Hace cien años, el 21 de octubre de 1925, nació la más maravillosa cantante de música afroantillana que ha dado el mundo: Celia Caridad Cruz Alfonso.
En 1981, el escritor colombiano Umberto Valverde publicó un libro que atesoro, pues tiene la firma de Celia, dedicado para mí. Guillermo Cabrera Infante que escribió el prólogo, dice: “es un reportaje, una entrevista, una biografía, una autobiografía, una confesión y a la vez un poema”.¿Cómo leer la historia de una mujer que hizo cimbrar al mundo con su voz?
Celia Cruz, cuántas noches de música para el mundo, cuántos enamorados unieron sus vidas luego de bailar una y otra vez; cuántas veces escucharon al oído esos susurros amorosos de Celia al oír “sufro mucho tu ausencia, no te lo niego...”; qué decir de los cantos santeros de los negros (sus canciones de homenaje a los Santos son excepcionales), a pesar de ser una católica devota que siempre traía su misal a la mano.
Carlos Puebla, el bardo cantor del dictador, hizo una pieza cuya letra decía: “Llegó el comandante y mandó a parar”. Me suena y resuena. Celia debió abandonar Cuba ante un presentimiento que se hizo realidad: la instauración de una dictadura que ha generado uno de los mayores éxodos de la historia. Estoy seguro que, ahora mismo, hay más cubanos fuera de Cuba que dentro.
Celia Cruz salió de la Isla y nunca más volvió, o nunca le dejaron volver, ni siquiera cuando murió su madre. En una gira a México con la Sonora Matancera, en 1960, su director Rogelio Martínez les dijo “este es un viaje de ida” y nunca más volvió a pisar La Habana. Se sabe, empero, que en 1990 fue invitada a Guantánamo, la base militar que tiene apropiada el gobierno de Estados Unidos al oriente de la isla. Antes de regresar a Estados Unidos, se acercó a la valla que divide la base militar con el resto de Cuba y se agachó a tomar una bolsa de tierra cubana que guardó en una caja de cristal que al final de su vida, el 16 de julio de 2003, fue puesta en su ataúd.
Pero antes de ese momento y también después, Celia vive.
Pero ella siguió cantando: “Cuando salí de Cuba, dejé mi vida, dejé mi amor”.
Es curioso su éxodo, pues nunca había manifestado una posición política a favor ni en contra de Castro, ni de Batista. Después, manifestó su repudio, con toda razón.
Ella era feliz cantando, como lo había hecho desde los 13 años en que ganó un concurso de radio, cuyo premio eran un pedazo de pastel y una cadenita. Su primo la inscribió en un concurso de aficionados.
Aunque su padre, ferrocarrilero, quería que estudiara otra cosa, su madre, que cantaba por gusto, la apoyó. Abandonó la carrera de profesora para dedicarse a la música.
En enero de 1945, con 19 años, debutó en la estación Mil Diez, cantando a diario en el programa Momento Afrocubano.
Tres años después grabó su primer disco, interpretando el tango “Nostalgias”, de Enrique Cadícamo y Juan Carlos Cobián.
Su obra, como su voz, ganó 22 discos de oro y apareció en diez películas, además de que compartieron el escenario con ella casi todas las grandes figuras de la música afroantillana: desde Tito Puente, Benny Moré, Johnny Pacheco, Tito Gómez, Barbarito Diez, Willie Colón, Oscar D’León, la Sonora Ponceña, Pete El Conde, Eddie Palmieri y otra larga lista de estrellas.
Estuvo casada con Pedro Knight, trompetista de la Sonora Matancera, y nunca tuvieron descendencia.
Ya en 1960, al salir de Cuba, en México había tenido un gran impacto su música y su público al que enamoró con sus cantos.
Celia fue y sigue siendo una asidua en la vida de nuestro país, siempre estuvo presente con nosotros, sus admiradores, un pueblo al que enamoró con su voz; cantó con Pedro Vargas, estuvo con Agustín Lara, interpretó a Luis Demetrio, a Armando Manzanero, y muchos más
Antes de que se popularizaran los conciertos masivos en el Zócalo, ella cantó en la Alameda Central ante miles de mexicanos que la vitorearon y le hicieron saber que estaban “encantados de la vida” de tenerla y hacerla suya.
Escribir sobre ella y su obra requiere miles de horas y minutos, pero sobre todo requiere silencios, lo que es imposible al escuchar “Songo le dio a Borondongo”, “Bemba colorá” o cualquier otra pieza que interpreta la inmortal, centenaria y eterna, Celia Cruz.
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