Esta es la portada de uno de los cuadernillos de la Biblioteca del Niño Mexicano, publicado en barcelona, en 1901, por Maucci Hermanos.
Fue escrito por Heriberto Frías y el dibujo lo hizo José Guadalupe Posada, representando el asesinato del diputado Juan de Dios Cañedo, un Jueves Santo de 1842.
Crimen en Jueves Santo
Mataron al Casado sin novia
Era la noche del Jueves Santo de 1850, cuando fue asesinado, de 31 puñaladas un viejo diputado, mientras realizaba sus oraciones en el Hotel La Gran Sociedad
Su nombre: Juan de Dios Cañedo, de profesión abogado y nacido en la ciudad de Guadalajara, el 18 de enero de 1786. Era un hombre prototipo de los políticos de la época: diputado en las Cortes Españolas, en 1813; más tarde, en 1824, fue partidario de Iturbide; después, exaltado republicano federalista, ocupando el puesto de ministro de Relaciones en el gobierno de Guadalupe Victoria; en el de Anastasio Bustamante ocupó el ministerio de Gobernación; fue representante de México en varios países.
Desde su juventud, se distinguió por su elocuencia y agresividad en la tribuna; había escrito varios libros: en 1808 publicó su Compendio de Historia de Roma; cinco años más tarde, la traducción delCompendio histórico de derecho romano desde Rómulo hasta nuestros días, entre otras obras.
Cañedo era famoso por haber recibido un poder de parte de Antonio López de Santa-Anna para contraer matrimonio, en su nombre, con la señorita Dolores Tosta, por lo que comenzaron a llamarle El Casado sin Novia, y Guillermo Prieto le apodó El Amante Prestado, título de una comedia que por entonces se presentaba en el Teatro Nacional.
Vivía solo en un cuarto del Hotel de La Gran Sociedad, ubicado en la esquina de las calles del Espíritu Santo y el Refugio, considerado como el primer alojamiento que llevó el nombre de hotel. En la parte baja, funcionaban un café y un concurrido restaurante, en los altos estaban las habitaciones para los huéspedes.
La noche que habría de morir, soplaban fuertes vientos huracanados y un gran frío, lo que provocó que decidiera no acudir a las ceremonias religiosas de Jueves Santo; desde su balcón estuvo observando la fervorosa participación de la ciudad entera en la ceremonia religiosa de ese día.
Las calles de la capital se encontraban vacías y en silencio; las puertas de los comercios permanecían cerradas, debido a la fecha. En las iglesias, en cambio, la gente se reunía fervorosamente y abarrotaba Catedral, La Profesa o San Francisco.
Esa noche, José María Avilés penetró en la habitación del diputado, quien se hallaba sentado en un sofá, siendo sorprendido por el criminal, a quien lanzó una escupidera, al tiempo que se levantaba de su asiento. Avilés le ordenó callar, pero Cañedo, por el contrario, lanzó gritos de auxilio, por lo que recibió una bofetada; el golpe no lo intimidó, por lo que el intruso sacó de sus ropas un puñal. Recibió 31 puñaladas.
Ante el derrumbe del viejo, tomó el reloj que el legislador llevaba en la bolsa, una capa, un paletó, una corbata y algunas camisas y salió presuroso, mezclándose entre la concurrencia que realizaba la visita de las Siete Casas.
La alfombra quedó empapada de sangre y las paredes se encontraban llenas de mil salpicaduras. A las diez y cuarto de la noche, regresó el sirviente José Guadalupe Coria; al entrar a la sala y mirar el cadáver cubierto de sangre, lanzó un grito aterrador y salió corriendo en busca de los guardias que pronto llegaron, en compañía del propio alcalde del cuartel, dada la personalidad e importancia política de la víctima.
La gente que salía de las iglesias empezó a congregarse en los alrededores del hotel, tras enterarse del horrible suceso, mientras el cuerpo del diputado era trasladado al Hospital de San Hipólito, donde se practicó la autopsia.
Lasespeculaciones en torno al atentado, no se hicieron esperar. El Siglo XIX señaló: "No puede caber duda que su intención fue quitarle completamente la vida, pues no contentándose con las primeras puñaladas, a pesar de que éstas hubieran bastado al efecto, le continuó dando otras nuevas, aún ya caído en el suelo... Esto a su vez parece indicar que ese malvado, aunque de corazón duro y cruelísimo, no es asesino de profesión... Hay grandes probabilidades de que el crimen fue cometido para robar, o bien alhajas y otros efectos de valor, o bien papeles interesantes, o bien todo a la vez".
