miércoles, 29 de agosto de 2018

Las voces de Tlatelolco. José Emilio Pacheco




Las voces de Tlatelolco
Por José Emilio Pacheco (inclui textos reunidos por Elena Poniatowska em la noche de tlatelolco, de 1971)
Eran las seis y diez. Un helicóptero
sobrevoló la plaza.
Sentí miedo.
Cuatro bengalas verdes.
Los soldados
cerraron las salidas.
Vestidos de civil, los integrantes
del Batallón Olimpia
–mano cubierta por un guante blanco–
iniciaron el fuego.
En todas direcciones
se abrió fuego a mansalva.
Desde las azoteas
dispararon los hombres de guante blanco.
Disparó también el helicóptero.
Se veían las rayas grises.
Como pinzas
se desplegaron los soldados.
Se inició el pánico.
La multitud corrió hacia las salidas
y encontró bayonetas.
En realidad no había salidas:
la plaza entera se volvió una trampa.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Las descargas se hicieron aún más intensas.
Sesenta y dos minutos duró el fuego.
–¿Quién ordenó todo esto?
Los tanques arrojaron sus proyectiles.
Comenzó a arder el edificio Chihuahua.
Los cristales volaron hechos añicos.
De las ruinas saltaban piedras.
Los gritos, los aullidos, las plegarias
bajo el continuo estruendo de las armas.
Con los dedos pegados a los gatillos
le disparan a todo lo que se mueva.
Y muchas balas dan en el blanco.
–Quédate quieto, quédate quieto:
si nos movemos nos disparan.
–¿Por qué no me contestas?
¿Estás muerto?
–Voy a morir, voy a morir.
Me duele.
Me está saliendo mucha sangre.
Aquél también se está desangrando.
–¿Quién, quién ordenó todo esto?
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–Hay muchos muertos.
Hay muchos muertos.
–Asesinos, cobardes, asesinos.
–Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia.
Los muertos bocarriba junto a la iglesia.
Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas,
niños con la cabeza destrozada,
transeúntes acribillados.
Muchachas y muchachos por todas partes.
Los zapatos llenos de sangre.
Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
Y todo Tlateloco respira sangre.
–Vi en la pared la sangre.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–¿Quién, quién ordenó todo esto?
–Nuestros hijos están arriba.
Nuestros hijos, queremos verlos.
–Hemos visto cómo asesinan.
Miren la sangre.
Vean nuestra sangre.
En la escalera del edificio Chihuahua
sollozaban dos niños
junto al cadáver de su madre.
–Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared,
una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era
de una tranquilidad horrible, insultante.
–¿Qué va a pasar ahora, qué va a pasar?

lunes, 27 de agosto de 2018

Un poema desde la cárcel. Jaime Goded. México 1968

El 18 de septiembre de 1968 el ejército entró a Ciudad Universitaria. Jaime Goded, poeta-pintor, se encontraba en la Facultad de Ciencias Políticas y fue llevado a la cárcel de Lecumberri. Tenía 23 años. Unos cuantos días después, escribió este poema y realizó algunos trazos que podrán verse en unos días más en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo







UN POEMA DESDE LA CÁRCEL
Jaime Goded

Ya no pienso en la mirada o el embuste
ni recuerdo para siempre al enemigo;
no me hablo encerrado ante penumbras,
venganzas muertes retiradas.

Porque siento respirar la vejez de las paredes
y sueño mezclas imposibles
en el último apacible rincón silencioso
de la suerte.

Despierta con tambores mi amenaza
y uniformes de tristeza;
vergüenza y silbatos alimentan,
con la lluvia sobre el "nailon" el vómito de una ilusoria trampa
en la banqueta.

No me besa una conquista;
suelo sospechar ojos abiertos por los muros
y canto de mi entierro bajo nubes.
Es muy poco lo que pueden decirles
cuando rompe como acero el descalabro
cuando la memoria militar suspira.



domingo, 26 de agosto de 2018

Leopoldo Ayala. Yo acuso. Poemas acerca del México de 1968



Hace unos meses falleció Leopoldo Ayala.
Vale la pena recordar, pues, a este hombre que sembró inquietudes, cuando menos, por la lucha de los trabajadores; un poeta que hace medio siglo llamaba a la lucha, en ese año fatídico de 1968.
Hombres que hoy, ante el triunfo de la derecha, harán mucha falta para gritar verdades al  fariseo que llegará al poder con aura de santón, aunque sea cada vez más Franco.


