Hace casi cuarenta año decidí
estudiar historia porque creía, creo, que nos puede dar la clave de lo que somos,
lo fuimos, lo que seremos. He leído innumerables libros de teoría de la historia,
de historiografía, de filosofía de la historia.
Gracias a
decenas de lecturas, de
investigaciones, de hurgar en los archivos, de conocer la historia mexicana, he
escrito, felizmente más de treinta libros siempre buscando las claves para
entender este país, para entender este mundo.
El fenómeno de las redes sociales,
tan reciente en nuestras vidas, ha mostrado la percepción de un grupo social
que tiene acceso a las redes, que puede escribir, que puede decir cosas
impunemente.
Relaciono entonces lo que sé de
historia, cada vez menos, con lo que conozco de redes para entender el fenómeno
de odio que ha suscitado el ataque terrorista a Francia.
Me asombra el manejo
de la historia mexicana, por ejemplo, con alguien que subió a las redes y comentó:
Sin
palabras... El monumento de la batalla de Puebla contra los franceses en México.
Eso
no fue todo, en 21 horas había sido compartido 1392 y 1321 personas habían dicho
que les gustaba. Más aun, señalaban verdaderas aberraciones históricas como las
del ignorante que subió la foto.
Nunca
vi tan burdamente la historia convertida en expresión de odio.
La
invasión francesa, en 1862, fue un episodio pasado que muestra como la unidad y
el nacionalismo pueden gestar un país diferente.
Los liberales mexicanos,
curiosamente imbuidos de los ideales de los enciclopedistas franceses, lograron
el milagro de la derrota a Francia y a los conservadores y la gestación de un
sueño aun no realizado de una democracia participativa en México.
Los
personeros que creen que Zaragoza estaba en contra de los franceses, tal vez jamás
sabrán que, discusión aparte del terrorismo, en Francia nacieron los hombres
que gestaron la idea moderna de libertad en el mundo: Voltaire Rousseau,
Montesquieu; en Francia nacieron los grandes científicos que salvaron a la
humanidad como María Curie, por ejemplo y así, la lista sería gigantesca.
Nuestro
Posada y todos los caricaturistas, serían inimaginable sin Daumier, el padre de
la caricatura.
Tampoco
sabrán como Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la Patria, era un amante de
la cultura francesa y como tal, representó a Moliere ante los pobladores del
pueblito de San Felipe Torres Mochas, y su lucha estaba inspirada en los
ideales de libertad gestados en Francia.
En
fin. Tal vez, el autoritarismo en el que hemos vivido durante siglos ha gestado
un ciudadano autoritario, insensible y con pocas armas de análisis histórico.
Zaragoza por Posada |
Vivimos
pues, un anti-autoritarismo autoritario, donde sólo los nuestros son los buenos.
Suscribo
uno de los textos más inteligentes que he leído en la red, escrito por Benito
Taibo:
¿Y
porque no debía de dolerme París?
Hay una curiosa andanada en redes sociales, en la que muchos se quejan de aquellos que se han solidarizado con el pueblo parisino, y (según ellos) olvidado a México, a Irak, a Siria, a Líbano, a la crisis de refugiados del Mediterráneo.
Como si respaldando a unos, se estuviera, de alguna extraña manera, descalificando, denostando, o incluso olvidando las otras terribles tragedias.
Y no me parece que sea justo.
Decía Terencio, el viejo dramaturgo romano que “nada de lo humano me es ajeno”; y yo, hoy, rompo una lanza con la cita traída desde el principio del tiempo, y simplemente digo que me duele tanto Ayotzinapa como París. Y con ello no dejo de ser el mexicano que soy, ni el hombre que piensa que cualquier barbarie, esté donde esté, no me es ajena en lo absoluto.
Estamos tan enojados, que incluso nos enojamos con los que están enojados a nuestro lado, de nuestro lado.
E insisto, creo que es una postura equivocada.
La salvajada de París, como la salvajada de Beirut, como la salvajada de Ayotzinapa, o Guerrero, o Siria, es en el fondo la misma salvajada. Y a todas hay que unir nuestra indignación y también nuestro reclamo.
Los que mueren y sufren, en todos los casos, son ciudadanos como usted y como yo.
Hay una curiosa andanada en redes sociales, en la que muchos se quejan de aquellos que se han solidarizado con el pueblo parisino, y (según ellos) olvidado a México, a Irak, a Siria, a Líbano, a la crisis de refugiados del Mediterráneo.
Como si respaldando a unos, se estuviera, de alguna extraña manera, descalificando, denostando, o incluso olvidando las otras terribles tragedias.
Y no me parece que sea justo.
Decía Terencio, el viejo dramaturgo romano que “nada de lo humano me es ajeno”; y yo, hoy, rompo una lanza con la cita traída desde el principio del tiempo, y simplemente digo que me duele tanto Ayotzinapa como París. Y con ello no dejo de ser el mexicano que soy, ni el hombre que piensa que cualquier barbarie, esté donde esté, no me es ajena en lo absoluto.
Estamos tan enojados, que incluso nos enojamos con los que están enojados a nuestro lado, de nuestro lado.
E insisto, creo que es una postura equivocada.
La salvajada de París, como la salvajada de Beirut, como la salvajada de Ayotzinapa, o Guerrero, o Siria, es en el fondo la misma salvajada. Y a todas hay que unir nuestra indignación y también nuestro reclamo.
Los que mueren y sufren, en todos los casos, son ciudadanos como usted y como yo.
A mí también me duele París.
Una ciudad, en la que (según recordó Julián Herbert) en el Siglo XIII había una ley que decía que un siervo, con tan sólo respirar su aire, se volvía legalmente un hombre libre.
Cuna de la ilustración, la revolución, la novela, la resistencia, el mayo francés.
Ciudad de poetas y vagabundos. De pintores esplendorosos.
Tumba de Julio Cortázar y Jim Morrison
Les ruego que tan sólo por hoy, dejen que me siga doliendo el mundo, mientras me duele París. Sin olvidar todo lo que no olvido..
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