jueves, 9 de septiembre de 2021

DEL POSITIVISMO HISTÓRICO AL MANIQUEÍSMO HISTÉRICO



 

A finales del siglo, un personaje caudillesco y autoritario decidió modernizar al país en una suerte de segunda transformación. Porfirio Díaz olió que la vida francesa era chic y la norteamericana era grotesca y optó por la cultura europea.

Los Campos Elíseos llegaron a México, aprovechando el ensueño de la emperatriz Carlota, y nuestro Paseo de la Reforma llegó a embellecer a nuestra ciudad, siguiendo la norma de Gutiérrez Nájera que decía que “la ciudad de México no empieza en el Palacio nacional, ni acaba en la calzada de Reforma. Yo doy a ustedes mi palabra de que la ciudad es mucho mayor. Es una gran tortuga que extiende hacia los cuatro puntos cardinales sus patas dislocadas. Estas patas son sucias y velludas. Los ayuntamientos, con paternal solicitud, cuidan de pintarlas con lodo mensualmente...”

La lenta y gran tortuga, cien años después, se convirtió en un correcaminos que ha generado una ciudad enloquecida que se expande como en esas películas en que la lava arrastra con todo, después de una erupción.

La ciudad porfirista tuvo en el Paseo de la Reforma la oportunidad de plasmar su visión de la historia, contada a través de las estatuas; la idea positivista del progreso se planteó esa lectura, comenzando con Cristóbal Colón que, se sabe desde siempre, que no descubrió América, y que sin embargo es el precursor de una etapa en el mundo: el inicio del capitalismo y de la globalización que, nos guste o no, vivimos en la actualidad.

La segunda estatua fue Cuauhtémoc, el gran mito, el símbolo de la derrota nacional que vivimos a diario, y que por ende adoramos ser parte del equipo que perdió la historia. (Aunque únicamente fue la derrota de ese pueblo gandalla y prepotente que fueron los mexicas)

La tercera corresponde a la columna de la Independencia, en donde se plasma a un grupo de criollos que enaltece el nacimiento de la Nación mexicana.

Muy burdamente, ese el era el proyecto que hacía una pausa pare esperar la llegada del progreso, suponiendo entonces que algún día se alzara la estatua del Héroe del 2 de abril, Porfirio Díaz.

Llegó la Revolución y se detuvo el sueño de Díaz.

Cuando las aguas revolucionarias retomaron su cauce, con el conservador presidente poblano Manuel Ávila Camacho, se colocó una estatua de la Diana Cazadora (a la que se le puso taparrabo pues había que esconder esa inmundicia) El pretexto era embellecer la ciudad; Monsiváis decía que era la representación del poder: dar el trasero al norte y sin saber a qué le tira.

Después de setenta años, un ocurrente gobierno decidió, por sus pistolas, bajar a Colón de su pedestal. No sé si fue bueno o malo, sí sé que es una arbitrariedad más de la Jefa de Gobierno, que en un afán nostálgico y conservador muestra una vez más su gesto autoritario, como ya hizo al querer convertir el Zócalo en Tenochtilandia, cambiar el nombre a las ruinas de un árbol y a una de las calles más populosas de la ciudad.

Mientras el metro sigue en ruinas y sin castigarse a los responsables de la muerte de 27 personas, las calles llenas de inundaciones y baches y los niños en escuelas insalubres con el COVID encima, creo que jugar a las estatuas de marfil no es la mejor opción para quien dice gobernar la ciudad más grande del mundo.


https://www.eluniversal.com.mx/opinion/agustin-sanchez-gonzalez/del-positivismo-historico-al-maniqueismo-histerico

lunes, 8 de marzo de 2021

Enrique Fuentes: un entrañable librero

 


La muerte de Enrique Fuentes es, sin duda, el preámbulo de la gran crisis, tal vez hasta terminal, que se avecina en México, pues los libros y la cultura parecen ser lo último que le importa a este gobierno.
Fuentes es uno de los últimos grandes libreros de nuestra historia, un hombre sabio y generoso, con quien podías hablar desde los temas más complejos, hasta nimiedades.
Atravesar la puerta de la librería Madero, significaba entrar a un santuario del libro donde oficiaba un pícaro personaje, capaz hasta de señalar la errata de un libro o de encontrar el libro más complicado, y siempre con una sonrisa y una sapiencia modesta, sin alardes. Una librería que recibía a todo el mundo, desde la señora que preguntaba por un libro de primaria, hasta los grandes intelectuales como Monsiváis.
El día que acabe la pandemia y podamos volver a la calle, encontraremos una ciudad desolada que ha perdido muchas cosas, sitios, sueños; una ciudad triste pues hemos perdido a personajes entrañables como Enrique Fuentes.


sábado, 6 de marzo de 2021

Insólitas imágenes del zócalo capitalino

 


 

En el Zócalo apareció un

 palacio medieval amurallado

Agustín Sánchez González

Dicen que en nuestra Plaza Mayor se fundó este país.

