miércoles, 4 de mayo de 2011

El microcosmos de micrós

Aún no tenía cuarenta años cuando murió, hace un siglo, el 8 de febrero de 1908. Presenció una ciudad que traspasaba del siglo XIX al XX. Sin tanta fama como otros autores, retrató excepcionalmente este país, en ese difícil tránsito de una dictadura que, sin embargo, resultó base y sustento del México contemporáneo.

Se llamaba Ángel Efrén de Campo y Valle, aunque solía firmar, cuando no usaba seudónimo, como Ángel de Campo (con ese nombre no podía ser otra cosa), y en vida se dedicó a escribir miles de páginas en la prensa de su época.

Nació en Ciudad de México, el 9 de julio de 1868, y dedicó su vida a la escritura en periódicos y revistas; tuvo una vida-crónica en la que retrató a todo un país. La reconstrucción de hechos, sucesos, figuras y retratos fue su labor.

Quizá la mejor definición de su obra la dio María del Carmen Ruiz Castañeda cuando escribió, acerca de La Rumba: "pueden encontrarse la fidelidad fotográfica del realismo, el cuidadoso análisis naturalista y el subjetivismo dramático del romanticismo. Es que Micrós no podía guardar distancia entre él y sus obras, porque, más que hijas de su ingenio, eran hijas del corazón".

UNA ETAPA BRILLANTE

Podría parecer ilógico, pero es interesante observar cómo una sociedad aplastada en sus derechos políticos fue capaz de generar una gran libertad artística, reflejada en el periodismo, la literatura, la poesía, el teatro, la música, etcétera.

Suena paradójico, pero al final del porfirismo se crea la Universidad de México y la Escuela Nacional Preparatoria tiene uno de sus grandes momentos.

Entre los grandes autores, Ignacio Manuel Altamirano se convirtió, a finales del siglo antepasado, en el presidente de la República de las Letras; un patriarca amoroso que gestó a una generación de jóvenes autores entre los que destacaban Luis González Obregón, Luis G. Urbina, Victoriano Salado Álvarez, Balbino Dávalos, Federico Gamboa o Ángel de Campo.

Fue una época de grades revistas literarias como La Revista Azul, La revista Moderna y El Liceo Mexicano, por mencionar apenas tres ejemplos. Ésta última fue fundada por Rafael Mangino, José Cárdenas, Luis González Obregón y Ángel de Campo, el 5 de febrero de 1885; fue una revista donde se difundieron muchos de los escritos de los autores de la época. También es una etapa del nacimiento del primer diario moderno, El Imparcial (la trascendencia alcanzada por Micrós lo llevó a ocupar la primera y segunda de las ocho columnas donde escribía, en primera plana, su "Semana Alegre"), cuyo tiraje era, a decir del propio diario, de 44 mil 590 ejemplares.

SU VIDA

Ángel de Campo quería ser médico. Fue hijo de Laura Valle y de un militar de carrera que llevaba el mismo nombre y que murió cuando el escritor tendría unos seis o siete años. Apenas tenía dieciséis cuando, en compañía de quien sería uno de los grandes cronistas de la ciudad, Luis González Obregón, y con Octavio Gajá, fundó La Lira, un periódico manuscrito, y un año después, con ellos mismo participa en la fundación del Liceo Mexicano. Entonces comienza a firmar como Micrós.

En 1889 ingresa a la Escuela de Medicina, que abandona muy pronto ante la muerte de su madre; comienza a trabajar como empleado de la Secretaría de Hacienda y a colaborar en El partido Liberal, en Revista de México (que dirigía Ireneo Paz, el abuelo de nuestro Premio Nobel) y en El Nacional.

En 1890 publica parte de su trabajo en el volumen Ocios y apuntes; ahí publica obras tan intensas como El Pinto, una impresionante historia donde los personajes "La Chilindrina", "El Capitán", "La Diana", "EL Turco" y "El Pinto", son unos… perros. El cuento termina así: "¡Cuántos en la plebe son como el Pinto!

