viernes, 13 de julio de 2018

Asesinato de La Malagueña

Otra historia de mi libro: Crímenes y horrores en la ciudad de México en el Siglo XIX (Ediciones B, 2017)





Drama en Tarasquillo. 
Asesinato de La Malagueña (1897)

Dos mujeres fueron protagonistas de un espantoso suceso. Una era llamada “La Chiquita”, aunque su nombre real era llama María Villa. La otra mujer, era conocida como "La Malagueña", cuyo nombre era Esperanza Gutiérrez.
     Estas mujeres formaron parte de un drama sucedido en pleno carnaval: “La Malagueña” fue asesinada por “La Chiquita” después de un baile de máscaras la mañana del 8 de marzo en la Plazuela de Tarasquillo.

           El escritor Federico Gamboa acudió al anfiteatro del hospital Juárez para ver en la plancha a la mujer  recién fallecida y dejó la siguiente descripción:
            Dos muertas veíanse en la sala de autopsias, o de "depósito", según nos explicó el "muertero" que nos escoltaba; en la otra plancha, con forzada postura reposaba la Malagueña, en desnudez absoluta sin tentaciones, desnudez de cadáver, los pies exangües, tirado a marfil viejo, las carnes exúberas manchadas de sangre; el rostro con horrible huella, abajo del ojo izquierdo, el rastro del balazo que le quitó de penas; los labios entreabiertos, con el rictus de los que se van de veras, y que lo mismo puede traducirse por sonrisa que por mueca, según lo que nos toque vislumbrar en las horas supremas.
        Tan emocionado como yo, Jesús se puso a dibujar un croquis a lápiz, de la muerta y mientras Jesús lo hacía, no aparte mis ojos de la Malagueña, mirando como las moscas, ¡oh!, pero centenares de moscas tercas y medio borrachas de sol poniente, de olores sospechosos y de sangres antiguas y resecadas, paseábanse y revoloteaban por el cuerpo desnudo e indefenso; mirando sus carnes, ayer nomás complacientes y sedeñas, y hoy rígidas, en descomposición palpable. Atraíame fatídicamente, la cicatriz de su ojo herido, cicatriz diminuta sobre la que caían, revueltos, los cabellos rubios de la soberbia cabellera deshecha y sucia...
    “La Chiquita” fue sentenciada a veinte años de prisión; pero sólo permaneció dieciséis años en la cárcel, debido a un indulto otorgado por Porfirio Díaz.
     Guillermo Mellado, en su libro Belén por dentro y por fuera, señala que "la permanencia de María Villa en la prisión se significó por sus marcadas muestras de trabajo... Durante ese tiempo se dio a la tarea de enseñar a leer, escribir y trabajos manuales a todas aquellas mujeres que nada sabían de esto. Bien pronto tuvo un colegio allí mismo".
            Al enterarse de ello, el gobernador de la ciudad, Guillermo de Landa y Escandón, fue a visitar la escuela y quedó maravillado. Felicitó a María y le ofreció enviarle varias máquinas de coser y, asimismo, hablar con el presidente para que le indultara los cuatro años que le faltaban para salir.
    Landa cumplió el ofrecimiento enviando seis máquinas y algunas telas; además, fue indultada María Villa.


* Nervo, Amado, "Musa fúnebre", Cuentos y crónicas, México, UNAM, 1971 (Biblioteca del estudiante universitario, 95)

martes, 10 de julio de 2018

La momia de Fray Servando


Al mirar la espléndida vista estereoscópica que presentó Don Juan Jesús Cadena, recordé la historia que aparece en mi libro de Crímenes y horrores en el México del siglo XIX.
Justamente al ocurrir esta demolición, aparecieron las momias de las cuales me refiero en esta historia











Don Juan Jesús, le ofrezco esto: Santo Domingo, vista estereoscópica de Julio Michaud, en 1859, que muestra el edificio completo todavía, con su barda atrial, la fachade el convento en la parte que toca al portal de acceso y la biblioteca en la parte superior y la cúpula de la Capilla del Rosario, todo esto demolido dos años después



La momia de Fray Servando

Esta historia comienza el día 3 de diciembre de 1827, entre las cinco y las seis de la tarde, cuando falleció Fray Servando Teresa de Mier, víctima de su agitada vida y de sus múltiples enfermedades, a la edad de sesenta y cuatro años.
            Al día siguiente, la gente se agolpaba en las calles por donde debía pasar el cortejo fúnebre.
            Los principales de la ciudad cedieron sus carruajes y asistieron a los funerales. Se cuenta que habían acudido más personas que en día de Corpus.
            La muchedumbre cubría la distancia que separa el Zócalo de la plaza de Santo Domingo, en cuya iglesia habrían de llevarse a cabo las exequias del viejo revolucionario.
            Los curiosos se juntaban en los balcones y las azoteas. La procesión, conducida por el vicepresidente Nicolás Bravo, salió de Palacio Nacional, siguió frente a Catedral y tomó la calle del Empedradillo hasta desembocar a la Plaza de Santo Domingo.