Cuenta la leyenda que los mexicas erigieron esta ciudad en el sitio donde encontraron un águila sobre un nopal que devoraba una serpiente. Un mito hermoso y fundacional. Desde entonces, nuestra Plaza mayor, nuestro Zácalo es, sin duda, nuestro gran ombligo, pero también nuestro corazón; es un espacio de lucha y libertad, de miedo y alegría, de encuentro y desencuentro.

Es nuestra imagen y también nuestra realidad.

Tal vez es el espacio más fotografiado, en donde se siente la vibración de nuestro ser, de nuestro ente. Pero de las millones de imágenes vistos o guardadas en la memoria, sólo unas cuantas pueden ser evocadas como parte de nuestra tragicomedia. Un breve recuento de ellas, debe partir de la gran matanza del Templo Mayor, en 1520.

Pero, hay muchas otras más, tal vez hasta motivo de un libro. Imágenes como la quemazón del Parían, en1828, por las huestes que peleaban en torno al futuro del país u otra más terrorífica por lo que simboliza: el izamiento de la bandera de Estado Unidos, el 15 de septiembre de 1847, que significó el preámbulo de la mayor humillación a nuestro país y la aceptación tácita de su derrota y, además, perder más de la mitad del territorio nacional.


Plaza Mayor historia y vida, fiesta y tragedia.

Por este sitio llegó Madero tras derrocar al dictador, en una gran fiesta que convocó a miles de mexicanos a saludar un cambio que terminó, tras la fiesta, en una tragedia más, por la corrupción familiar de Madero, los errores de su propio gobierno que nunca escuchó a los aliados que, a la postre se convirtieron en sus enemigos, como Zapata y lo peor, por su alianza a las manos asesinas del General Victoriano Huerta y los militares que lo acompañaron a quien Madero les dio gran poder.


Siglo XX, cambalache, dice el tango.

En 1968, el 27 de agosto se llevó a cabo un plantón de estudiantes y el ejército llegó con tanques y metrallas ante un numeroso grupo de jóvenes que sólo pedían dialogo público y fueron expulsados de ese espacio destinado, o eso siempre se ha creído, para glorificar al poder.


Imágenes de dolor, ajenas a las imágenes de alegría, en 1938, cuando Lázaro Cárdenas expropió el petróleo e hizo un llamado al pueblo a apoyar esa epopeya y lo logró; o en 1982 cuando la izquierda mexicana llenó el Zócalo capitalino con el cierre de campaña de Arnoldo Martínez Verdugo, líder histórico del comunismo mexicano, en un evento que se llamó Zócalo Rojo, emparentado con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, birlado por personajes que actualmente se mantienen en el poder, y en 1997 cuando a fuerza de votos ganó la ciudad de México. Fue una fiesta por la democracia, al igual que en 2018, cuando López Obrador ganó las elecciones de manera contundente e iluminó el rostro de millones de mexicanos que miraron y soñaron con un mundo diferente.

Hay muchas imágenes más, decenas de estampas que se han convertido en históricas y que son recordadas por los historiadores y por la memoria de la sociedad mexicana.

Hoy, marzo de 2021, vemos una imagen deprimente, atroz: miles de metros de murallas, como las soñaba Trump, cubren palacio nacional, o como en los viejos castillos o palacios medievales donde se tendía un foso con cocodrilos para no ser tomado por los infieles o por los enemigos.

Es una imagen llena de desazón pues estas fotos, ya históricas, no se deben ni a la invasión de otra nación, ni a una guerra, sino a una justa demanda de mujeres mexicanas que buscan, tan sólo, justicia.

Mujeres asesinadas y violentadas a diario a quienes no sólo no se les ha hecho justicia, sino que son denostadas a pesar de que, muchas de ellas, celebraron la última gran fiesta que hubo en el Zócalo, en 2018.

Tiempos de muertas y de violencia. Tiempos oscuros que presagiaban luz y alegría y muestran un futuro falaz, sin futuro. La casa nuestra, seguirá entre muros, el poder se mantendrá vetado para las mujeres que seguirán, sin duda, sin ser escuchadas, por lo menos en los próximos años.

