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La Corta memoria y la
farsa electoral
Agustín Sánchez González
Dice Carlos Gardel que 20 años no es
nada, pero tampoco cincuenta.
Hace medio
siglo, en 1976, México padeció su mayor crisis electoral. El sistema político
estaba agotado y la sociedad asustada y desconfiada después de sendas
represiones el 2 de octubre y el 10 de junio. El único partido político independiente,
el PAN, ni siquiera fue capaz de presentar candidato a la presidencia.
Ese año, el Partido
Comunista postuló, como candidato independiente a Valentín Campa, pero ese
partido no tenía registro y su nombre no apareció en la boleta, así que quienes
votaban debían escribir su nombre. En este contexto, obtuvo más de doscientos
mil votos.
En esos
meses, un sector de jóvenes con y sin militancia partidista, casi sin ponernos
de acuerdo, pintamos paredes por toda la ciudad con una consigna de manera semi
clandestina y comprando pintura de nuestros bolsillos: NO A LA FARSA ELECTORAL.
Yo debía
votar por vez primera en mi vida, pero me negué a ese sainete y me sumé a esas
pintas que, por cierto, me costaron una tarde de susto en una mazmorra de
Atizapán.
En 1976, la dictadura perfecta mostró un
resquebrajamiento, su legitimidad se puso en duda, así como su
representatividad. Gracias al talento de personajes como Jesús Reyes Heroles y
Arnoldo Martínez Verdugo, entre otros, propusieron y generaron una tímida
Reforma Política, y en 1979 se abrieron espacios al Partido Comunista, al
Partido Demócrata y al Partido Socialista de los Trabajadores.
Empezó una
larga y cruenta historia pujante, de alegría y de represión en muchas partes
del país. Mi generación, inmediata posterior al 68, se montó en su macho para
lograr, si no la igualdad social, al menos una democracia que rompiera con ese
monopolio de partido único que había dominado al país desde 1929.
Cuatro
décadas costó abrir esos espacios de la sociedad civil para lograr, primero,
una institución independiente que fuera responsable del proceso electoral,
hablo del IFE/INE y que le arrebatara ese atributo que se había apropiado el
Estado priista.
Esos años de
fin de siglo, se logró la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos,
presidida por gente intachable como Gilberto Rincón Gallardo, o abogados de
prestigio como el ex rector Jorge Carpizo.
La prensa
pasó de ser considerada “Prensa Vendida”, como era el grito cotidiano del 68,
para convertirse en medios plurales, críticos y abiertos. Y la caricatura dejó
de contemplar y mirar de manera mediocre al poder, convirtiéndose en un
elemento fundamental para romper con el presidencialismo vil.
Después llegaron las primeras derrotas ejemplares al
PRI. En 1997, Cuauhtémoc Cárdenas, ex priista, hijo de unos de los míticos
presidentes mexicanos, les arrebató la capital del país a sus antiguos
camaradas, cobijado por un conjunto de siglas pero, fundamentalmente, por una
sociedad harta del autoritarismo y el monopolio priista en la ciudad.
El milenio
comenzó con el golpe más rudo: Vicente Fox, un personaje folclórico y
conservador, un bocón machista, embelesó al país (mostró un México al que le
gustan los personajes así: autoritarios y demagogos) ganó la presidencia para el partido político
de mayor tradición de oposición en el país.
El gobierno
de la Ciudad fue retenido por el Partido de la Revolución Democrática, un
organismo amorfo, lleno de tribus y que dio cabida a un conjunto de políticos
de diversas historias, pero donde se colaron, gota a gota, viejos priistas que,
con gran olfato, intuyeron que el fin del PRI estaba cerca. Uno de ellos, Andrés
Manuel López Obrador, ganó la jefatura de gobierno, un personaje de
características similares a Fox: autoritario, demagogo, descalificador y cuya
candidatura era ilegal, según lo habían denunciado personajes como el hoy
comisario fiscal, Pablo Gómez, pues no cumplía los requisitos legales para ser
candidato.
En todos
estos procesos, se fortaleció el INE, que
fue capaz de coordinar a una ciudadanía ávida de participar en estos procesos, mostrando
interés en el cuidado de casillas en tiempos de elecciones, capacitándose para
ello, o creando asociaciones de observadores electorales. Parecía que nos
encaminábamos a elecciones verdaderamente democráticas.
Todo a pesar
de que, en 2006 y 2012, AMLO descalificó las elecciones y fue creando un perfil
de luchador social y mostrando la fascinación de los mexicanos con personajes
con características caudillistas y convirtiéndose, sin duda, en un candidato
capaz de encabezar hasta una revuelta.
En 2018, AMLO
obtuvo la mayor cantidad de votos en la historia. Su gobierno hizo miles de
promesas, la mayor fue el respetar las instituciones pero, muy pronto, sus
acciones lo desmintieron. Su frase “Que no me vengan con ese cuento de que la
ley es la ley”, quedó plasmada como asumir lo contrario. (Años antes afirmó: Al
diablo con las instituciones)
No es difícil
encontrar en nuestra historia personajes así, capaces de enamorar y hasta de
mentir sin ser desmentido, y con tal impunidad como lo han demostrado estudiosos
de ese tema, como Luis Estrada que en el libro El imperio de los otros datos, da cuenta precisa de las miles de
ellos.
Una de las
grandes rupturas, destructoras, fue la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
institución que pretendió hacer suya, a través del ministro Zaldivar a quien
buscó reelegir, pero no lo logró y después, montando falsas acusaciones de
corrupción, que nunca demostró, echó andar su maquinaría de destrucción de la
SCJN.
Nadie duda
que vivimos en una sociedad que asume la corrupción como algo natural, pero lo
cierto es que cuando se lo ha propuesto, se han montado instituciones como el
INAI o el INE, que mostraron que la honestidad es posible, a pesar de las, sin
duda, muestras de corrupción por pate de algunos de sus miembros.
Este próximo
1 de junio, medio siglo después de aquella crisis de 1976, tendremos una elección
llenas de fallas y falacias, con decenas de candidatos-delincuentes, con
personajes nefastos como vinculados a la extrema derecha de la Iglesia de la
Luz de Mundo, o con abogados cercanos a delincuentes o, más aún, candidatos que
no son abogados. Lo peor es que la posible presidencia de la “Tremenda Corte”,
recaerá en una ministra que plagió una tesis o en otra, egresada de una
universidad patito, que sabe tanto de leyes como un analfabeto.
La
reinvención del priismo autoritario y presidencialista, como hace medio siglo,
lo quiere todo. Como hace cinco décadas, la abstención será enorme. La mayoría por no entender de qué se
trata y que no vale la pena salir a votar, y una minoría que le queda claro que
la democracia mexicana ha caído en un bache y que votar (o no votar) es generar
un poder absoluto para esta nueva mafia del poder, engendrada a través de
MORENA.
La democracia
en México es como el mito de Sísifo: cargamos una piedra hasta la cima de la
democracia y cuando estamos a punto de llegar, el personaje autoritario la
vuelve a tirar. A estas alturas de la historia, tras varios intentos y tras
apoderarse esta nueva mafia del poder, será difícil levantar la roca.
Como hace
medio siglo, no votaré. No podré salir a la calle a pintar No a la farsa electoral pues ni siquiera creo que sea necesario de
tan obvio que lo es.
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