            Una vez en ella, y luego de pasar frente al edificio que en otro tiempo había sido ocupado por la Inquisición, la concurrencia se detuvo en el atrio del Convento. El pueblo se arremolinaba de tal manera que impedía el paso de los carruajes.
            En la Capilla de los Sepulcros, se verificó el ritual del corpore insepulto. Las notas del órgano acompañaban los murmullos de las rogaciones y novenarios.
            El cadáver fue sepultado en uno de los nichos del osario, que se encuentra detrás del ábside del templo mayor.
            Ahí, en la oscuridad polvosa de aquel sepulcro, se pensó que descansaría por siempre y para siempre, el cuerpo del padre Mier. Pero el futuro depararía extraños sobresaltos a sus restos.

Una tumba sin sosiego
Quince años después de la muerte de fray Servando, el 13 de mayo de 1842, durante la dictadura de Santa-Anna, la Capilla de los Sepulcros de Santo Domingo debió volver a abrirse para dar cabida a un nuevo difunto, el maestro Tomás Ahumada, natural de Málaga.
            Como los nichos sepulcrales eran pocos y demasiados los dominicos ilustres que morían, la tumba donde se hallaba fray Servando también fue descubierta y sus restos fueron depositados en el hueco que se abría entre los sepulcros y el ábside del templo mayor.
            En aquel rincón que había sido aprovechado como osario, se encontraba, también, la momia del poeta fray Mariano Soto, quien durante la Guerra de Independencia sostuvo arduas polémicas con don José Joaquín Fernández de Lizardi, llamado "El Pensador Mexicano".
            Meses más tarde, la momia del doctor Francisco Rojas, llamado por sus contemporáneos "El Demóstenes Mexicano", fue removido y colocado en hilera a la derecha de fray Servando.
            En 1843 fue depositada a su izquierda la momia del doctor Luis Carrasco, quien fuera capellán de cámara de Agustín de Iturbide y quien murió a causa del cólera, debido a la epidemia de 1833.
            Quienes presenciaron la exhumación de los cadáveres, afirmaron que parecían figuras talladas en madera. Las noticias de aquellos monjes disecados hizo que comenzaran a circular extrañas leyendas sobre santos varones y beatas de figura incorruptible.
            José María Marroqui escribió acerca de otro personaje: "la señora doña Rita Cervantes fue sepultada en el muro de una de las capillas de la Santa Escuela del Espíritu Santo. Pasados muchos años, cuando hubo necesidad de aquel sepulcro para colocar en él a otro difunto, se encontró el cadáver de la señora en tan perfecto estado que, con algo de hipérbole, parecía acabada de enterrar; con la circunstancia de que siendo albina, su cabellera, sus cejas y pestañas semejaban hilos de plata. Como doña Rita era virtuosa, la gente tomó la conservación de su cadáver como signo de predestinación mística. Su marido, que era discreto, sin prestar oídos a semejantes voces, se limitó a suplicar a los hermanos de la Santa Escuela que regresaran los restos a su sepultura, y que nunca más la abrieran, lo que se ejecutó.
            Vendido el edificio a particulares, jamás se dijo que se hubiera encontrado la momia de doña Rita, tal vez porque al estar en un muro no hubo necesidad de tocarla. Si algún día, al abrir una puerta o por otro motivo fuese encontrada, los que vivan sabrán lo que de ella se invente..."
            En la Capilla de los Sepulcros de Santo Domingo ocurrieron varios casos semejantes: al abrir una tumba para dar lugar a un nuevo difunto, se descubrieron diversas momias que no pudieron ser conservadas en sus nichos y también fueron depositadas en el espacio ubicado entre los sepulcros y el altar mayor.
            Con el paso de los años, llegaron a sumar trece las momias formadas en aquel lugar.