¡Será entonces que la leyenda fundacional no cuenta la verdad y que, en realidad, la ciudad se fundó en el sitio exacto en donde el águila defecó con singular alegría!

 

*Historiador

 


viernes, 8 de enero de 2021

Tristeza por Trupo: Mauro Mendoza

 
Con gran tristeza, acabo de leer que murió un gran actor, director, dramaturgo; un grande la escena que formó y forjó a muchas generaciones de niños que disfrutaron con su trabajo: Mauro Mendoza, un artista que era parte esencial de La Trouppe. 

Esto escribí hace veinte años, en La Jornada.



Más de dos millones de personas los han visto en más de 6 mil 200 funciones

Somos payasos del siglo pasado: La Trouppe

Sus integrantes no sólo son actores, sino pedagogos, músicos, filósofos y comunicólogos

AGUSTIN SANCHEZ GONZALEZ ESPECIAL

Música, payasos, títeres, colores, movimiento, cámara negra, juego y mucha diversión, eso es La Trouppe, la tropa, un grupo de artistas que comenzó una aventura, un divertimento escénico, hace veinte años y que hoy han consolidado con gran calidad.

Empresarios de la cultura, en el mejor de los términos, son la compañía teatral infantil, sin duda, de mayor trascendencia en nuestro país, cuyo contenido y calidad, han ido en aumento. Para quienes gustan de las cifras: más de dos millones de personas los han visto en más de seis mil doscientas funciones, han visitado más de tres mil escuelas.

"Somos unos payasos del siglo pasado", dice Sylvia Guevara (Lady Lucas) cuando comenzamos a platicar de los orígenes e imágenes, veinte años ha, el milenio pasado, cuando nació La Trouppe.

Conejillos de indias de la Escuela Nacional de Arte Teatral, donde formaron parte de la primera generación, Mauro Mendoza (Truppo) y Sylvia son los fundadores de este grupo. "La Trouppe nació para los cuates, dice Mauro, para las fiestas, para los jardines de niños".

Mientras jugaban a ser payasos, los jóvenes actores seguían estudiando y trabajaban en el Instituto Nacional de Bellas Artes: Sylvia en asesoría pedagógica para Rompecabezas Opus No.1educación especial, en la Dirección de Teatro, y Mauro en el Centro de Teatro Infantil, coordinando el TitiriGlobo y realizando el inventario de Rosete Aranda.

"En un festival que hacía la UNAM, faltó un grupo. La Trouppe entra de emergente y vemos que funciona para teatro, no solamente para fiestecitas y cuates; en ese tiempo éramos tres nada más", cuenta Mauro.

 Antes de La Trouppe habían hecho Barrionetas, Amores más laberinto, de Sor Juana; apoyados por Emilio Carballido viajan a Nueva York para participar en el Festival Latino, con una obra montada por Santiago García de la Candelaria, en la Escuela de Teatro: Guadalupe años sin cuenta.

En Nueva York, Mauro y Sylvia, deciden fundar una compañía al regresar a México. Era apostar a lo más difícil. El primer grupo se llamó Trajinante cuya vida fue efímera. Esta ruptura los llevó a una crisis que los obligó a montar una obra a la brevedad posible: Rompecabezas Opus No. 1, y con ella se inició una larga carrera.

"El teatro infantil, los payasos y el arte de los títeres son disciplinas que exigen dedicación tiempo amor y sacrificio, sin embargo, son menospreciados y han sido considerados como artes menores, hasta por los teatreros", dice Mauro.

La apuesta de La Trouppe fue buscar darse un lugar en el teatro, en una lucha que comenzó en plazas, jardines, escuelas, pero con la obra Troupperino, los títeres y los payasos regresaban al teatro, con la misma calidad y dando el mismo valor que al teatro de adultos. Pero además, son pioneros en la técnica de cámara negra y que cuenta con un excepcional trabajo musical, completamente original, compuesto por un genial compositor: Marco Antonio Serna (Toño Canica).

Constancia y calidad han sido la clave para permanecer veinte años en el gusto del público; asumirse como trabajadores del arte significó crear una empresa cuyos miembros están profesionalizados y dedicados completamente a la compañía, recibiendo su salario haya o no funciones.

En 1996, el IMSS lanzó una convocatoria a la comunidad teatral para otorgar en comodato algunos de los teatros de esa institución; uno de ellos, el Teatro Isabela Corona, fue obtenido por el grupo a partir de la propuesta Truppe-teatro, el espacio teatral para niños y jóvenes; fue otorgado por tres años, hecho que se prorrogó un año más; actualmente se encuentran en la incertidumbre, ya que en mayo concluye el convenio.

