Sin duda, enero de 2019 será recordado como la crisis de la gasolina; un meme, con un chico regalando un bote de gasolina, me recordó una historia que cuento en mi libro La banda del automóvil gris, cuando una vedette recibió un bolillo de regalo y ante la escasez de comida (que espero no lleguemos a ese punto) el bolillo era oro molido.
Este es el capítulo
En el teatro se regalan bolillos
El día en que entraron las tropas convencionistas, el 6 de diciembre,
toda la metrópoli se iluminó al abrirse seis teatros, cuarenta y ocho cines,
siete sitios para bailar, volantines, ruedas de la fortuna en varios puntos de
la metrópoli, kermesse en la Plaza del Carmen, máquinas parlantes, fonógrafos y
un local que difundía música alemana, según consigna Aurelio de los Reyes.
Así, aunque la
ciudad estaba en crisis, los teatros permanecían con las puertas abiertas y
aunque no había dinero, los artistas actuaban a cambio de un mendrugo de pan,
como lo cuenta Francisco Ramírez Plancarte:
Por estos días presencié el
siguiente sucedido en el Teatro Lírico: entre los ramos de flores obsequiadas a
una tiple que se beneficiaba, había un envoltorio que por su peso y tamaño le
llamó mucho la atención a la aludida, la que no pudiendo resistir la curiosidad
de cerciorarse de lo que era, desenvolviólo incontinenti a la vista del
público, encontrándose con la agradabilísima sorpresa de que el envoltorio en
cuestión, era nada menos que un apetitoso bolillo o pan francés casi del tamaño
de un metro, cuya presencia de inmediato nos avivó las hambres atrasadas,
haciéndosenos "agua la boca". Inútil es decir que la tiplecita
abandonando los bouquets que sus admiradores le obsequiaran, corrió como loca
de contento a su camerino abrazando tan buen regalo.
El motivo del alborozo se debía a que los alimentos
básicos habían sido sustituidos por carne de caballo, de perro y de gato; se
comían sabandijas y yerbas comunes, mientras el pan y las tortillas, cuando se
encontraban, se vendían a precios inalcanzables. El maíz, con toda razón, fue
llamado el oro amarillo.
Los artistas aceptaban subir a escena a cambio del
bolo que los parroquianos lanzaban al escenario. Cuando ello sucedía, los
actores y las actrices, desesperados y con hambre, corrían a tomar las monedas
que caían al foro.
En otras
ocasiones, el teatro abría sus puertas gracias a que un grupo de militares, con
mucho dinero y muchas provisiones, compraban la función.
En los barrios populares, las carpas servían de
distracción a sus habitantes; en esos sitios, existía el oficio de
"gritón" que, contratados por los empresarios, a la puerta de la
carpa, invitaban al público, con fuertes exclamaciones como esta: ¡Ya pueden
pasar a ver ésta y la siguiente tanda, pagando dos tamales o un elote por
entrada!
Las representaciones en los teatros, en general, eran
mediocres y el público escaso. A pesar de ello, cuenta Ramírez Plancarte, se
estrenó el Teatro Alarcón, el día 3 de abril de 1915, con la obra La
malquerida, de Jacinto Benavente, misma que permaneció poco tiempo en cartelera
pues, al terminar temporada, el local fue cerrado debido a la crisis.
Pero por
otra parte, cabe hacer notar que el Teatro Principal mantuvo abiertas siempre
sus puertas y en ese sitio se presentaron innumerables obras, corno Su
majestad el cupón; Lucía de Lammermoor, de Donizzetti; La hija de Tetis; o El
barrio Latino, en donde Mimí Derba "exhibía fugazmente su bello y escultórico
cuerpo cubierto por fino mallón, provocando el entusiasmo del público",
como señala Manuel Mañón en su Historia
del Teatro Principal de México.
Mimí Derba |
Las críticas al género chico, tan popular entonces,
eran fuertes pues según el cronista del periódico El Demócrata, este género "yace en un estancamiento malsano,
con verdosidades sospechosas que atufan y encocoran los sentidos delicados...
la producción ha sido hilvanación repetida y grotesca de malas escenas: malas
en sí y representativamente. El pelado, borracho y sucio, tan sobrado de
albures maliciosos, como falto de moral, preconizador desentonado del pulque y
del tequila, holgazán y vanidoso hasta la ridiculez; el gringo, sacado siempre
a colación a guisa de payaso; algunas figuras femeninas muy conocidas y muy
poco recomendables y... pare usted de contar...
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