Hace cien años, en un modesto féretro yacía un personaje conocido como don Lupe, cuya muerte pareció no importar a nadie. Salió de una de las tantas vecindades marginales del barrio de Tepito, en la Ciudad de México. Fue enterrado en la zona de sexta clase, la única gratuita del Panteón de Dolores. Siete años después se le desenterró, pues nadie reclamó sus restos y fue emplazado en una fosa común, junto a decenas de restos de otros personajes que, como él, fueron olvidados.
Extraña historia de un hombre cuya obra más conocida, la llamada Calavera Catrina, comenzaría a circular por esos meses y que, a la postre, se convirtió en uno de los símbolos de nuestra identidad nacional.
Resulta extraordinario encontrar así, que un siglo después siga estando presente en el acontecer nacional, y mundial, gracias a su obra plástica, un trabajo que nunca fue realizado para los muros de un museo, sino para lo efímero, para el papel que llegaría a las manos de alguien y después desaparecería.
Eso es lo extraordinario, esas hojas de papel quedaron impresas en la vida mexicana en más de una forma y hoy, al verlas, sentimos que son nuestras, tan nuestras, como lo es el arte universal.
La historia de una historiaDurante 42 años José Guadalupe Posada Aguilar (1852-1913) realizó un trabajo profesional como impresor, grabador, dibujante, ilustrador y caricaturista en más de 20 periódicos, una docena de imprentas; imprimió miles de grabados, cientos de cuadernillos de diversa índole, ilustró más de cien volúmenes de la Biblioteca del Niño Mexicano, otra docena de libros; laboró en tres estados de la República Mexicana, e hizo trabajos cuando menos en otros cuatro.
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Posada visto por Andrés Audifred |
Su historia es un rompecabezas que está por armarse. Por desgracia, muchas de las piezas fueron manipuladas y la imagen histórica que construimos no fue tal. De Posada sólo conocemos dos fotografías. No localizamos ningún autorretrato, figura que generan casi todos los artistas.
De su vida personal tampoco se sabe gran cosa. Desde 1957 que Ricardo Topete descubrió muchos de sus datos personales, apenas hace unos años desentrañé una parte de su historia al descubrir tanto el nombre como la temprana muerte de su único hijo: Juan Sabino.
Son escasas las referencias sobre un artista que está presente todo el tiempo en nuestra vida, pero casi nadie escribió en torno a su obra mientras estuvo vivo.
La investigadora Helia Bonilla recobró una nota, la más antigua, que apareció el 28 de febrero de 1886, en El Hijo del Ahuizote: “Hemos recibido el número 6 del Obrero que se publica en León. Trae en su primera plana un dibujo a pluma graciosamente tocado y colorido a varias tintas. En recado que recibimos el Sr. Posada, pide se le excuse por el retardo; pero diremos a sus amables redactores que nunca es tarde la llegada de los amigos. Deseamos la prosperidad al coleguita”.
Arturo Paz atinó a profetizar que Posada sería el “primer caricaturista, el primer dibujante que tendrá México”, cuando lo presentó ante los lectores de su periódico Juventud Literaria, en 1888, y luego nadie volvió a mencionarle.
La Patria Ilustrada convocó, en los primeros meses de 1891, a un Gran Concurso Patriótico, Artístico y Literario. Los votos para Posada fueron siempre mínimos y lejanos al primer lugar ocupado por José María Villasana o Santiago Hernández.
Otra información en torno a su vida fue una nota triste: en 1900 tres periódicos, El Chisme, El Diario del Hogar y El Popular le dan el pésame por la muerte de Juan Sabino, señalando idénticas palabras: "DEFUNCIÓN.- A las dos de la madrugada del día 18 del corriente, dejó de existir en esta capital el joven Juan Sabino Posada, hijo del Sr. D. José Guadalupe Posada, antiguo grabador y litógrafo muy estimado en México por sus cualidades. Enviamos nuestro más sentido pésame al Sr. Posada, deseando el eterno descanso para el alma del finado”.
Después de 1900, no existen mayores referencias de su vida. Una nota aislada muestra que en 1908 ganó cien pesos en la Lotería de entonces.
De hecho, su muerte pasó completamente desapercibida para todo el mundo, y es que don Lupe estaba muy lejos de asumirse como un artista plástico o como un reportero gráfico. Él hacía su trabajo con innumerables talleres a donde iba a ofrecer su mano de obra y regresaba a su casa.