"¡Cuántos desdichados hay que con forma humana no son sino perros que hablan y que visten pantalones!"

Otra obra suya es El Caramelo, donde dialogan un caramelo, una charamusca y un grillo en torno a la felicidad. El grillo, "un poeta democrático, opina que los versos son algo como caramelos para el espíritu… por eso yo no le canto sino al pueblo".

En 1892 colabora en Siglo XIX y en El Nacional, y dirige México. Revista de Sociedad, Arte y Letras; más tarde colaboró en La Revista Azul y en 1894 aparece un nuevo libro: Cosas vistas, que al igual que el anterior, es una compilación de sus trabajos publicados.

En éste vuelve a tener animales como personajes. El Chiquitito es un "¡infeliz canario, [que] tenía sed de las aguas de un charco, en el que se retrataban una rosa anémica y un jirón de nube que pasaba lentamente por el cielo!"

No se piense que su obra es referida a los animales, las acotaciones al respecto se deben a la sorpresa de encontrar protagonistas de esta índole en una crónica urbana, demasiado callejera, demasiado concentrada en personajes de barrio, como El Chato Barrios, "un muchacho descalzo, de blusa hecha jirones, mordiéndose un dedo, arrastrando el sombrero de petate y viendo a todos lados con cara de imbécil, [que] cruzaba el salón", hijo de un carbonero, "el más feo y desarrapado alumno de la escuela", quien había obtenido una mención honorífica en un concurso y que año con año disputaba a Isidoro Quiroz, uno de los niños ricos de la escuela.


José Guadalupe Posada, La perra brava

También rescató la historia de El fusilado, uno de sus grandes cuentos, donde retrata el camino de un hombre que es conducido rumbo al paredón. La maestría de Ángel de Campo es excepcional. Comienza así: "El alba, una alba de espléndido colorido, comenzaba a dilatarse de rrochando sus toques en el horizonte… allá flotaban los indecisos contornos de la bruma, desta cados apenas en los matices delicados de las manchas de claridad en un fondo gris azulado que evoca el recuerdo de las irisaciones del nácar".

Cartones es el tercer libro que nos legó; su publicación data de 1897. De él destacan cuentos como "La muerte de Abelardo", recogido en la antología Dos siglos de cuento mexicano, cuya selección y notas fueron realizadas por uno de los grandes estudiosos del cuento, el maestro Jaime Erasto Cortés, quien escribe al respecto: "La muerte de Abelardo, es muerte de un habitante de este microcosmos y vida de 'perro bohemio'. La vida adquiere una verdadera dimensión humana: ¿Qué oculto drama, qué antecedentes misteriosos originaron ese modo de ser? Había un aristócrata bajo su zalea de escuincle vulgar y callejero. La muerte del perro, por el sólo hecho de ser referida, alcanza significación e importancia."

"Los recursos narrativos de Micrós", escribe Jaime Cortés, "son numerosísimos: caracterización psicológica, realismo contundente, contrastes, comparaciones, justa perspectiva sentimental, reflexiones profundas y poderosas, estilo ágil, emoción y ternura, riqueza descriptiva…"

Otro gran cuento es "El Inocente", un personaje emparentado con aquellas figuras deformes dibujadas por José Guadalupe Posada: "Partía el alma la criatura: el enfermillo exangüe, era una llaga; era un niño repugnante de cabeza fenomenal; orejas transparentes, mucosas pálidas y piel maculada por las huellas verdes de las cataplasmas, manchones de yodo y escaras desprendidas; los dientecitos sucios, dientes típicos de Hutchison; el cuello inflamado y endurecido por las escrófulas." Era hijo de una prostituta que bailaba en un salón, mientras el niño fallecía en el "Patio de las Culebras".

La obra de Micrós estremece, duele. Ese microcosmos que supo retratar con tanta frialdad es sin duda una de las grandes contribuciones a la literatura mexicana.

