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viernes, 23 de mayo de 2025

No a la farsa electoral


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La Corta memoria y la farsa electoral

Agustín Sánchez González

Dice Carlos Gardel que 20 años no es nada, pero tampoco cincuenta.

Hace medio siglo, en 1976, México padeció su mayor crisis electoral. El sistema político estaba agotado y la sociedad asustada y desconfiada después de sendas represiones el 2 de octubre y el 10 de junio. El único partido político independiente, el PAN, ni siquiera fue capaz de presentar candidato a la presidencia.

Ese año, el Partido Comunista postuló, como candidato independiente a Valentín Campa, pero ese partido no tenía registro y su nombre no apareció en la boleta, así que quienes votaban debían escribir su nombre. En este contexto, obtuvo más de doscientos mil votos.

En esos meses, un sector de jóvenes con y sin militancia partidista, casi sin ponernos de acuerdo, pintamos paredes por toda la ciudad con una consigna de manera semi clandestina y comprando pintura de nuestros bolsillos: NO A LA FARSA ELECTORAL.

Yo debía votar por vez primera en mi vida, pero me negué a ese sainete y me sumé a esas pintas que, por cierto, me costaron una tarde de susto en una mazmorra de Atizapán.

En 1976,  la dictadura perfecta mostró un resquebrajamiento, su legitimidad se puso en duda, así como su representatividad. Gracias al talento de personajes como Jesús Reyes Heroles y Arnoldo Martínez Verdugo, entre otros, propusieron y generaron una tímida Reforma Política, y en 1979 se abrieron espacios al Partido Comunista, al Partido Demócrata y al Partido Socialista de los Trabajadores.

Empezó una larga y cruenta historia pujante, de alegría y de represión en muchas partes del país. Mi generación, inmediata posterior al 68, se montó en su macho para lograr, si no la igualdad social, al menos una democracia que rompiera con ese monopolio de partido único que había dominado al país desde 1929.

Cuatro décadas costó abrir esos espacios de la sociedad civil para lograr, primero, una institución independiente que fuera responsable del proceso electoral, hablo del IFE/INE y que le arrebatara ese atributo que se había apropiado el Estado priista.

Esos años de fin de siglo, se logró la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, presidida por gente intachable como Gilberto Rincón Gallardo, o abogados de prestigio como el ex rector Jorge Carpizo.

La prensa pasó de ser considerada “Prensa Vendida”, como era el grito cotidiano del 68, para convertirse en medios plurales, críticos y abiertos. Y la caricatura dejó de contemplar y mirar de manera mediocre al poder, convirtiéndose en un elemento fundamental para romper con el presidencialismo vil.

Después  llegaron las primeras derrotas ejemplares al PRI. En 1997, Cuauhtémoc Cárdenas, ex priista, hijo de unos de los míticos presidentes mexicanos, les arrebató la capital del país a sus antiguos camaradas, cobijado por un conjunto de siglas pero, fundamentalmente, por una sociedad harta del autoritarismo y el monopolio priista en la ciudad.

El milenio comenzó con el golpe más rudo: Vicente Fox, un personaje folclórico y conservador, un bocón machista, embelesó al país (mostró un México al que le gustan los personajes así: autoritarios y demagogos)  ganó la presidencia para el partido político de mayor tradición de oposición en el país.

El gobierno de la Ciudad fue retenido por el Partido de la Revolución Democrática, un organismo amorfo, lleno de tribus y que dio cabida a un conjunto de políticos de diversas historias, pero donde se colaron, gota a gota, viejos priistas que, con gran olfato, intuyeron que el fin del PRI estaba cerca. Uno de ellos, Andrés Manuel López Obrador, ganó la jefatura de gobierno, un personaje de características similares a Fox: autoritario, demagogo, descalificador y cuya candidatura era ilegal, según lo habían denunciado personajes como el hoy comisario fiscal, Pablo Gómez, pues no cumplía los requisitos legales para ser candidato.

En todos estos procesos,  se fortaleció el INE, que fue capaz de coordinar a una ciudadanía ávida de participar en estos procesos, mostrando interés en el cuidado de casillas en tiempos de elecciones, capacitándose para ello, o creando asociaciones de observadores electorales. Parecía que nos encaminábamos a elecciones verdaderamente democráticas.

Todo a pesar de que, en 2006 y 2012, AMLO descalificó las elecciones y fue creando un perfil de luchador social y mostrando la fascinación de los mexicanos con personajes con características caudillistas y convirtiéndose, sin duda, en un candidato capaz de encabezar hasta una revuelta.

En 2018, AMLO obtuvo la mayor cantidad de votos en la historia. Su gobierno hizo miles de promesas, la mayor fue el respetar las instituciones pero, muy pronto, sus acciones lo desmintieron. Su frase “Que no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”, quedó plasmada como asumir lo contrario. (Años antes afirmó: Al diablo con las instituciones)

No es difícil encontrar en nuestra historia personajes así, capaces de enamorar y hasta de mentir sin ser desmentido, y con tal impunidad como lo han demostrado estudiosos de ese tema, como Luis Estrada que en el libro El imperio de los otros datos, da cuenta precisa de las miles de ellos.

Una de las grandes rupturas, destructoras, fue la Suprema Corte de Justicia de la Nación, institución que pretendió hacer suya, a través del ministro Zaldivar a quien buscó reelegir, pero no lo logró y después, montando falsas acusaciones de corrupción, que nunca demostró, echó andar su maquinaría de destrucción de la SCJN.

Nadie duda que vivimos en una sociedad que asume la corrupción como algo natural, pero lo cierto es que cuando se lo ha propuesto, se han montado instituciones como el INAI o el INE, que mostraron que la honestidad es posible, a pesar de las, sin duda, muestras de corrupción por pate de algunos de sus miembros.

Este próximo 1 de junio, medio siglo después de aquella crisis de 1976, tendremos una elección llenas de fallas y falacias, con decenas de candidatos-delincuentes, con personajes nefastos como vinculados a la extrema derecha de la Iglesia de la Luz de Mundo, o con abogados cercanos a delincuentes o, más aún, candidatos que no son abogados. Lo peor es que la posible presidencia de la “Tremenda Corte”, recaerá en una ministra que plagió una tesis o en otra, egresada de una universidad patito, que sabe tanto de leyes como un analfabeto.

La reinvención del priismo autoritario y presidencialista, como hace medio siglo, lo quiere todo. Como hace cinco décadas, la abstención será  enorme. La mayoría por no entender de qué se trata y que no vale la pena salir a votar, y una minoría que le queda claro que la democracia mexicana ha caído en un bache y que votar (o no votar) es generar un poder absoluto para esta nueva mafia del poder, engendrada a través de MORENA.

La democracia en México es como el mito de Sísifo: cargamos una piedra hasta la cima de la democracia y cuando estamos a punto de llegar, el personaje autoritario la vuelve a tirar. A estas alturas de la historia, tras varios intentos y tras apoderarse esta nueva mafia del poder, será difícil levantar la roca.

Como hace medio siglo, no votaré. No podré salir a la calle a pintar No a la farsa electoral pues ni siquiera creo que sea necesario de tan obvio que lo es.

 



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