martes, 17 de noviembre de 2015

La historia como expresión de odio


 Hace casi cuarenta año decidí estudiar historia porque creía, creo, que nos puede dar la clave de lo que somos, lo fuimos, lo que seremos. He leído innumerables libros de teoría de la historia, de historiografía, de filosofía de la historia.
Gracias a
decenas de lecturas, de investigaciones, de hurgar en los archivos, de conocer la historia mexicana, he escrito, felizmente más de treinta libros siempre buscando las claves para entender este país, para entender este mundo.


El fenómeno de las redes sociales, tan reciente en nuestras vidas, ha mostrado la percepción de un grupo social que tiene acceso a las redes, que puede escribir, que puede decir cosas impunemente.
Relaciono entonces lo que sé de historia, cada vez menos, con lo que conozco de redes para entender el fenómeno de odio que ha suscitado el ataque terrorista a Francia. 

Me asombra el manejo de la historia mexicana, por ejemplo, con alguien que subió a las redes  y comentó:


Sin palabras... El monumento de la batalla de Puebla contra los franceses en México.

Eso no fue todo, en 21 horas había sido compartido 1392 y 1321 personas habían dicho que les gustaba. Más aun, señalaban verdaderas aberraciones históricas como las del ignorante que subió la foto.
Nunca vi tan burdamente la historia convertida en expresión de odio.
La invasión francesa, en 1862, fue un episodio pasado que muestra como la unidad y el nacionalismo pueden gestar un país diferente.
Los liberales mexicanos, curiosamente imbuidos de los ideales de los enciclopedistas franceses, lograron el milagro de la derrota a Francia y a los conservadores y la gestación de un sueño aun no realizado de una democracia participativa en México.

Los personeros que creen que Zaragoza estaba en contra de los franceses, tal vez jamás sabrán que, discusión aparte del terrorismo, en Francia nacieron los hombres que gestaron la idea moderna de libertad en el mundo: Voltaire Rousseau, Montesquieu; en Francia nacieron los grandes científicos que salvaron a la humanidad como María Curie, por ejemplo y así, la lista sería gigantesca.

Nuestro Posada y todos los caricaturistas, serían inimaginable sin Daumier, el padre de la caricatura.

Tampoco sabrán como Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la Patria, era un amante de la cultura francesa y como tal, representó a Moliere ante los pobladores del pueblito de San Felipe Torres Mochas, y su lucha estaba inspirada en los ideales de libertad gestados en Francia.

En fin. Tal vez, el autoritarismo en el que hemos vivido durante siglos ha gestado un ciudadano autoritario, insensible y con pocas armas de análisis histórico.
Zaragoza por Posada

Vivimos pues, un anti-autoritarismo autoritario, donde sólo los nuestros son  los buenos.


Suscribo uno de los textos más inteligentes que he leído en la red, escrito por Benito Taibo:



¿Y porque no debía de dolerme París?
Hay una curiosa andanada en redes sociales, en la que muchos se quejan de aquellos que se han solidarizado con el pueblo parisino, y (según ellos) olvidado a México, a Irak, a Siria, a Líbano, a la crisis de refugiados del Mediterráneo.
Como si respaldando a unos, se estuviera, de alguna extraña manera, descalificando, denostando, o incluso olvidando las otras terribles tragedias.
Y no me parece que sea justo.
Decía Terencio, el viejo dramaturgo romano que “nada de lo humano me es ajeno”; y yo, hoy, rompo una lanza con la cita traída desde el principio del tiempo, y simplemente digo que me duele tanto Ayotzinapa como París. Y con ello no dejo de ser el mexicano que soy, ni el hombre que piensa que cualquier barbarie, esté donde esté, no me es ajena en lo absoluto.
Estamos tan enojados, que incluso nos enojamos con los que están enojados a nuestro lado, de nuestro lado.
E insisto, creo que es una postura equivocada.
La salvajada de París, como la salvajada de Beirut, como la salvajada de Ayotzinapa, o Guerrero, o Siria, es en el fondo la misma salvajada. Y a todas hay que unir nuestra indignación y también nuestro reclamo.
Los que mueren y sufren, en todos los casos, son ciudadanos como usted y como yo.