En 1899 pasa a formar parte de uno de los diarios que habrían de renovar el periodismo mexicano, El Imparcial, donde realiza la columna "La Semana Alegre", cuya primera entrega se llamó "La Semana Festiva". Comienza sus colaboraciones el día 2 de abril, señalando: "He resuelto por mí y ante mí, yo, cronista inédito, humorista que va de incógnito, tan de incógnito que nadie lo conoce, 'organizar' este espacio de artículo dominical que hará "pendant" a las "Semanas" del "Mundo Diario", como una caricatura hace "pendant" a un retrato. Todo entrará en este rosario de acontecimientos que han dado en llamar crónica, todo, menos la seriedad. La seriedad es ridícula, es atentatoria, es… 'Pídeme lo que tú quieras, menos la formalidad', dice Angélica la del "Chateaux Margaux" y lo mismo dije, digo y diré yo, humilde servidor de ustedes." Firmará esta columna con el seudónimo Tick Tack.

También en ese año, en El Cómico, publica una novela corta, El de los claveles cortos. En 1906 imparte clases en la Escuela Nacional Preparatoria, al obtener una plaza ganada por concurso de oposición; dos años después murió de tifo, esa terrible enfermedad por la que hubo tantas y tantas muertes. Fue enterrado en el Panteón Civil de Dolores.

SUS OTRAS OBRAS

Muchas de sus obras quedaron en el olvido durante muchos años, es decir, guardadas en una hemeroteca hasta que alguien se atrevió a sacarlas del olvido.

La Rumba, por ejemplo, una de las grandes obras de la literatura mexicana, una novela que bien podría acercarse a la obra de John dos Pasos al tener como personaje principal a todo un microcosmos, un grupo de personajes donde no existe un protagonista único, donde "La Rumba" es una plaza de Ciudad de México, pero también es el sobrenombre de una muchacha llamada Remedios Vena. Es una novela del destino, en la mejor tradición griega, donde cada uno está predestinado a ser lo que es y que sólo un tranvía, como un artefacto externo, que significa el viaje a otras instancias, es capaz de modificar ese determinismo.

"Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contábase que era el albergue de las gentes de mala alma, una temible guarida de asesinos y ladrones, y citaban el nombre de un Florencio Carvajal que debía siete vidas; Marco Pezuela, zapatero, había envejecido en Belén y después de extinguirse su condena se había refugiado en aquel vivero de malhechores…"

Y luego, el personaje femenino: "había una muchacha seria entre aquellas, una rapazuela que no jugaba ni al pan y queso, ni al San Miguelito, ni a las visitas. De cíanle La Tejona, por su cara enfi lada y sus modales broncos; era la hija de Don Cosme vena, era Remedios… Prometía ser una mujer de aspecto varonil; rasgaban casi su estrecho vestido las formas precozmente desarrolladas, con enérgicas curvas…."

La Rumba, una de las grandes obras de nuestra literatura, no fue vista en vida por Micrós; apareció en forma de libro hasta 1951, en una edición de apenas cincuenta ejemplares, pues se había publicado como folletín en el periódico El Nacional, del 23 de octubre de 1893 al 1 de enero de 1894.

Ángel de Campo fue un continuador de grandes cronistas como José Joaquín Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, José T. Cuellar, y fue además precursor de grandes autores como Salvador Novo o Carlos Monsiváis.

A cien años de su muerte, Ángel de Campo sigue siendo un autor tan vital como uno de sus con temporáneos, José Guadalupe Posada. Ambos son grandes retratistas de un México que sigue vivo y lastimado. Sus retratos constituyen una prueba fehaciente de un pueblo que fue a la revolución y que siguió igual, o peor.

Una de las grandes contribuciones de la literatura es la fotografía que deja para la historia. Entender y conocer el fin de siglo XIX y el inicio del xx, en los albores de la Revolución, sólo es posible a través de e stos cuadros desgarradores de un hombre muer to hace cien años y que sigue tan vivo como las miserias que retrata.


