El microcosmos de micrós
Agustín Sánchez González
Se llamaba Ángel Efrén de Campo y Valle, aunque solía firmar, cuando no usaba
seudónimo, como Ángel de Campo (con ese nombre no podía ser otra cosa), y en
vida se dedicó a escribir miles de páginas en la prensa de su época.Aún no tenía
cuarenta años cuando murió, hace un siglo, el 8 de febrero de 1908. Presenció una
ciudad que traspasaba del siglo XIX al XX. Sin tanta fama como otros autores, retrató
excepcionalmente este país, en ese difícil tránsito de una dictadura que, sin embargo,
resultó base y sustento del México contemporáneo.
Nació en Ciudad de México, el 9 de julio de 1868, y dedicó su vida a la escritura en
periódicos y revistas; tuvo una vida-crónica en la que retrató a todo un país. La
reconstrucción de hechos, sucesos, figuras y retratos fue su labor.
Quizá la mejor definición de su obra la dio María del Carmen Ruiz Castañeda cuando
escribió, acerca de La Rumba: “pueden encontrarse la fidelidad fotográfica del
realismo, el cuidadoso análisis naturalista y el subjetivismo dramático del
romanticismo. Es queMicrós no podía guardar distancia entre él y sus obras,
porque, más que hijas de su ingenio, eran hijas del corazón”.
UNA ETAPA BRILLANTE
Podría parecer ilógico, pero es interesante observar cómo una sociedad aplastada
en sus derechos políticos fue capaz de generar una gran libertad artística, reflejada
en el periodismo, la literatura, la poesía, el teatro, la música, etcétera.
Suena paradójico, pero al final del porfirismo se crea la Universidad de México y
la Escuela Nacional Preparatoria tiene uno de sus grandes momentos.
Entre los grandes autores, Ignacio Manuel Altamirano se convirtió, a finales del siglo
antepasado, en el presidente de la República de las Letras; un patriarca amoroso
que gestó a una generación de jóvenes autores entre los que destacaban Luis
González Obregón, Luis G. Urbina, Victoriano Salado Álvarez, Balbino Dávalos,
Federico Gamboa o Ángel de Campo.
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Micrós visto por Alcalde en 1908 |
Fue una época de grades revistas literarias como La Revista Azul, La revista Moderna y El Liceo Mexicano, por mencionar apenas tres ejemplos. Ésta última fue fundada por Rafael Mangino, José Cárdenas, Luis González Obregón y Ángel de Campo, el 5 de febrero de 1885; fue una revista donde se difundieron muchos de los escritos de los autores de la época. También es una etapa del nacimiento del primer diario moderno, El Imparcial (la trascendencia alcanzada por Micrós lo llevó a ocupar la primera y segunda de las ocho columnas donde escribía, en primera plana, su “Semana Alegre”), cuyo tiraje era, a decir del propio diario, de 44 mil 590 ejemplares.
SU VIDA
Ángel de Campo quería ser médico. Fue hijo de Laura Valle y de un militar de carrera que llevaba el mismo nombre y que murió cuando el escritor tendría unos seis o siete años. Apenas tenía dieciséis cuando, en compañía de quien sería uno de los grandes cronistas de la ciudad, Luis González Obregón, y con Octavio Gajá, fundó La Lira, un periódico manuscrito, y un año después, con ellos mismo participa en la fundación delLiceo Mexicano. Entonces comienza a firmar como Micrós.
En 1889 ingresa a la Escuela de Medicina, que abandona muy pronto ante la muerte de su madre; comienza a trabajar como empleado de la Secretaría de
Hacienda y a colaborar en El partido Liberal, en Revista de México (que dirigía
Ireneo Paz, el abuelo de nuestro Premio Nobel) y en El Nacional.
En 1890 publica parte de su trabajo en el volumen Ocios y apuntes; ahí publica
obras tan intensas como El Pinto, una impresionante historia donde los personajes
“La Chilindrina”, “El Capitán”, “La Diana”, “EL Turco” y “El Pinto”, son unos…
perros. El cuento termina así: “¡Cuántos en la plebe son como el Pinto!