Después de su muerte, el 20 de enero de 1913, su nombre desaparece por completo de los diarios, no así sus trabajos que siguió imprimiendo la familia Vanegas Arroyo.
En marzo de 1917, Nicolás Rangel al escribir en Revista de Revistas acerca de la muerte de Vanegas Arroyo, señaló: “Poco antes de la desaparición de VA, murió Guadalupe Posada, grabador único en su género, pues nadie como él ha tenido la percepción de lo caricaturesco del pueblo bajo de la capital”.
Será el texto de Jean Charlot, “Un Precursor del Movimiento del Arte Moderno: el Grabador Posadas (Sic)”, publicado en Revista de Revistas, el 30 de agosto de 1925, que desataría el reconocimiento universal de esta gran artista, aunque en el texto “El Movimiento actual de la pintura en México”, publicado en El Demócrata, del 11 de julio de 1923, escrito con David Alfaro Siqueiros, firmando con el seudónimo del ingeniero Juan Hernández Araujo, quien califica a Posada como creador de arte popular.
Después vendría la Monografía, Las obras de José Guadalupe Posada: Grabador mexicano, publicado en 1930 por Mexican Folkways, con una introducción de Diego Rivera; los editores fueron France Toor, Paul O’Higgins y Blas Vanegas Arroyo. Aquí apareció la única fotografía que se conocía hasta entonces. En ella aparece don Lupe sentado y su hijo de pie.
En la Monografía, Diego Rivera escribió una de las frases que mejor lo retratan: “Si es indiscutible lo que dijo Augusto Renoir, que la obra de arte se caracteriza por ser indefinible e inimitable, podemos decir que la obra de José Guadalupe Posada es la obra de arte por excelencia. Ninguno imitará a Posada; ninguno definirá a Posada. Su obra, por su forma, es toda la plástica; por su contenido, es toda la vida, cosas que no pueden encerrarse dentro de la miserable gaveta de una definición’’.
Orozco frente al maestro José Clemente Orozco, el otro gran muralista, en su Autobiografía, publicada en 1943, afirmó que estaba en deuda con el grabador: “Posada trabajaba a la vista del público, detrás de la vidriera que daba a la calle y yo me detenía encantado por algunos minutos, camino de la escuela, a contemplar al grabador, cuatro veces al día, a la entrada y a la salida de las clases, y algunas veces me atrevía a entrar al taller a hurtar un poco de las virutas de metal que resultaban al correr el buril del maestro sobre la plancha de metal de imprenta pintada con azarcón. Este fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura. Fui desde entonces uno de los mejores clientes de las ediciones de Vanegas Arroyo, cuyo expendio estuvo situado en una casa ya desaparecida por haber sido derribada al encontrar ruinas arqueológicas en la esquina de las calles de Guatemala y República de Argentina. En el mismo expendio eran iluminados a mano, con estarcidor, los grabados de Posada y al observar tal operación recibí las primeras lecciones de colorido”.
No estoy tan seguro de la veracidad de Orozco, debido al año que ello debía suceder, sin embargo, una afirmación así muestra la grandeza e influencia que tuvo en dos grandes muralistas y fue la consolidación definitiva para reivindicar la obra de Posada.
En 1943, a los 30 años de su muerte, se realizó el primer Homenaje Nacional a la memoria del genial grabador mexicano José Guadalupe Posada, en el Palacio de Bellas Artes. La recopilación de obras, organización y montaje de la exposición estuvo a cargo de Fernando Gamboa y Víctor M. Reyes.
A propósito de esa muestra, el neolonés Pepe Alvarado, uno de los grandes cronistas mexicanos, publicó un espléndido texto apologético llamado “Posada, un artista combatiente”, en la revista Futuro, donde lo califica como “el más implacable de los fabricantes de formas que ha habido en el país”.
Ese mismo año, Francisco Díaz de León publicó Gahona y Posada intérpretes del pueblo, un texto fundamental para entender la concepción de la muerte en Posada, pero la inercia y necesidad de justificar nuestro origen entre los indígenas, la hicieron de lado para generar una explicación de la muerte como herencia prehispánica.
Entre 1946 y 1947 Diego Rivera pintó el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central en el Hotel del Prado, donde consolida su “invención” de la Catrina, pintándola en medio de su autorretrato y de un dibujo de Posada. Sin duda este fue el origen de la catrinomanía y de uno de los iconos más importantes de nuestra cultura. Sin duda, La Catrina es una creación no sólo de Posada, Diego Rivera tuvo que ver al popularizarla y llevarla a un nivel mundial.