A mí también me duele París.
Una ciudad, en la que (según recordó Julián Herbert) en el Siglo XIII había una ley que decía que un siervo, con tan sólo respirar su aire, se volvía legalmente un hombre libre.
Cuna de la ilustración, la revolución, la novela, la resistencia, el mayo francés.
Ciudad de poetas y vagabundos. De pintores esplendorosos.
Tumba de Julio Cortázar y Jim Morrison
Les ruego que tan sólo por hoy, dejen que me siga doliendo el mundo, mientras me duele París. Sin olvidar todo lo que no olvido..

lunes, 16 de noviembre de 2015

El cartón político: un futuro incierto

boligan

El cartón político: un futuro incierto


POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ

Dentro de la dinámica que los medios de comunicación experimentan en las plataformas digitales, el cartón político enfrenta nuevos escenarios, temáticas y técnicas. Al entusiasmo que los caricaturistas más involucrados en las dinámicas de creación y circulación a partir del internet y las redes sociales, se opone la opinión de investigadores en este tema que describen un panorama más pesimista. En México, afirman, el cartón político está en crisis por la falta de un relevo generacional.

“La caricatura está en crisis. Yo no he visto en los medios escritos, ni en la red, caricaturistas de buen nivel”, afirma Agustín Sánchez —uno de los pocos investigadores de la caricatura política en México—, refiriéndose a dibujantes jóvenes.

“Si ves la nómina de los grandes diarios, los caricaturistas son personas que no tienen menos de 50 años. Pero también es complicado, porque: ¿cómo quitas a Rogelio Naranjo, que tiene más de 70 años, un hombre de una gran calidad? ¿Y los jóvenes? No hay. Si los hubiese estarían compartiendo espacio con ellos”.

Esta brecha generacional, que no ha sido llenada por autores menores de 35 años, se contrapone a los casos de Rius, Helioflores, Naranjo, y otros moneros que en los años sesenta lograron consolidar su carrera con la revista La Garrapata como trinchera.

Las historias de caricaturistas prodigio como Gabriel Vargas, Andrés Audiffred o Ernesto El ChangoGarcía Cabral, que antes de su tercera década de vida tenían una carrera consolidada en los principales medios mexicanos de su tiempo, se contraponen a las nuevas generaciones de cartonistas que han descubierto en otras plataformas las posibilidades que los medios periodísticos han dejado de ofrecer.

“Estamos en ascuas porque no existe un relevo lineal. Todo lo que tiene que ver con hacer caricatura editorial viene muy de acuerdo con el manejo de la política y los medios, los cuales han evolucionado profundamente de unos años a la fecha. Estamos en una especie de salto cuántico. No sabemos dónde y cómo va a ser la siguiente generación de cartonistas”, refiere Alarcón, colaborador de El Financiero, quien además afirma que la evolución reciente de este género va de la mano con las formas de participación política de los jóvenes.

Lo anterior se refleja en los estilos de abordar los temas de interés nacional, el trato que los cartonistas dan a los personajes que ejercen el poder. “Ahora, la política no es la misma de la que tuvieron que enfrentar nuestros ‘abuelos’ caricaturistas en el 68 cuando era más claro quiénes eran los buenos y los malos, los poderosos y los jodidos, los ricos y los pobres”, estima.

El cartonista Ángel Boligán, de EL UNIVERSAL, coincide en que los autores emergentes se enfrentan a la falta de espacios para profesionalizar su trabajo, a lo que se suma la falta de profesionalización.

“No hemos visto nuevos jóvenes. Y no se debe solamente a que no existan, sino que no los hemos formado. Si un dibujante tiene talento, pero no ha conseguido un espacio para desarrollarse, tardará mucho en madurar. Esa puede ser una de las causas”.

Además, agrega que “los editorialistas quieren la caricatura local, pero la globalización nos ha ido metiendo a todos en el mismo costal”, explica el autor de la serie “Espejo de tinta”.

Considera que las tendencias recientes del humorismo gráfico han llevado cada vez a explorar nuevas alternativas para llegar a públicos más demandantes en aspectos tecnológicos y con intereses más globales, exigencias a las que se suma la escasez de medios que paguen por el trabajo gráfico.

“Esta revolución tecnológica nos ha permitido internacionalizarnos. Es una maravilla porque no nos limitamos a un contexto o a un país. Lo malo es que no sabemos quién nos paga. Todo mundo le pone likea tu cartón, pero nadie paga por eso. Hay que trabajar diario aunque no tenga dónde publicar”.