Yo acuso


degüella la cabeza
que estremecen los gritos.
Y yo acuso.
Yo acuso a los oídos de gruta resonante
convertidos en puentes, hechos de un puño,
sordos a la vida que lanzan los agonizantes.
Yo acuso a las miras exactas, idiotas de nacimiento
creyendo tomar el partido de perdonar a la naturaleza,
vomitando vivamente su profecía de antropofagia.
Yo acuso a los muros que equivocaron el futuro
y fueron la agonía,
haciendo nupcias entre la luz pétrea del obús
y las espadas rodeadas de carne adolescente.
Yo acuso al cemento donde se cumplieron
las puertas de la muerte boca abajo,
y a las azoteas panteones de enterrados vivos.
y bramidos de ciervos.
Yo acuso a la fosa común y a los incineradores
y a la piedad sobre los ojos;
yo acuso al hoyo como un lobo sobre la esperanza
y siempre solo en busca de su imagen completa.
Ay, oigo
y alguna vez vendrá al campo
el olor del jaguar por su misma sangre,
el mismo Dios con su cara de ídolo
y su paño de lujuria y todas sus verdades,
por el dos de Octubre que quiso ser
dos de Noviembre mexicano.
Yo acuso al dos de Octubre.
Yo acuso al laurel del poeta
porque hace mucho que la poesía carece de flores
y se forma en el grito y en la coagulación de la sangre
que es la muerte de la sangre.
Yo acuso a las páginas de los diarios,
vaya un carcelero para despedir el recuerdo largo terrible
y arreglar la época de nuevo.
Yo acuso a las iglesias
porque te bendigo hermano y te maldigo
en expresión del oro, y no te quedan cabellos
porque sucede que la divinidad se encierra
y Pedro niega; ¡y vete!
y no te gloría el Agnus Dei de Pascua.
Yo acuso a los planes sobre el escritorio
y al ruido de la silla ejecutiva
Atornillada a la emboscada y a la desesperanza.
Yo acuso al edificio seco de piedra donde se renueva la palabra legal
Y el último pensamiento y el grito que dijo:
”el responsable soy yo”
y la garganta y la lengua y la pareja que lo engendra
y lo hizo posible.
Yo acuso a la lista de desaparecidos,
a los proyectiles, a los vehículos,
a los frigoríficos, a los heridos con su carga,
al campo que custodia la paz convertido
en campo de concentración 68;
y a todo lo que va de pleno al golpe.
Yo acuso a las cárceles y a las celdas duras
como latidos de mortero
para dar cabida a los perseguidos
y no agrandarlos y no esconderlos.
Yo acuso a mi país por no lanzar sus cuerpos
como cuchillos afilados
y acometer como mariposas heridas por las calles.
Yo acuso todo lo que vendrá si a mi suelo el odio cincela
perforaciones y las enciende,
y porque rueda castillos de cohetes de la infamia.
Yo acuso.
Yo acuso.
Yo acuso a mi siglo donde se baila.
Yo acuso a mi siglo donde se bebe.
Yo acuso a mi siglo donde se hace
el amor voraz en diez minutos.

Yo acuso a mi siglo donde se apila a los vivos
y se abren las esclusas que queman los párpados
y se grita a los muertos
y se mata y se derriba al hombre.
México, 1968

sábado, 25 de agosto de 2018

Tlatelolco 68. Jaime Sabines




Tlatelolco 68

Jaime Sabines

1
Nadie sabe el número exacto de los muertos, 
ni siquiera los asesinos, 
ni siquiera el criminal. 
(Ciertamente, usted llegó a la historia 
este hombre pequeño por todas partes, 
incapaz de todo menos rencor)
Tlatelolco es mencionado en los años que vienen 
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea, 
pero esto fue peor, 
aquí han matado al pueblo; 
no hay obreros parapetados en la huelga, 
mujeres y niños, estudiantes, 
jóvenes de quince años, 
una niña que va al cine, 
una criatura en el vientre de su madre, 
todos barridos, certeramente acribillados 
por la metralla de la Orden y Justicia Social.
A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados, 
y el pueblo se aprestaba 
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
2
El crimen está allí, 
cubierto de periódicos, 
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil, 
el terror, la ignominia. 
en las voces, el tránsito, la vida. 
Y el crimen está allí.
3
Habría que lavar no solo el piso; la memoria. 
Habría que quitar los ojos a los que vimos, 
asesinar también a los deudos, 
que nadie llorar, que no haya más testigos. 
Pero la sangre echa echa raíces 
y crece como un árbol en el tiempo. 
La sangre en el cemento, en las paredes, 
en una enredadera: nos salpica, 
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
La bocas de los muertos nos escupen 
una perpetua sangre quieta.
4
Confiaremos en la mala memoria de la gente, 
ordenaremos los restos, 
perdonaremos a los sobrevivientes, 
daremos la libertad a los encarcelados, 
seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa, 
pero instauramos la paz, 
consolidamos las instituciones; 
los comerciantes están con nosotros, 
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos, 
los colegios particulares, 
las personas respetables. 
Hemos destruido la conjura, 
aumentamos nuestro poder: 
ya no nos caemos de la cama 
porque tendremos dulces sueños.
Tenemos Secretarios de Estado capaces 
de transformar la mierda en esencias aromáticas, 
diputados y senadores alquimistas, 
líderes inefables, chulísimos, 
un tropel de putos espirituales 
enarbolando nuestra bandera gallardamente.
Aquí no ha pasado nada. 
Comienza nuestro reino.
5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres. 
Semidesnudos, fríos, agujereados, 
algunos con el rostro de un muerto. 
Afuera, la gente se amontona, se impacienta, 
espera no encontrar el suyo: 
"Vaya usted a buscar a otra parte".
6
La juventud es el tema 
dentro de la Revolución. 
El gobierno apadrina a los héroes. 
El peso mexicano está firme 
y el desarrollo del país es ascendente. 
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión. 
Hemos demostrado al mundo que somos capaces, 
respetuosos, hospitalarios, sensibles 

