Otra de las crónicas de hace años, que publicaba en la sección cultural de El Universal. Es de 1991.
Llegaron, al fin, las clases
Como cada año, al empezar septiembre, no faltó el niño que se agarraba de la falda de su madre, que quería escapar, que se levantó de mal humor.
La mamá o el papá carga las primeras ojeras; comienza la cuenta regresiva, los puentes en el año, las vacaciones de diciembre, las de Semana Santa y, por fin, el ansiado fin del ciclo escolar que se inicia.
La ciudad recobró, como en sus peores días, el tráfico enloquecedor. Los embotellamientos de las ocho de la mañana. Las papelerías hacen su agosto, en septiembre. Las "ofertas" de mochilas, cuadernos, lápices y plumas están presentes. El pan de caja, las tortas, el jamón y los alimentos chatarra van a subir sus ventas pues es inevitable la torta para el recreo. Los vendedores de fritangas y chatarra se frotaron las manos pues, a la salida, ofrecen sus productos a los infantes que, para bienestar de ellos, regresaron. Los maestros dejaron su chamba de tiempo completo en la venta de fayuca o abandonaron al taxi al volver a las aulas, algunos; otros ya no regresarán, para qué, si lo que ganan apenas alcanza para mal vivir, a pesar de los anunciados aumentos salariales que para bendita cosa han servido. Toda nuestra ciudad ha cambiado, su intranquila fisonomía se ha intranquilizado más. La vida se mueve a un ritmo más rápido. Las televisiones quitaron, por fortuna su programación especial. En los edificios donde viven los niños de quinto piso, o en las vecindades de quinto patio, sonó el despertador muy temprano y se nota un gran movimiento hasta antes de las ocho; después de esa hora, se da una envidiable tranquilidad, misma que se extrañaba en estos largos meses de vacaciones escolares. Los niños de quinto piso, y algunos de quinto patio, van con uniformes nuevos. Todavía esta semana no darán grasa a sus zapatos, ni lavarán sus tenis. Se-mana de estrenos y olores a nuevo, días de conocer a los nuevos compañeros. Hay nerviosismo en algunos rostros, tristeza en otros, y felicidad en muchos que ya extrañaban sus "cuadernos de doble raya", que ya no soportaban el soporífero espacio donde viven y donde está prohibido jugar. Empezaron las clases. Las escuelas vuelven a tener vida; la algarabía y el griterío volvieron a escucharse en los edificios escolares. La calma volvió a casa, cuando menos por medio día.
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