Debí escribir este texto en 1995; fue publicado en la sección cultural de El Financiero, que era dirigido entonces por Víctor Roura.
¿Quién lee diez siglos de Historia y no la cierra al ver las
mismas cosas de siempre con distinta fecha?"
El viejo y querido León Felipe.
Reviso periódicos viejos cotidianamente.
Eso hago. Luego escribo libros de historia para divertirme y burlarme un poco
de la desmemoria cotidiana.
"Los mismos hombres, las mismas
guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos farsantes..."
Sumergirse en un mar de periódicos viejos, de
libros tan antiguos. Los muertos de otros tiempos que siempre están presentes.
La vida cotidiana es irreconocible sin
ellos, pero la memoria, tan torpe, sólo sirve para olvidar. Los sucesos del
diario siempre vienen acompañados de su pasado inmediato. Pero nadie quiere
recordar.
La vieja utopía decía que el futuro luminoso nos acompañaría para siempre. El hombre nuevo estaba por llegar.
Pero todo sigue igual, o peor. Seguimos sin aprender, y los tiempos pre posmodernos en que vivimos han convertido nuestro cerebro en un disco duro, pero no como el de las computadoras sino, tal vez, de piedra.
La vieja utopía decía que el futuro luminoso nos acompañaría para siempre. El hombre nuevo estaba por llegar.
Pero todo sigue igual, o peor. Seguimos sin aprender, y los tiempos pre posmodernos en que vivimos han convertido nuestro cerebro en un disco duro, pero no como el de las computadoras sino, tal vez, de piedra.
Ahí
están los votos de agosto pasado, que lograron que por primera vez en mi vida
sintiera pena por ser mexicano. La historia, la maestra de la vida, está reprobada.
Nadie se quiere acordar de ella, nadie quiere aprender. Todos repiten lo mismo
y, como vil canción de José José, cantan: "Ya lo pasado, pasado. No me
interesa...".
Nos molesta la memoria. Hoy quisiéramos no
recordar lo que sucede cotidianamente, la miseria que arrastra nuestra
existencia a una situación de suicidio colectivo, la histeria colectiva que
sustituye a la historia.
Muchos de aquellos que hablaban de un mundo nuevo, que se reconocían en el material dialéctico, hoy se identifican, más bien, con la dianética. Las palabras cambiaron de sentido y la memoria sólo recuerda lo inmediato, lo que graciosamente nos regala la televisión. Donatello, Rafael, Miguel Ángel y Leonardo son vulgares tortugas, gracias a las cuales los adolescentes de hoy conocen el concepto de camarada.
Muchos de aquellos que hablaban de un mundo nuevo, que se reconocían en el material dialéctico, hoy se identifican, más bien, con la dianética. Las palabras cambiaron de sentido y la memoria sólo recuerda lo inmediato, lo que graciosamente nos regala la televisión. Donatello, Rafael, Miguel Ángel y Leonardo son vulgares tortugas, gracias a las cuales los adolescentes de hoy conocen el concepto de camarada.
"¡Qué pena que sea así todo siempre,
siempre de la misma manera!". Otra vez León Felipe.
Andamos a la deriva y todo por desmemoriados,
por no recordar que lo que sucede es producto de la irreflexión, de la creencia
de que todo habrá de cambiar gracias a la nada, gracias a que hemos olvidado
todo.
La historia sirve, decían los antiguos,
para no repetir los errores del pasado. Pero por desgracia, vivimos en una
sociedad sin memoria, que no recuerda que la desgracia social se repite una y
otra Quizá por eso, Rosario Castellanos escribió: "Recordar, recordemos,
hasta que la justicia se siente entre nosotros". Tal vez por eso, la gente
que escribimos de historia queremos burlar la desmemoria de un país tan
desmemoriado como el nuestro.
Esto es México, con una sociedad que a
finales del segundo milenio apenas si recuerda que nunca ha vivido bien y que
por ello no quiere recordar, como aquel borracho que se emborrachaba para
olvidar lo que ya había olvidado: entre las brumas del alcohol tan sólo sabía
que brindaba por lo que ya no existía; pero también por la cruda tan tremenda
con la que se despertaría al día siguiente...
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