y ahora vamos a seguir con el "Metro" 
porque el progreso no puede detenerse.
Las mujeres, de rosa, 
los hombres, de azul cielo, 
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa 
que es la patria de nuestros sueños.

viernes, 24 de agosto de 2018

México. Olimpiada de 1968/ Octavio Paz

Poema de Octavio Paz sobre aquel octubre de hace medio siglo, 1968












México: Olimpiada de 1968
Octavio Paz

La limpidez
              (quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
              no es límpida:
es una rabia
              (amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
              La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
                                          si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
              (Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios).
Mira ahora,
              manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
              la limpidez.

miércoles, 15 de agosto de 2018

MEMORIAL DE TLATELOLCO


Este 2018 se cumple medio siglo de uno de los episodios más tristes de nuestra historia. Publicaré una serie de poemas al respecto. Empiezo con Memorial de Tlatelolco, de Rosario Castellanos















MEMORIAL DE TLATELOLCO

Rosario Castellanos

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y esa luz, breve y lívida, quién?
¿Quiénes son los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie Al día siguiente nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo
y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ni un anuncio intercalado
ni un minuto de silencio en el banquete
(pues prosiguió el banquete).
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se lo han dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordemos.
Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

El crimen político es un crimen perfecto, dice el historiador Agustín Sánchez González

El crimen político es un crimen perfecto, dice el historiador Agustín Sánchez González, autor de “cuatro atentados presidenciales”

Agustín Sánchez González afirma sobre su experiencia como investigador del pasado mexicano: “cuando se estudian algunos pasajes de la historia de México, uno siente como si el Monje Loco, aquel personaje de la radio y la televisión, la hubiera escrito. `Nadie sabe, nadie supo’, solía decir”.
Historiador formado en la UNAM y el periodismo, Agustín Sánchez González es el autor de Fidel, una historia del poder, El general en La Bombilla y Cuatro atentados presidenciales. Precisamente en este último reúne las crónicas que recrean los casos de hombres prominentes de la política a quienes, siendo presidentes de la República, se les intentó asesinar. Se trata de los mandatarios Porfirio Díaz, Pascual Ortiz Rubio y Manuel Avila Camacho (Alvaro Obregón era presidente electo). En el libro también se habla de los cuatro agresores: Arnulfo Arroyo, Daniel Flores, Antonio de la Lama, y José León Toral.
¿Quién estaba detrás de cada uno de los hombres que intentaron asesinar a los presidentes?, ¿qué hay de común entre unos y otros?
Los cuatro agresores murieron sin hablar, sin decir los móviles que los orillaron a atentar contra sus víctimas: uno fue fusilado, Toral; dos fueron asesinados inmediatamente después del atentado, Arroyo y De la Lama, y el cuarto fue muerto tiempo después, Flores.
Con excepción del general Alvaro Obregón, los demás sobrevivieron a los atentados. Miles de páginas se han escrito con muchas versiones acerca de los sucesos retomados por Sánchez González; sin embargo, como él mismo apunta: “cada crimen político se ve envuelto en una nube negra que no permite saber, como pedían los viejos historiadores positivistas, lo que verdaderamente sucedió”.
Según el investigador, “el crimen político suele ser el crimen perfecto. Nadie sabe, nadie supo”. Para de inmediato sentenciar: “nada más difícil que buscar la verdad en una sociedad, en un sistema político que se sostiene a base de mentiras”.
Entrevistado para ahondar sobre sus hallazgos y los nexos que pudieran configurarse en relación con los atentados criminales más recientes: el del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el de Luis Donaldo Colosio Murrieta y el de José Francisco Ruiz Massieu, Sánchez González explica: “la muerte, o la intención de matar a un presidente, generó crisis, grandes o pequeñas que, sin embargo, sólo logró cambiar el país para que siguiera siendo el mismo”.
–En su libro Cuatro atentados presidenciales habla del crimen político como del crimen perfecto, ¿se refiere exclusivamente a México?