            Se dieron casos particulares, como el caso del predicador general fray Mariano Hidalgo, que al ser exhumado en 1847, su familia obtuvo un permiso especial de las autoridades del convento para vestirlo con nuevas ropas y colocarlo en un cajón cubierto, cuando se enteraron de que dicho cadáver estaba perfectamente conservado.
La Calle de los Sepulcros
Enclaustrados los curas y expropiados los bienes de la iglesia por el régimen juarista, en febrero de 1861, la capilla de los Sepulcros del suprimido convento de Santo Domingo debió ser derribada debido a la apertura de una nueva calle.
            Durante las labores de demolición se descubrió un grupo de trece momias en perfecto estado de conservación, las cuales, al hallarse en el osario fuera de los nichos y en diversas posturas, dieron lugar a innumerables leyendas sobre víctimas de la Inquisición emparedadas vivas en los muros de los conventos.
            Un tal Antonio Carreón fue el encargado de poner las trece momias en exhibición.
            La gente, con curiosidad y morbo, comenzó a acudir en masa a Santo Domingo, a un lado de la iglesia (sobre lo que era la tercera calle de Santo Domingo) para ver, detrás de unas rejas, las momias que se mostraban al público.
            A partir de ese momento, la avenida por donde se entraba a ver a los frailes disecados comenzó a ser llamada calle de los Sepulcros.
            Una de aquellas momias era la de fray Servando Teresa de Mier, cuyo cuerpo ya había sido olvidado y cuyo reposo eterno era perturbado una vez más.
            Para acallar los macabros comentarios que circulaban en torno de las momias, el doctor Orellana, miembro del cuerpo médico militar, se encargó de examinarlas e identificarlas.
            El médico militar aprobó que los cadáveres de los dominicos fueran sacados de sus nichos y colocados en el osario para dejar espacios a nuevos entierros.
            Tiempo después, el mismo Orellana publicó un folleto ilustrado con litografías de las momias y algunas notas biográficas sobre cada uno de los personajes, así como algunas explicaciones de carácter científico. A continuación, se transcriben algunas de sus observaciones:
            Momia en castellano, Mumia en latín, Moumya en árabe, es un término compuesto por dos palabras coptas que significan muerto y sal, en otras palabras, "muerto preparado con sal". Hay quienes, sin embargo, derivan esta palabra de mum, cera en persa, ya que tanto babilonios como asirios usaban esta sustancia para preservar sus cadáveres de la corrupción. P. Pomet afirma en su Histoire des drogues que las momias eran llamadas gabbaras por los egipcios y que la palabra momia provenía de cinnamomo, cardomomo o amomo, plantas en las que eran envueltas las gabbaras egipcias. En la actualidad se emplea dicha palabra en una acepción más extensa. Con ella se designa toda especie de cadáveres artificial o naturalmente conservados.
                        Las momias que han estado a la vista del público en el convento de Santo Domingo pueden ser consideradas como momias naturales, pues la privación del contacto con el aire, la sequedad y la cal en que se hallaron cuando fueron descubiertas, han parecido circunstancias favorables para su preservación.
                        En lo que se refiere a los fragmentos que todas las momias conservan de sus vestiduras, sólo diremos que se distinguen algunos jirones de ropa de lana. La ropa de algodón y lino ha resistido algo más, pues se distinguen perfectamente las piezas interiores de todas ellas, así como están enteros los zapatos, cintos de cordobán y las ligaduras que se ponen a los difuntos.
Las momias de Santo Domingo
