domingo, 7 de octubre de 2018

La gráfica del 68

Mi artículo de este domingo 7 de octubre



De pronto, las imágenes grabadas

La gráfica del Movimiento estudiantil se nutrió de varias influencias, reelaboró obras del Taller de Gráfica Popular y retomó el estilo del arte Op. Su motor creativo fueron los estudiantes de arte que, con pocos recursos, crearon propuestas que desbordaron los canales de difusión tradicionales bajo la consigna de “la imaginación al poder”
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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
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La historia nos alcanzó.
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Hace medio siglo el mundo dio un vertiginoso giro en torno a la vida cotidiana y a todas sus expresiones. Aunque en algunos países apenas si se notó, en otros, irrumpió de una manera excepcional.
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Muchos sucesos hicieron notable aquel 1968.
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La proliferación de imágenes fue uno de ellos: la psicodelia hippie de Estados Unidos, la fotografía checa, los carteles y pintas parisinas, las reconfortantes imágenes mexicanas, entre otras, abrieron un sendero del cual el arte contemporáneo y algunas de sus vertientes callejeras, como el grafiti, se convirtieron en un legado, así como la proliferación de representaciones gráficas, antecesoras de la multiplicación de las imágenes, los millones de ilustraciones que circulan diariamente en las páginas de internet, sobre todo en redes sociales.
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Las imágenes del 68 simbolizan la lucha de una generación por transformar un mundo que había marcado a los jóvenes de entonces, nacidos a finales de la Segunda Guerra Mundial, y sellados por la represión macartista, en occidente, y por la soviética, del otro lado.
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El despertar de esa sociedad se dio en todo el mundo. Desde París hasta Japón, desde Praga a México. Aunque no existen datos precisos, se calcula que por lo menos hubo movilizaciones en 52 países, hecho histórico inusual, sobre todo porque se gestó en todos los continentes del planeta. Fue una crisis que explotó en todo el mundo, tras decenas de consignas, de gritos como “la imaginación al poder”.
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Tal vez esa consigna retrate de manera sobresaliente lo que fue esa vorágine.
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Imaginar un mundo mejor a través de imágenes, de puntos que se convirtieron en líneas, líneas que conformaron cuadros y que nos legaron retratos, palabras, dibujos, consignas.
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En México hubo una extensa producción de obra gráfica plasmada en mantas, volantes, pegas, pintas y bardas; todo estaba al margen de los canales públicos (periódicos y revistas) cuyo control y censura resultaba casi infranqueable.
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La tradición de los carteles emanados del Taller de la Gráfica Popular (TGP) fue un modelo, tal vez inconsciente, que los estudiantes utilizaron para promover su lucha.
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No es gratuito que uno de los carteles más famosos, Libertad de expresión, de Adolfo Mexiac, un grabado realizado en 1954, al amparo del TGP, alcanzó notoriedad universal en el 68, tanto en París como en México. Este grabado es un fiel retrato de la represión no sólo a los medios de comunicación, sino también a una sociedad que había enmudecido muchas décadas atrás.
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La obra de Mexiac es la muestra de la tradición, continuidad y ruptura entre la gráfica del nacionalismo revolucionario y la gráfica del 68. Ésta responde fielmente a las demandas enarboladas por el Movimiento estudiantil; cada punto del pliego petitorio tuvo su respuesta gráfica pero, a diferencia de la obra del TGP, muchas de las imágenes del 68 carecían de la calidad estética de aquellas. Había múltiples razones, además del uso efímero, estaba la inmediatez del suceso, la vertiginosidad del propio movimiento que en menos de tres meses logró cimbrar a todo el país.
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Estos cientos de dibujos anónimos fueron realizados con esténcil y en linóleo, impresos en papel revolución, materiales que parecían hojas de papel volando y que revolotearon por miles y miles por toda la ciudad.
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Aunque son difíciles de reconocer, muchos otros grandes artistas pusieron su talento a disposición de la lucha estudiantil aunque, a decir del maestro Alejandro Alvarado Carreño, en realidad fueron básicamente los alumnos quienes se dieron a la tarea de grabar las imágenes para que hoy, medio siglo después, sean el testimonio de aquel momento. Desde las dos escuelas más importantes de artes visuales, San Carlos y la Esmeralda, se incorporaron casi de inmediato a la lucha estudiantil y comenzaron a producir obra gráfica que habría de reflejar el momento que vivía nuestro país.
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El presidencialismo autoritario que gobernaba México, en donde la figura del mandatario era intocable, tuvo en uno de los carteles que circularon, que llevaba por título Exigimos deslinde de responsabilidades, su desacralización al dibujar, en primer impacto, el perfil del presidente Gustavo Díaz Ordaz, cuya figura estaba al frente de un gorila con casco de granadero. Cabe señalar que desde que se fundó el PNR, en 1929, hasta estos años, resultaba una osadía caricaturizar al presidente, inclusive muy pocos caricaturistas se atrevían a realizarlo ante riesgo de la autocensura de los propios medios (el caso de Rius fue excepcional pues retrató con frecuencia tanto a Díaz Ordaz como a su antecesor, Adolfo López Mateos).
