miércoles, 15 de abril de 2020

Homenaje a los médicos, por el Chango Cabral



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stos días de incertidumbre y temores, el humor es un paliativo, sin duda.


Hace casi cien años, Ernesto García Cabral, el famoso Chango, uno de los grandes artistas del humor gráfico, en el mundo, empezó una larga relación laboral y comercial con los laboratorios alemanes Bayer.




 Durante muchos años realizó la portada e interiores de la Gacetilla Bayer, ilustrando chistes, a veces buenos otros malos, pero con espléndidas ilustraciones que hoy son de colección.
A la par, ilustró los capitulares de la portadilla, mismas que mi amigo APEBAS utilizó en el diseño de mi Diccionario biográfico de la caricatura en México. 



Como un homenaje a nuestros héroes del 2020, los médicos, rogando por su cuidado y agradeciendo su labor, les presento esta pequeña galería. (Mañana seguiré con las enfermeras)


martes, 14 de abril de 2020

Esto es México. Ese inexistente fantasma

Hace 25 años tuve varias semanas una columna en la sección cultural de El Financiero, que dirigía mi amigo Víctor Roura. El 3 de mayo de 1995, escribí este texto que juega con el futuro. Me latió volverlo a presentar en estos días de incertidumbre



Esto es México. Ese inexistente fantasma


Anda por allí. Por más que se quiera correr, a diario lo alcanzamos y siempre, inevitablemente, nos sorprende.
Apenas hace unos diez años cuando preguntaba a mis alumnos ceceacheros acerca de lo que harían cuando llegara el siglo XXI, ellos especulaban y, alguna vez, una alumna, llena de terror, pidió cambiar de tema.
Y es que el futuro siempre da miedo. La incertidumbre es lo más cruel. Ya lo cantaban los hermanos Martínez Gil: "¡ay! cómo es cruel la incertidumbre".
El pasado no siempre es mejor. Nuestro cerebro lo guarda celosamente como en un archivo de computadora que, muchas veces, no deseamos abrir.
Claro, hay fragmentos del pasado que uno recuerda con agrado. El primer beso, como decían los poetas del pasado, es inolvidable.
Pero nada, lo único que cuenta es el presente. Los letreros de las viejas misceláneas de otros tiempos eran muy claros: "Hoy no fío, mañana sí".
Nadie puede imaginar el acontecer, el devenir; el pasado, en cambio, puede ser manipulable para nosotros.
"Ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy". La canción de "La llorona" que hoy queda tan bien para ciertos psicópatas que no valen la pena mencionar, aunque andan por gringolandia pregonando sus grandes éxitos.
"Nosotros somos quienes somos, basta de historia y de cuentos". Todo sucederá este día. La vida, tan difícil, tan complicada, acontece a veces a cuentagotas y cuando nos damos cuenta ya es pasado.
¿Quién nos diría que muchos de los viejos comunistas, luchadores incansables, se han replegado al poder? Piensa en aquellos que cantaban una canción de José de Molina: "a parir madres latinas, a parir más guerrilleros, ellos sembrarán jardines, donde había basureros". Increíblemente, de pronto, su canto se hizo realidad y, efectivamente, a sembrar jardines, aunque los basureros ahí quedaron.
Pensar el pasado, en cambio, nos muestra la rudeza de una vida que ha transcurrido; con él, por cierto, podemos jugar, imaginando cosas que nunca fueron.
Las sorpresas se acumulan todos los días, y resulta que el pasado no es tan aleccionador y que tampoco lo podemos cambiar. Quien la riega, la regó y ya. Lo que pasó, ya sucedió y no hay cambio alguno.
Tampoco podemos desgastarnos con el tiempo que vendrá. "El presente es de lucha, el futuro es nuestro", decían las viejas consignas, pero el futuro, ese al que se refería la frase, nunca ha sido nuestro.
El futuro es completamente inexistente y se encuentra lleno de incertidumbre; es un fantasma que nos espanta, se convierte en pesadilla, hace buuu por las noches y algunas veces, sólo logra hacernos llorar, mientras el presente, lo único real, lo olvidamos pues es tan sólo, parte de la vida cotidiana.