Otros de los investigadores que se ha dedicado a estudiar este género periodístico es Juan Manuel Aurrecoechea, quien estima que la crisis que vive la caricatura política se debe a lo que considera las profundas transformaciones a partir del florecimiento de los medios digitales y las redes sociales.

“Hace años teníamos la referencia de quién eran Ruis, Naranjo, Helioflores, y hoy no hay figuras de este tamaño. Esto hace que haya muchísima caricatura, y muchísimos dibujantes, incluso críticos, pero que siguen alimentándose y quizá repitiendo lo hecho en el periodo anterior. Esto se refleja también en el periodismo, no sólo en la caricatura”.

Los trazos corren paralelos pero con calibres distintos. Frente a los caricaturistas con carreras de varias décadas y con espacios consolidados en medios de circulación nacional, los nuevos moneros se enfrentan a dos retos.

El primero es la falta de espacios tradicionales para exhibir su trabajo, situación que los lleva a participar en otros circuitos para explotar sus habilidades. El segundo reto, derivado de la falta de espacios, es la necesidad de garantizar los ingresos con otras actividades relacionadas con el trabajo plástico y que deja a la caricatura política como una más entre las opciones de servicios profesionales de los cartonistas.

Mario Córdova, director de La casa de los monos y monitos, proyecto que busca la difusión y formación de nuevos cartonistas políticos e ilustradores independientes, explica: “Quienes les han seguido a los cartonistas que ahora rondan los cuarenta o cincuenta años de edad son Rapé y Jabaz. Entre los jóvenes hay algunos que están haciendo propuestas interesantes pero que están afuera de la ciudad de México, como el monero Antonio Rodríguez. Otro es el cartonista Chubasco, que ha ganado varios premios internacionales de caricatura”.

Todo esto ha hecho, de las nuevas olas de cartonistas, profesionales de la ilustración que no dependen de los medios tradicionales para divulgar su trabajo. Uno de los ilustradores que en años recientes ha incursionado en la caricatura política es Augusto Mora, con su serie “Muerte querida”, a la que define como una parodia de la figura presidencial en formato de tira cómica.

La definición que da este joven caricaturista coincide con lo expresado por Alarcón y Boligán sobre el uso de los formatos propios de la tira cómica o cómic en los cartones políticos, sobre todo por los autores más jóvenes.

“Los jóvenes empiezan avalorar mucho la historieta. La tira cómica siempre ha existido. Hay cartones muy viejos que son viñetas narrando una historia. La novedad es que ahora esas viñetas están abordando temas políticos. Entonces, creo que justamente estos muchachos son el eslabón que habrá entre el uso de una sola imagen que es más conocido en la caricatura política y el mundo de la historieta. Creo que es lo que viene”, explica Alarcón.

El director de La casa de los monos y monitos, Mario Córdova, insiste en la nueva tendencia de los profesionales de la ilustración a diversificar su cartera de actividades, algo que quizá ha relegado su profesionalización en el género de caricatura política.

“Los caricaturistas más jóvenes están más fuera de los circuitos tradicionales, están en un mundo más digital. Por eso no los vemos tanto y eso es un poco por la resistencia de los editores a las nuevas generaciones. Además, han diversificado sus temas, ya no sólo hablan del asunto propiamente político, sino de la contaminación, el hambre, la miseria. Abrieron su abanico”.

En respuesta, el profesor Sánchez González insiste en que “los jóvenes pueden dedicarse de manera paralela a otras actividades, a la publicidad, al cómic, a la ilustración. Ese no es pretexto para justificar la falta de cartones políticos. Simplemente no los hacen. No hay cartonistas jóvenes con trabajo de calidad. Sólo el tiempo dirá quiénes permanecen y trascienden por su obra en este género”, concluye Agustín Sánchez.

La tradición y los usos moneros


Con la publicación en 1826 del cartón “Tiranía”, obra del italiano Claudio Linatti, en el periódico El Iris, se abrió el espacio en los medios nacionales a la caricatura política, un género que ha vivido en constante evolución a lo largo de casi dos siglos.

Desde las impresiones con litografía en los primeros años de independencia, el cartón político ha proyectado figuras en este género como José María Villasana y Constantino Nava en el siglo XIX, o Ernesto García Cabral, Andrés Audiffred y Antonio Arias Bernal en la primera mitad del siglo XX. Sus posiciones ideológicas y políticas giraron entre la incomodidad para los personajes que ejercen el poder político, hasta la complacencia ante el gobierno.

