Al mirar la espléndida vista estereoscópica que presentó Don Juan Jesús Cadena, recordé la historia que aparece en mi libro de Crímenes y horrores en el México del siglo XIX.
Justamente al ocurrir esta demolición, aparecieron las momias de las cuales me refiero en esta historia
Don Juan Jesús, le ofrezco esto: Santo Domingo, vista estereoscópica de Julio Michaud, en 1859, que muestra el edificio completo todavía, con su barda atrial, la fachade el convento en la parte que toca al portal de acceso y la biblioteca en la parte superior y la cúpula de la Capilla del Rosario, todo esto demolido dos años después
La momia de Fray Servando
Esta historia comienza el día 3 de diciembre de 1827, entre las cinco
y las seis de la tarde, cuando falleció Fray Servando Teresa de Mier, víctima
de su agitada vida y de sus múltiples enfermedades, a la edad de sesenta y
cuatro años.
Al día siguiente, la
gente se agolpaba en las calles por donde debía pasar el cortejo fúnebre.
Los principales de la
ciudad cedieron sus carruajes y asistieron a los funerales. Se cuenta que
habían acudido más personas que en día de Corpus.
La muchedumbre cubría
la distancia que separa el Zócalo de la plaza de Santo Domingo, en cuya iglesia
habrían de llevarse a cabo las exequias del viejo revolucionario.
Los curiosos se
juntaban en los balcones y las azoteas. La procesión, conducida por el
vicepresidente Nicolás Bravo, salió de Palacio Nacional, siguió frente a
Catedral y tomó la calle del Empedradillo hasta desembocar a la Plaza de Santo
Domingo.
Una vez en ella, y
luego de pasar frente al edificio que en otro tiempo había sido ocupado por la
Inquisición, la concurrencia se detuvo en el atrio del Convento. El pueblo se
arremolinaba de tal manera que impedía el paso de los carruajes.
En la Capilla de los
Sepulcros, se verificó el ritual del corpore
insepulto. Las notas del órgano acompañaban los murmullos de las rogaciones
y novenarios.
El cadáver fue
sepultado en uno de los nichos del osario, que se encuentra detrás del ábside
del templo mayor.
Ahí, en la oscuridad
polvosa de aquel sepulcro, se pensó que descansaría por siempre y para siempre,
el cuerpo del padre Mier. Pero el futuro depararía extraños sobresaltos a sus
restos.
Una tumba sin sosiego
Quince años después de la muerte de fray Servando, el 13 de mayo de
1842, durante la dictadura de Santa-Anna, la Capilla de los Sepulcros de Santo
Domingo debió volver a abrirse para dar cabida a un nuevo difunto, el maestro
Tomás Ahumada, natural de Málaga.
Como los nichos
sepulcrales eran pocos y demasiados los dominicos ilustres que morían, la tumba
donde se hallaba fray Servando también fue descubierta y sus restos fueron
depositados en el hueco que se abría entre los sepulcros y el ábside del templo
mayor.
En aquel rincón que
había sido aprovechado como osario, se encontraba, también, la momia del poeta
fray Mariano Soto, quien durante la Guerra de Independencia sostuvo arduas
polémicas con don José Joaquín Fernández de Lizardi, llamado "El Pensador
Mexicano".
Meses más tarde, la
momia del doctor Francisco Rojas, llamado por sus contemporáneos "El
Demóstenes Mexicano", fue removido y colocado en hilera a la derecha de
fray Servando.
En 1843 fue depositada
a su izquierda la momia del doctor Luis Carrasco, quien fuera capellán de
cámara de Agustín de Iturbide y quien murió a causa del cólera, debido a la
epidemia de 1833.
Quienes presenciaron
la exhumación de los cadáveres, afirmaron que parecían figuras talladas en
madera. Las noticias de aquellos monjes disecados hizo que comenzaran a
circular extrañas leyendas sobre santos varones y beatas de figura
incorruptible.