La Jornada Semanal
http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2008/2008prim/literatura2/micro-130208.asp

miércoles, 13 de abril de 2011

Un dulce sabor a muerte

Por Orquídea Fong

Uno de los epítetos más frecuentemente adjudicados a la mujer—aparte del de “loca”—ha sido, históricamente, “dulce”. Estereotipos que perduran a la fecha, en que todavía discutimos si las mujeres son de un modo o de otro y si los hombres son así o asá por el solo hecho de ser mujeres u hombres. Se ha creído en la existencia o se ha querido imponer a la mujer una intrínseca condición de suavidad y dulzura, que, de sobra está decirlo, pocas veces se cumple.

Tal vez con deseo de contrastar el estereotipo o simplemente, con ganas de desarrollar un excelente tema, el historiador mexicano Agustín Sánchez escribió el libro “Un dulce sabor a muerte”, que recoge historias de mujeres criminales mexicanas a lo largo de un siglo. Destaca, por la fama de su protagonista, el caso de María Teresa Landa, quien fue la primera Señorita México en 1928 y que, en un arrebato de celos, mató a su marido bígamo.

Landa, en un sonado proceso judicial, fue absuelta por el jurado. Sí, su proceso fue el último en la historia judicial mexicana que contó con un jurado compuesto de personas comunes, al estilo norteamericano e inglés. Tan arrebatador fue su efecto en ellos, tan bella y apasionada era, tan elegante y culta, tan sincera al confesar su arrebato asesino, que se la absolvió, no pudiendo culpar a quien enloqueció momentáneamente debido a “amar con delirio”.

Muchas historias más contiene el libro. La de la famosa Bejarano, la primera asesina serial mexicana de que se tenga registro,que secuestraba niñas y jovencitas humildes para torturarlas al más puro estilo lésbico-dominatriz y que fue condenada gracias al testimonio de su propio hijo.

“Un dulce sabor a muerte” es uno de muchos interesantes libros de Agustín Sánchez, autor también de una biografía sobre el caricaturista mexicano, Gabriel Vargas, creador de la adorable Familia Burrón.

El libro fue editado por Martínez Roca en el 2000 y se consigue en librerías y sitios electrónicos como Amazon Books.

domingo, 27 de marzo de 2011

Recuerdan al caricaturista Gabriel Vargas en Azcapotzalco

La segunda Feria Internacional del Libro de Azcapotzalco recordó hoy aquí al historietista mexicano

CIUDAD DE MÉXICO (27/MAR/2011).- Con la presentación del libro 'Gabriel Vargas. Una historia chipocluda', la segunda Feria Internacional del Libro de Azcapotzalco recordó hoy aquí al historietista mexicano Gabriel Vargas (1915-2010).


Presentado en la explanada de esa demarcación, el libro del investigador y periodista Agustín Sánchez González hace recorrido por la vida de quien fuera uno de los artistas gráficos más destacados del siglo XX mexicano, creador de la legendaria historieta de 'La Familia Burrón'.

Su infancia en Hidalgo, su llegada a la Ciudad de México, su paso por algunos diarios capitalinos y hasta la creación de los personajes que marcaron a la historieta de este país (Los Burrón), son algunos de los aspectos que se presentan en esta obra editada por la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

De acuerdo con Sánchez González, uno los más importantes investigadores de la caricatura en México, la idea de la publicación es acercar a la gente a la obra de los grandes artistas mexicanos.

"Lo que hago aquí es un recuento de la obra de Gabriel Vargas, desde su infancia hasta la última publicación de La Familia Burrón.

Es un texto breve con muchas imágenes, algunas de ellas de los Burrón, así como de otras publicaciones como "Los súper locos", "Los chiflados" y "La purita vaca", entre otros, señaló.

Durante su intervención, el premio al Desempeño Académico en Investigación del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) 2009 anunció que el próximo 25 de mayo, el Instituto de Estudios Históricos José María Luis Mora, rendirá homenaje al célebre cartonista, con motivo del aniversario de su fallecimiento.