El Monitor Republicano dijo estar "persuadido de que el asesino del señor Cañedo no fue ni ha podido ser obra de ningún partido. El bárbaro homicida no era ningún asesino propiamente dicho; es decir, no fue un ejecutor pagado, sino el mismo interesado en el crimen el que lo perpetró... el mismo que tenía interés en su muerte"....
La historia completa en Crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX, ediciones B.
Este diciembre, dentro de la excelente revista Relatos e historias en México, aparece el cartón del mes con una caricatura de uno de nuestros males: los políticos chaqueteros. Esas lacras que tenemos y que cambian de partido más fácil que cambiarse de calzones. Estos oportunistas que en cuanto no los ponen donde quieran o no los dejan hacer lo que les viene en gana, son capaces hasta de formar su propio partido. Una caricatura de un monero poco conocido: Mariano Martínez y que la puede ver en su revista mensual.
Una de las obras maestras de José Guadalupe Posada es el dibujo que ilustraba la hoja volante que contaba la historia de este feroz criminal que durante varios años voló y degolló mujeres en la ribera del Río del Consulado, por donde ahora es el circuito interior.
El multiasesino era descrito como "guapo, elegante, galán y pendenciero", vestía con "pantalón de casimir gris, chaqueta negra, sombrero ancho y zapatos negros. Gozaba de una colección de pantalones estrechísimos y por supuesto de chalecos, con agujetas y chaquetas charras, con vivos de cuero". En 1888 la lista de mujeres asesinadas por este criminal se acrecentó y sólo así se intensificó su busca y posterior castigo. La historia completa la puede leer en Crímenes y horrores en el siglo XIXI, publicado por ediciones B.
Uno de los temas más tristes de nuestra historia, que tiene que ver con la corrupción, fue el encuentro, en Bruselas, de la exhibición del cuerpo momificado de Fray Servando Teresa de Mier. El revolucionario independentista falleció el 3 de diciembre de 1827 y a sus funerales acudió una multitud a despedirlo. Quince años después abrió la capilla donde había sido enterrado, en la Iglesia de Santo Domingo, y sus restos estaban momificados. Durante varios años se mantuvieron en exhibición hasta que desaparecieron misteriosamente y, años después, aparecieron en Bélgica.
La historia completa la pueden leer en mi libro Crímenes y horrores en el México del Siglo XIX, publicado por ediciones B.
En junio de 1995, probablemente, publiqué una crítica a los libros chatarra, en la sección cultural del periódico El Financiero, que dirigía Víctor Roura, uno de los grandes periodista culturales de nuestro país. Fue una pequeña sección llamada Esto es México. ESTO ES MÉXICO
Pazos por liebre
AGUSTÍN Sánchez González
La invención del artista es práctica cotidiana del espectáculo propagado por el
canal de las barras y las estrellas (y del desagüe).
Las estrellitas
televisivas, son como pompas de jabón que duran apenas un suspiro.
A raíz de que nuestro
país se convirtiera en una estrella más del mundo de la nota roja, también han
comenzado a propagarse, como hongos tras la lluvia, los investigadores del
texto instantáneo, tan falso como el café ídem. Autores que cumplen una función
semejante. La moda del libro rápido se ha impuesto ya en nuestro país.
"Sensacional,
cuando salió en la madrugada, a medio día, ya noticia confirmada, y en la
tarde, materia olvidada". La canción de Héctor Lavoe: Periódico de ayer.
Libros sobre la
guerrilla en Chiapas, el asesinato del Cardenal Posadas, Luis Donaldo Colosio o
Ruiz Massieu, se han propagado por decenas.
La cosa es bien
sencilla. Se toman los periódicos y revistas del momento y comienza un trabajo
de tijeras y engrudo o, de acuerdo con la preposmodernidad, de pritt con
cutter. "¿Y para qué leer un periódico de ayer?"
Una breve revisión de
los libros publicados en los dos últimos años, muestran más de veinte títulos,
muchos reeditados y otros grandes fracasos, con temas "de
actualidad", que todo el mundo conoce: Chiapas, Colosio, Ruiz Massieu, el
gabinete y los cien días del doctor, etcétera, etcétera.
Cualquier chisme grueso
de la política mexicana es un buen pretexto para publicar un libro y ganar
buenos centavos.
Pero como las
estrellitas de televisión, duran lo que un kleenex y se sostienen tanto como
cuando uno lanza al aire un pañuelo de estos.
