Antaño, en las cantinas de verdad, esas que daban botanas exquisitas, con cervezas heladas y tragos a diestra y siniestra, había una peculiar persona que rifaba pollos rostizados. Pasaba de mesa en mesa vendiendo boletos de a 10 pesos y cuando juntaba diez, hacía una rifa del pollo (que solía costar cuarenta pesos, normalmente)
De un vaso, tipo cubilete, iba sacando, con gritos estrambóticos, uno a uno, los números que no ganaban hasta que aparecía el final y el pollo tenía dueño: quedaba en manos del ganador que, casualmente, solía ser un mesero, el garrotero, el capitán de meseros o hasta el lavaplatos y el cocinero que salían corriendo mostrando el número ganador que, por cierto, ningún parroquiano solía revisar si ello era o no verdad.
En medio de botellas de cerveza, cañas, cubas o caballitos de tequila, los parroquianos pagaban los diez pesos una y otra vez, mientras el dueño del lugar, se llenaba los bolsillos con el dinero de los incautos parroquianos que, en la dulce y después degradante borrachera, entregaban al pollero.
Volvía a juntarse diez incautos, y volvía a volvía a poner otro pollo sobre la mesa, otra rifa. A medida que pasaban las horas, los devotos de Baco, habían pagado, por lo menos, un pollo entero tras de varios sorteos.
Los meseros de la cantina, en tanto, servían deliciosas botanas, completamente proles, como frijolitos negros con epazote, tostaditas con salsa de pico de gallo, mini vasos con caldo de camarones; y cuando ya iban varias tandas de cervezas, cubas o tequilas, pescaditos fritos.
Mientras los parroquianos, borrachos, ni cuenta se daban.
A este México de 2020, le pasa lo mismo.
Treinta millones de mexicanos, escuchan ¡el avión, el avión!, ebrios de sueños, embelesados con el seductor tabasqueño que se asemejan al viejo pollero y, como los ratones que siguen al flautista de Hamelín, escuchan semana a semana a un personaje que pasará a la historia como uno de los grandes demagogos, como otro gran seductor de la Patria, como el otro López del siglo XIX de nombre Antonio y de apellido materno Santa Anna, que se burla con su avión.
México 2020, nuestros antepasados prehispánicos cambiaban espejitos por oro a nuestros antepasados europeos. Hoy cambiamos dinero y tesoros al cacique tabasqueño por el sueño efímero de un avión y de un progreso cada vez más lejano.
La rueda gira y vuelve a caer en el mismo lugar.
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