Agustín Sánchez González, coautor —con Esther Acevedo— de la Historia de la caricatura en México, traza una línea histórica de la caricatura que parte en el siglo XIX y que se caracteriza por el carácter crítico, pero que adquiere mayor profesionalización en 1847 con la aparición de El Calavera, una de las primeras caricaturas antiimperialistas y de publicación anónima.

“Viene después la que será la gran publicación de la caricatura en México. Se llama La Orquesta, donde publicaron los más grandes caricaturistas que ha habido en México: Constantino Escalante y Santiago Hernández, dos liberales con una pluma espléndida, con una crítica aguda, con un retrato estético. Aunque eran liberales juaristas eran críticos de Juárez. Me atrevo a asegurar que no ha habido en México desde entonces nadie con esas características”.

Sánchez y Aurrecoechea coinciden en que la segunda mitad del siglo XIX es sin duda la época de oro de la caricatura mexicana por la presencia de más de 40 publicaciones humorísticas, que se enriquecieron con el trabajo de caricaturistas de la talla de Alamilla y Alejandro Casarín, a lo que siguió el periodo de la Revolución mexicana con el trabajo de García Cabral y José Guadalupe Posada, este último más conocido por sus calaveras pero que colaboró con caricaturas en más de 70 periódicos con críticas tanto al gobierno de Porfirio Díaz como a la Revolución. “En el Porfiriato hubo otros como Daniel Cabrera en El Ahuizote, o Santiago de la Vega, o Jesús Martínez Carrión, uno de los artistas poco conocidos con una militancia política muy fuerte”.

Otras de las publicaciones que gozaron de la atención de los lectores a finales del siglo XIX y durante la Revolución fueron La Orquesta y Multicolor, respectivamente. Esta última, describe Sánchez, “fue muy crítica con Madero. Después, en los años veinte y treinta, va a venir una suerte de impasse que tiene que ver con los controles políticos que empieza a haber. En 1928 aparece la revista El Turco, crítica de Calles. Esa va a ser prácticamente la última gran revista política crítica a los gobiernos revolucionarios. Con el nacimiento del PRI prácticamente inicia un control de la prensa en general, y por lo tanto de la caricatura”.
Aurrecoechea Hernández abunda en los usos que los nuevos dirigentes de los gobiernos posrevolucionarios tuvieron con la prensa y que se reflejó en la caricatura política con una especie de pacto de no agresión hacia el gobierno, el ejército y la Iglesia.

“En este periodo la caricatura editorial aparece sólo en momentos muy coyunturales, como en elecciones presidenciales, casi siempre financiada por algún tapado que quiere socavar la figura de otro tapado. No hay realmente una caricatura crítica con convicciones de los autores”.

Ante el escenario que existió a partir de estos pactos entre gobierno y prensa tuvieron que pasar décadas para que se presentaran nuevas propuestas editoriales que abrieron con la aparición de los cartones de Abel Quezada, quien, con personajes como Gastón BilletesEl Charro MatíasLa Dama Caritativa de Las Lomas, el famoso Tapado y el perro Solovino, abrió camino para una nueva generación de cartonistas jóvenes identificados con la oposición política.

“A partir de 1968 tenemos una caricatura que cambia completamente el panorama y que se expresa principalmente en revistas, pues la caricatura crítica no tenía cabida en periódicos. La Garrapata fue emblemática con los cartones de Ruis, Naranjo, Magú. A partir de este momento la caricatura se vincula más a su pasado del siglo XIX como arma de oposición”.

Sin embargo, en la relación entre los políticos y los caricaturistas existen anécdotas que muestran la oscilación entre la disciplina a una línea política y simpatías personales que llegaron a generar políticos y cartonistas. El profesor Agustín Sánchez relata una historia que refleja más la ambivalencia sobre el hecho de que la caricatura puede cambiar los rumbos de la vida pública y que tiene como protagonista a Antonio Arias Bernal, representante de la caricatura antifascista en México.

“Arias Bernal tenía una revista en la que él hacía todo. Una revista marginal, chiquita, muy bien hecha, sin publicidad aparente. Se llamaba Don Ferruco, y estaba dedicada por completo a criticar a Ruiz Cortines. Lo interesante es que Arias Bernal se reunía todas las semanas, antes de hacer la revista, a jugar dominó con el presidente, y me cuenta una persona cercana a Arias que de ahí salían muchos de los chistes que el caricaturista hacía del presidente”.

