La honradez del gobierno de AMLO, por ejemplo, es una falacia que se desmiente de inmediato con tres apellidos: Bartlet, Nahle y Guevara, por mencionar los casos más escandalosos. La vida de magnates que se dan los junior López, muestran que su honradez es tan falsa como sus discurso.
En el centenario del asesinato de don Venustiano, rescato un chiste que le contó Álvaro Obregón a Blasco Ibánez y que publiqué en mi libro Los mejores chistes sobre presidentes
El general Alvaro Obregón le platicó a Vicente Blasco Ibáñez, la forma en que perdió su reloj un Ministro español:
Un nuevo Ministro de España acababa de presentar sus cartas credenciales, y el Presidente Carranza estaba ansioso de darle la bienvenida con un gran banquete oficial. Las cosas tenían que hacerse bien. España había sido el primer país de Europa que reconoció a don Venustiano después de la revolución.
De pronto, el diplomático español llevó la mano al chaleco y se puso pálido.
—¡Caramba! —exclamó—, ha desaparecido mi reloj! Era una máquina muy antigua, de oro e incrustraciones de brillantes y recuerdo de familia.
Hubo un silencio absoluto. El Ministro se volvió a mirarme, porque estaba sentado cerca de él. pero el brazo que me falta quedaba justamente del lado del ministro. ¡Yo no podía coger el reloj! Después miró a Cándido Aguilar, hijo político de don Venustiano, que estaba sentado del otro lado. Aguilar conserva sus dos brazos, pero una de sus manos, por suerte, la del lado del Ministro, está casi paralítico. Tampoco él podía ser el ratero. Convencido de que debía dar el último adiós a su perdida joya, el Ministro de España permaneció durante el resto de la comida maldiciendo desesperadamente entre dientes.
—¡Me han robado el reloj. Esto no es un gobierno. Esta es una cueva de ladrones.
Cuando se levantaron de la mesa, don Venustiano, con su acostumbrada actitud venerable, se acercó al Ministro y le dijo al oído:
—Aquí está, pero no vuelva usted a mencionarlo.
El diplomático no pudo contener su sorpresa y admiración. No fue el hombre de mi derecha, no fue el hombre de mi izquierda. Debe haber sido el hombre que estaba frente a mí, en la mesa.
—¡Oh, mi querido presidente!, con razón le llaman a usted el Primer Jefe.
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