Este texto lo publiqué hace casi dos décadas en la sección cultural de El Universal, que dirigía Paco Taibo I
¿A dónde irán las imágenes que se perdieron en el
tiempo? Pienso en las miles quizá millones, de fotografías que tomaban los
hombres que retrataban a los caminantes de San Juan de Letrán hace todavía unos
veinte años y que sólo se enteraba de ello por el flashazo nocturno o por las
tarjetas con un número que identificaba la foto.
Tengo frente
a mí una de ellas, color sepia. La historia oculta de ese momento nunca la he
preguntado. Escrita con tinta azul, está fechada el 20 de noviembre de 1952 y
a pesar de su borrón, se deja ver una nota: (ocho años después).
Una mujer de
pelo chino, acaso de permanente, camina con garbo por la Alameda Central.
Quizá viene de observar el desfile deportivo, a lo mejor se encamina a una
cita amorosa. El grueso tronco de un árbol asoma por una de las orillas del
retrato, y las ramas de otro son el fondo.
Un policía
parece seguirla, va vestido elegantemente, lleva corbata y una enorme placa en
la cachucha; el azul observa la cámara, mientras la mujer mira hacia otro lado
o parece observar cualquier otra cosa, ignorando al anónimo fotógrafo. La mujer
lleva el suéter sobre los hombros y su mano izquierda, la única que se
observa, está cerrada, como aguardando un futuro que en ese momento se ignora.
Peinado con raya de lado izquierdo, evoca las imágenes de Lilia Prado.
El vestido es ceñido al cuerpo y tiene un cinturón de donde pende, a un
costado, una especie de moño apenas visible. Los zapatos llevan unos cintillos
alrededor del tobillo y no se alcanza a distinguir si son de punta o chatos, si
no tienen tacón alto o corto.
El policía sigue atrás, sin lograr darle alcance, mientras dos hombres
se encuentran sentados en una banca, separados uno de otro, distinguiéndose con
la vestimenta de cada cual. Uno lleva traje oscuro y zapatos sin bolear,
parece viejo, aunque el rostro no se distingue, mientras el otro es un trabajador
del fin del sexenio alemanista, cuando se prometía un país mejor.
Frente a la mujer camina un hombre bajito, con gorra española, saco
largo y cuya espalda quedó plasmada en el retrato, en la fotografía que ahora
miro, que tiene la fecha del 20 de noviembre de 1952, en el retrato de una
mujer de la que tres años más tarde yo habría de nacer.
El policía sigue atrás, inmóvil, quieto, mientras la mujer camina con
garbo, con orgullo y en su rostro se mira la alegría de quien sabe que su
retrato será comentado más de sesenta años después.
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