lunes, 13 de abril de 2020

Teodoro Montes: de Paso del norte a paso al cielo


Hace unos años me invitaron a Ciudad Juárez a montar una exposición dedicada a Memín. Al terminar la conferencia inaugural, se acercó una persona a quien no conocía, a invitarme a participar en unas Jornadas de Historia que celebraba un grupo de amigos, profesionista diversos, interesadas en la historia.
Esta importante agrupación, promotora de la historia, se llama Sociedad Paso del Norte y, por entonces, era dirigida por el profesor Teodoro Montes. 
Este es un grupo independiente, autónomo, que se mantiene gracias al esfuerzo y entusiasmo de todos sus miembros y que participan en la divulgación de la cultura, a través de un programa de radio, conferencias en escuelas de todos los niveles, un evento anual de conferencias y mesas redondas y que rescatan tanto la cultura nacional como la local. 
Participar con ellos fue una experiencia única.
Ávidos de conocimiento, entusiastas, afectuosos, me hicieron parte la sociedad. Me entregaron un reconocimiento, que para mí es uno de los más bellos que he recibido pues fue entregado por mis pares y, por si fuera poco, me invitaron a integrarme como miembro honorario, a la Sociedad Paso del Norte.
Entre este generoso grupo, el profe Teodoro y yo tuvimos un acercamiento e identidad muy grande, que nos convirtió en amigos.
Desde entonces, hablamos regularmente por teléfono y para mí era un gusto enorme hacerlo con el buen Teodoro, que siempre estaba lleno de actividades, de propuestas, de sueños, junto con esposa, la profesora Imelda tan entusiasta y generosa como él. 
He vuelto a Ciudad Juárez un par de veces y gracias a ello, nos encontramos de nuevo.
El año antepasado le pedí me llevara a conocer esa Ciudad Juárez tan de él y así lo hizo; pasamos un día maravilloso, luego comí con los colegas de la Sociedad Paso del Norte y me despedí, anhelando volver.
Hoy me enteré que la próxima vez que vuelva a Ciudad Juárez ya no lo veré y extrañaré su amable sonrisa, su entusiasmo, su conocimiento, su amor a la vida y a la historia.
No sé de cierto si existe el cielo, el infierno está en este mundo, pero si lo hay, me gustaría llegar ahí y encontrarme con mucha gente con la que me he cruzado en la vida y han dejado una huella imborrable, como el profesor Teodoro.
A la tristeza por estos días inéditos, se suma ese dolor por la partida de ese hombre bueno y generoso que un día conocí en Ciudad Juárez y al que, sin duda, no olvidaré jamás.

viernes, 10 de abril de 2020

Mis Premios. Museo del Chopo. Concurso de textos íntimos


En 1982, el Museo Universitario del Chopo y el programa Kiosco, de Radio Educación, organizaron un concurso de cuento, llamado Textos Íntimos, Esa no porque me hiere.
Por aquel entonces, acudía semana a semana a un taller de cuento que impartía Orlando Ortiz y habíamos trabajado un texto que me gustó para el concurso. Se trataba de que el cuento tuviera que ver con una canción. En aquel tiempo, bajo la influencia del poeta Raymundo Ramos, me había vuelto fan de Agustín Lara así que al cuento le añadí la canción Siempre te vas, del músico-poeta.
El resultado: el primer lugar y su publicación en la revista Nexos. El Premio me lo entregó Ángeles Mastreta, que entonces era directora del Chopo, Jorge Pantoja, subdirector, Eugenio Sánchez Aldana, que conducía el programa y, ese domingo estaba de invitado uno de mis ídolos: Chava Flores. El jurado lo conformaron José Joaquín Blanco y Luis Miguel Aguilar.
Fue, así, un premio redondo.
El cuento, más adelante, lo publiqué en mi libro Por si cambias de opinión, en 1985. Esta fue la versión de Nexos