Sin embargo es una propuesta que ha avanzado, tiene un público cotidiano; ya hay tres generaciones que los han visto. Muchos de aquellos niños o adolescentes que los vieron en sus orígenes, hoy llevan a sus hijos.

Han dejado a un lado la improvisación, la copia y el teatro como negocio, para ponderar el estudio, el análisis, el conocimiento de los niños, la actualización permanente.

Los miembros de La Trouppe no sólo son grandes actores, cuentan con alguna especialidad: Silvya Guevara es pedagoga; Mauro Mendoza estudió comunicación gráfica; Marco Antonio Serna es egresado de la Escuela Nacional de Música, y Carmen Luna (Noni Pelusa), de la facultad de Filosofía y Letras, todos miembros de la UNAM.

Galardonados y distinguidos por la crítica especializada en seis ocasiones, han participado en más de cuarenta festivales nacionales y once internacionales; cuenta con catorce espectáculos teatrales y una película: Calacan, ganadora de cinco premios del III concurso de Cine Experimental.

La Trouppe, que comenzó con dos personas, hoy cuenta con tres compañías, mientras que los payasos originales siguen trabajando para mantener la calidad del teatro infantil y de su propuesta estética.




domingo, 1 de noviembre de 2020

DAVID CARRILLO: UN ARTISTA CENTENARIO

 


David Carrillo: un artista centenario

OCT 31 • /

David Carrillo fue uno de los grandes exponentes de la caricatura mexicana que hizo del dibujo su vehículo de expresión. Hoy lo recordamos a cien años de su natalicio

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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Historiador. Premio Nacional de Periodismo 2019; Twitter: @agusanch

Villaldama es una pequeña ciudad al norte de Nuevo León. Fue fundada a finales de siglo XVII al descubrirse algunas minas. En esa población aislada y lejana de las grandes urbes nació, el 29 de octubre de 1920, uno de los caricaturistas más importantes de este país: David Carrillo González.

 

Con buena estrella desde niño, tuvo la suerte de ser sobrino del muralista regiomontano Crescenciano Garza Rivera, otro gran personaje a quien la historia de la pintura y el muralismo (y sobre todo de Nuevo León) le debe un homenaje, pues es autor de importantes obras tanto en Monterrey, como en la Ciudad de México; fue un ilustrador que, también, colaboró en los primeros años de El Gran Diario de México.

 

El tío Chano, como le llamaba, fue una estrella importante en su vida pues al reconocer el talento nato que mostraba el niño David, no sólo lo estimuló, también fue un apoyo fundamental para que se marchara a la Ciudad de México a estudiar, becado, a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Academia de San Carlos), donde cursó pintura, dibujo y anatomía.

 

Pocos caricaturistas han tenido una formación académica en artes plásticas, como lo tuvo David, quien fue un gran maestro del dibujo; sus trazos quedaron plasmados en decenas de cuadernos que la familia debe tener resguardados, pues es sabido que sus manos construyeron un mundo maravilloso a través del arte.

 

Sin embargo, Carrillo optó por la caricatura, por el humor gráfico y no sólo nunca se arrepintió, sino que, llegó a decir, al ser distinguido con el Premio Nacional de Periodismo, que organiza el Club de Periodistas de México, “si volviera a nacer, sería otra vez caricaturista”.

 

Tenía 19 años cuando dio un campanazo. Revista de Revistas era una de las grandes publicaciones de este país; sus portadas solían ser realizadas por Ernesto García Cabral, Ángel Zamarripa (a) Facha u otros grandes artistas. En 1939, David Carrillo realizó, para la portada del semanario, un rostro de tres cuartos de perfil, mordaz y terrible, pero no menos hermoso, como obra de arte: José Stalin.


Stalin. Primera publica























 

A pesar de los pocos espacios existentes en la prensa, debido a la censura de esos años, y no obstante la calidad de muchos autores ya consolidados, como el mismo Cabral, Audiffred, Facha, y muchos más, David Carrillo supo enfrentar el reto de ocupar un lugar en la caricatura.

 

Tal vez debido a la compleja competencia existente, se refugió en espacios dedicados a la farándula como Diversiones o en Melodías musicales, donde destacan sus trazos plasmados con tinta y una singular maestría.

 

En Melodías musicales tuvo un espacio singular y logró ejercitar diversas expresiones de humorismo gráfico, desde el retrato, pasando por la caricatura, ilustraciones en lápiz y carboncillo que daban un toque parecido al grabado en linóleo, hasta pequeñas historietas ilustrando grandes éxitos musicales que estaban en boga, como la canción “Cien años”, del maestro Rubén Fuentes.

