EL MITO DE
JOSÉ GUADALUPE POSADA
ARTISTA DESPUÉS DE MUERTO
Agustín Sánchez González
La vida de José
Guadalupe Posada parece un equívoco completo: produjo centenares de
imágenes que, sin saberlo, se convertirían en el santo y seña de su época.
Vivió y murió prácticamente en el anonimato y sólo fue reconocido muchos años
después. Nunca llamó Catrina a una de sus calaveras, aunque sí es reconocido
como el padre de esa y otras tantas imágenes que nos identifican en el mundo.
Su
muerte, hace poco más de cien años, pareció no importar a nadie. El cadáver de
don Lupe, cuya acta de defunción señaló alcoholismo como causal, salió de una
vecindad marginal de Tepito con rumbo a las tumbas de sexta clase, las únicas
gratuitas del panteón de Dolores. Ahí permaneció sin que nadie reclamara sus
restos, quedando en el olvido en una fosa común, junto a decenas de calaveras
del montón que, como él, fueron olvidadas.
Extraña
historia porque, a pesar del anonimato, sus grabados se reproducían por
millares en hojas volantes baratas, con noticias de la vida diaria y de la
revolución, impresas en el taller del editor Antonio Vanegas Arroyo. La amarga
ironía es que su obra más conocida, después llamada Catrina pero cuyo nombre
original es “La Garbancera”, comenzó a circular impresa en noviembre de 1913,
11 meses después de su funeral.
Después
de un siglo, Posada está más vivo que nunca y su obra sigue presente en las
variadas formas en que se reproduce en México y el mundo. Un trabajo que él no
hizo para los museos, sino para el acontecer efímero en la ciudad de México,
con el fin de que llegara a las manos de alguien y después desapareciera. Eso
es lo asombroso: son hojas de papel que, al verlas, las sentimos nuestras, tan
nuestras como lo es el arte universal.
José
Guadalupe Posada Aguilar nació en 1852. Desde los 19 años y hasta su muerte, a
los 61, se desempeñó como impresor, grabador e ilustrador en imprentas, por lo
que su vasta obra aún no ha sido medianamente inventariada, pero sabemos que
consta de miles de hojas volantes, del trabajo que realizó en 70 periódicos, de
las ilustraciones para los 110 libritos de la Biblioteca del Niño Mexicano
(impresa en 1900 en Barcelona) y de otra docena de libros.
Posada
laboró en tres estados de la República Mexicana e hizo trabajos cuando menos en
otros cinco. Su primer trabajo, de 1871, es en el periódico El Jicote,
donde publica 11 caricaturas; el último es la Garbancera, en 1913, obra póstuma
y también la más famosa.
Su
historia es un rompecabezas que está por armarse, aunque muchas de las piezas
han sido manipuladas. De Posada sólo conocemos dos fotografías, pero ningún
autorretrato. De su vida personal tampoco se sabe gran cosa. En 1957 el
historiador Alejandro Topete descubrió muchos datos personales y apenas hace
unos años desentrañé otros, al descubrir el nombre y la temprana muerte de su
único hijo, Juan Sabino. Son escasas las referencias sobre un artista que está
presente en nuestra vida, pero que fue muy poco mencionado mientras estuvo
vivo.
En
1886 hay una mención a su trabajo en El Hijo del Ahuizote; en
1888, otra de Arturo Paz en el periódico Juventud Literaria, en el
que profetiza que Posada será el “primer caricaturista, el primer dibujante que
tendrá México”; y así otras líneas sueltas, como un anuncio en El
Fandango, en 1892: “José Guadalupe Posada tiene el honor de ofrecer al
público sus trabajos como grabador en metal, madera, toda clase de
ilustraciones de libros y periódicos. Igualmente ofrece sus servicios como
dibujante de litografía”.
Es
curioso. Pareciera que ningún periodista o escritor lo hubiera conocido a pesar
de estar en el reducido ambiente editorial, trabajar con ellos –como es el caso
del famoso editor Ireneo Paz (abuelo del escritor Octavio Paz)– o en
publicaciones donde colaboraban escritores de renombre. Y no es que no hubiera
interés de los intelectuales por la caricatura, pero a Posada nadie lo
menciona.
Sólo
encontramos algunas noticias más bien personales y aisladas: en enero de 1900,
tres periódicos, El Chisme, El Diario del Hogar y El
Popular, le dan el pésame por la muerte de su hijo Juan Sabino; o
cuando se anuncia que gana cien pesos en la Lotería, en 1908. Pero el día de su
fallecimiento, 20 de enero de 1913, pasa desapercibido para todos. Así muere
don Lupe. Su nombre desaparece por completo de los diarios; no así sus
trabajos, que siguieron circulando en las calles por medio de la imprenta del
editor Antonio Vanegas Arroyo.
Esta
publicación es un fragmento del artículo “Posada” del autor Agustín Sánchez
González y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 68:
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