Asimismo, señaló que en el marco del citado homenaje ofrecerá una conferencia y se abrirá una exposición que contará con algunas imágenes de Vargas que le hicieron sus colegas caricaturistas, entre ellas, un cartón que le realizaron a los 17 años.

El también investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del INBA, afirmó que en el volumen se puede apreciar una de las historietas emblemáticas y desconocidas del fallecido artista.

El autor, quien posee un sinfín de libros donde combina la historia, la literatura y el periodismo, recordó al monero como uno de los personajes claves para entender lo que somos los mexicanos.

'Aunque falleció el año pasado (2010) es una figura que ya vive para siempre, pues nos dejó un retrato de la vida cotidiana mexicana', dijo.

Incluso, destacó que varios de los términos del Diccionario de mexicanismos, recién publicado por la Academia Mexicana de la Lengua, fueron tomados de la historieta de La Familia Burrón.

jueves, 24 de marzo de 2011

La nota roja como crónica de lo social

EL UNIVERSAL Radio
Lunes 25 de diciembre de 2006


Sánchez González recrea en su nuevo libro la historia del crimen en el siglo XIX

Una compilación histórica de México en el siglo XIX, y en particular, de un tema "terrible, actual, permanente y eterno como es la violencia", da pie al libro Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX, de Agustín Sánchez González.
El autor partió de la convicción de que las claves de la historia del país hay que buscarlas en los orígenes de México como nación, esto es, en los hechos acontecidos en el siglo XIX.

Dedicado por muchos años al oficio del periodismo y con formación de historiador, Sánchez documenta una serie de crímenes en la ciudad, sobre lo cual acota: "Lo que trato es de entender a una sociedad, más que consignar la contundencia o conformar un diario del crimen. Así reflejo una sociedad que vive en corrupción, por ejemplo política, que ya se percibía desde el siglo XIX. Por ejemplo, en Los bandidos de Río Frío era el mismísimo asistente personal de Antonio López de Santa Anna quien tenía la información para robar las diligencias, esto sólo por poner un caso donde el protagonista es gente vinculada con el poder.


-¿Por qué escribir un libro así?

-Tenemos un problema serio, estamos viviendo una crisis que me da la impresión, a veces, que nuestros políticos y que la propia sociedad no entienden. Parece ser que estamos condenados a ser una sociedad que no cambia. Creo que la responsabilidad de un escritor, de un historiador, radica en escarbar estos elementos, y no sólo en el aspecto sociológico o académico, sino hasta con gusto, eso es lo que he escrito. Actualmente tenemos una preocupación brutal por la falta de lectores en nuestro país y éste es un tema que jala, que engancha, porque somos muy morbosos.


http://www2.eluniversal.com.mx/pls/impreso/version_imprimir.html?id_nota=50949&tabla=cultura

domingo, 20 de marzo de 2011

Gabriel Vargas iluminó a los mexicanos



Gabriel Vargas, quien es considerado por muchos como uno de los más grandes artistas de la cultura popular en nuestro país.
EL UNIVERSAL
20/03/2011


Muy poco se ha escrito sobre el caricaturista Gabriel Vargas, quien es considerado por muchos como uno de los más grandes artistas de la cultura popular en nuestro país.


“Gabriel Vargas aún está por descubrirse”. Las palabras son de uno de los más importantes investigadores sobre su obra: Agustín Sánchez. “He tratado de reivindicar la contribución de Vargas al lenguaje mexicano”.


Pero no sabe si todo comenzó primero en el Callejón del Cuajo número ochorrocientos ochenta y ocho, o fue en las calles, esas donde Vargas caminó y de las cuales nutrió su discurso. “No sabemos qué fue primero, si el lenguaje o la gallina”, dice.


Agustín Sánchez ha dedicado años de su labor como escritor a recabar el legado del dibujante mexicano.


“Aún ahora, tras muchos años de trabajo sobre su obra, me conmociona, el hecho de que a pesar de que hay cerca de 30 libros sobre el tema, cada día más me asusta la carencia de libros sobre él”, menciona Sánchez González.