            Las momias permanecieron en exhibición, resguardadas por centinelas durante algunos meses de aquel año de 1861, hasta que la curiosidad de la gente se apaciguó y la visión de aquellos cadáveres patéticos y desfigurados pasó a convertirse en una diversión menor.
            Pasado algún tiempo, se convirtieron en un estorbo para el gobierno mexicano. Finalmente, una de ellas fue cedida a la Escuela de Medicina, que se encontraba en el edificio que años atrás ocupó la Inquisición.
            Hasta ese momento los cuerpos resecos de los frailes ilustres no se habían movido más de unos cuantos metros del lugar donde originalmente habían sido sepultados.
            Según consta en un documento expedido por encargo del Ministro de Justicia, don Ramón I. Alcaraz, el 25 de junio de 1861, cuatro de las momias fueron cedidas a don Bernabé de la Barra "para exhibirlas en América y Europa".
            Al parecer, este señor, en compañía de un empresario italiano, embarcaron las cuatro momias con destino a Santiago de Chile o a Buenos Aires, Argentina.
            "Una de esas momias era la de nuestro doctor Mier", así lo afirmó Manuel Payno en 1865, cuando sacó del olvido algunos de los textos de fray Servando, entre ellos las dos piezas que hoy conforman su autobiografía.
            Payno, quien había visto personalmente las momias en exhibición, aseguraba que la momia de fray Servando era la mejor conservada.
Carta desde Bruselas
El 3 de octubre de 1882 apareció la siguiente carta en el periódico El Monitor Republicano:
            En estos días, con motivo de las fiestas populares conmemorativas de la independencia del pueblo belga, ha habido una kermesse o feria flamenca en la parte de la ciudad cercana a la estación del ferrocarril que lleva a París. Multitud de jacalones, en que los artistas de la legua exhiben todo género de rarezas, forman una larga fila que ocupa el Boulevard au Midi.
                        En uno de esos jacalones, designado con el pomposo nombre de Gran Panóptico de la Inquisición, he visto cuatro de las momias encontradas en una pared al hacer la demolición de una parte del convento de Santo Domingo en la ciudad de México, en febrero de 1861.
                        Se sabe que esas momias fueron donadas para ser exhibidas en América y Europa y que una de ellas puede ser la de fray Servando, ya que éste fue sepultado en Santo Domingo. Los cadáveres se encuentran en muy buen estado. Uno de ellos conserva los zapatos y todos tienen las ropas con que los sepultaron.
                        El doctor José Thunus, que los exhibe, ha formado un catálogo de los objetos del Panóptico, en el cual señala así a las momias:
                        Pieza número 88: Momia natural de una persona que sufrió el tormento del fuego.
                        Pieza número 89: Momia natural de una persona que sufrió el tormento del agua.
                        Pieza número 40: Momia natural de una persona que sufrió el tormento de la rueda.
                        Pieza número 41: Momia natural de una persona que sufrió el tormento de la pera de la angustia, instrumento que le torció los nervios de la cara por cuya causa ya no podía cerrar las boca.
                        Estas momias son únicas en Europa: fueron descubiertas en 1861 en el convento de Santo Domingo en la capital de México.
            Los restos de fray Servando Teresa de Mier, un luchador incansable por la independencia de México se perdieron en algún lugar del mundo y nunca jamás se supo dónde quedaron.
            "Sólo Dios sabe -afirma Artemio del Valle Arizpe en su biografía de fray Servando-, en qué vitrina de museo aguardará la resurrección de la carne".