Por su parte, Aurrecoechea Hernández narra otro episodio en el que participó un grupo de cartonistas: “Hubo un fenómeno en el periodo anterior al 68, que fue un pacto con la embajada de Estados Unidos, que pagó cartonistas y periódicos de manera casi abierta. Los caricaturistas participaron como soldados de la Guerra Fría en este periodo anticomunista. Hablamos de caricaturistas como García Cabral, el propio Audiffred y otros”.

El meme, un sparring incómodo


Entre las dificultades que los cartonistas dedicados a abordar la política nacional e internacional en los principales medios nacionales y locales, se suma la presencia del meme, un nuevo competidor en la sátira de temas políticos y del que se desconoce de momento si será un fenómeno pasajero o un rival permanente. “Los memes son la gran competencia que tenemos los moneros; creo que vamos a terminar compitiendo con estos. Tardamos un día en hacer una caricatura y cuando se publica al siguiente día ya se hicieron veinte memes sobre el tema que abordamos”, dice Alarcón.

En una consideración prevé un panorama de fuerte competencia entre los cartonistas y los productos anónimos que circulan en las redes virtuales, y que obligará a los primeros a adelantarse y ofrecer propuestas con horas de diferencia al momento en que se presentan los hechos en los que basan sus trazos.

“Creo que en un futuro los periódicos van a terminar pagándole a los caricaturistas para que hagan humor inmediato de lo que está ocurriendo, que es algo que ya hacen los famosos memes, que sólo trabajan con el principio, pero no son comparables”.

“Los memes y caricaturas de chiste rápido son otra variante. Pueden ser virales y de esa manera hacer llegar nuestro medio al mundo entero”, describe Boligán, quien comparte que durante el pasado Mundial de futbol, en Brasil, descubrió que algunas de las ideas que pensaba realizar para su cartón del día, había sido explotada en un puñado de memes generados en unas horas, y que lo obligaron a buscar otro ángulo de su próxima entrega.

Sin embargo, ambos caricaturistas, Alarcón y Boligán, expresan que, si bien el meme y el cartón trabajan bajo el mismo principio, existen distancias entre ellos, como la textura plástica y la calidad del trazo.

“El meme maneja un humor inmediato, pero carece del contenido, que es la carnita de la caricatura. También carece del contexto con que los caricaturistas estamos comprometidos. Hay muchas diferencias: no hay memes dibujados. El día que sean dibujados ya nos fregaron”, dice Alarcón.

Agustín Sánchez, uno de los pocos investigadores que han abordado la caricatura política en México como objeto de estudio, precisa las distinciones entre estos dos tipos de gráficos:

“La caricatura involucra estética y política. Los memes tienen más que ver con la política y menos con la estética”.

Sobre la competencia entre ambos, aclara que “el meme puede ocupar un espacio, pero esas ya no son caricaturas. Tendría que buscarse otra metodología para catalogarlos. Ignoramos si estén ocupando espacios a la falta de la caricatura”.

Con sus propias consideraciones, Alarcón resalta el peso que el periódico impreso tiene en los nuevos consumidores de información y contenidos editoriales.

“El periódico, como tal, tiende a convertirse en una lectura de análisis. Como noticia ya no sirve. En ese aspecto, la caricatura tendrá que evolucionar. Un cartón al día no es suficiente. Las siguientes generaciones en dedicarse al humor editorial deben tener una visión mucho más amplia en materia de medios”.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Más de Freyre

Los artistas como Freyre nunca mueren pues su obra permanece para siempre. La ranita, así era conocido porque siempre firma con un batracio sus obras. 

RAM, un caricaturista oaxaqueño excepcional, un artista vanguardista poco conocido, le hizo uno de los mejores homenajes con este retrato.

Freyre: ocho décadas dibujando a México

Este viernes 6 de noviembre falleció don Rafael Freyre, uno de nuestros gigantes de la caricatura. El 3 de noviembre de 2007 publiqué este artículo en Confabulario. Suplemento cultural de El Universal. Lo recobro como un homenaje a este genial artista.




Rafael Freyre:
 Toda una vida retratando a un país
Agustín Sánchez González
Varias son 
las vertientes
que circundan a la caricatura.

