Este 20 de enero se cumplen 103 años de la muerte de Posada. En mi libro La portentosa vida de José Guadalupe Posada, publicado por Ediciones de don Lupe, con el título La portentosa vida de José Guadalupe Posada) Reconstruí las últimas horas de vida de Posada:
SE MUERE DON LUPE
Toda la noche ha vomitado sin parar.
La oscura habitación tiene un olor nauseabundo pues la diarrea no se detiene con el atole de arroz, ni con tés de menta o de ruda, ni con ningún otro remedio de las vecinas.
A temprana hora Juan y Manuel han ido a buscar un doctor. De cualquier manera, los dos amigos de parranda saben que ya todo es inútil.
Don Lupe se acaba.
Lleva muchas semanas metiéndole al trago. Su rostro está más que demacrado y la deshidratación por la cagalera es más que obvia.
Hay colillas de cigarro forjado tiradas por doquier.
Danzan calaveras a su alrededor, los sueños se convierten en pesadilla.
Parece una película que se regresa al principio para repasar toda su vida, un viaje a la semilla. En quince días cumpliría 61 años, veintidós mil doscientos días.
Alrededor del petate donde se retuerce de dolor zapatean monstruos fantásticos, bocas con labios rojos que enseñan unos agresivos dientes listos para devorarlo, cuerpos con formas demoníacas, diablos, brujas, gritos lastimeros de la llorona, naguales, fantasmas.
El jolgorio empezó el día de su santo, el día de la Virgencita, el 12 de diciembre, cuando la ciudad, el país, el vecindario conmemoró la aparición del indio Juan Diego; siguieron las nueve jornadas de los santos peregrinos, continuó en la Noche Buena, la Navidad y celebró el fin del año 1912. Nacía uno nuevo, justo cuando la vida, su vida, se le apagaba.
Todo le duele, pero es el alma la que le hace insoportable la existencia. La ruda hierba, la ruda vida.
Cientos de cuartos componen la enorme vecindad ubicada a las orillas de la ciudad de México: es el barrio de Tepito, en la calle de la Paz. Son trescientos miserables cuartuchos, con más de mil almas que andan en la pena y en la pepena.
Cada uno de esos cuchitriles apenas mide tres por tres metros. Los excusados son colectivos, conformados por una larga fila sin puerta y un olor repugnante; afuera una pileta de agua que a veces, con un cubo, se usa para el excusado. Y de los tendederos, que parecen telarañas, cuelgan modestas ropas.
El otrora hombre regordete, ahora de cuerpo flácido y demacrado, parece mirar bailar las calaveras que dibujó hace muchos años, a los diablitos sonrientes, complacidos por su travesura, felices porque recibirán muy pronto a un huésped de lujo, su retratista favorito: don Lupe.
Una vecina le llevó una cazuelita con caldo de gallina y lo encontró llorando, lamentando no poder cerrar los ojos de su Juan Sabino, en ese treceavo aniversario de su muerte.
“¡Don Lupe se muere!”, es el clamor en los lavaderos esa mañana fría de domingo.
Él rememora los últimos días de su vida en el barrio de Tepito, a donde llegó cuando la ciudad lo fue expulsando, primero de Santa Teresa, luego de Santa Inés, más tarde del Cuadrante de Santa Catarina, para llegar a la calle del Carmen y terminar en este sitio donde viven hombres y mujeres que sobreviven en situaciones precarias.
Don Lupe sueña, como todos los días de su vida, pero hoy esos sueños se han tornado en pesadilla, como muchas otras noches más, como casi todas sus últimas noches, como todos sus últimos años.
El humor necesario y la responsabilidad
La labor del humorista consiste en tomar algo que se considera formalmente aceptable y normal y desvelar que no lo es
El humor es la capacidad humana para percibir aspectos ridículos o absurdos de la realidad y destacarlos ante los demás de forma ingeniosa. Este fenómeno siempre nos ha servido para obtener una visión diferente de la vida y ensanchar las interpretaciones de los conflictos propios y ajenos. El humor nunca va dirigido a descubrir la verdad ni posee una precisión constructiva, ya que su misión es la opuesta, ir "a la contra" y evidenciar la mentira. Y esa labor de descubrimiento o "denuncia" de lo tapado no es fácil ni gratuita, por mucho que adopte apariencias frívolas o estúpidas. Aun sin ser "verdadero", el humor es necesario, ya que de él nos nutrimos diariamente y nos servimos para defendernos de este desordenado mundo.
Debemos tributar nuestro rendido agradecimiento a Charlie Hebdo y su labor de sátira indiscriminada frente a cualquier integrismo, sea musulmán, cristiano o judío
La labor del humorista consiste en tomar algo que se considera formalmente aceptable y normal y desvelar que no lo es. La presa favorita de la sátira y la parodia es lo considerado serio, correcto y solemne.
La consecuencia es que el humor es divertido y plausible para quienes están en contra de las "verdades" oficiales. De igual manera,se convierte en odioso para quienes comulgan a rajatabla con ellas. Un ejemplo es qué fácil resulta burlarse de las costumbres de culturas ajenas y qué inaceptables parecen las críticas hacia las nuestras, por extravagantes que estas sean a los ojos de los otros.
Con motivo de la terrible tragedia que se ha producido estos días en París, debemos afirmar que la libertad de expresión es sagrada, piedra angular de nuestra civilización, duramente conquistada por generaciones de grafistas desde Hogarth, Goya o Daumier.
Debemos tributar nuestro rendido agradecimiento a Charlie Hebdo y su labor de sátira indiscriminada frente a cualquier integrismo, sea musulmán, cristiano o judío. Lo primero es lo primero, ya que nos jugamos la calidad de nuestra sociedad y el derecho a dirigir al menos nuestra sonrisa sarcástica ante la frase sonora del pomposo manifiesto del poderoso de turno.
El humor también debe ser responsable. No todo rasgo de humor es incuestionable y oportuno en cualquier momento y ocasión
Pero hay que añadir algo. Siendo, como es, básico y necesario, el humor también debe ser responsable. No todo rasgo de humor es incuestionable y oportuno en cualquier momento y ocasión. Nadie defenderá una broma sobre una víctima de violencia de género, un chiste repugnante ante un niño, un ocurrente petardo en una reunión de víctimas del terror, una graciosa cerilla en un polvorín. Todos sabemos cuándo una broma es responsable y cuándo no lo es.
Ridiculizar al diferente, al débil, al "defectuoso" es un viejo y pobre recurso humorístico. Los tartamudos, los extranjeros, los enanos, los sexualmente distintos, los ignorantes, las mujeres, han sido "carne de cañón" del humor. Y siguen siéndolo. El humor es transgresor y subversivo por su propia naturaleza y siempre se moverá en el contrapunto, en lo informal, en lo contrario, en lo crítico; en definitiva, en el descubrimiento de los intersticios de nuestro orden, de nuestras normas y formas. Por eso, por ser incorrecto e imprescindible a la vez, debe ser responsable y meditado.