     * Basado en "Folletín. Memorias de ultratumba", Guía de forasteros, Vol. IV, Núm. 8 (56), 9 (57), 10 (58) y 11 (59)

sábado, 7 de julio de 2018

Caricaturista y su esposa arrollados por un tren* (1868)


En 1868, hace 150 años falleció uno de los grandes caricaturistas  de nuestro país: Constantino Escalante, a causa de un accidente ferroviario.
Esta historia aparece en mi libro Crímenes y horrores en el México del Siglo XIX.






Caricaturista y su esposa arrollados por un tren* (1868)

El 29 de octubre del presente, el caricaturista Constantino Escalante, alma del periódico La Orquesta, y su señora esposa, doña Carmen, sufrieron un terrible accidente en la estación de ferrocarril del pueblo de Tlalpan.
            El artista se disponía a volver de San Angel a México luego de un feliz convite con sus amigos; su esposa lo acompañó hasta San Angel pero no asistió a la fiesta, pues se quedó en casa de unos familiares y lo esperaría en la tarde, en la estación, para regresar juntos.

           La tragedia comenzó cuando el tren se puso en marcha y doña Carmen avanzó al estribo de un vagón, estrellándose contra uno de los postes que sostienen el techo de la estación; cuando estaba a punto de caer bajo las ruedas, Escalante se arrojó a salvarla y cayó sobre el riel.
            Gracias a las exclamaciones de la multitud, el conductor detuvo la máquina con gran destreza, pero cuando logró frenar, ya era tarde. La señora Carmen tenía roto el pecho y Escalante se había fracturado un pie. De inmediato, sus amigos se lanzaron a auxiliarlos.
            “¡Aquello fue un vértigo, aquello pasó como espantosa pesadilla!”, exclamó, más tarde, su amigo, el escritor Hilarión Frías y Soto.
            Los heridos fueron trasladados de inmediato a un sitio seguro mientras el general Vicente Riva Palacio se lanzó a toda velocidad a la ciudad de México para conseguir un grupo de médicos que atendieran a los lesionados.
            A Escalante debieron amputarle la pierna esa misma tarde. Uno de los mejores cirujanos del país, el doctor Clemente, director del hospital de Belem y especialista en autoplastias hizo un gran esfuerzo por salvar la vida de Escalante, pero fracasó en su intento, pues el caricaturista fue atacado por la gangrena en un muñón y falleció pronto, creyendo que en realidad había salvado a su esposa. Cuando sentía que iba a morir, comentó:
             “¡Perder la vida cuando iba a la mitad de ella!... Sólo un consuelo tengo, haber salvado a mi esposa”
            Sin embargo no fue así, pues su cónyuge falleció cuarenta y ocho horas después.
            El entierro de Escalante ocurrió en el panteón de San Fernando, hasta donde lo acompañaron decenas de amigos, sus compañeros de las lides periodísticas, políticos, artistas y toda clase de personas; su esposa fue enterrada a su lado, apenas dos días después.
            En el periódico El Siglo Diez y Nueve, del 31 de octubre, se leía:
            Ayer los restos del malogrado artista fueron conducidos al panteón de San Fernando, acompañados de numerosa concurrencia en que estaban representadas todas las clases sociales.
                        La oración fúnebre fue pronunciada por el Señor don Juan de Dios Arias. El día fue triste para toda la ciudad, y todos han sentido la pérdida irreparable que acaba de sufrir el país.
                        Hoy a las cuatro de la mañana ha fallecido la señora Escalante. Sus funerales tendrán lugar esta tarde y sus restos serán conducidos al mismo sitio en que reposan los de su esposo.
            El caricaturista, cuyo nombre completo era Napoleón Constantino Ignacio Escalante y Riego, había nacido el 5 de abril de 1836. Su fama se había cimentado a partir de la publicación del periódico La Orquesta y era considerado como el artista "más popular y con más chique". Además, había participado en por lo menos dos de las publicaciones efímeras de la época: El Sombrero y El Impolítico.
  
          Cuando el gobierno de Benito Juárez abandonó la capital del país, debido al arribo de Maximiliano, Escalante se marchó a la población de Real del Monte, a ejercer su oficio de pintor.
            En 1863 fue arrestado por el gobierno Imperial acusado de hablar en contra de la intervención extranjera, trayéndolo en una jaula, como si fuera un animal, en calidad de prisionero a la ciudad de México, el 18 de agosto de ese año. Su encarcelamiento motivó una gran polémica que ayudó a que muy pronto quedara libre.
            Cinco años después, a los treinta y dos años de edad, fallecía. Con su muerte, la caricatura mexicana había perdido a uno de sus más destacados protagonistas.
            El redactor en jefe de El Globo, Manuel M. de Zamacona, señaló: "Constantino Escalante ha muerto, pero esas chispeantes caricaturas que han ilustrado La Orquesta harán inmortal su nombre entre todos los mexicanos amantes del arte".




Basado en los textos: Rublúo, Luis, "Constantino Escalante: caricaturista de La Orquesta", Boletín Bibliográfico de Hacienda, 1 de marzo de 1966; Muñoz, Daniel, "El caricaturista Constantino Escalante", El Universal, 22 de diciembre de 1954; Cortés Juárez, Erasto, "Constantino Escalante, gran litógrafo mexicano", El Nacional, 1o. de noviembre de 1953; Acevedo, Esther, Una historia en quinientas caricaturas, México INAH, 1995.


martes, 3 de julio de 2018

El cartón del mes. El pueblo es libre para elegir

Va el cartón que aparece este mes de agosto en la revista Relatos e historias de México. Se llama Los tres círculos. El pueblo es libre para elegir. 
Realizado por Santiago Hernández, un caricaturista liberal, juarista y militante, que no agacha la cerviz para criticar al propio Juárez, como sucede hoy con muchos caricaturistas militantes, incapaces de criticar a su partido.