Y sin embargo, son
textos que se venden por millares, lo cual no deja de ser un fenómeno
interesante que muestra la avidez de la gente por saber qué es lo que sucedió.
Por ello, viene la frustración. Estos libros, por lo general, no suelen decir
más cosas de lo que ya se ha publicado en los diarios. A veces, inclusive, los
reportajes, --como los de José Reveles, Jaime Avilés o Ignacio Rodríguez
Reyna-- dicen muchas cosas más que las publicaciones escritas desde la
comodidad del hogar, el estudio acondicionado o con la ayuda de la secretaria.
"Un periódico de
ayer que nadie procura ya leer. Fue titular que alcanzó página entera. Por eso
ya, te conocen donde quiera".
Son libros que dan gato por
liebre. Mientras Jaime Avilés anduvo en la selva día y noche, Luis Pazos
publicó, a menos de un mes después que comenzara la guerrilla chiapaneca, un
libro bastante tendencioso y poco serio.
Pero ya no es novedad
que nos den Pazos por liebre. Hace días, este señor, mostró una tramposa
encuesta, al más puro estilo nacional, como aquella que preguntaba: ¿qué
prefiere: los charros cantores o los charros actores?
Son libros engañosos,
endebles, poco serios. La historia light que recuerda que la confusión es lo
mejor para que nadie entienda.
Publicaciones que se
caen de las manos de inmediato, cuya vigencia es tan corta como un comercial de
la tele.
Esto es México, con
artistas chatarra, propios de una sociedad que vive del engaño y la
manipulación: la gente que quiere saber y se le engaña con frases de venta de
fraccionamiento: "Por el bienestar de tu familia".
La industria light.
Los libros para olvidar,
más que para recordar.
Por eso Héctor Lavoe
tiene razón cuando canta: "Tu nombre ha sido un recorte que guardé y en el
álbum del olvido lo dejé".
Este fin de semana se cumple el centenario del nacimiento de Pedro Infante, fallecido en un accidente aéreo en abril de 1957. Este es un acercamiento a lo que significó este ídolo de la música y el cine. Su sepelio fue el primer gran evento que la televisión transmitió en vivo desde la calle, en el que coincidieron la muchedumbre y las estrellas de cine para despedir a este ícono de la cultura popular
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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
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Dicen, desde hace seis décadas, que Pedro Infante no ha muerto. Lo dicen con razón y con justicia. Dicen, pero lo afirman con certeza, que anduvo (o anda) cantando por diversos lugares de la ciudad y del país. Era el panadero de antaño que cargaba en su cabeza un canasto de bolillos; el preso acusado injustamente, el enamorado con voz cantadita como ñerito de los cincuenta, el indito estereotipado, el hijo sumiso de su padre y abnegado de su madre, el padre que sufre por su hijo muerto, el rico hacendado que se hace pasar por pobre, el héroe-boxeador, el nieto huérfano que muere por su abuela, el hombre que camina por cualquier calle de la ciudad de México.
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Puede ser una falsedad, lo es y no,
pero lo cierto es que nuestro Pedro Infante Cruz, el ídolo que nació en Mazatlán, Sinaloa, hace cien años, sigue tan vivo que se ha creado una industria en torno suyo y hasta una suerte de ideología: el infantilismo.
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No sin razón, el epigramista Quid escribió en el desaparecido periódico Atisbos, al día siguiente de sus exequias:
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Hubo lágrimas e insultos, hubo heridos y golpeados, empeñones y tumultos y un montón de desmayados En el duelo singular Mostró con su paroxismo que el pueblo padece un mal, que se llama “infantilismo”
La muerte del actor fue un acontecimiento que marcó al país. En la imagen, admiradoras de este ídolo popular lo lloran durante su sepelio. / Archivo EL UNIVERSAL
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Y si vivo cien años, cien años pienso en ti
1917, año del nacimiento de Pedro Infante y 1957, el fatídico en que murió, estuvieron marcados por claroscuros. En 1917 nació un nuevo país. Apenas el 5 de febrero anterior se había promulgado la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que contenía una serie de derechos sociales y se convirtió en una de las más avanzadas del mundo.
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Pero también un nuevo mundo nacía: diez días antes, Lenin había iniciado un gran movimiento, la revolución rusa, que sería el sueño de mucha gente, durante décadas, en la utopía de un mundo mejor.
