jueves, 21 de mayo de 2020

Don Venustiano y el humor

La corrupción no nació con el neoliberalismo ni se acabará nunca, mientras existan una sociedad que se asuma como corrupta y elija a gobernantes iguales, que se disfrazan de ovejas siendo peor que lobos hambrientos.
La honradez del gobierno de AMLO, por ejemplo, es una falacia que se desmiente de inmediato con tres apellidos: Bartlet, Nahle y Guevara, por mencionar los casos más escandalosos. La vida de magnates que se dan los junior López, muestran que su honradez es tan falsa como sus discurso.
En el centenario del asesinato de don Venustiano, rescato un chiste que le contó Álvaro Obregón a Blasco Ibánez y que publiqué en mi libro Los mejores chistes sobre presidentes

El general Alvaro Obregón le platicó a Vicente Blasco Ibáñez, la forma en que perdió su reloj un Ministro español:

              Un nuevo Ministro de España aca­baba de presentar sus cartas cre­denciales, y el Presidente Carranza estaba ansioso de darle la bienve­nida con un gran banquete oficial.   Las cosas tenían que hacerse bien. España había sido el primer país de Europa que reconoció a don Ve­nustiano después de la revolución.
      De pronto, el diplomático español llevó la mano al chaleco y se puso pálido.
     —¡Caramba! —exclamó—, ha desapa­recido mi reloj! Era una máquina muy antigua, de oro e incrustraciones de brillantes y recuerdo de familia.
          Hubo un silencio absoluto. El Mi­nistro se volvió a mirarme, porque estaba sentado cerca de él. pero el brazo que me falta quedaba justa­mente del lado del ministro. ¡Yo no podía coger el reloj! Después miró a Cándido Aguilar, hijo político de don Venustiano, que estaba sentado del otro lado. Aguilar conserva sus dos brazos, pero una de sus manos, por suerte, la del lado del Ministro, está casi paralítico. Tampoco él po­día ser el ratero. Convencido de que debía dar el último adiós a su per­dida joya, el Ministro de España permaneció durante el resto de la comida maldiciendo desesperadamen­te entre dientes.
          —¡Me han robado el reloj. Esto no es un gobierno. Esta es una cueva de ladrones.
      Cuando se levantaron de la mesa, don Venustiano, con su acostumbra­da actitud venerable, se acercó al Ministro y le dijo al oído:
   —Aquí está, pero no vuelva usted a mencionarlo.
     El diplomático no pudo contener su sorpresa y admiración. No fue el hombre de mi derecha, no fue el hom­bre de mi izquierda. Debe haber sido el hombre que estaba frente a mí, en la mesa.

          —¡Oh, mi querido presidente!, con razón le llaman a usted el Primer Jefe.

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