El mito de Posada iba creciendo día con día. En 1949, Antoniorrobles, un importante humorista gráfico español, exiliado, por primera vez rescató el abandono en que vivía Posada y el momento de su muerte.
Pero el segundo momento de consolidación en el proceso de su reconocimiento sucede en 1952, en el centenario de su nacimiento. Periódicos y revistas concentraron las mejores plumas para ello: el periódico El Nacional publicó un suplemento dedicado enteramente a las diversas facetas del artista y colaboraron los intelectuales más importantes de entonces: Fedro Guillén, Andrés Henestrosa, Ermilo Abreú Gómez, Gerónimo Baqueiro Foster (hablando de música), Antonio Magaña Esquivel habló del teatro en Posada; Luis Cardoza y Aragón, de las formas estéticas, Fernando Castro Pacheco y Erasto Cortés, del grabado, Justino Fernández, sobre el grabado popular; mientras el poeta Efraín Huerta escribió un corrido y José Mancisidor mencionó su visión política.
En Novedades, Juan José Arreola escribió “La estética del disloque”, uno de los textos más hermosos en torno a Posada; el otro texto fue de Ceferino Palencia, el crítico exiliado español quien realiza una esplendida semblanza de Posada y muestra cómo los exiliados logran vislumbrar la obra del maestro de Aguascalientes.
En este año, también, se publico en la revista Hoy la segunda fotografía conocida de Posada, el 12 de febrero. En la foto se le mira a la puerta de su taller, de la calle de Moneda, y fue dada a conocer por Antonio Rodríguez, el crítico portugués que llegó con el exilio español y que escribió uno de los mejores libros acerca de Posada, además de cuando menos una decena de artículos en diversas revistas y periódicos.
Ese año, Francisco Antúnez, célebre paisano de Posada, generará un texto básico para entender al maestro: Primicias litográficas del grabador José Guadalupe Posada. Aguascalientes, León: 1872-1876, donde recupera el catálogo comercial de Posada en Aguascalientes y León, y donde puede apreciarse la maestría de un artesano que nunca se pensó artista.
Un año después, en 1953, Leopoldo Méndez realizó uno de los retratos más conocidos en torno a Posada, que generó una falsa visión histórica: el artista se encuentra en su taller, tras un ventanal desde donde mira, con rostro enfurecido, la represión de la policía al pueblo, copiando La Gaceta Callejera que hizo Posada, en 1892, en relación con las manifestaciones antirreeleccionistas.
En esta ilustración aparece Flores Magón y a un cajista anónimo que espera el dibujo para imprimirlo. Esta obra es una falsedad histórica que generó la visión de un Posada radical, antiporfirista, anarquista, revolucionario y colaborador de El Hijo del Ahuizote, lo cual es una mentira.
El gran homenaje, una excelente obra artística, generó un mito que no se ha logrado desarmar a pesar de que los símbolos ahí expuestos no resisten el análisis histórico. Este grabado es una excelente muestra de cómo una imagen puede gestar una visión distorsionada de la realidad.
Así, Leopoldo Méndez y Diego Rivera y su mural consolidaron la visión y el mito de Posada, mismo que ha sido muy complicado de aclarar.
Vale destacar al maestro Alejandro Topete del Valle, paisano de nuestro autor, como uno de los historiadores que nos han descubierto la genealogía de Posada y muchos datos más en torno a sus orígenes, su familia, la casa donde nació, y más.
En 1963 se realizó una gran exposición de Posada en Francia, realizada por Miguel Álvarez Bravo, quien publicó sendos artículos sobre esta aventura en París, en el cincuentenario de la muerte del grabador.
Justamente, en este cincuentenario, el gobierno de Aguascalientes convocó a una serie de actividades para homenajear a nuestro autor, entre ellas, un concurso de ensayo dentro de los XXX Juegos Florales de 1963, que ganó José Antonio Murillo Reveles con el título José Guadalupe Posada precursor de la Revolución Mexicana que es uno de los textos más inteligentes acerca de Posada; el otro libro que obtuvo una mención fue Supervivencia del litógrafo José Guadalupe Posada, de Héctor R. Olea.
Estos libros, junto con el de Luis Cardoza y Aragón —uno de los grandes críticos que han existido en este país (aunque haya nacido en Guatemala)— José Guadalupe Posada, donde examina sin dogmas y con una gran inteligencia, la obra del maestro, nunca han vuelto a reeditarse.