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En contraposición, en 1957 cuando muere Pedro, se mantuvo un sino de tragedia en nuestro país: el 16 de abril, falleció Pedro Infante, lo que constituyó una gran tragedia; después, el 28 de julio un terremoto sacudió a la ciudad de México, derrumbando uno de sus íconos: el Ángel de la Independencia; como si ello no bastara, el 6 de noviembre, Raúl El Ratón Macías cayó derrotado, y perdió el campeonato mundial de peso gallo, a manos del argelino Alphonse Halimi, un hecho que constituyó una depresión nacional.
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Así, Sinaloa, en el noroeste mexicano vio nacer a Pedro, mientras que en Yucatán, en el sureste, concluyó una vida que, a la postre, se convertiría en eterna.
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Hitos que marcaron la vida y muerte de un hombre que forma parte del panteón de los ídolos nacionales. Momentos simbólicos que marcaron a un país, de frontera a frontera.
La prensa captó al pueblo y a las estrellas de cine en la emotiva despedida al actor y cantante. En la imagen, el comediante Mario Moreno Cantinflas. / Archivo EL UNIVERSAL
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Del charro cantor, al catrín de la ciudad
Como los héroes, murió en plenitud, justo en la Semana Santa de hace medio siglo, a pocos meses de cumplir cuarenta años.
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¿Qué es lo que lo transforma en héroe o en mito o en leyenda o en todo?
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Una de ellas es la lectura sobre el actor, el personaje, que transita del campo a la ciudad; Pedro Infante es un poco ese provinciano que representa en la cinta También de dolor se canta, donde un tímido profesor de provincia se transforma cada vez que mira a un hada.
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Hay muchas razones para creerlo. Estas son algunas:
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La querencia de tener entre nosotros a un hombre cuyo trabajo primigenio sea la carpintería, coincidiendo con la antigua profesión de quien vino al mundo a salvarnos, según la fe y que, además, muere en Semana Santa; el personaje que puede ser bueno, malo y normal, como su triple personaje de Los tres huastecos; el rico que es infeliz en contraposición del pobre al que le sobra felicidad: Nosotros los pobres; el indígena Tizoc que se enamora de una mujer con rostro virginal; el Edipo desarrollado en Los tres García; el padre que llora la muerte de su infante (una de las grandes actuaciones del cine mexicano, por cierto); el hombre que besa a las mujeres más hermosas y sensuales de México: Silvia Pinal, Rosita Quintana, Rosita Arenas, Miroslava…
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En catorce años, es decir, entre 1942 y 1956, Pedro Infante realiza cincuenta y cinco películas que marcarán un hito, como ningún otro personaje, en la vida cultural mexicana. Tal vez por eso, nada representa mejor un grito de grilla contemporánea, expresado en un hashtag, para leerlo con ojos de hoy, que decir #todossomospedroinfante.
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Sólo por decir.
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Al aire lo que cayó del aire
Pedro Infante es una quimera, el ser que todos queremos ser.
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Si en su época se convirtió en un fenómeno, sesenta años después de su muerte sigue teniendo una presencia fundamental en la vida mexicana. La mejor muestra es que la televisión continúa transmitiendo sus películas, muchas veces para competir con eventos de primer orden transmitidos por otro canal. Nosotros los Pobres es una de las cintas que más veces se ha transmitido en la historia de la televisión mundial.
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Sus exequias fueron una de las primeras transmisiones de la TV mexicana que se hicieron en vivo y en la calle: Telesistema Mexicano colocó varias cámaras en sitios estratégicos del Teatro Jorge Negrete y en el Panteón Jardín, desde donde registraron los pormenores del duelo popular dedicado a un actor que sólo un par de veces había trabajado en ese novedoso medio de comunicación.
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La transmisión dio inicio en el edificio de la ANDA, con la voz de tres destacados comentaristas: Gonzalo Castellot, Pedro Ferriz y Salvador Vázquez. Las cámaras, instaladas encima de una camioneta, transmitieron en vivo y a control remoto, por primera vez en la historia de México, un acto de esta naturaleza; captaron los gestos y la tristeza del pueblo que acudió a despedir a su ídolo. Miles de rostros con rictus de dolor se confundieron con las grandes estrellas de cine vestidas de luto y con gafas oscuras.
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Otro fenómeno ocurrió durante la transmisión del programa El Club del hogar, conducido por Daniel Pérez Arcaraz: no faltó quien por haber encendido su aparato tardíamente, pensara que su televisor se había descompuesto al no escucharse ruido alguno, pues en el curso del programa se guardó un minuto de silencio en memoria de Pedro Infante.
