De Cenicientos y reyes
matutinos
Agustín Sánchez González
Las fábricas, como los hombres, cada vez se alejan más de la ciudad.
Buscar chamba orilla al viaje a sitios jamás recorridos. Leonor cuenta estas historias sucedidas en ese
peregrinar cada vez que viaja por el oriente.
Hace unos días llegó un poco antes de
las seis de la mañana a la terminal del metro Taxqueña, lista para abordar el
primer tren.
En las escaleras de la entrada miró con desconfianza el rostro de
un tipo mal encarado, sucio, con ojos de maldad. Tuvo un poco de miedo, pero
permaneció en su sitio.
Cuando los acólitos
del diablo (viles policías para quien no entienda el lenguaje de La Familia Burrón) abrieron las puertas de la entrada permitió el paso al mal encarado.
Con andar lento fue acercándose a la entrada y se topó con el tipo acomodando a un
hombre que permanecía acostado en el suelo. Pensó en las equivocaciones de la
vida, en que nunca es bueno prejuzgar. Como caminaba lentamente, alcanzó a ver
que el maloso no ayudaba al hombre, más bien lo despojaba de sus botines y se
los calzaba con gusto al ver que le quedaban justos a sus pies.
El ceniciento
malo se agandallaba así los zapatos de un borrachín que, seguramente, más tarde
se preguntaría dónde los había dejado.
Nadie más lo notó,
pues en Taxqueña todo mundo corre.
Ella va despacio, inicia otro día que
culminará luego de tres horas de transporte y ocho horas de trabajo en una
fábrica textil que está por los rumbos de Ayotla.
Al llegar a los andenes un tren la espera.
Mucha gente la aborda con prisa pero ella sube tranquila.
Por las mañanas es común mirar el pelo mojado
de la gente.
Medio dormida observó el cabello hermoso, brillante, con gran cuerpo, de alguien que iba sentado
delante de ella. Aunque dudó del sexo del pelambre, un arete le confirmó que
era mujer. Tremenda sorpresa se llevó al mirar que no era tal.
Al cambiarse de
asiento, en Portales, lo mira sentado en una banca individual, porta un especie
de bastón que le hacía recordar a un
rey de los cuentos de hadas.
- Te juro que ya nada
más le faltaba la media, me contó; traía una chamarra roja, un palo que parecía
bastón y estaba sentado como si estuviera en un trono. No sabes cómo se parecía
al papá del príncipe
de la Cenicienta. Parecía que este había vuelto a nacer en México.
Del libro La vida es como el metro (inédito)
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