Y suma el también autor de “Un dulce sabor a muerte” (Ediciones Martínez Roca, 2009) que habría que hacer una biblioteca sobre el autor originario de Tulancingo.


En “Gabriel Vargas. Una historia chipocluda” (Conaculta, 2011), Sánchez González (ciudad de México, 1956), reúne ese legado que muestra “la contribución al lenguaje de la crónica mexicana”.


Los primeros autores donde el lenguaje popular mexicano sentó sus reales, apunta el autor, fueron Novo, Luis G. Inclán. “Y Vargas es continuador de lo mexicano, porque retrató el lenguaje”.


Además de “esa capacidad inagotable para crear nombres, como lo hizo Gabriel García Márquez”. Y si no, recuérdese a Regino, Boba Lilcona, Santa Roña, Cristeta Tacuche, Borola Tacuche...


Otra cosa que el lector podrá hallar —gracias a una ardua investigación— en este libro se revisa parte del quehacer de Vargas que “trabajó 80 años, nada menos, porque inició a los 16 años”.


Además, hay imágenes como el primer dibujo que hizo a los 15 años; asimismo, su obra pictórica. “Tiene escultura en madera; dibujos sobre la Guerra Civil Española”.


Algo que lamenta el historiador mexicano, acepta, es “el desdén de los intelectuales por la cultura popular” de nuestro país, de la cual Vargas Bernal es uno de sus más dignos representantes.


Autor autodidacta


Dibujante nacido en 1915, estudió hasta la secundaria, pero “fue un gran lector”, a los 10 años, señala Sánchez González, “ya había leído a todos los clásicos, como El Quijote o La Iliada”.


Para el investigador Agustín Sánchez, “toda obra de creación artística (y la de Gabriel Vargas no era la excepción) tiene atrás cultura, visión”, concluyó el escritor mexicano

martes, 15 de marzo de 2011

Agustín Sánchez González

Escritor e historiador mexicano, Agustín Sánchez González es conocido por sus libros en los que mezcla historia y periodismo, junto con una gran capacidad para el detalle y la anécdota.

Además, es un especialista en el desarrollo de la caricatura mexicana, campo en el que ha publicado un celebrado diccionario.

domingo, 13 de marzo de 2011

181 años de la caricatura en México

En su ensayo La caricatura: una historia en serio, el investigador Agustín Sánchez González dice que el arranque de este género de periodismo gráfico en México comenzó en 1826, al parecer en el periódico El Iris con un cartón titulado Tiranía, atribuido al inmigrante italiano Claudio Linati y considerado la primera caricatura publicada en el país.

Linati, quien había llegado a México en 1825, fue asimismo el introductor de la litografía y fundador, junto con el poeta cubano José María Heredia y su paisano Florencio Galli, del periódico El Iris, que destacó por su posición política republicana y su rechazo a la monarquía, que recientemente había fracasado con el imperio de Agustín de Iturbide (1822-23).


A este brillante pero arriesgado inicio de la caricatura política mexicana ―Linati, Galli y Heredia sufrieron persecución política― siguió la experiencia crítica y artística de Gabriel Vicente Gahona Picheta en Mérida, en 1847, a través de las páginas de Don Bullebulle, en el que retrató con fidelidad artística y profundo tono crítico a la desigual sociedad yucateca y dejó un modelo de caricatura social y política que habría de influir en la segunda mitad del siglo XIX.


En las décadas de los años 40 y 50 resaltaron también las caricaturas publicadas en La Calavera (1847), El Tío Nonilla (1849-51), El Gallo Pitágorico (1845, primera edición; 1857, segunda edición) y La Pata de Cabra (1856-65). Después vinieron las enseñanzas de Constantino Escalante, Santiago Hernández, Alejandro Casarín, Jesús T. Alamilla y José María Villasana en los años 60 y 70 en los periódicos La Orquesta, El Cascabel, Juan Diego, San Baltasar, El Padre Cobos y El Palo de Ciego.


