El último medio siglo ha gestado que la humanidad sufra un vertiginoso movimiento. Todo cambia tan rápido que no nos damos cuenta que, en realidad, va para atrás, o con rumbo al camino donde vamos siempre: al basurero, al espejo roto que muestra el rostro insensible, inhumano, caprichoso y autoritario que tiene.
El profético tango, Cambalache, lo muestra de manera excepcional “Que el mundo fue y será una porquería/, ya lo sé/. En el quinientos diez, y en el dos mil también/ Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos/, contentos y amargaos, valores y dobles”.
También podemos citar a Carlos Marx: “La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”.
Así nuestro paisito.
En 1929, tras el asesinato del general Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles asumió el poder tras el trono, fundó un partido, el Partido Nacional Revolucionario (PNR) donde dio cabida a todo el que quería agachar su cornamenta, a cambio de fama y/o, sobre todo, fortuna y decir: si señor presidente.
El PNR dio cabida a agraristas, socialistas, laboristas, derechistas, izquierdistas, etcétera. Hizo pacto de amor con la iglesia católica, mayoritaria entonces, para acabar con la rebelión cristera, y pasó por las armas a todo opositor. Calles declaró que México pasaba de un país de caudillos, a un país de instituciones.
Se le empezó a llamar el Jefe Máximo de la Revolución y con el título, manipular el poder tras el trono. Nombró a Emilio Portes Gil como presidente interino, tras la muerte de Obregón, para convocar a elecciones que ganó Pascual Ortiz Rubio, un gris y desconocido militar, que ganó la presidencia, a pesar de las denuncias de fraude que hizo José Vasconcelos; renunció a la presidencia, el “Nopalito”, apodo bien ganado, y el Máximo nombró a Abelardo Rodríguez, para culminar el periodo del anterior. En las siguientes elecciones, ganó Lázaro Cárdenas quien contuvo al Jefe Máximo y hasta logró que se fuera del país, expulsado.
85 años después, en 2014, un nuevo Jefe Máximo, Andrés Manuel López Obrador, un fanático priista, que transitó de ahí a un partido presumiblemente de izquierda, el Partido de la Revolución Democrática, donde se fortaleció al ganar, de manera ilegal, la poderosa Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y desde ahí construyó un poder omnipotente; así fue desangrando a esa izquierda, sumando además, como el PNR, dio cabida a todo el que quería agachar su cornamenta, a cambio de fama y/o, sobre todo, fortuna y decir: si señor presidente.
Hizo alianzas con los caciques priistas regionales (los Murat, en Oaxaca, los Villarreal en Tamaulipas, los Monreal en Zacatecas, los Del Mazo en el Estado de México, además de grupos panistas de Yucatán, de Jalisco, grupos de ultraderecha, como el Yunque, los Legionarios de Cristo, ProVida, la Iglesia de la Luz del Mundo, al lado, vergonzosamente, de los sobrevivientes del partido comunista, como el decrépito Pablo Gómez o la familia de líderes históricos como los hijos de Heberto Castillo, etc.)
Con esa clase política, mediocre y comodina, gestó un gran movimiento y ganó la presidencia en 2018, con una votación abrumadora, a la vez que terminó de desangrar a los partidos históricos tradicionales, tan corruptos, autoritarios e insensibles, como él.
Durante seis embelesó a los ciudadanos mexicanos, con miles de mentiras que los mexicanos aceptaban (aceptan) como verdad.
Luis Estrada, autor del libro El Imperio de los otros datos, menciona que en 614 mañaneras, AMLO dijo 56,181 mentiras. Todo documentado.
Aun así, llegar el cambio de gobierno, en 2024, su candidata, por dedazo presidencial, Claudia Sheinbaum obtuvo una votación aún mayor que la de AMLO.
No obstante, poco más de un año después, los escándalos de corrupción, nepotismo y antidemocracia aumentan día con día.
La concentración del poder ha sido el signo de estos siete años de gobierno. Dueños, fraudulentamente, de la mayoría en el poder legislativo (comprando y chantajeando a la “oposición” para alcanzar la mayoría absoluta), destruyendo el poder judicial a través de unas falsas elecciones, y ahora, tras una desaseada actuación, defenestraron al Fiscal General de la República (indefendibles, todos, por cierto).
Y un día después, que echaron a Gertz Manero, como una farsa más, desde la chingada, reapareció el Neo Jefe Máximo para decir, aquí estoy y, escuchen los que tengan oídos, no dividan, y si tratan de hacerle algo a mi presidenta (con A de Andrés) reapareceré y, como dice la plegaria: “Y desde ahí vendrá a juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.
El Callismo se fue del país, sólo para volver y ser enterrado en el Panteón Familiar de la Patria revolucionaria, en el Monumento a la Revolución, junto a Lázaro Cárdenas; el amloismo, se queda, y muestra que nadie puede hacerle sombra y, por ende, exige sumisión o, simplemente, se van como el Fiscal incomodo que, como Díaz Ordaz, cuando lo nombraron embajador en España, hará lo mismo: estará un tiempecito y después se irá muy despacito a algo tan parecido al nombre del rancho del Neo Jefe Máximo.
Imagen: Caricatura de Matías Santoyo / Colección ASG
https://etcetera.com.mx/opinion/del-maximato-callista-al-absolutismo-amloista/
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