Este aniversario fue, digamos, el último momento en que se da un boom de autores y textos (el periódico El Día retomó muchos de los textos escritos y publicados once años atrás en el periódico El Nacional).
En la década de los 70 aparecerán dos textos importantes: el libro Posada “el artista que retrató a una época”, del maestro Antonio Rodríguez, en una edición trilingüe y con importantes aportaciones a la investigación. Este crítico había publicado a lo largo de su vida más de una docena de textos en torno a la obra de Posada; el segundo, de 1971, es La producción leonesa de José Guadalupe Posada, 28 láminas. Edición de aniversario al conmemorarse el primer centenario de su llegada a León, un trabajo del cronista de esa ciudad, Mariano González Leal, quien mostró un capítulo fundamental para entender la vida de Posada.
Sin duda, uno de los momentos importantes del artista fue la creación de un museo dedicado a su obra en su ciudad natal. Ello sucedió en 1972 y tuvo una reciente remodelación en 2010. No obstante, la falta de una investigación adecuada sigue mostrando grandes huecos en la vida del grabador.
Pero desde esa época, existen muy pocas nuevas aportaciones. Se ha mantenido la reiterada obsesión por poner la muerte como su única obra; o repetir datos falsos, como su presencia en El Ahuizote. (En 2010 apareció un catálogo del nuevo Museo Posada y en uno de los textos se repetía ése y otros errores).
Vale mencionar algunos momentos importantes en los últimos 20 años: el ensayo de Hugo Hiriart, El universo de Posada. Estética de la obsolescencia, una espléndida reflexión en torno al arte en Posada, más allá de dogmas; el catálogo de la exposición Posada y la prensa ilustrada: signos de modernización y resistencia (1996), donde se plantean nuevos cuestionamientos y materiales en torno a su presencia en la prensa mexicana. Jesús Gómez Serrano pone especial énfasis en mostrar el papel del primer Posada y su participación en El Jicote, donde realiza sus primeras caricaturas y desmiente la salida, con rumbo a León, no por persecución política, sino por abrir nuevos horizontes.
Otro catálogo, de 2006, corresponde a una exposición en Sevilla, España y contiene dos ensayos: de Montserrat Galí, quien muestra la forma como Posada se convirtió en “referente básico de la identidad mexicana”, el otro texto es de Mercurio López: Posada. Profesional de la imagen, donde menciona la diversidad de la obra de Posada: hojas volantes, cuadernillos, publicaciones periódicas, carteles-programas, anuncios, folletos y libros.
El mismo Mercurio López, considerado como uno de los más importantes coleccionistas de la obra de Posada, en 2002 publicó José Guadalupe Posada. Ilustrador de cuadernos populares, cuya aportación fue mirar al artista a partir de “los cuadernillos de a centavo”, donde muestra la diversidad de trabajos y deja a un lado el esquema de las calaveras. Otros dos libros más aparecieron: en abril de 2008, quien esto escribe publicó Posada, donde se recogen varios descubrimientos tras 20 años de investigación (en 1997 publiqué José Guadalupe Posada, un artista en blanco y negro, un libro que de divulgación que lleva cuatro ediciones, lo que muestra el interés por la obra de Posada).
Un año después, apareció Posada. Mito y mitote, del caricaturista "el Fisgón", un importante ensayo que rescata la caricatura y la prensa y analiza muchos periódicos prácticamente desconocidos.
En 2009, tras su remodelación, el Museo Posada, de Aguascalientes, publicó un nuevo catálogo, entre los textos valiosos de éste, Mercurio López continúo con su labor de rescate del ilustrador de cuentos; Jesús Verdin contribuye de una manera importante a desentrañar más la vida de Posada en León y Helia Bonilla que escribió “Fortunas e infortunios del impreso popular ilustrado por Posada”.
Con estas notas no he agotado todas las publicaciones, entre otras razones, porque muchas obras que omito citar no han superado el mito, se han quedado atrapadas en esa increíble y falsa historia de Posada.
Posada está por descubrirse; desentrañar su vida y encontrar las claves de su obra requiere realizar un catálogo razonado de su obra, así como un rescate bibliohemerográfico.
El centenario de su fallecimiento es un buen momento para iniciar este trabajo y dejar de lado muchos mitos y mentiras que se han dicho en torno a su obra; es una buena oportunidad para comenzar dicha reflexión en torno a José Guadalupe Posada que nos permita desentrañar y entender lo que somos los mexicanos, a través de su obra.
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