”¡Cuántos desdichados hay que con forma humana no son sino perros que hablan
y que visten pantalones!”
Otra obra suya es El Caramelo, donde dialogan un caramelo, una charamusca y
un grillo en torno a la felicidad. El grillo, “un poeta democrático, opina que los
versos son algo como caramelos para el espíritu… por eso yo no le canto sino
al pueblo”.
En 1892 colabora en Siglo XIX y en El Nacional, y dirige México. Revista de
Sociedad, Arte y Letras; más tarde colaboró en La Revista Azul y en 1894
aparece un nuevo libro: Cosas vistas, que al igual que el anterior, es una
compilación de sus trabajos publicados.
En éste vuelve a tener animales como personajes. El Chiquitito es un “¡infeliz
canario, [que] tenía sed de las aguas de un charco, en el que se retrataban una
rosa anémica y un jirón de nube que pasaba lentamente por el cielo!”
No se piense que su obra es referida a los animales, las acotaciones al respecto
se deben a la sorpresa de encontrar protagonistas de esta índole en una crónica
urbana, demasiado callejera, demasiado concentrada en personajes de barrio,
como El Chato Barrios, “un muchacho descalzo, de blusa hecha jirones,
mordiéndose un dedo, arrastrando el sombrero de petate y viendo a todos
lados con cara de imbécil, [que] cruzaba el salón”, hijo de un carbonero,
“el más feo y desarrapado alumno de la escuela”, quien había obtenido una
mención honorífica en un concurso y que año con año disputaba a Isidoro
Quiroz, uno de los niños ricos de la escuela.
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José Guadalupe Posada, La perra brava |
También rescató la historia de El fusilado, uno de sus grandes cuentos, donde
retrata el camino de un hombre que es conducido rumbo al paredón. La maestría de
Ángel de Campo es excepcional. Comienza así: “El alba, una alba de espléndido
colorido, comenzaba a dilatarse de rrochando sus toques en el horizonte…
allá flotaban los indecisos contornos de la bruma, desta cados apenas en los
matices delicados de las manchas de claridad en un fondo gris azulado que
evoca el recuerdo de las irisaciones del nácar”.
Cartones es el tercer libro que nos legó; su publicación data de 1897. De él
destacan cuentos como “La muerte de Abelardo”, recogido en la antología
Dos siglos de cuento mexicano, cuya selección y notas fueron realizadas por uno
de los grandes estudiosos del cuento, el maestro Jaime Erasto Cortés, quien
escribe al respecto: “La muerte de Abelardo, es muerte de un habitante de
este microcosmos y vida de ‘perro bohemio’.
La vida adquiere una verdadera dimensión humana: ¿Qué oculto drama, qué
antecedentes misteriosos originaron ese modo de ser? Había un aristócrata bajo
su zalea de escuincle vulgar y callejero. La muerte del perro, por el sólo hecho
de ser referida, alcanza significación e importancia.”
“Los recursos narrativos de Micrós”, escribe Jaime Cortés, “son numerosísimos:
caracterización psicológica, realismo contundente, contrastes, comparaciones,
justa perspectiva sentimental, reflexiones profundas y poderosas, estilo ágil,
emoción y ternura, riqueza descriptiva…”
Otro gran cuento es “El Inocente”, un personaje emparentado con aquellas figuras
deformes dibujadas por José Guadalupe Posada: “Partía el alma la criatura: el
enfermillo exangüe, era una llaga; era un niño repugnante de cabeza fenomenal;
orejas transparentes, mucosas pálidas y piel maculada por las huellas verdes de
las cataplasmas, manchones de yodo y escaras desprendidas; los dientecitos
sucios, dientes típicos de Hutchison; el cuello inflamado y endurecido por las
escrófulas. ” Era hijo de una prostituta que bailaba en un salón, mientras el niño
fallecía en el “Patio de las Culebras”.
La obra de Micrós estremece, duele. Ese microcosmos que supo retratar con tanta
frialdad es sin duda una de las grandes contribuciones a la literatura mexicana.