La más obvia es el periodismo, en donde se la ubicado como uno de sus géneros; dentro del campo de las artes visuales, cada vez es mayor su presencia.
   En este sentido, el lenguaje plástico, tan comúnmente certero, nos muestra un metalenguaje que contiene varias aristas: es una crónica que interpreta el momento histórico, estético y social; pero va más allá, al mirar con frialdad la cotidianidad, es una reflexión, un análisis profundo que nos permite leer la realidad, cual si fuera un ensayo.

Las crónicas que leemos visualmente, es una fotografía del momento, una microhistoria, una historia de lo inmediato, que es base y sustento para el análisis histórico. Visto así, no resulta extraño que en los últimos años han sido galardonados un importante grupo de humoristas gráficos, como también suele llamársele.
No es fácil tener calidad en la caricatura. No todos los que ejercen como tal tiene la trascendencia ni la calidad para permanecer en la historia. Son pocos los elegidos, uno de ellos se ha ido hoy: Rafael Freyre.
Se puede decir que Freyre nació con un lápiz en la mano.  Su presencia en los medios de comunicación se remonta a 1931, cuando comenzó a publicar en El Dictamen, del puerto jarocho.

Pocos artistas pueden vanagloriarse de participar en tan diversos medios con una soltura propia de un genio. Rafael Freyre pertenece a esa minoría de hombres cuya obra ha sido plasmada lo mismo en periódicos y revistas, que en la televisión. Es, además, el decano de TODOS  los medios de comunicación.

Ni las canicas ni los trompos le divertían más que tomar su lápiz e ilustrar a los personajes con los que se encontraba a diario. La mirada de niño travieso lo ha acompañado toda su vida. Su mirada, ha mostrado el acontecer diario.
Con su lápiz generó miles de imágenes. Tal vez resulte imposible calcular el número de obras realizadas por Freyre pues como prácticamente todos los caricaturistas nunca llevó un inventario, ni le importó, ni le era posible.


Seguramente muchas de sus obras quedaban en la mesas de cafés, bares y restaurantes, y muchos otros, se perdieron en las redacciones de periódicos y de revistas; otros más, fueron cartones efímeros, como los que realizó para la televisión en las diversas etapas en las que participó.
En la geografía del humorismo mexicano, el estado de Veracruz lleva medalla de oro. Justamente, Rafael Freyre nació en el puerto jarocho, el 13 de noviembre de 1917. Artista precoz, comenzó a publicar apenas tenía trece años. No tenía quince cuando ganó el Premio Pro Bellas Artes de estado natal.

Autodidacta, llegó a la ciudad de México con la idea de ingresar a la Academia de San Carlos, pero la calidad innata que mostraba en su trabajo hizo que muy pronto estuviera trabajando y nunca llegara a la academia, empero, auto critico, buscó en los diarios del pasado, respuesta y enseñanza. En la Hemeroteca Nacional miró La Orquesta, La Tarántula y Multicolor, entre otras.
Justamente en esta última, conoció la obra de Ernesto García Cabral de quien habría de convertirse, a pesar de la diferencia de edades, en su amigo y maestro entrañable.
La obra de Freyre ha pasado por un sinfín de publicaciones, desde periódicos como Excélsior, donde realizó una columna con Carlos Denegri, hasta El Sol de México, cuyo cabezal es de su autoría. Aquí se uniría al cronista Salvador Novo para que escribiera una prosa rimada que acompañara a su cartón.

México al Día, Hoy, Don Timorato, Excélsior, Jueves de Excélsior, Ultimas Noticias, Revista de revistas, Siempre! y Ja-já, son otras de las publicaciones entre las que ha participado. En 1945 fue contratado por The National Editor Asociation, de los Estados Unidos.
Fue uno de los pioneros de la televisión mexicana, al realizar, junto con Cabral, Alberto Isaac y Ernesto Guasp, Duelo de dibujantes, en 1953. Años más tarde, participó en el Noticiero cultural, de Canal 22, así como en 24 horas.

La obra de Freyre, es vasta; su estilo, no tiene parangón en nuestra historia. Su trayectoria, durante todo el siglo XX, es un enlace con el siglo XIX y un puente en el XXI. Su propio sobrenombre, proviene de Ranilla, un personaje de historieta y así quedó la Ranita.
Freyre es hoy reconocido, pero su presencia ha sido hace tiempo aprobada mediante las publicaciones y exposiciones presentadas desde hace tres décadas; en 1966 el INBA le rindió un primer homenaje y su obra fue presentada en el Salón de la Plástica.

