¡Este
tampoco era el mesías!
Hace medio siglo comenzó un lento
proceso de ruptura con el presidencialismo, pero surgió un líder terriblemente
seductor que ofreció la visión y una profunda convicción de que era posible
otro México
Agustín
Sánchez González
Dice una voz popular, que entre más rápido
se llega al cielo, más veloz es la caída.
Resulta paradójico
que el político mexicano que ha obtenido el porcentaje más alto de aceptación
en una votación presidencial, se convertirá, a la postre, en el político más
repudiado de nuestro devenir. No soy un nigromante, pero se puede visualizar
claramente que, tras recorrer la mitad de su mandato, el presidente López
Obrador nos ha quedado a deber, prácticamente, todo lo que prometió y a cambio,
nos ha otorgado millones de palabras y ha mostrado que, en eso de la memoria,
este pueblo bueno, para usar un cliché actual, carece de ella.
Cada sexenio, los
presidentes nos salen debiendo. Decía un refrán "dios mío, si con beber te
ofendo, con la cruda me sales debiendo". Tal cual, si con AMLO te ofendo,
este sexenio me quedas debiendo.
Durante su segundo
informe de gobierno, aseguró haber cumplido noventa y cinco de los cien
compromisos a los que se comprometió ante miles de simpatizantes que en medio
de la locura, del sueño de un país mejor y de la esperanza por ese hombre que
ofrecía, si no el paraíso, algo parecido. O tal vez, sus fanáticos recordaban
la canción del estado del que provenía: "Ven, ven, ven, que Tabasco es un
edén".
Pero la realidad,
una vez más, muestra que, como dice la canción, "todo es falso".
Según el Taller de
Comunicación Política (TCP), nuestro presidente, hasta el 30 de junio de este
año, "ha vertido durante su gobierno, 56 mil 181 afirmaciones falsas
durante las mañaneras desde la primera el 8 de diciembre de 2018 y la más
reciente el 30 de junio de 2021.
Estos estudios
muestran, quincena a quincena, una serie de datos contundentes, terribles de
una situación de mentira y ficción, misma que lastima y lacera, tanto o más que
los propios fanáticos de este hombre.
Los testigos de
Pejeohvá, se le dice, a esta masa anónima, y a veces no tanto, que agreden,
violentan, aplastan y vituperan a todo el que osa criticar al presidente.
Claro, esta secta tiene en su líder un
modelo a seguir. Diariamente, desde su púlpito mañanero, el presidente agrede,
insulta, lástima, apoda y, como si fuera Zeus, lanza rayos a todos los
opositores, los señala sin pudor alguno.
El caso más
reciente es la manera en que se refirió a una escritora que había lanzado
algunos tuits criticando sus mentiras y demagogia y, antes de que tomara
posesión como agregada cultural, ya había sido señalada por el señor para que
sus discípulos la lapidaran, cual si fuera María Magdalena.
Nuestra clase
política, producto de la revolución mexicana, descubrió que a este país le
seducen los caciques autoritarios, los personajes capaces de enamorar y
encantar a un pueblo ávido de justicia, pero incapaz de buscarla, tan sólo
esperando el milagro de la reproducción de los peces (o, en este caso, de las tarjetas
bienestar), en la espera sentado del mesías que vendrá a cambiar todo lo malo
de este país, y dejar lo bueno que existe.
Al resolver esta
primera variante, sin caer en la torpeza de la larga dictadura, como la de otro
López (Santa-Anna) o Porfirio Díaz, concluyeron que este pueblo bueno requería
un personaje así, acotado por un tiempo determinado (primero fue cuatrienio y,
con Lázaro Cárdenas, sexenio).
Así se inventó el
presidencialismo definido de manera simple: cuando el presidente dice: ¿qué horas
son? Toda la corte debe decir, a coro: la hora que usted guste señor
presidente. Durante décadas México vivió así. El presidente era TODO y
representaba a TODO.
Pero este
presidencialismo autoritario, como todo en la vida, se agotó y a partir de la segunda
mitad del siglo XX, la sociedad que empezó a mermarlo, tras una larga y
sostenida lucha, donde incluso se gestó una tímida oposición que fue creciendo,
no obstante la violenta represión que tuvo su clímax en octubre de 1968.
Hace medio siglo comenzó un lento proceso
de ruptura con el presidencialismo pero, cuando todos pensábamos que iba
quedando atrás, surgió un líder tremendo, terriblemente seductor que durante
dos décadas buscó infructuosamente el poder y, hace tres años, logró su sueño e
impregnó a la sociedad mexicana de una suerte de polvos mágicos que los llevó a
una visión etérea, a una profunda convicción de que era posible otro México.
Y así ha sido.
Tenemos otro México. Hace unos días leí una frase que me impactó: estamos peor
que cuando decían que estábamos peor.
He visto una
cantidad innumerable de cartones políticos, tengo un archivo con miles de
caricaturas y en este momento me vienen a la mente una, en donde aparece don
Pancho Madero, sudando la gota gorda, pues no sabe cómo echar andar un reloj
que ha desarmado sin tener la menor idea.
La aspiración
presidencial de AMLO de pasar a la historia, es ya una realidad. Deberá ser
considerado como el mejor candidato que ha existido en nuestra corta vida
democrática, pero también, como el peor presidente de este país, con una idea
autoritaria, en donde en el teatro político, AMLO representa el autor,
guionista, escenógrafo, director de escena, director de cámaras, apuntador,
actor, actriz, técnico, iluminador, y hasta el barrendero.
El presidencialismo
en extremo.
Chiste de nuestros
días:
Dicen
que los pejelagartos llegan a volar hasta 50 metros.
¡Quién
dice esa burrada?
López
Obrador.
Ahhh,
bueno, pero no vuelan tan alto.
A este país lo seducen los personajes capaces de enamorar y encantar a un pueblo ávido de justicia, pero incapaz de buscarla.
https://www.ejecentral.com.mx/agustin-sanchez-gonzalez-este-tampoco-era-el-mesias/
No hay comentarios:
Publicar un comentario