jueves, 6 de septiembre de 2018

1968.Palabras e imágenes que transformaron al mundo

Mañana viernes 7 de septiembre se inaugura la muestra 1968. Palabras e imágenes que transformaron al mundo, en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo (Moneda 13, al lado de Palacio Nacional).

Esta es la entrevista que me hicieron en el periódico El Universal




La invitación



miércoles, 5 de septiembre de 2018

Cartón del mes: México 68

Como cada número, presentamos el cartón del mes en la revista Relatos e historias en México.

En la entrega de septiembre de 2018, mostramos una caricatura anónima que circuló por miles en las calles de esta ciudad de México en aquellos días que los jóvenes salieron a buscar un mundo nuevo


sábado, 1 de septiembre de 2018

Poemas de 1968. Elegía de Tlatelolco




Elegía de Tlatelolco
Carlos Montemayor

Todo quedó en esta plaza
nuestro amor en las piedras otra noche derrumbada
el silencio vela como ataúd madre y hombre
entre las botas y escupitajos de las escoltas
y la vida se ensucia
escondida en los edificios
con el afanoso mendrugo
que nos queda del amigo que no alcanzó a huir.
Todo quedó en esta plaza:
la piedra inmemorial del sacrificio
sacerdotes que olvidaron la pureza
y ciegamente buscan nuestro corazón:
sacrificado sin astucia
espontáneo y atraído por el placer antiguo de la tierra florida
ahora conoció el engaño y la pureza
germinará en la sangre la flor de la desconfianza.
Todo quedó en esta plaza
tantas piedras lastimando el aire
tanta piedra que oyó el múltiple estertor
de muchachos y quedó en su raíz
la amargura y la dulzura de este silencio
(la luz precipitada en el cielo me descubre
y el afecto del día llega al dolor a través de la mirada
imposible olvidar
imposible quedarse muerto)


miércoles, 29 de agosto de 2018

Las voces de Tlatelolco. José Emilio Pacheco




Las voces de Tlatelolco
Por José Emilio Pacheco (inclui textos reunidos por Elena Poniatowska em la noche de tlatelolco, de 1971)
Eran las seis y diez. Un helicóptero
sobrevoló la plaza.
Sentí miedo.
Cuatro bengalas verdes.
Los soldados
cerraron las salidas.
Vestidos de civil, los integrantes
del Batallón Olimpia
–mano cubierta por un guante blanco–
iniciaron el fuego.
En todas direcciones
se abrió fuego a mansalva.
Desde las azoteas
dispararon los hombres de guante blanco.
Disparó también el helicóptero.
Se veían las rayas grises.
Como pinzas
se desplegaron los soldados.
Se inició el pánico.
La multitud corrió hacia las salidas
y encontró bayonetas.
En realidad no había salidas:
la plaza entera se volvió una trampa.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Las descargas se hicieron aún más intensas.
Sesenta y dos minutos duró el fuego.
–¿Quién ordenó todo esto?
Los tanques arrojaron sus proyectiles.
Comenzó a arder el edificio Chihuahua.
Los cristales volaron hechos añicos.
De las ruinas saltaban piedras.
Los gritos, los aullidos, las plegarias
bajo el continuo estruendo de las armas.
Con los dedos pegados a los gatillos
le disparan a todo lo que se mueva.
Y muchas balas dan en el blanco.
–Quédate quieto, quédate quieto:
si nos movemos nos disparan.
–¿Por qué no me contestas?
¿Estás muerto?
–Voy a morir, voy a morir.
Me duele.
Me está saliendo mucha sangre.
Aquél también se está desangrando.
–¿Quién, quién ordenó todo esto?
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–Hay muchos muertos.
Hay muchos muertos.
–Asesinos, cobardes, asesinos.
–Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia.
Los muertos bocarriba junto a la iglesia.
Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas,
niños con la cabeza destrozada,
transeúntes acribillados.
Muchachas y muchachos por todas partes.
Los zapatos llenos de sangre.
Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
Y todo Tlateloco respira sangre.
–Vi en la pared la sangre.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–¿Quién, quién ordenó todo esto?
–Nuestros hijos están arriba.
Nuestros hijos, queremos verlos.
–Hemos visto cómo asesinan.
Miren la sangre.
Vean nuestra sangre.
En la escalera del edificio Chihuahua
sollozaban dos niños
junto al cadáver de su madre.
–Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared,
una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era
de una tranquilidad horrible, insultante.
–¿Qué va a pasar ahora, qué va a pasar?