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A propósito de los caricaturistas, se sabe que varios de ellos participaron en la realización de dibujos para carteles y volantes, pero lamentablemente no los firmaron ni se atribuyeron su autoría. Tal es el caso del propio Rius o de Rogelio Naranjo.
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Pero la autoría carecía de importancia. La imagen del 68, en el inconsciente colectivo, corresponde a un grupo de rostro anónimo, hombres y mujeres jóvenes y vigorosas (después asesinadas y encarceladas) que marchaban y protestaban en bola y con dignidad.
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Además, dada la represión existente y la zozobra, era preferible el anonimato, como sucedió en otras épocas cuando el temor de ser aplastado hacía desaparecer al autor.
Una parte importante de la gráfica del 68 son los arquetipos que desde un par de años atrás la sociedad mexicana conocía de sobra: los aros olímpicos, la paloma de la paz, la identidad de la propia olimpiada (diseñado a partir de “una fusión de elementos del arte huichol con un movimiento de arte Op, la tendencia mundial de la década de los sesenta famosa por sus figuras geométricas, líneas convergentes y divergentes, y contrastes cromáticos audaces”, señala Sara Hidalgo en su texto “La identidad olímpica de México 68”.
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Esa identidad se plasmó en todas partes: en cada una de las disciplinas deportivas, en el mobiliario, los anuncios, en los atuendos de las edecanes, etc.
De esta manera, se sucedieron carteles que intervenían esas imágenes y les daban un sentido de crítica, como el tanque de guerra que transita no con ruedas sino con los aros olímpicos, la paloma atravesada por una bayoneta, el gorila con uniforme de granadero o de soldado. La violencia quedó plasmada en esos años, las imágenes circularon profusamente y se han convertido en el testimonio de la barbarie gubernamental.
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Por eso, en los carteles aparecieron las imágenes de la represión. Cual si fuera lotería, se puede decir: el tanque, la bayoneta, la granada, el casco, la mordaza, el puñal, la cadena, la bota, la cárcel. A la par, se exponían los rostros de los represores, dibujados cuan desagradables resultaban para los estudiantes: el presidente Gustavo Díaz Ordaz, el jefe de la policía, Luis Cueto Ramírez; el regente de la ciudad, Alfonso Corona del Rosal; el jefe del Ejército, general Marcelino García Barragán.
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Como contraparte, los presos políticos (Demetrio Vallejo y Valentín Campa, fundamentalmente) o personajes emblemáticos como Ernesto Che Guevara (asesinado un año antes), así como los héroes de la revolución, Emilio Zapata y Francisco Villa.
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Escribe Arnulfo Aquino: “La producción de propaganda gráfica fue realizada en prácticamente todas las escuelas en huelga, pero las imágenes que rebasaron el sentido panfletario puro fueron principalmente de escuelas de artes plásticas San Carlos y La Esmeralda”.
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Ello explica el impacto visual y estético que tuvieron (y tienen) dada las formas artísticas que fueron conformándose a través de grabados impresos en carteles ejecutados en linóleo, serigrafía y metal para prensa plana, realizados a vuelapluma.
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La mayoría de los carteles son panfletos, esa era su función, dibujos rápidos, nerviosos, infantiles, sin mucha malicia, que eran hechos desde la clandestinidad pues se repartirían por miles, a diario, para difundir una lucha que fuera del entorno universitario era poco conocida, ya que no aparecía en los periódicos pues la censura gubernamental no lo permitía.
“Los carteles que aluden al 2 de octubre son sangrientos. Las líneas parecen haber sido dibujadas por manos que temblaban, informes, sin seguridad”, escribe Julio César Schara en “la Gráfica del 68”, publicado en el revista Zurda.
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El maestro Alejandro Alvarado cuenta que muchos de los volantes de San Carlos se hacían de madrugada para evitar que las autoridades de la escuela los vetaran, por ejemplo.
Lo mejor de todo esto es la demostración de un colectivo estudiantil sin cabeza, pues a pesar de existir una dirección colectiva, los jóvenes ejecutaban las acciones sin dar cuenta a nadie y conseguían recursos (el boteo en las calles fue fundamental) para comprar materiales para las impresiones, mientras otro grupo esperaba ansioso que secaran los papeles, los periódicos, el esténcil, para plasmar esa imagen en paredes, autobuses, páginas de periódicos y un sinfín de sitios que sólo la imaginación, que sólo la imagen, que sólo el entusiasmo por una nueva vida, lograría.
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El trabajo desarrollado en 1982 por el grupo MIRA, La gráfica del 68, es una esplendida recopilación de estos carteles y cualquier análisis debe partir de este libro. Así se señala en el texto de presentación: “la importancia de la producción gráfica del Movimiento radica en su carácter testimonial y en las particulares condiciones en que se realizó sin otras intenciones que las de responder a las necesidades inmediatas de propagandización”.
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El tiempo debe reposar, enfriarse, para poder entender la historia. Ha pasado medio siglo. Cientos de imágenes grabadas en medio siglo. Es tiempo de releer estas imágenes, abrirse a un análisis estético, político e histórico para comprender ese periodo doloroso, parto de un nuevo país que, lamentablemente, parece volver al presidencialismo absoluto.
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FOTO: El cartel fue una de las expresiones que desacralizaron la figura presidencial./ Colección Agustín Sánchez González

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