AMELIA

Primer lugar, inspirado en la canción “Siempre te vas”. de Agustín Lara.
Amelia llegó al departamento de envoltura una mañana como todas. El borde del uniforme nuevo le cubría por completo las rodillas; su aspecto era ridículo a causa del turbante mal puesto; en la cara se notaba la angustia típica de todo trabajador nuevo. La observé y me pareció una mujer sin chiste. La acompañaba el supervisor, que me dijo: “enséñele a la señorita cómo colocar las etiquetas en la máquina envolvedora”.
La mujer era sumamente torpe, sus manitas -“siempre he estado en casa, nunca he trabajado”- delicadas, no acertaban en las operaciones. A pesar de sus torpezas yo estaba feliz, pues sus senos quedaban a merced de mis codos, que a cada rato sentían un colchoncito muy suave. Ese primer día fue fatal pues -“me llamo Amelia”- no entendía. “Mira, pon atención: coloca todas las etiquetas con las letras hacia abajo y cada vez que llegue la pinza avánzalas rápidamente. No, al revés, al derecho, así, empújalas, con cuidado, bien”. Gruesas gotas de sudor le escurrían cuando sonó el timbre para salir a almorzar le invité una torta, pues ella no traía nada. Recargada en un coche, en la calle, sufría al no poder agarrar el refresco, pues tenia los dedos acalambrados. “Ya se te quitará, en dos o tres días te acostumbras. Mientras ponte un `curita'”. “No tiene caso, me amolé mis dedos”.
Las etiquetas al revés, al derecho, empujarlas levemente y listo; las etiquetas al revés, al derecho, empujarlas levemente y ella sin poder hacerlo. Sus senos en mis codos y su sudor y su cara angustiada y el chacapum, chacapum, chacapum de las máquinas que seguramente retumbaron en su cerebro durante muchos días. Siempre pasa así. Por las noches uno se sobresalta y se levanta angustiado, con la pesadilla de miles de etiquetas atoradas en la máquina.
Al segundo día de trabajo Amelia llegó muy temprano y cuando me disponía a colocar las etiquetas y el pegamento ella lo había hecho ya. Me dio gusto, extendí el brazo para saludarla y aquella mano lisita que había sentido un día antes, era otra; de ahora en adelante sus manos siempre estarían rasposas, escoriadas.
La máquina se descompuso a media mañana y nos enviaron a escoger, en el desperdicio, las pastillas que estuvieran buenas para que no se mandaran al molino. Amelia estaba sentada frente a mi y cada que la miraba -dizque escogiendo pastilla- me agasajaba la pupila. “¿Estás casado?”. “No, aún no”. “¿Tienes novia?”. “Tampoco, pero ya me están dando ganas”. “Eres un mentiroso, como todos, siempre se niegan”. Seguimos hablando tontería y media, le platiqué que llevaba un año trabajando, “pronto me darán la planta, aún tengo contratos de veintiocho días pero nada más es cosa de invitar a chupar al del sindicato y él me la consigue”. Ella me contó la existencia de una hija llamada Magali, “pero no, ni novio, ni esposo, madre soltera, pues”. Por la tarde, al despedirnos y sentir sus manos recordé al maestro Lara: “dónde hallaré el calor de tus manos”.
Desde esa ocasión siempre estuvimos juntos, aunque ella trabajaba en otra máquina. Comíamos juntos; la acompañaba a su casa y como norma, a diario, al despedirnos le recitaba al músico-poeta “siempre te vas, no me digas adiós”. La consolaba de su cansancio, pues trabajaba en una envolvedora en donde tenia que estar agachándose y estirándose, “como si se estuvieran haciendo abdominales todo el día”. Cierta vez la invite a bailar a Los Angeles y me dejó plantado a pesar de que tocaba la “Santanera” Fui solo y me sentí muy mal.
Al disculparse del plantón. “la niña tenía calentura, no te enojes, otro día vamos”, yo no hablaba. “¿Quieres que me hinque a pedirte perdón?, habla…” No le contesté. Las máquinas fueron testigas de mi abandono. Las etiquetas se botaron, el pegamento se regó y Amelia, llorando, se acercó a darme un beso en la mejilla. Fue algo imprevisto, algo que me hizo pensar en que tenia razón y debía comprenderla. Esa vez no la acompañé a su casa, me acosté a dormir temprano pero Amelia no se separaba de mi pensamiento: Amelia y sus ojos y sus senos y sus piernas. Amelia “¿cómo podré sin tus ojos vivir?”.
Todas las tardes las pasábamos juntos. Entre empujones, en el camión o el metro, la abrazaba, le rodeaba la cintura y nos dábamos dos o tres besos. “¿Por qué no nos casamos?”. “Estás loco”. Luego caminó rápidamente y evadió la conversación.
El día de muertos me dieron la planta, estaba feliz cuando me contaron un chisme: “Te andan volando la paloma”. No creí, pero empecé a notar las preferencias del supervisor para Amelia, la había trasladado a una mesa donde trabajaba muy cómoda, vigilando que los empaques estuvieran en buen estado. Algunas veces tenía café o un pastel. “Son habladurías, el ingeniero sólo es muy buena gente”.
Las cosas seguían igual: por las tardes la dejaba en su casa; los fines de semana “cuido a Magali, no puedo salir contigo”, yo jugaba fútbol o me iba a tomar con los cuates. Llegó el doce de diciembre y en la fábrica hubo misa, tamalitos, champurrado y luego un cuadrangular de fut. Antes del partido discutí con Amelia porque el ingeniero le dijo algo al oído. “Son figuraciones tuyas, me tiene mucho respeto”. Ese día jugué como nunca, metí dos goles y con ellos ganamos el trofeo. Para celebrar el triunfo compramos unas botellas pero Amelia no me dejó tomar. “Vámonos, puedo llegar tarde a casa”. Dejamos a los cuates. en el camión nos besamos desesperadamente y la convencí para entrar a un hotel. Fue sensacional. Nos despedimos, no quiso que la besara pero no me importó. Fuí a celebrarlo y llegué borracho a casa.
La cruda, la máquina, las etiquetas al revés, el chacapum en mi cerebro. No me fijé que Amelia no se presentó a trabajar. Esa tarde fui a curármela y al siguiente día -que tampoco asistió al trabajo- la busqué. Muchas tardes lo hice. Parecía que a Amelia se la había tragado la tierra. Tampoco el ingeniero aparecía, andaba de vacaciones desde el día tres y regresaría hasta enero.
Tres años hubieron de pasar para volver a saber de ella. Andaba en el centro de la ciudad buscando las esferitas para el árbol cuando la encontré. Estaba más linda que antes. Nos abrazamos y besamos al vernos, como si nada hubiera pasado y acabamos en el mismo hotel de entonces. Me contó que vivía feliz al lado de Ricardo, el ingeniero- pero que me extrañaba mucho; “¿tú crees que las canciones de Lara se olvidan fácilmente?”. Cuando salió de la sábana y empezó a vestirse lentamente, me recordó aquellas pastillas desnudas que nosotros cubríamos mecánicamente al colocar los paquetes de etiquetas con las letras hacia abajo, al revés, al derecho para luego empujarlas suave, eternamente...





lunes, 6 de abril de 2020

La vacuidad del poder en una fotografía


Estar solo puede significar desolación, pero también un enorme vacío en la vida.

La fotografía se puede leer no sólo como expresión estética, también como un pedazo de historia.


Esta fotografía del informe de AMLO, en este Domingo de Ramos del 2020, es un ejemplo de la desolación del poder: el gran solitario de palacio, aislado, alejado de la realidad, sin aplausos ni vivas. Un hombre que, en el infinito, se ha quedado solo, a partir de su arrogancia y autoritarismo.



sábado, 4 de abril de 2020

"Sólo morir permanece". Luis Eduardo Aute (1943-2020)


Gracias, Aute 

Caricatura de Ed


Decir espera es un crimen,
Decir mañana es igual que matar,
Ayer de nada nos sirve,
Las cicatrices no ayudan a andar.
Sólo morir permanece
Como la más inmutable razón,
Vivir es un accidente,
Un ejercicio de gozo y dolor.
Que no, que no, que el pensamiento
No puede tomar asiento,
Que el pensamiento es estar
Siempre de paso, de paso, de paso...
Quien pone reglas al juego
Se engaña si dice que es jugador,
Lo que le mueve es el miedo
De que se sepa que nunca jugó.
La ciencia es una estrategia,
Es una forma de atar la verdad
Que es algo más que materia,
Pues el misterio se oculta detrás.
Hay demasiados profetas,
Profesionales de la libertad,
Que hacen del aire, bandera,
Pretexto inútil para respirar.
En una noche infinita
Que va meciendo a este gran ataúd
Donde olvidamos que el día
Sólo es un punto, un punto de luz.



miércoles, 1 de abril de 2020

Cartón del mes: La mariguana vista por Posada

José Guadalupe Posada es uno de los artistas más sorprendetes del mundo; es una pena que la gente lo "conozca" sólo por las calaveras y, más concretamente, por la Catrina.
En el ejemplar de abril de la Revista Relatos e Historias en México, en su entrega del mes de abril, presentó una tira de cuatro cuadros llamado "¡Zun, zun, de la mariguana!", aparecido en el periódico El Periquillo Sarniento.
Este número de la revista está dedicado a la mariguana, adquieranlo y apoyen a la mejor revista de divulgación histórica en México 

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...