lunes, 27 de agosto de 2018

Un poema desde la cárcel. Jaime Goded. México 1968

El 18 de septiembre de 1968 el ejército entró a Ciudad Universitaria. Jaime Goded, poeta-pintor, se encontraba en la Facultad de Ciencias Políticas y fue llevado a la cárcel de Lecumberri. Tenía 23 años. Unos cuantos días después, escribió este poema y realizó algunos trazos que podrán verse en unos días más en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo







UN POEMA DESDE LA CÁRCEL
Jaime Goded

Ya no pienso en la mirada o el embuste
ni recuerdo para siempre al enemigo;
no me hablo encerrado ante penumbras,
venganzas muertes retiradas.

Porque siento respirar la vejez de las paredes
y sueño mezclas imposibles
en el último apacible rincón silencioso
de la suerte.

Despierta con tambores mi amenaza
y uniformes de tristeza;
vergüenza y silbatos alimentan,
con la lluvia sobre el "nailon" el vómito de una ilusoria trampa
en la banqueta.

No me besa una conquista;
suelo sospechar ojos abiertos por los muros
y canto de mi entierro bajo nubes.
Es muy poco lo que pueden decirles
cuando rompe como acero el descalabro
cuando la memoria militar suspira.



domingo, 26 de agosto de 2018

Leopoldo Ayala. Yo acuso. Poemas acerca del México de 1968



Hace unos meses falleció Leopoldo Ayala.
Vale la pena recordar, pues, a este hombre que sembró inquietudes, cuando menos, por la lucha de los trabajadores; un poeta que hace medio siglo llamaba a la lucha, en ese año fatídico de 1968.
Hombres que hoy, ante el triunfo de la derecha, harán mucha falta para gritar verdades al  fariseo que llegará al poder con aura de santón, aunque sea cada vez más Franco.


Yo acuso


degüella la cabeza
que estremecen los gritos.
Y yo acuso.
Yo acuso a los oídos de gruta resonante
convertidos en puentes, hechos de un puño,
sordos a la vida que lanzan los agonizantes.
Yo acuso a las miras exactas, idiotas de nacimiento
creyendo tomar el partido de perdonar a la naturaleza,
vomitando vivamente su profecía de antropofagia.
Yo acuso a los muros que equivocaron el futuro
y fueron la agonía,
haciendo nupcias entre la luz pétrea del obús
y las espadas rodeadas de carne adolescente.
Yo acuso al cemento donde se cumplieron
las puertas de la muerte boca abajo,
y a las azoteas panteones de enterrados vivos.
y bramidos de ciervos.
Yo acuso a la fosa común y a los incineradores
y a la piedad sobre los ojos;
yo acuso al hoyo como un lobo sobre la esperanza
y siempre solo en busca de su imagen completa.
Ay, oigo
y alguna vez vendrá al campo
el olor del jaguar por su misma sangre,
el mismo Dios con su cara de ídolo
y su paño de lujuria y todas sus verdades,
por el dos de Octubre que quiso ser
dos de Noviembre mexicano.
Yo acuso al dos de Octubre.
Yo acuso al laurel del poeta
porque hace mucho que la poesía carece de flores
y se forma en el grito y en la coagulación de la sangre
que es la muerte de la sangre.
Yo acuso a las páginas de los diarios,
vaya un carcelero para despedir el recuerdo largo terrible
y arreglar la época de nuevo.
Yo acuso a las iglesias
porque te bendigo hermano y te maldigo
en expresión del oro, y no te quedan cabellos
porque sucede que la divinidad se encierra
y Pedro niega; ¡y vete!
y no te gloría el Agnus Dei de Pascua.
Yo acuso a los planes sobre el escritorio
y al ruido de la silla ejecutiva
Atornillada a la emboscada y a la desesperanza.
Yo acuso al edificio seco de piedra donde se renueva la palabra legal
Y el último pensamiento y el grito que dijo:
”el responsable soy yo”
y la garganta y la lengua y la pareja que lo engendra
y lo hizo posible.
Yo acuso a la lista de desaparecidos,
a los proyectiles, a los vehículos,
a los frigoríficos, a los heridos con su carga,
al campo que custodia la paz convertido
en campo de concentración 68;
y a todo lo que va de pleno al golpe.
Yo acuso a las cárceles y a las celdas duras
como latidos de mortero
para dar cabida a los perseguidos
y no agrandarlos y no esconderlos.
Yo acuso a mi país por no lanzar sus cuerpos
como cuchillos afilados
y acometer como mariposas heridas por las calles.
Yo acuso todo lo que vendrá si a mi suelo el odio cincela
perforaciones y las enciende,
y porque rueda castillos de cohetes de la infamia.
Yo acuso.
Yo acuso.
Yo acuso a mi siglo donde se baila.
Yo acuso a mi siglo donde se bebe.
Yo acuso a mi siglo donde se hace
el amor voraz en diez minutos.