La exposición La caricatura del siglo XIX, integrada con 65 litografías pertenecientes a la colección de Paul A. Dentzel, presidente de la Fundación de Arte y Música Multi Cultural de Northridge, de Los Ángeles, California, corresponden a esta época y estarán en exhibición del 16 de agosto a mediados de octubre de este año en el Museo de la Caricatura del Centro Histórico. La muestra es organizada por la institución estadounidense y la Sociedad Mexicana de Caricaturistas.


Durante el Porfiriato, pese a la dictadura del general Díaz, resalta la actividad crítica de dibujantes como Gaitán, Lira, Daniel Cabrera Fígaro, Jesús Martínez Carrión y Álvaro Pruneda en los periódicos La Cantárida, El Quixote y La Patria Festiva (1879); El Hijo del Ahuizote (1885-1903), El Ahuizote Jacobino (1904-05) y El Colmillo Público (1903-06).


En la última década del siglo XIX destaca la presencia del gran grabador José Guadalupe Posada, quien, siguiendo la escuela de Manuel Manilla y su hábil disfraz de ¿reportero de nota roja¿ en hojas volantes y cuadernillos callejeros, se suma a la imparable corriente crítica de los caricaturistas mexicanos. Lo hace también en periódicos como Gil Blas Cómico (1895-1897) y El Diablito Rojo (1906-10).


En la etapa violenta de la Revolución Mexicana descuellan caricaturistas como Ernesto Chango García Cabral, Atenedoro Pérez y Soto Canta, Santiago R. De la Vega y Clemente Islas Allende en Multicolor; Álvaro Pruneda (padre e hijo) en Tilín Tilín ,1911. En 1916 y 1917, con la aparición de los periódicos El Universal y Excélsior, se fortalece la presencia de diarios de gran formato y aparecen historietas satíricas como El Chupamirto, de Jesús Acosta Cabrera.


En los años veinte del siglo XX destacan el caricaturista Juan Arthenack y José Clemente Orozco deslizando fuertes críticas en Tu-Tan-Kamen y El Machete (1924-38), órgano del Partido Comunista Mexicano, a la imposición de Plutarco Elías Calles en la Presidencia de la República. En lo que resta de la década de los 20 y el Maximato (1929-1933) resaltan los caricaturistas Andrés Audiffred, Ángel Zamarripa Fa-Cha, García Cabral, Guerrero Edwards, Era, Cadena M. Inclán y El Chamaco Miguel Covarrubias.


En el folleto La caricatura en la historia. Historia de la Caricatura, que explica la colección permanente del Museo de la Caricatura (Donceles 99, Centro Histórico), la Sociedad Mexicana de Caricaturistas enumera más de 110 autores de gráfica satírica de contenido político de 1934 al año 2000, entre los que descuellan Ernesto Guasp, Ángel Rueda, Rafael Freyre, Arias Bernal, Kaskabel, Bismarck,. Abel Quezada, Huici, Jorge Carreño, Leonardo Vadillo y Alberto Issac.



En dicha lista figuran caricaturistas aún vigentes como Rius, Castrux, Helioflores, Heras, Naranjo, Vic, Iracheta, Magú, Marino, Efrén, Oswaldo, El Fisgón, Ahumada, Rocha, Apebas, Flores, Trino, Trizas, Pedro Sol, Moysén, Monsi y Rossas entre otros, la mayoría integrantes de la Sociedad Mexicana de Caricaturistas, la cual se integró en 1975 y desde 1987 tiene como sede el edificio del antiguo Colegio de Cristo en Donceles 99, Centro Histórico.

En octubre próximo el Museo de la Caricatura montará otra muestra histórica con 150 dibujos satíricos de José Clemente Orozco, cuyos primeros pasos en el arte gráfico fueron precisamente en el dibujo y la caricatura, antes de convertirse en uno de los más grandes pintores de México. Las caricaturas de la futura exposición pertenecen al acervo plástico del Instituto Veracruzano de la Cultura.



Autor/Redactor: CONACULTA

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