–Creo que es una situación mundial. Siempre que se trastoca el poder suele suceder así: el caso más famoso en el mundo fue el del presidente John F. Kennedy, del que nunca se supo la verdad. Lo mismo ocurrió con Gandhi y Olof Palme. Pienso que es un problema mundial y casi siempre son justamente las personas del mismo poder quienes asesinan. No es común que el poder asesine a la gente que no es parte del mismo. Es obvio que las tapaderas están entre ellos mismos.
“El caso más reciente y acabado de este tipo de crímenes políticos lo tuvimos el año pasado con José Francisco Ruiz Massieu y Luis Donaldo Colosio Murrieta. En ambos incidentes las sospechas y los rumores señalaban que los autores intelectuales habían sido personas del mismo aparato. No descarto esa tesis porque el asesinato de un personaje del poder lo efectúa una persona o un grupo del mismo poder.”
–¿Por un lado están las víctimas y por otro, los autores materiales e intelectuales del crimen?
–Me llama la atención que los asesinos tienen una serie de rasgos en común, que incluso en los casos de los magnicidios recientes se repiten como una constante. Son individuos jóvenes y dispuestos a cambiar su vida. Conviene recordar lo que decía Obregón: “cuando alguien esté dispuesto a matarme, tendría que ser alguien decidido a cambiar su vida por la mía”. El asesino es un potencial suicida, una persona dispuesta a morir e invariablemente son solitarios. Sin lazos familiares ni convicciones políticas. Se sabe que ellos dispararon, pero no se sabe quién les puso la pistola en las manos.

–¿Entonces el crimen político es una suerte de callejón sin salida?
–Es imposible dar una tesis única de un crimen. Cuando hablo del crimen perfecto, me refiero a que no hay elementos para resolverlo. Cuando asesinan a Obregón, había voces que acusaban a Calles, a Morones, a la Iglesia y a los hijos y parientes de las personas mandadas a asesinar por el héroe de Celaya. Sin embargo, nada estaba claro.
–¿Cuáles han sido los contextos políticos y sociales que han rodeado estos atentados?
–Generalmente hay una crisis y lucha por el poder. El atentado contra Porfirio Díaz ocurre cuando es la cuarta reelección. Prevalece una lucha entre diversos grupos que tratan de imponer sus intereses. Incluso se descubren los vínculos entre Arnulfo Arroyo y el jefe de la policía, quien se suicida después del frustrado atentado.
“Cuando Obregón cae abatido por los disparos de Toral, se desplegaba una cruenta lucha de los caudillos revolucionarios contra Calles. Un chiste de la época es muy ilustrativo del momento; una persona pregunta: “¿quién mató a Obregón?”, y otra responde: “¡Cálles… e la boca!”

–Menciona el chiste político. ¿Qué función cumple en estas situaciones?
–Un elemento que destaco en mis crónicas históricas es la búsqueda de dar el pulso de la sociedad por medio del chiste político. En El general en La Bombilla los capítulos llevan por títulos las frases de los sketchs de la carpa del Panzón Soto. Además, es interesante constatar cómo ante la desinformación, la sociedad opta por el chiste político. En cuanto a los crímenes del cardenal Posadas Ocampo, de Colosio Murrieta y Ruiz Massieu, la respuesta de la sociedad se manifiesta a través de chistes que expresan un humor negro terrible y cruel. Sin embargo, es toda una elaboración del inconsciente colectivo que responde así a la desinformación.

https://www.proceso.com.mx/293560/el-crimen-politico-es-un-crimen-perfecto-dice-el-historiador-agustin-sanchez-gonzalez-autor-de-cuatro-atentados-presidenciales–¿Cuál es su conclusión a raíz de los últimos acontecimientos?
–El asesinato de Obregón, un sonorense, marcó el inicio de una etapa en México de un partido único y autoritario. Y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, también sonorense, marca el fin de un partido único y autoritario. Paradójicamente, hay un elemento histórico en común. No porque la historia se repita: la historia es una especie de espejo deformante donde se ve el rostro distorsionado de otros momentos. Igual que el asesinato de Colosio Murrieta conmovió el país, el de Obregón también lo cambió. El asesinato de Luis Donaldo Colosio marca justamente el declive del autoritarismo priísta.




Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...