Elegía de Tlatelolco
Carlos Montemayor
Todo quedó en esta plaza
nuestro amor en las piedras otra noche derrumbada
el silencio vela como ataúd madre y hombre
entre las botas y escupitajos de las escoltas
y la vida se ensucia
escondida en los edificios
con el afanoso mendrugo
que nos queda del amigo que no alcanzó a huir.
Todo quedó en esta plaza:
la piedra inmemorial del sacrificio
sacerdotes que olvidaron la pureza
y ciegamente buscan nuestro corazón:
sacrificado sin astucia
espontáneo y atraído por el placer antiguo de la tierra florida
ahora conoció el engaño y la pureza
germinará en la sangre la flor de la desconfianza.
Todo quedó en esta plaza
tantas piedras lastimando el aire
tanta piedra que oyó el múltiple estertor
de muchachos y quedó en su raíz
la amargura y la dulzura de este silencio
(la luz precipitada en el cielo me descubre
y el afecto del día llega al dolor a través de la mirada
imposible olvidar
imposible quedarse muerto)
nuestro amor en las piedras otra noche derrumbada
el silencio vela como ataúd madre y hombre
entre las botas y escupitajos de las escoltas
y la vida se ensucia
escondida en los edificios
con el afanoso mendrugo
que nos queda del amigo que no alcanzó a huir.
Todo quedó en esta plaza:
la piedra inmemorial del sacrificio
sacerdotes que olvidaron la pureza
y ciegamente buscan nuestro corazón:
sacrificado sin astucia
espontáneo y atraído por el placer antiguo de la tierra florida
ahora conoció el engaño y la pureza
germinará en la sangre la flor de la desconfianza.
Todo quedó en esta plaza
tantas piedras lastimando el aire
tanta piedra que oyó el múltiple estertor
de muchachos y quedó en su raíz
la amargura y la dulzura de este silencio
(la luz precipitada en el cielo me descubre
y el afecto del día llega al dolor a través de la mirada
imposible olvidar
imposible quedarse muerto)
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