Yo acuso a mi siglo donde se apila a los vivos
y se abren las esclusas que queman los párpados
y se grita a los muertos
y se mata y se derriba al hombre.
México, 1968

sábado, 25 de agosto de 2018

Tlatelolco 68. Jaime Sabines




Tlatelolco 68

Jaime Sabines

1
Nadie sabe el número exacto de los muertos, 
ni siquiera los asesinos, 
ni siquiera el criminal. 
(Ciertamente, usted llegó a la historia 
este hombre pequeño por todas partes, 
incapaz de todo menos rencor)
Tlatelolco es mencionado en los años que vienen 
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea, 
pero esto fue peor, 
aquí han matado al pueblo; 
no hay obreros parapetados en la huelga, 
mujeres y niños, estudiantes, 
jóvenes de quince años, 
una niña que va al cine, 
una criatura en el vientre de su madre, 
todos barridos, certeramente acribillados 
por la metralla de la Orden y Justicia Social.
A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados, 
y el pueblo se aprestaba 
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
2
El crimen está allí, 
cubierto de periódicos, 
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil, 
el terror, la ignominia. 
en las voces, el tránsito, la vida. 
Y el crimen está allí.
3
Habría que lavar no solo el piso; la memoria. 
Habría que quitar los ojos a los que vimos, 
asesinar también a los deudos, 
que nadie llorar, que no haya más testigos. 
Pero la sangre echa echa raíces 
y crece como un árbol en el tiempo. 
La sangre en el cemento, en las paredes, 
en una enredadera: nos salpica, 
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
La bocas de los muertos nos escupen 
una perpetua sangre quieta.
4
Confiaremos en la mala memoria de la gente, 
ordenaremos los restos, 
perdonaremos a los sobrevivientes, 
daremos la libertad a los encarcelados, 
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa, 
pero instauramos la paz, 
consolidamos las instituciones; 
los comerciantes están con nosotros, 
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos, 
los colegios particulares, 
las personas respetables. 
Hemos destruido la conjura, 
aumentamos nuestro poder: 
ya no nos caemos de la cama 
porque tendremos dulces sueños.
Tenemos Secretarios de Estado capaces 
de transformar la mierda en esencias aromáticas, 
diputados y senadores alquimistas, 
líderes inefables, chulísimos, 
un tropel de putos espirituales 
enarbolando nuestra bandera gallardamente.
Aquí no ha pasado nada. 
Comienza nuestro reino.
5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres. 
Semidesnudos, fríos, agujereados, 
algunos con el rostro de un muerto. 
Afuera, la gente se amontona, se impacienta, 
espera no encontrar el suyo: 
"Vaya usted a buscar a otra parte".
6
La juventud es el tema 
dentro de la Revolución. 
El gobierno apadrina a los héroes. 
El peso mexicano está firme 
y el desarrollo del país es ascendente. 
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión. 
Hemos demostrado al mundo que somos capaces, 
respetuosos, hospitalarios, sensibles 

y ahora vamos a seguir con el "Metro" 
porque el progreso no puede detenerse.
Las mujeres, de rosa, 
los hombres, de azul cielo, 
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa 
que es la patria de nuestros sueños.

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...