José María Marroqui
escribió acerca de otro personaje: "la señora doña Rita Cervantes fue
sepultada en el muro de una de las capillas de la Santa Escuela del Espíritu
Santo. Pasados muchos años, cuando hubo necesidad de aquel sepulcro para
colocar en él a otro difunto, se encontró el cadáver de la señora en tan
perfecto estado que, con algo de hipérbole, parecía acabada de enterrar; con la
circunstancia de que siendo albina, su cabellera, sus cejas y pestañas
semejaban hilos de plata. Como doña Rita era virtuosa, la gente tomó la
conservación de su cadáver como signo de predestinación mística. Su marido, que
era discreto, sin prestar oídos a semejantes voces, se limitó a suplicar a los
hermanos de la Santa Escuela que regresaran los restos a su sepultura, y que
nunca más la abrieran, lo que se ejecutó.
Vendido el edificio a
particulares, jamás se dijo que se hubiera encontrado la momia de doña Rita,
tal vez porque al estar en un muro no hubo necesidad de tocarla. Si algún día,
al abrir una puerta o por otro motivo fuese encontrada, los que vivan sabrán lo
que de ella se invente..."
En la Capilla de los
Sepulcros de Santo Domingo ocurrieron varios casos semejantes: al abrir una
tumba para dar lugar a un nuevo difunto, se descubrieron diversas momias que no
pudieron ser conservadas en sus nichos y también fueron depositadas en el
espacio ubicado entre los sepulcros y el altar mayor.
Con el paso de los
años, llegaron a sumar trece las momias formadas en aquel lugar.
Se dieron casos
particulares, como el caso del predicador general fray Mariano Hidalgo, que al
ser exhumado en 1847, su familia obtuvo un permiso especial de las autoridades
del convento para vestirlo con nuevas ropas y colocarlo en un cajón cubierto,
cuando se enteraron de que dicho cadáver estaba perfectamente conservado.
La Calle de los Sepulcros
Enclaustrados los curas y expropiados los bienes de la iglesia por el
régimen juarista, en febrero de 1861, la capilla de los Sepulcros del suprimido
convento de Santo Domingo debió ser derribada debido a la apertura de una nueva
calle.
Durante las labores
de demolición se descubrió un grupo de trece momias en perfecto estado de
conservación, las cuales, al hallarse en el osario fuera de los nichos y en
diversas posturas, dieron lugar a innumerables leyendas sobre víctimas de la
Inquisición emparedadas vivas en los muros de los conventos.
Un tal Antonio
Carreón fue el encargado de poner las trece momias en exhibición.
La gente, con
curiosidad y morbo, comenzó a acudir en masa a Santo Domingo, a un lado de la
iglesia (sobre lo que era la tercera calle de Santo Domingo) para ver, detrás
de unas rejas, las momias que se mostraban al público.
A partir de ese
momento, la avenida por donde se entraba a ver a los frailes disecados comenzó
a ser llamada calle de los Sepulcros.
Una de aquellas
momias era la de fray Servando Teresa de Mier, cuyo cuerpo ya había sido
olvidado y cuyo reposo eterno era perturbado una vez más.
Para acallar los
macabros comentarios que circulaban en torno de las momias, el doctor Orellana,
miembro del cuerpo médico militar, se encargó de examinarlas e identificarlas.
El médico militar
aprobó que los cadáveres de los dominicos fueran sacados de sus nichos y
colocados en el osario para dejar espacios a nuevos entierros.
Tiempo después, el
mismo Orellana publicó un folleto ilustrado con litografías de las momias y
algunas notas biográficas sobre cada uno de los personajes, así como algunas
explicaciones de carácter científico. A continuación, se transcriben algunas de
sus observaciones:
Momia en castellano, Mumia
en latín, Moumya en árabe, es un
término compuesto por dos palabras coptas que significan muerto y sal, en otras
palabras, "muerto preparado con sal". Hay quienes, sin embargo,
derivan esta palabra de mum, cera en
persa, ya que tanto babilonios como asirios usaban esta sustancia para
preservar sus cadáveres de la corrupción. P. Pomet afirma en su Histoire des drogues que las momias eran
llamadas gabbaras por los egipcios y
que la palabra momia provenía de cinnamomo, cardomomo o amomo, plantas en las
que eran envueltas las gabbaras
egipcias. En la actualidad se emplea dicha palabra en una acepción más extensa.
Con ella se designa toda especie de cadáveres artificial o naturalmente
conservados.
Las momias que han estado a la vista del
público en el convento de Santo Domingo pueden ser consideradas como momias
naturales, pues la privación del contacto con el aire, la sequedad y la cal en
que se hallaron cuando fueron descubiertas, han parecido circunstancias
favorables para su preservación.