La Bejarano, mujer verdugo

No se crean que hablaré de la abuelita de René,el liguero de MORENA, sino de una mujer que vivió en el siglo XIX y que rescaté en mi libro Un dulce sabor a muerte. Una de sus fuentes los espectaculares grabados de José Guadalupe Posada. Esta es la historia:


La Bejarano: una mujer verdugo
(1892)



Con una crueldad atroz, una horrible mujer de nom­bre Guadalupe Martínez de Bejarano ha sido condenada a diez años y ocho meses de prisión por torturar y dar muerte a la niña Crescencia Pineda.
La temible Bejarano, como fue bautizada por el pueblo, tenía ya un antecedente, pues en 1887 había sido castigada, también, por torturar y dar muerte a otra niña de nombre Casimira Juárez.
La criminal mujer martirizaba a la niña Guadalupe con terribles quemaduras en los brazos y las piernas. Generalmente, le gustaba quemarles los pies o sentarlas en la hornilla del bracero cuando éste ya se encontraba a regular temperatura.
No sin razón, una hoja volante que circulaba en esos días, impresa por Antonio Vanegas Arroyo e ilustrada por José Guadalupe Posada, señalaba:

¡Atormentar a una niña
Teniendo tan corta edad!
Esto es inicuo infamante,
Incapaz de descifrar.

Una gente de esta especie
Es aún peor que los salvajes,
Peor que las fieras sin alma
Que se alimentan con sangre…

Otras formas de tormento consistían en colgarlas de una reata que pendía del techo, las despojaba de sus ropas y comenzaba a darles de golpes con una cuarta de las usadas para los caballos.
En varios números de la Gaceta Callejera, José Guadalupe Posada ilustró diversas escenas del martirio; en un primer ejemplar, la horrorosa mujer se halla arrodillada junto a la niña, tirada al piso, sobre su estómago, atada de pies y manos, mientras la verdugo le quema la piel con unos fósforos. En otro, aparece el bracero con carbón, las tenazas y las extremidades de la niña, atadas. La asesina huye.
Durante el juicio, el jurado careó a la mujer con su hijo, de nombre Aurelio Bejarano Martínez.
—Bien se dijo que esta acusación que sobre mí has lanzado —exclama la criminal mujer— hará que concluya mis días en prisión, pero nada diré respecto de su falsedad, te perdono. Los hombres me condenarán, pero Dios, que ve en el fondo de los corazones, tendrá en cuenta el sacrificio que hago de mi libertad para que tú te salves. Que Él no te tome en cuenta la calumnia que arrojas sobre tu madre.
Aurelio, pálido y abatido, no contestó ni una sola palabra a los reproches de la desventurada. A las reiteradas preguntas del defensor para que negara algunos de los cargos de la Bejarano contestaba con el más profundo silencio.
—¡Quién sabe —continuó aquélla— si tú fueses el que golpeó a Crescencia y ahora mirando el cargo que puede resultarte me achacas a mí tus obras!
¡Qué terrible debe ser para esa infeliz verse acusada por su propio hijo!
La Bejarano, cuando ingresó al departamento de mujeres de la cárcel de Belén, estuvo a punto de ser asesinada por sus compañeras, que enteradas de los tormentos que hacía a las niñas, querían hacerse justicia por su propia cuenta.
Durante su estancia en el penal, vivió aislada y temerosa ante las amenazas de las mujeres que buscaban vengar a las víctimas de esta horrible mujer.
En la Gaceta Callejera se publicó el siguiente corrido:

Con una crueldad atroz 
la terrible Bejarano
ha cometido la infamia
el crimen más inhumano.
Iracunda martiriza
aquellas carnes tan tiernas
con terribles quemaduras
 en los brazos y en las piernas.
Y á pesar de su maldad
es digna de compasión,
de lo que debe sufrir
encerrada en su prisión.
Y allá entra la negra sombra 
de su oscuro calabozo,
de la víctima inocente 
verá el espectro espantoso.
A la inocente Crescencia 
martiriza de tal suerte
que esta víctima inocente 
halló una temprana muerte.
Años hace que otro crimen / 
igual á éste cometió
y por el cual la justicia /
 a prisión la sentenció.
Cuántas veces en la noche
verá su sueño turbado
por el recuerdo terrible de
aquel crimen tan nefando.
Y escuchará los gemidos
de aquel pecho acongojado
y aquel llanto lastimero
por el tormento arrancado.
La infame mujer verdugo
encuentra un grande placer,
en causar a esta criatura
un horrible padecer.
Y lo que más horroriza
al pueblo que lo ha palpado
es que de su propio hijo
su cómplice haya formado.
El cruel remordimiento
 debe traer a su memoria,
de aquellas tristes escenas
 / toda la pasada historia.
Y esta aterradora imagen /
 que vivirá en su delirio,
será su justa expiación,
 / será su eterno martirio.

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...