En 1899 pasa a formar parte de uno de los diarios que habrían de renovar el
periodismo mexicano, El Imparcial, donde realiza la columna “La Semana Alegre”,
cuya primera entrega se llamó “La Semana Festiva”. Comienza sus colaboraciones
el día 2 de abril, señalando: “He resuelto por mí y ante mí, yo, cronista inédito,
humorista que va de incógnito, tan de incógnito que nadie lo conoce, ‘organizar’
este espacio de artículo dominical que hará “pendant” a las “Semanas” del “Mundo
Diario”, como una caricatura hace “pendant” a un retrato. Todo entrará en este
rosario de acontecimientos que han dado en llamar crónica, todo, menos la seriedad.
La seriedad es ridícula, es atentatoria, es… ‘Pídeme lo que tú quieras, menos la
formalidad’, dice Angélica la del “Chateaux Margaux” y lo mismo dije, digo y diré
yo, humilde servidor de ustedes.” Firmará esta columna con el seudónimo Tick Tack.
También en ese año, en El Cómico, publica una novela corta, El de los claveles
cortos. En 1906 imparte clases en la Escuela Nacional Preparatoria, al obtener
una plaza ganada por concurso de oposición; dos años después murió de tifo,
esa terrible enfermedad por la que hubo tantas y tantas muertes. Fue enterrado
en el Panteón Civil de Dolores.
SUS OTRAS OBRAS
Muchas de sus obras quedaron en el olvido durante muchos años, es decir,
guardadas en una hemeroteca hasta que alguien se atrevió a sacarlas del olvido.
La Rumba, por ejemplo, una de las grandes obras de la literatura mexicana,
una novela que bien podría acercarse a la obra de John dos Pasos al tener como
personaje principal a todo un microcosmos, un grupo de personajes donde no existe
un protagonista único, donde “La Rumba” es una plaza de Ciudad de México, pero
también es el
sobrenombre de una muchacha llamada Remedios Vena. Es una novela del destino,
en la mejor tradición griega, donde cada uno está predestinado a ser lo que es y
que sólo un tranvía, como un artefacto externo, que significa el viaje a otras
instancias, es capaz de modificar ese determinismo.
“Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contábase que era el albergue de las
gentes de mala alma, una temible guarida de asesinos y ladrones, y citaban el
nombre de un Florencio Carvajal que debía siete vidas; Marco Pezuela, zapatero,
había envejecido en Belén y después de extinguirse su condena se había refugiado
en aquel vivero de malhechores…”
Y luego, el personaje femenino: “había una muchacha seria entre aquellas, una
rapazuela que no jugaba ni al pan y queso, ni al San Miguelito, ni a las visitas.
De cíanle La Tejona, por su cara enfi lada y sus modales broncos; era la hija de
Don Cosme vena, era Remedios… Prometía ser una mujer de aspecto varonil;
rasgaban casi su estrecho vestido las formas precozmente desarrolladas, con
enérgicas curvas….”
La Rumba, una de las grandes obras de nuestra literatura, no fue vista en vida
por Micrós; apareció en forma de libro hasta 1951, en una edición de apenas
cincuenta ejemplares, pues se había publicado como folletín en el periódico
El Nacional, del 23 de octubre de 1893 al 1 de enero de 1894.
Ángel de Campo fue un continuador de grandes cronistas como José Joaquín
Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, José T. Cuellar, y fue además precursor
de grandes autores como Salvador Novo o Carlos Monsiváis.
A cien años de su muerte, Ángel de Campo sigue siendo un autor tan vital como
uno de sus contemporáneos, José Guadalupe Posada. Ambos son grandes
retratistas de un México que sigue vivo y lastimado. Sus retratos constituyen
una prueba fehaciente de un pueblo que fue a la revolución y que siguió igual, o peor.
Una de las grandes contribuciones de la literatura es la fotografía que deja para
la historia. Entender y conocer el fin de siglo XIX y el inicio del xx, en los albores
de la Revolución, sólo es posible a través de e stos cuadros desgarradores de
un hombre muer to hace cien años y que sigue tan vivo como las miserias
que retrata.
Personajes de José Guadalupe Posada, de izq. a der.: Gendarme, Trovador, El borracho y Gendarme.
Publicado en La Jornada Semanal, 27 de enero de 2008. |
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