En lo que se refiere a los fragmentos que
todas las momias conservan de sus vestiduras, sólo diremos que se distinguen
algunos jirones de ropa de lana. La ropa de algodón y lino ha resistido algo
más, pues se distinguen perfectamente las piezas interiores de todas ellas, así
como están enteros los zapatos, cintos de cordobán y las ligaduras que se ponen
a los difuntos.
Las momias de Santo Domingo
Las momias
permanecieron en exhibición, resguardadas por centinelas durante algunos meses
de aquel año de 1861, hasta que la curiosidad de la gente se apaciguó y la
visión de aquellos cadáveres patéticos y desfigurados pasó a convertirse en una
diversión menor.
Pasado algún tiempo,
se convirtieron en un estorbo para el gobierno mexicano. Finalmente, una de
ellas fue cedida a la Escuela de Medicina, que se encontraba en el edificio que
años atrás ocupó la Inquisición.
Hasta ese momento los
cuerpos resecos de los frailes ilustres no se habían movido más de unos cuantos
metros del lugar donde originalmente habían sido sepultados.
Según consta en un
documento expedido por encargo del Ministro de Justicia, don Ramón I. Alcaraz,
el 25 de junio de 1861, cuatro de las momias fueron cedidas a don Bernabé de la
Barra "para exhibirlas en América y Europa".
Al parecer, este
señor, en compañía de un empresario italiano, embarcaron las cuatro momias con
destino a Santiago de Chile o a Buenos Aires, Argentina.
"Una de esas
momias era la de nuestro doctor Mier", así lo afirmó Manuel Payno en 1865,
cuando sacó del olvido algunos de los textos de fray Servando, entre ellos las
dos piezas que hoy conforman su autobiografía.
Payno, quien había
visto personalmente las momias en exhibición, aseguraba que la momia de fray
Servando era la mejor conservada.
Carta desde Bruselas
El 3 de octubre de 1882 apareció la siguiente carta en el periódico El Monitor Republicano:
En estos días, con motivo de las fiestas populares
conmemorativas de la independencia del pueblo belga, ha habido una kermesse o
feria flamenca en la parte de la ciudad cercana a la estación del ferrocarril
que lleva a París. Multitud de jacalones, en que los artistas de la legua
exhiben todo género de rarezas, forman una larga fila que ocupa el Boulevard au Midi.
En uno de esos jacalones, designado con el
pomposo nombre de Gran Panóptico de la
Inquisición, he visto cuatro de las momias encontradas en una pared al
hacer la demolición de una parte del convento de Santo Domingo en la ciudad de
México, en febrero de 1861.
Se sabe que esas momias fueron donadas para
ser exhibidas en América y Europa y que una de ellas puede ser la de fray
Servando, ya que éste fue sepultado en Santo Domingo. Los cadáveres se
encuentran en muy buen estado. Uno de ellos conserva los zapatos y todos tienen
las ropas con que los sepultaron.
El doctor José Thunus, que los exhibe, ha
formado un catálogo de los objetos del Panóptico,
en el cual señala así a las momias:
Pieza número 88: Momia natural de una persona
que sufrió el tormento del fuego.
Pieza número 89: Momia natural de una persona
que sufrió el tormento del agua.
Pieza número 40: Momia natural de una persona
que sufrió el tormento de la rueda.
Pieza número 41: Momia natural de una persona
que sufrió el tormento de la pera de la angustia, instrumento que le torció los
nervios de la cara por cuya causa ya no podía cerrar las boca.
Estas momias son únicas en Europa: fueron
descubiertas en 1861 en el convento de Santo Domingo en la capital de México.
Los restos de fray
Servando Teresa de Mier, un luchador incansable por la independencia de México
se perdieron en algún lugar del mundo y nunca jamás se supo dónde quedaron.
"Sólo Dios sabe
-afirma Artemio del Valle Arizpe en su biografía de fray Servando-, en qué
vitrina de museo aguardará la resurrección de la carne".
Basado en "Folletín. Memorias de
ultratumba", Guía de forasteros,
Vol. IV, Núm. 8 (56), 9 (57), 10 (58) y 11 (59)