Mateo y yo |
Vivimos en un mundo donde a pesar de los muchos avances en cuanto a la aceptación, sigue siendo muy complicado el desarrollo de estos chicos, sobre todo, en la medida que van creciendo.
Como párvulos, resulta más o menos fácil su integración a escuelas de primer nivel o de primaria, pero al llegar a la adolescencia la situación se torna más complicada, ni que decir de los adultos cuyo mercado de trabajo es prácticamente nulo.
Muchas personas siguen sin entender que la discapacidad no implica inutilidad. Me gusta el lema de CONFE: “Lo normal es un trato normal”.
No obstante los avances que ha tenido la sociedad, y la mayor aceptación que se tiene la discapacidad, seguimos en deuda con ellos.
Existe una falta de una preparación adecuada en las escuelas, carencia de sensibilidad de muchas instituciones educativas, discriminación de mucha gente, inclusive de gente sensible y preparada, en fin, que a diario nos enfrentamos a muchos obstáculos que sin embargo, no impiden que sigamos construyendo puentes para apoyar a nuestros hijos. Hablo en plural, pues a lo largo de estos veinte años que tiene Mateo, mi hijo, he convivido con muchos padres que se involucran con sus hijos (las madres, por el contrario, están vinculados en el 99% de los casos) pero miro cada vez a más a papás comprometidos.
Sí, ser padre, como empecé este texto, resulta complejo, pero la dicha de serlo se compensa con esas pequeñas historias que uno va construyendo y generando en las vida cotidiana; con los sueños que uno comparte y vive con ellos, con ese amor ante las dificultades a las que nos enfrentamos a diario.
Hablaba de lo complejo de la socialización de los adultos con discapacidad, de cómo al paso de los años se les cierran más las puertas y de que tenemos que defender esos espacios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario