domingo, 2 de febrero de 2020

Posada a 100 años, ese desconocido (Nota de 2013

Esta entrevista se realizó en 2013 tras la exposición dedicada a Posada en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, de la que fui curador.


Posada a 100 años, ese desconocido




Unos estiman que José Guadalupe Posada hizo 11 mil dibujos y otros señalan que 20 mil. Pero de acuerdo con el especialista Agustín Sánchez González, sólo habría realizado unas 600 calaveras que, injustamente, dice, han provocado su encasillamiento. De ahí que haya muy pocas expuestas en la muestra José Guadalupe Posada. El Gran Ilustrador de lo Mexicano, montada en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, con ocasión del centenario del fallecimiento del célebre grabador, que se cumple este domingo. Conaculta, el INBA, Cultura del DF y el gobierno de Aguas Calientes anunciaron en la semana un programa de casi 100 actividades a lo largo del año.
MONTERREY, N.L. (Proceso).- José Guadalupe Posada es mucho más que sus calaveras.
Los grabados esqueléticos del artista hidrocálido representan apenas el 3% de su vasta creación, que debe alcanzar unas 20 mil obras, según estima el historiador Agustín Sánchez González, curador de la exposición José Guadalupe Posada. El Gran Ilustrador de lo Mexicano, que se exhibe del 14 de noviembre 2012 al 10 de febrero del 2013 en el Museo de Historia Mexicana (MHM) de esta ciudad.
Sus antiguos grabados pueden verse en periódicos, cajetillas de cerillos, recetarios de cocina, vitolas de poros, medicamentos, carteles taurinos, teatrales, circenses, juegos de mesa y funciones de lucha libre, entre muchas otras superficies que ocupan decenas de vitrinas del recinto.
Sánchez González, el mexicano que quizás conoce más de la obra de Posada, considera necesario hacer un inventario de la obra del caricaturista e investigar con seriedad su vida personal, de la que se conoce muy poco.
Es un misterio la vida del ilustrador, quien falleció el 20 de enero de 1913 y que, pese a ser el más universal de los artistas mexicanos de su género, es desconocido y víctima de numerosas difamaciones y mitos.
Murió en la ruina y derrochó las ganancias en el trago. Su cuerpo terminó en la fosa común. Hasta que murió, Posada se convirtió en leyenda, afirma el historiador.
En esta exposición, que conmemora el centenario de su aniversario luctuoso, Sánchez González pretende acercar a Posada al gran público, para que sepa que su obra va mucho más allá de las calaveras y que entienda, de una vez por todas –así lo dice, en claro enfrentamiento con lo aceptado–, que La Catrina huesuda no fue un invento suyo, sino de Diego Rivera.

Inventario necesario

“Posada. Su apellido es Posada, en singular, no Posadas”; cree necesario aclarar Sánchez González, el curador que se ha ocupado de estudiar durante los últimos 20 años la obra del artista que nació el 2 de febrero de 1852 en el barrio de San Marcos, en Aguascalientes.
El autor del libro José Guadalupe Posada, un artista en Blanco y Negro, seleccionó las casi 200 piezas exhibidas en el MHM, provenientes de colecciones privadas e instituciones públicas, que han cedido el material para esta exhibición, la mayor presentada de la obra del compulsivo dibujante.
La muestra se divide en seis temas: los precursores; primeros años, Aguascalientes; su estancia en León; Don Lupe llega a México; su influencia inmediata; y Cien años después de su muerte.
La museografía recurre a videos temáticos para fortalecer los contenidos y facilitar al público un acercamiento al grabador y su obra.
Pero este paseo por el mundo Posada contiene una fracción microscópica de su legado descomunal, que se encuentra disperso por el mundo, y que no ha sido aún debidamente inventariado.
No se conserva ni un solo trazo ológrafo del maestro, reconoce el curador. Todo su trabajo ha quedado en reproducciones, impresiones litográficas y serigráficas.
Por eso, dice el especialista, ya es tiempo de darle su lugar en la historia del arte en México y honrar su memoria con un estudio serio de su vida y con un trabajo profesional y definitivo de preservación de su obra, que actualmente no ha emprendido ninguna institución cultural en el país.
A lo largo de los años han sido presentadas colecciones del llamado gran ilustrador mexicano, pero esta exposición en el MHM es la mayor y más representativa del serigrafista, dotado de un talento extraordinario para los rostros y los detalles.
Los visitantes al museo verán numerosos grabados y, entre todos ellos, muy pocas calaveras.
La museografía busca que el público se adentre en el otro trabajo del maestro, el menos conocido, pero que alcanza, como los pictogramas de las osamentas, un toque de excelencia.
Explica el también periodista:
“Que haya pocas calaveras fue a propósito, porque queríamos decirle a la gente: Posada es más que las calaveras, que en sí son maravillosas. Pero el artista está más allá de La Catrina. Creo que las exposiciones de Posada han abusado de las calaveras.”
Hay una discusión abierta sobre la cantidad de piezas que pudo haber dibujado José Guadalupe. Unos estiman que hizo 11 mil dibujos y otros 20 mil. Esta última cifra es la que más se aproxima a la realidad, según Sánchez. Y de acuerdo a este cálculo, sólo habría dibujadas unas 600 calaveras que, injustamente, dice, han provocado el encasillamiento del caricaturista.
“Se ha abusado de las calaveras por desconocimiento. Creo que hay pereza intelectual. Se repite lo mismo. Cuando en internet buscas Posada, aparecen miles de imágenes y todas son calaveras, hay muchas falsas, fotos que no son. Nadie se toma la molestia de preguntar un poquito, saber si es o no es”, lamenta.
No hay, hasta ahora, un interés genuino en el ámbito cultural de conocer más al artista y por ello surge la desinformación, estima.
Además de Sánchez González, mexicano de nacimiento, se han ocupado de estudiarlo Luis Cardoza y Aragón, de Guatemala, y Antonio Rodríguez, de Portugal.
No hay muchos posadólogos en la patria, aunque como parte de nuestro propio conocimiento cultural, se debería saber que Posada dibujó a la gente del pueblo y a todo el entorno de una época entera, considera.
Sánchez González propuso, hace algunos años, que se hiciera un homenaje nacional, en el que todos los museos del país exhibieran por lo menos una obra del retratista. El Museo de Arte Moderno podía presentar su faceta surrealista. El del Ferrocarril podría hacer lo propio con dibujos de trenes.
“Hay que ver todo de Posada, porque su grandeza estriba en la capacidad de demostrar lo que somos. Está presente en cualquier tema: en juegos de mesa, cartas de amor, cancioneros, magia, libros de texto, nota roja. Hace poco descubrí en León una estampita religiosa que se vende y que fue dibujada por Posada”, dice.
Se conservan ejemplares de la revista El Jicote como joyas de la creatividad del artista. Ahí aparecieron once de sus trabajos en los que se observan representaciones de notas de época. Hizo ahí lo mismo en otras publicaciones, donde se ve a una madre atormentando a su hija, a un sacerdote ahorcado, a una mujer que descuartizó a su hija, según las noticias policíacas que eran redactadas.
No hay una referencia precisa sobre la manera en que el creador hizo esas viñetas. Sánchez González conjetura que el editor le habría encargado que ilustrara las notas, y en los trazos se observa la concepción muy marcada del autor sobre el bien y el mal. Los victimarios son presentados como seres de aspecto perverso y las víctimas en horrorosos trances de tormento.
En 1892, ya en sus 40, trabajó con el impresor Antonio Vanegas Arroyo. En esa casa impresora se conserva el mayor número de las obras.
De acuerdo con el boletín del MHM sobre la exposición, se informa que de ese taller salieron miles de publicaciones de diversos formatos en los que daba reseña gráfica de los acontecimientos que impactaban al pueblo mexicano: catástrofes, milagros, crímenes, escándalos, incendios, profecías, sucesos sensacionales, peregrinaciones, cuentos de amor, relatos patrióticos y célebres ejemplos.
Participó en más de 60 periódicos como La Casera, El Chile Piquín, El Diablito Rojo, Don Cucufato, El Malcriado, El Paladín, Ave Negra y La Guacamaya.
Pero hay mucho trabajo disperso aún que debe ser compilado y ordenado, sugiere el curador, pero esta iniciativa tiene que surgir como un impulso más personal que institucional. Los entusiastas historiadores del dibujante y caricaturista son los que han rescatado su legado y, por iniciativa propia, se han dado a la tarea de descubrirlo, para revelar el misterio de su vida y aportar más del hombre.
Él abrió un espacio en facebook para convocar a personas a que lo ayudaran a colectar piezas del gran misterio que es aún este artista tan reconocido.
“Se aceptan voluntarios para hacer el inventario”, dice el mensaje que escribió Sánchez para animar a los interesados.
“La obra esta dispersa por el mundo. Yo no la conozco toda. Creo que en Estados Unidos hay colecciones enormes. Ahora con facebook se puso en contacto conmigo una persona que dice tener la colección más grande. Por lo menos podemos hacer un inventario de ella.
“En bibliotecas de Estados Unidos hay mucha obra, pero se necesita ir allá, trabajar, inventariar, y podríamos empezar a saber cuál es la cantidad de su obra, porque no sé, siquiera, cuántas obras conocidas hay, quizás unas 10 mil. Una amiga me acaba de traer un libro de Alemania, publicado en los noventa, que tiene novecientas y tantas imágenes”, ejemplifica.
Sánchez González ha planteado crear un centro de documentación. También quiere hacer en Aguascalientes La Casa de Posada, donde vivió, en San Marcos. Una especie de Meca a donde puedan ir sus seguidores, similar a la Casa Azul de Frida Kahlo en la Ciudad de México.

De don Pepe a Posada

De entre todas las imágenes, la más conocida es la que se le ha dado el nombre común de La Catrina que es, en realidad, un invento de Diego Rivera, sostiene, e intenta probarlo:
El cráneo de esta imagen, sin cuerpo, apareció primero en una publicación que se mofaba de las mujeres autóctonas de México que aspiraban a comer garbanzo o ser garbanceras como las damas de alcurnia españolas que vivían en el país. Por ello dibujaba a la dama esquelética con un sombrero estrafalario, acorde a la época.
La impresión fue publicada junto a un texto de autor anónimo, días después de que Posada falleciera, en 1913. El artista nunca se enteró de la trascendencia de la llamada “Calavera Garbancera”.
Muchos años después, en 1952, Diego Rivera pintó el famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central en el Hotel del Prado, reubicado tras el terremoto de 1985 en el creado ex profeso Museo Mural Diego Rivera. Fue el guanajuatense el que le puso cuerpo y atuendo a la calavera de Posada, que sólo se conocía por su cabeza y sombrero. A la izquierda de la huesuda aparece el mismo José Guadalupe, en justo homenaje al creador de La Garbancera, y a su derecha el propio Rivera como niño.
Según cuenta el historiador, la denominación de esa mujer descarnada, La Catrina, por su aspecto refinado, fue obra del pueblo. Y desde entonces ha trascendido, como un mito mayor, que Posada inventó la imagen.
Hasta donde se sabe, el artista no obtuvo fortuna con su prolífica obra. Presumiblemente murió pobre y alcoholizado.
En el catálogo sobre la exposición, Agustín Sánchez escribió:
“Hace cien años, en un modesto féretro, yacía un personaje conocido como don Lupe, cuya muerte pareció no importar a nadie. Salió de una de las tantas vecindades marginales de Tepito, en la Ciudad de México. Fue enterrado en la zona de sexta clase, la única gratuita del Panteón de Dolores.”
Posada, personaje ignorado en su tiempo, conocido únicamente como don Lupe, es revalorado a cien años de su muerte, pero oculto todavía en sus detalles.

https://www.proceso.com.mx/331240/posada-a-100-anos-ese-desconocido-2

domingo, 26 de enero de 2020

En defensa del humor: si dos se ríen, el mundo cambia


En defensa del humor: si dos se ríen, el mundo cambia

ENE 25 • 

La risa ha sido una arma muy efectiva para la construcción de la democracia; hoy la corrección política, la intolerancia de las redes sociales y los políticos que no soportan la crítica quieren obligarnos a proscribir el humor
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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
“Reír es una manera de nacer (la otra, la nuestra, es llorar)”, escribe Octavio Paz en Risa y penitencia.

Reír es una experiencia maravillosa de la vida. La cara sonriente siempre es bella, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Aún ahora en que el mundo gira con una velocidad vertiginosa.

Todos lo que hoy existe, incluso el humor, se esfuma como arena entre las manos.

La globalización ha acelerado procesos universales, con giros circulares que han roto la vida laboral y productiva que tenía una relación social comunitaria, regresando a los procesos de producción individualista, como hace varios siglos.

La historia de la humanidad que solía convertirse en un péndulo recorriendo hacía un extremo y luego hacía el otro, a pesar de la velocidad, hace un buen rato quedó entrampada en la parte más oscura, más retrasada, más represora.

En estos tiempos de clandestinidad comunicativa, las redes sociales marcan el destino del mundo, se han convertido en ese oscuro sueño, en ese viaje etéreo donde quedamos sugestionados y donde, a través de las inocentes cookies, nos conducen, mansa y directamente al precipicio, cual rebaño de borregos que discurre y da “like” a diestra y, raramente, a lo que conocíamos como siniestra.

En los albores de la construcción de lo que se llamó la acumulación originaria de capital, o el nacimiento del capitalismo, la iglesia católica tuvo en sus manos la consagración del poder y después, con el triunfo de la revolución industrial, el espíritu protestante tuvo su ingreso a la palestra, conviviendo con aquella.

En ambos momentos, el humor tuvo una sórdida represión.

En El nombre de la rosa, Umberto Eco retrata el mundo medieval, donde un fraile ciego invoca a Dios para censurar la risa argumentando, incluso, que Cristo nunca sonrió. La risa es un pecado, no es seria, ni es humana. El mismo fraile, la da como característica de los chimpancés.

Hoy, en plena globalización, las nuevas religiones evangélicas también crecen de manera vertiginosa, nacidas al fragor de la orfandad de sueños de cambio e igualdad y, poco a poco se convierten en depositarias y socias del poder, como ocurre abiertamente en países como Brasil o Bolivia y soterradamente, y no tanto, en México, donde se han convertido en los distribuidores de la Cartilla Moral o del control de inmigrantes en varios campamentos.

A pesar de la censura, desde siempre, la humanidad se ha reído de todo lo diferente (y el poder lo es, para el resto de los mortales).

Es famosa la anécdota de Quevedo al llevar sendos ramos de flores y decirle a la reina:


Entre el clavel y la rosa
Su majestad es coja.


En México, el registro de chistes y burlas se ha ido recopilando por diversos autores, desde hace más de medio siglo; en 1941, el hoy olvidado escritor Teodoro Torres, ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, pronunciando un discurso de ingreso totalmente inusual, dada la seriedad y omisión que la academia suele ofrecer a estos temas poco serios: Humorismo y sátira, donde logra un buen recuento del humor, la caricatura y la sátira; contemporánea de Torres, Magdalena Mondragón publicó el libro Los presidentes dan risa, que apenas circuló ya que, se dice, los ejemplares fueron incautados.

La lista de autores que han incursionado en la busca del humor no es muy larga, sin duda, porque, con frecuencia, a los protagonistas de los chistes, hombres de poder, no les gusta el humor.

En 1996, Samuel Schmidt, en su libro Humor en serio, plantea que “al analizar el humor político mexicano se empieza a sospechar de la fortaleza del nacionalismo”, pues el trauma heredado de la conquista está presente. De alguna manera, Octavio Paz lo desarrolló en El laberinto de la soledad, en su capítulo dedicado a “los hijos de la chingada”.

“Los chistes políticos, escribe Schmidt, merman la importancia del heroísmo” y destaca algunos ejemplos: “¿Qué significa “azteca”?; cuando los españoles llegaron les decían a los indios: “Hazte cabrón, hazte cabrón”.

En mi libro Los mejores chistes sobre presidentes, (1994) compilo una cantidad importante de los chistes que la población dedicó a un sistema político que se ha caracterizado por la adoración al Tlatoani supremo; el presidencialismo mexicano fue tan dañino a la sociedad que, prácticamente, estaba prohibido hacer caricatura de los presidentes. Publicado en 1994, escribí algo que parecería profético: “México debe llegar a un nuevo milenio siendo un país democrático. Eso espero, eso creo. Para ello, se impone una tarea: desacralizar todo lo desacralizable. Este libro pretende tan sólo eso. Nuestros gobernantes son hombres de carne y hueso, por eso nos reímos, no nos queda otra cosa.”

Veinte años después del inicio del tercer milenio, luego de décadas de luchar para romper el presidencialismo y, salvar la risa, parece que hemos vuelto al punto de partida y el humor, la crítica al presidente, se convierte en una pesada losa.

En esta era digital, cibernética, o como queramos llamar a eso que vivimos, nos enfrenta a un mundo más que raro. A un universo de sombras donde nadie sabe quién está detrás de la pantalla; nadie se entera de los miles o millones de bots que de manera anónima determinan la vida, pasión y muerte de la humanidad.

Las redes sociales conforman la vida de verdad-verdadera, ante el aislamiento social que aumenta día con día pues los individuos que moran este planeta cada vez se encuentran más aislados unos de otros y difícilmente alcanzan la alegría o la frustración de estar juntos o en bola (a menos que sea un espectáculo deportivo o artístico, con sus “asegunes”).

En esos eventos se pierde la individualidad y se convierte en un hombre masa. Las redes, ahora, cada vez nos aíslan más; las nuevas formas de trabajo, incluso, lo estimulan.
Y en esta novísima determinación, como en el siglo XIII, la risa no es permisible.

Todo es, o debe ser, tan políticamente correcto que quienes osamos criticar solemos ser satanizados. A nadie hace gracia el humor.

El Monje invidente que retrata Eco, el llamado Hermano Jorge, envidioso sin duda de no poder ver la luz, solía condenar a quien osara reírse; así, la masa anónima y ciega suele reprobar, insultar, maldecir o descalificar al otro, al que no piensa como uno.

A estas alturas de la historia del mundo no es raro, lo curioso sucede cuando profesionales del humor gráfico descalifican a sus colegas por retratar lo que ellos pontifican. Creer que todo el pueblo es bueno e intachable, como dice el presidente de este país, o como el director de cine, Ismael Rodríguez, tatuó en el alma mexicana, en su cinta clásica, Nosotros los pobres, es completamente demagógico.

Uno de los grandes maestros del humorismo gráfico, Manuel Álvarez Junco, y uno de los pocos teóricos de la misma, escribió: “El humor siempre nos hace incorrectos y transgresores, accesibles y cómplices con los otros, incorrectos y transgresores porque con él disfrutamos atacando no sólo formas sociales que nos han sido impuestas y nos constriñen, sino también otras que nos son aceptables”.

No obstante, esa crítica, ese humor se nos veta a diario. Cual moderna Santa Inquisición, los nuevos censores lanzan cargas de veneno hasta acabar por aplastar cualquier disidencia, cualquier expresión de humor.

La agresividad, el chantaje, el insulto es un arma que se da desde el poder a través de bots que, como un ejército defensor de la moral y del poder, atacan sin piedad a quien osa cuestionar.

Hacer humor, disentir, está peligrosamente vetado por quienes mantienen un lenguaje soez que designa a sus opositores como “moralmente derrotados”.

Hace unas semanas, por ejemplo, el Costeño, un comediante medianamente conocido, repitió un chiste usado durante la época de Echeverría, aplicándolo al presidente López Obrador, y cual jauría, los bots y simpatizantes del presidente se le fueron encima. No sólo eso, manifestaron su rechazo absoluto a cualquier chiste al presidente, regresando a los viejos tiempos del presidencialismo en que el humor estuvo vetado.

Tenemos que defender el humor.

No queremos volver a los tiempos oscuros cuando Palillo, uno de los grandes humoristas de las carpas, llevaba consigo un amparo para no ser detenido por la policía represiva; en los tiempos en que Manuel “el loco” Valdés fue echado de la televisión por decir la inocentada de don Bomberito Juárez y su esposa Manguerita Maza.

No queremos volver a los tiempos en que no era posible caricaturizar al presidente. El humor fue baluarte en la reconstrucción de la democracia mexicana, el humor debe ser el baluarte que la defienda.

Vivimos tiempos oscuros, sin duda, donde se pretende excluir el humor de la vida ya que la discrepancia, minoritaria siempre, se le quiere desterrar.

El viejo monje de Eco, decía que “la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono”. Sin embargo, la risa, el humor, la caricatura, es parte esencial de lo que somos. Sin la risa estamos perdidos.

Hace dos semanas, Confabulario publicó una entrevista a Philippe Lançon, sobreviviente del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo. Ahí afirmó: “Me parece que el humor y saber reírse de uno mismo es la sal de la vida. La vida no es fácil y cuando le resulta fácil, al hombre le gusta hincharse de sí mismo y eso es muy pesado. Cualquier manera que tengamos de deshincharnos de nosotros mismos, viene bien. El humor es la única manera de deshinchar las cosas”.

Si dos se ríen, el mundo cambia, parodiando a Octavio Paz, en su poema, Piedra de Sol.

Hay que defender la risa, el humor… la vida misma.

FOTO: Jesús Martínez “Palillo” en 1983./ Archivo EL UNIVERSAL

domingo, 19 de enero de 2020

Chava Flores, en su Centenario





Chava Flores, en su centenario

ENE 18 •
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Salvador Flores Rivera fue un personaje que nació hace cien años, el 14 de enero de 1920, en el número 66 de la Calle de la Soledad, en pleno corazón de la ciudad más grande del mundo.
Chava Flores, el nombre artístico que lo habría de consagrar para la eternidad, surgió algunos años después, luego de varias décadas que chancleteó por esta urbe, y como miles de mexicanos, emprendiendo las más diversas y disímbolas actividades.
 Su ilusión: hacer un poco mejor la vida de quien osara escucharlo a pesar de las sutiles (y no tanto) críticas a un pueblo que no sabe a qué le tira cuando sueña, o que lleva en los genes el nombre de una miscelánea: La ilusión del porvenir.
 No resulta exagerado hablar de Chava como un hombre que, a través de sus canciones, se convirtió en el cronista musical por excelencia, un juglar del siglo XX que nos legó canciones de amor y desamor al mejor estilo de los cantantes de gesta; pero, también, dio cuenta de un manejo de lenguaje que sólo alguien capaz de leer la realidad, de grabar en la mente los giros idiomáticos de lo mexicano, es capaz de producir.
 Sus canciones son una amorosa visión de los paisajes urbanos hoy desaparecidos, así como el retrato de un México que se esfumaba a pasos agigantados a través de la industrialización del gobierno de Miguel Alemán y los subsecuentes. Las calles, los barrios, las vecindades, las tradiciones. Una a una, Chava Flores iba dejando un retrato, una insignia, un tema, un blasón (o hasta un calzón) cual camión de cachivaches que compra y vende.
 Por si ello no bastara para colocarlo en el panteón de los héroes populares, fue un humorista crítico, capaz de sortear la política represiva y autoritaria del gobierno, así como la moral provinciana que regía nuestro país en los años sesenta, a través de las sutilezas del albur.
 Entre las 196 canciones que se le reconocen, en decenas de ellas vislumbramos las imágenes amorosas que, cual pintor costumbrista y heredero de los grandes autores del romanticismo mexicano, son de una ingenua dulzura, capaz de conmover, pero también de mover a risa, a carcajada limpia, pues Chava nos ilustró: reír, siempre es una alternativa al sufrimiento.
 Su canción “Cachito de retrato”, por ejemplo, sólo pudo ser concebida por quien habita y conoce el microcosmos del alma de este país cuyos habitantes padecen el sino de la tristeza, la melancolía, el abandono, de quien se conforma con un poco pues es incapaz de asumir y sentirse dueño de un todo.
 Chava Flores anduvo por toda la ciudad. Aunque nació “en las calles de la Soledad, del barrio de La Merced, cuenta en su libro Crónicas de mi barrio: “De allí nos cambiamos a las calles de Brasil, Vértiz, Revillagigedo, Río de la Loza, Vértiz otra vez, Durango, Doctor Lavista, Capuchinas, Londres, Venustiano Carranza, Peña y Peña, Lecumberri, Coyoacán, cerca de mi tía; otra vez Vértiz, vivimos un año en la ciudad de Veracruz; volvimos, nos instalamos de nuevo en Venustiano Carranza y luego en Coyoacán; total: conocí todo el Distrito Federal Y, para rematar, fui cobrador y me dediqué a conocer la ciudad a pie pues tenía un abono semanal de $250 para el tren”.
 Emociona la lectura de este cronista, pero más aún cuando sus canciones retratan el paisaje urbano que abandonaba la campiña agreste; comenzaba la expansión de una urbe que hoy nos ahoga por la contaminación.
 Sus vivencias muestran la ciudad que transitaba de las vecindades del quinto patio, como en las que vivió y describe en sus canciones, para llegar a los edificios de quinto piso, como la Unidad Cuitlahuac, cerca de la Glorieta de Camarones, en Azcapotzalco.
 Su descripción de la vecindad está emparentada con Gabriel Vargas y La Familia Burrón pero también, con la vecindad de la novela La Rumba, de Ángel de Campo, las películas de la época de oro del cine mexicano, como Por vivir en Quinto PatioEl chismoso de la vecindad, y decenas de títulos más.
 La magistral descripción que hace en su canción “La casa de la Lupe” bien podría mostrar que es la misma de dónde vive doña Borola y don Regino, con sus tlaconetes.
 Y entonces habrá que recordar que Chava Flores, como Gabriel Vargas, o los escritores costumbristas, como Luis G. Inclán y su novela Astucia. Los charros contrabandistas de la rama, nos legaron una serie de enunciados lenguaje que dieron identidad a nuestro idioma y gestaron el lenguaje típicamente mexicano.
 Habría que hacer un diccionario de mexicanismos con el cancionero de Chava Flores y con la historieta de Gabriel Vargas.
 Más aún, su genial manejo de la lengua nos lleva a desentrañar, elegantemente, el albur. Un forma de lenguaje que da identidad a nuestra lengua mexicana, como caso único entre los países de habla hispana, y que resulta imposible de comprender a quienes hablamos la castilla, tanto en España, como en el resto de América.
 Leche, tu té, chocolate, tu avena o café, te sacaba las muelas picadas, dejaba las buenas.
 Sólo un mexicano que se respete, podría descifrar con rigor esta manera del habla del mexicano.

Las canciones de Chava Flores resultan de una compleja sencillez y en eso radica su éxito. Empero, su sentido del humor lo excluyó, en un principio, del panteón popular de la música mexicana. El humor, símbolo e identidad nacional, pero que resulta políticamente incorrecto pues es un elemento que transgrede, hace cachitos la visión idílica de la vecindad, rompe la imagen del amor frustrado y en lugar de mostrar al macho llorón, retrata la inocencia del albañil que pone el retrato de Manuela en una bolsa trasera del pantalón, muy cerca del… corazón.
 Fue a hasta los años setenta, cuando la nueva canción mexicana lo cantó en las peñas, a donde la clase media llegaba a cantar; pues a pesar de su temprano éxito, y ser interpretado por los grandes monstruos del cine mexicano, como Pedro Infante o Tin Tan, cantantes como Pedro Vargas o Rosita Quintana, el reconocimiento fue más bien tardío. Oscar Chávez, Amparo Ochoa, Rubén Schwartzman y hasta Joan Manuel Serrat, lo cantaron desde los años sesenta sobre todo, y esto es importante decir, Chava Flores cuestionó el sistema represivo en que vivía la ciudad y el país entero.

Su “No es justu”, debió enfurecer al regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu; pero también, en 1968, compuso “El hijo de granadero”: “Mi padre era granadero y era re cuate del estudiante/ Les daba pa sus granadas,/les apostaba por el Atlante/Hoy les da para sus tunas por atrasito y por adelante/ Hoy dice que vive triste, pero prefiere ser ignorante.”

Chava Flores es el más grande cronista musical de esta ciudad. Un hombre al que le seguimos debiendo, pues, como la ciudad a la que tanto cantó, bien se podría decir “En tanto que permanezca el mundo, no acabará la fama y la gloria de don Chava”.

Por ésta, y si no me lo creen, les tengo esta otra.

FOTO: Chava Flores y Ángeles Mastretta (al centro) en la entrega del Premio de cuento “Esa no porque me hiere” en el Museo del Chopo, en 1982./ Fernando Maldonado

sábado, 11 de enero de 2020

Centenario de Chava Flores/ 2

Una nota del Museo del Objeto del Objeto, de 2016, que tomó de un texto de NOTIMEX, y que retomó CONACULTA, en 2013. Fue ralizada por Manuel Bello, injusta y arbitrariamente despedido el año pasado por la torpe perosna que mal dirige esa agencia de noticias.


Chava Flores. Cronista de lo mexicano

Salvador Flores Rivera fue compositor y actor. Sus letras le han llevado a ser reconocido como un cronista musical, ya que siempre trata situaciones y personajes de la metrópoli mexicana.
Escribió cerca de trescientas canciones donde retrata las formas de vida y las costumbres del pueblo mexicano, ese mismo que está presenta en las películas de Tin Tan y Cantinflas, o en las historietas de la Familia Burrón.
Antes de integrarse al mundo del espectáculo, Chava Flores desempeñó diversos trabajos. En su libro autobiográfico “Relatos de mi barrio” narra que desde los 13 años fue cortador, etiquetero y planchador de corbatas, ferretero, tlapalero, vendedor de zapatos, repartidos de carnes, editor y músico. Tal vez esto influyó en sus composiciones, ya que conoció muchos espacios y personas.
Sus composiciones pueden ser consideradas como una fuente importante para comprender un momento relevante en la historia mexicana, el periodo del Milagro Mexicano, el desarrollo urbano que se confrontaba con las vieja tradiciones del siglo XIX. Un momento importante para definir la ideología y concepto de “lo mexicano”
Para Agustín Sánchez, investigador e historiador, la presencia de Chava Flores en el contexto del desarrollo de la cultura popular lo ubica como un cronista con varios rostros, “pues en su caso este término se aplica de manera muy eficaz, como lo señaló en su momento Carlos Monsiváis, quien lo pone junto con Gabriel Vargas, como uno de los grandes narradores de la vida del país.
“Con su música se convirtió en un juglar moderno que hablaba de la vida en una ciudad achaparrada, de quinto patio cuando todavía no había condominios de quinto piso. En ese contexto el compositor retrató de una manera magnífica el acontecer ciudadano, pero también ejerció la crítica política en un momento muy complejo, de mucha represión, pero lo realizó con una elegancia enorme”.[1]
[1] http://www.conaculta.gob.mx/noticias/musica/28351-chava-flores-fue-el-cronista-urbano-de-mexico-de-la-primera-mitad-del-siglo-xx.html


Centenario de Chava Flores/ 1

Una entrevista que me hizo un gran reportero, Manuel Bello, en NOTIMEX y publicó La Jornada, hace 7 años.

Hoy se cumplen 26 años de la muerte del juglar moderno de la ciudad de México
Chava Flores fue un crítico políticamente incorrecto, afirma Agustín Sánchez
Foto
Chava FloresFoto Notimex
Periódico La Jornada
Lunes 5 de agosto de 2013, p. a13
Salvador Flores Rivera, conocido como Chava Flores, es un compositor crucial para comprender un momento de gran relevancia en la sociedad mexicana, pues en sus canciones retrató los primeros pasos del desarrollo urbano del Distrito Federal. Hoy cumple 26 años de muerto.
Nació en La Merced, en la calle de La Soledad, aunque sus biógrafos señalan que creció en Tacuba, la colonia Roma y Santa María la Ribera. En la Unidad Cuitláhuac vivió hasta 1986, año en que se mudó a Morelia, Michoacán. En 1933 falleció su padre, por lo que desde muy joven empezó a trabajar. Tuvo infinidad de empleos: fue costurero, encargado de almacén, cobrador, vendedor ambulante, administrador de una ferretería, propietario de una camisería y una salchichonería, así como impresor.
Para Agustín Sánchez, investigador e historiador, Chava Flores fue un cronista con varios rostros, “pues en su caso este término se aplica de manera muy eficaz, como lo señaló en su momento Carlos Monsiváis, quien lo pone junto con Gabriel Vargas, como uno de los grandes narradores de la vida del país.
Con su música se convirtió en un juglar moderno que hablaba de la vida en una ciudad achaparrada, de quinto patio cuando todavía no había condominios de quinto piso. En ese contexto el compositor retrató de manera magnífica el acontecer ciudadano, pero también ejerció la crítica política en un momento muy complejo, de mucha represión. Lo hizo con una elegancia enorme.
Maravilloso manejo del albur
Con sus canciones hizo críticas al regente de la ciudad de México Ernesto Uruchurtu Peralta, quien estuvo en el cargo entre 1952 y 1966. Temas como Las gladiolas hacen escarnio de las políticas aplicadas durante su mandato, refirió Sánchez.
“Este es un aspecto de su vida que poco se ha valorado. La parte de cronista es la más difundida, pero la de crítica casi no se ha estudiado, a pesar de que regaló temas como La vecindad de la Lupe, en la que es evidente la postura que asume frente al gobierno del mencionado gobernante. En otro sentido, está también el manejo maravilloso que hizo del albur, como La tienda de mi pueblo.
Chava Flores fue un crítico políticamente incorrecto que defendió a la ciudad de México –la cual le perteneció– ante las arbitrariedades que cometió Uruchurtu Peralta. Compuso canciones críticas muy fuertes; desde luego, incluyó a los granaderos de 1968. Las antologías musicales dedicadas a esa época no pueden estar completas sin sus canciones”.
Por los trabajos que realizó en su juventud, tuvo la oportunidad de conocer todos los aspectos de la ciudad, entrar en contacto con sus habitantes y acumular la experiencia necesaria para luego desarrollar su labor como compositor. Los barrios, calles y colonias de la ciudad de México son sus personajes centrales, con las cuales creó hermosas imágenes de la vida cotidiana del pueblo.
El tema que le dio popularidad al inicio de su carrera fue Dos horas de balazos, al que siguió La tertulia, ambas grabadas por la compañía RCA Victor en 1952. A la par de este proceso, comenzó a presentarse en carpas y cabarets de la ciudad, lo cual favoreció su fama en el resto del país, en América Latina y en Estados Unidos.
Para 1976 ya había grabado siete discos de larga duración, y era dueño de la disquera Ageleste. Apareció en siete películas, entre ellas Mi influyente mujer, La esquina de mi barrio, Rebeldes sin causa, Bajo el cielo de México, El correo del norte, La máscara de la muerte y ¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? Sus canciones fueron interpretadas en diversas películas por actores como Germán Valdés Tin Tan y Pedro Infante (por ejemplo El gato viudo y La tertulia, respectivamente).
Agustín Sánchez refirió que “Chava Flores es un personaje múltiple que como muchos otros grandes de nuestro país aún está por descubrirse y estudiarse, realmente creo que no se ha hecho lo suficiente en ese sentido, no hay un recuento de su obra que vaya más a allá de la forma mítica con que en ocasiones se presenta a este tipo de creadores. En su caso hace falta un estudio muy serio y objetivo para mostrar su grandeza.
“Junto con Gabriel Vargas, Carlos Monsiváis y Salvador Novo, Flores es uno de los artistas que conceptualizaron la forma de ser de los habitantes de este país y específicamente de la ciudad de México.
Su legado ha permanecido a través de los años, aunque fue mayormente difundido en los 70, cuando abundaron los grupos en las peñas que interpretaban sus canciones. Intérpretes como Amparo Ochoa y Óscar Chávez, tomaron como punto central los temas del cantautor.

miércoles, 1 de enero de 2020

Cartón de enero 2020. El caricaturista como propagandista del gobierno

Empieza el año. 
Ya pueden encontrar el ejemplar de enero de 2020 de la revista Relatos e historias en México, donde aparece, como cada mes, mi cartón del mes. 

En este número, presento una caricatura de José María Villasana criticando la ambición presidencial, una obsesión permanente de quien detenta el poder, para tener el control absoluto.

Villasana fue uno de los mejores caricaturistas de nuestra hisoria, pero terminó su vida como un buen ilustrador, ajeno a la crítica del poder, al hacerlo, dejó de ser un brillante humorista gráfico "lo que suele suceder cuando un caricaturista se convierte en propagandista del gobierno".

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...