Freyre, con su lápiz ha dibujado a un país de caricatura y su obra es parte ya, de nuestra historia gráfica.



Paco Ibáñez
























En 1999, con motivo del 60 aniversario del exilio español, Paco Ibáñez vino a México. Tuve la suerte de estar con él toda una mañana, llevarlo a pasear por la ciudad, meternos en una trajinera en Xochimilco y decirle lo que le había escrito y que mi amigo Roura había publicado esa mañana en la esplendida sección cultural de El Financiero.

Palabras para Paco
 Agustín Sánchez González

Eran los años setenta cuando, adoles­cente aún, me hallaba en la trinchera del sindicalismo independiente a través de la lucha dentro de una izquierda acosada y sin muchas vías.
Entonces, buscaba respuestas para la vida.
En aquellos tiempos, una amiga me prestó un disco doble de Paco Ibá­ñez. Se trataba de una grabación en vivo en el Olympia de París. 
Ese disco me cambió la vida; gracias a él, conocí la mejor poesía española: Luis de Góngo­ra, Federico García Lorca, Gabriel Celaya, Rafael Alberti, todos, todos los poetas que me hicieron encontrar una forma de ver el mundo, de encontrarse con el placer.


Lo escuché una y otra vez. Logré gra­barlo; hasta la fecha conservo el caset y a menudo lo escucho.

Pero además de oír las canciones, co­mencé a buscar a los autores que canta­ba Paco. Pronto la casa se llenó de los li­bros de poetas como Luis Cernuda, José Agustín Goytisolo, León Felipe, Francisco de Quevedo, Antonio Machado y más y más que me llenaron de gozo el corazón.

Luego Serrat completó el panorama: Antonio Machado, de nuevo, León Feli­pe, Miguel Hernández, Rafael Alberti.
Este vínculo con la poesía me condu­jo, necesariamente, a la literatura. Leí Don Quijote de la Mancha, La vida del Buscón y demás obras clásicas.
El otro nexo fue el cine. Por esos años murió Francisco Franco; yo tenía veinte años, estudiaba historia en la Fa­cultad de Filosofía y Letras, y seguía las cintas de la época del destape.
En esa escuela tomé un curso con el doctor Wenceslao Roces, una institu­ción del marxismo que yo abrazaba por esos días.

Años más tarde me acercaría al Ateneo Español, donde tengo buenos y entrañables amigos; asumí a un grupo de abuelos queridos con los que colaboré muchos años como vocal de prensa y con los que compartí la historia viva de muje­res y hombres que dejaron la vieja España para llegar a la antigua Nueva España, a México, un país que les debe mucho.
Desde el ateneo obtuve una visión completa de lo que ha sido el exilio. Participé como jurado del concurso del testimonio sobre el exilio y conocí a mucha gente que estudiaba este fenó­meno o, mejor aún, que lo habían vivi­do sin rencores y con un gran amor a México, como Leonor Sarmiento, Pepe Puche o Pepe Sacristán.

En 1993 conocí España. Viajaba en un tren nocturno de París a Madrid, al­go me hizo despertar, un haz de luz que se colaba por la cortina del tren.

Estuve despierto hasta que la claridad del día me permitió ver la campiña española. No dormí más. Las imágenes de Bu­ñuel, Saura y demás estaban presentes, latentes. Era como una película que co­nocía; es más, que añoraba.

Caminé Madrid, Sevilla, Córdoba, Granada y Barcelona, recordando siem­pre a Paco Ibáñez, a los poetas que me regaló, a la vida que me mostró. "Nun­ca entré en Granada" y yo estaba ahí con Eleonora; junto al Guadalquivir, de nuevo evoqué a Ibáñez y le recité "Pala­bras para Julia", de Goytisolo. Recordé, también, a los "caínes sempiternos" al ver una placa de agradecimiento a quie­nes acabaron con el comunismo.
Recor­dé a todos aquellos que se llevaron la canción y la trajeron a México.


Hoy Paco está aquí. Hace veinticin­co años que no venía; hace un cuarto de siglo estuvo en Bellas Artes y ahora can­tará en la calle, en el Parque México. 



Hoy tendré la posibilidad de abrazarlo, de regalarle estas líneas y agradecerle el mundo que me mostró. Me enseñó a conocer mucho de los que ahora conozco, a disfrutar y, sobre todo, a vivir la poesía.


Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...