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El periódico Cine Mundial publicó, en la edición del 18 de abril de 1957, una nota que refleja el nuevo fenómeno de comunicación masiva: “Cuando comenzaron los controles remotos reseñando el éxodo del cadáver de Pedro por las calles, la salida de la capilla ardiente, las manifestaciones populares en torno al cortejo fúnebre, la televisión mexicana se convirtió en un especial Vía Crucis. Era un Vía Crucis muy particular. Había dos pueblos: el que estaba presente a cielo limpio, bajo el sol de aquel día abrileño, el que acompañaba los restos del sinaloense hacia su última morada, hacia el panteón Jardín. Y el otro cortejo: un cortejo inmóvil, innominado, inclasificable, el cortejo que seguía el acontecimiento tristísimo del entierro de aquel querido artista desde los propios hogares, ante la pantalla electrónica. Sobre el cuadro de cada receptor, surgían las notas emocionantes de toda aquella caravana de muerte, caravana de dolor…”
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La muerte de Pedro Infante mostró un nuevo perfil dentro de la información a través de la televisión, así se sumaba ese novedoso medio de comunicación al duelo nacional.
Javier Solís, El Rey del Bolero Ranchero, cantó en el sepelio de Pedro Infante / Archivo EL UNIVERSAL
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Gitana tenías que ser
De todas las historia de la historia de Pedro, siempre recuerdo un largo capítulo de un libro inédito que escribí donde narro sesenta notas sobre su muerte. Tal parece que vivía obsesionado por ella. A lo largo de una serie de entrevistas, entresaqué historias como la de la gitana que le dijo, en Saltillo: “Naciste en una carpintería y vas a morir en otra” (el avión cayó en una carpintería, en Mérida).
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También, leyó un horóscopo que decía: “Escorpión: tenga cuidarlo con el Fuego. Puede ocasionarle la muerte”.
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El día que murió, volaría por Mexicana de Aviación, pero ante el escándalo por su divorcio, decidió regresar en vuelo privado, el vuelo de la fatalidad; mismo en el que, por cierto, sustituyó a otro piloto que salvó de perecer.
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También ese día su madre, doña Delfina, despertó angustiada y, casi a la misma hora que caía el avión, ella se confesaba en la iglesia de San Cayetano, en Lindavista.
Pedro Infante recibiendo servicios médicos luego de su primer accidente aéreo en Zitácuaro, Michoacán, el 23 de mayo de 1949. / Archivo EL UNIVERSAL
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Los dos nacimientos de Pedrito
Junto al azul del mar del Océano Pacifico, doña Refugio Cruz pasó todo el día 17 esperando el alumbramiento. Fue hasta las 2:30 de la madrugada del 18 de noviembre cuando apareció el bebé que conmocionaría a México, en el Puerto de Mazatlán, cerca del Paseo Olas Altas.
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Pedro nació a la orilla del mar, de un azul en el que solía mirar como en el horizonte se confundía el mar con el cielo, aquel espacio en lontananza que disfrutaba como nadie: “Es que allá arriba nadie me reconoce, me siento libre y muy a gusto. Es que tú no sabes, no te imaginas la sensación que se vive allá arriba. ¡Todo es tan bonito, tan tranquilo y además, me siento más cerca de Dios!”
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En otro azul, montado en un avión marca “Consolideted Vultee”, B24J, con matrícula XA-KUN, cerca del cielo donde mora el Dios que le inculcaron y que veneró, Pedro Infante sufrió el accidente que lo condujo a la muerte cuando apenas tenía 39 años. Ese accidente, cuyas exequias provocaron la conmoción nacional, paradójicamente sería el punto de partida del otro nacimiento, el del ídolo que vive, como decían los periódicos populares, en el corazón de todos los mexicanos.
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Un siglo después, Pedro Infante ha creado una suerte de religión que bien podría ser llamado infantilismo y que nos hace soñar, creer y vivir en un personaje eterno.
En Relatos e historias en México publico, en cada número, cartón del mes. A veces coincide con algunas efemérides, otra simplemente me gusta el cartón para ese número y ya. El ejemplar de noviembre está dedicado al terremoto, por vez primera se toma un tema inmediato: la gran tragedia del 19 de septiembre, fecha doblemente infausta pues 32 años atrás, el mismo día, padecimos otra igual. Como la historia parece repetirse, en este número aparece un cartón de un enorme caricaturista, uno de nuestros mejores humoristas gráficos que a sus 85 años sigue con el lápiz afilado y con una gran calidad estética: Eduardo Gómez. Compren la revista y encontrarán ese dibujo tan actual, a pesar de haberse realizado en 1985.