 

Por esos años, también, ilustró diversos carteles de cine de su época de oro, un hecho poco conocido y que valdría la pena recuperar. Se sabe que hubo en México grandes autores, desde los exiliados Josep Renau, Juanino Renau, Ernesto Guasp y Francisco Rivero Gil, al lado de Ernesto García Cabral, Miguel Covarrubias, Antonio Arias Bernal o Andrés Audiffred, entre los mexicanos.
Muy joven, David hizo diversos carteles de películas como La hija del panadero, de Joselito Rodríguez, o La virgen que forjó una patria, de Julio Bracho, cuando apenas tenía 22 años.

 

También realizó carteles de teatro para Palillo quien fue un personaje que le apoyó mucho en esos años cuando el joven Carrillo buscaba la manera de dedicarse al arte, por entero, y vivir de su talento.

 

En 1992 le contó a Rogelio Agrasánchez cómo realizaba esos trabajos: “(el editor) utilizaba el sistema process de aquel tiempo, con tintas planas. Yo le hacía los dibujos en pequeño, sobre papel Ross –que sigo aún utilizando para la caricatura y que tiene superficie rugosa–, con lápiz graso. Castillo los proyectaba con un aparato al tamaño real en que planeaba imprimir el cartel. Podía meter hasta dos colores, pero para eso tenía que hacer dos tiros. Una vez proyectado el dibujo, Castillo lo calcaba sobre un cristal. Luego, ya con la imagen copiada sobre el cristal, colocaba una tela sobre éste y volvía a calcar el dibujo en el textil, usando un lápiz graso. Después tapaba los espacios que debían quedar en blanco; los cubría con cola o no sé qué; era un sistema que él había desarrollado”.

 

Aunque en ese tiempo todos los caricaturistas querían ser como el Chango Cabral, quien incluso los estimulaba diciéndoles “copia mi trabajo”, David Carrillo venía de una influencia familiar, el Tío Chano, sin embargo, nunca dejó de reconocer a estos dos grandes artistas y el impacto que tuvieron en su vida y arte.

 

Su obra se caracteriza por un trazo clásico. Construyó su propio universo, con un estilo propio, sus trazos adquirieron una personalidad y su manera de hacer caricatura tuvo su propio nombre. Alejado de la tendencia que encabezó su paisano Abel Quezada, que con trazos “sencillos” y mucho texto mostraba su mundo, generó una suerte de cauda de jóvenes que quería dibujar como él; en cambio, Carrillo, siguió una línea personal, usando el lápiz graso, la acuarela y tinta; su presencia comenzó a destacar en innumerables medios, como ZócaloAB o Novedades.

 

A la par que su presencia en la prensa nacional, colaboró en revistas como Don FufurufuMuñecosLa Vida en BromaNosotrosMañana y Opinión, entre otras.

 

En El Universal brillaba casi desde su origen el gran maestro Andrés Audiffred, que tuvo una permanencia de varias décadas. Al morir, llegó a esas páginas el “Brigadier”, Antonio Arias Bernal, quien lamentablemente sólo se mantuvo poco tiempo, pues también falleció. Entonces, Carrillo heredó el espacio de estos gigantes. Durante dos décadas su presencia formó parte de la memoria de este diario centenario. En los años setenta pasó a El Sol de México.

 

En un homenaje hay que destacar dos logros más: su lucha por la reivindicación de los derechos autorales, que lo llevo a conformar, con otros colegas, la Sociedad Mexicana de Caricaturistas, que dirigió durante muchos años, y el importante papel que jugó al resguardar la memoria histórica de la caricatura, cuando a nadie le importaba (de hecho sigue sin importar).

 

David empezó a solicitar obras a sus colegas para hacer una retrospectiva, que al final no se realizó, pero que fue la base de lo que sería parte fundamental del acervo del Museo de la Caricatura de la Ciudad de México.

 

Realizó innumerables exposiciones en diversos recintos, pero una de las más importantes fue la muestra Recordar es David, en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, cuya importancia radica en que fue reconocido en su estado natal, en uno de los museos más importantes de nuestro país. (Es una pena, y una vergüenza, que en Villaldama, su pueblo natal, jamás le brindaran un mínimo homenaje).

 

Murió hace apenas cinco años, en 2015.  Tenía una juvenil fortaleza de 95 años y una satisfacción enorme por haber trascendido en el mundo de la caricatura y del arte.

 

FOTO: David Carrillo por Helioflores. Colección


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