En esta primera caricatura que se le conoce a Posada, aparecida en El Jicote, el 11 de junio de 1871, retrata al médico homeópata Juan Alcázar, entonces diputado y que fue director del Hospital Civil de Aguascalientes. Monta un asno que es igual que él y sus camaradas. La jeringa que cuelga del burro era el nombre de la revista de este grupo. El ataúd que carga tiene la fecha de 1861, año de una plaga que Alcázar no pudo detener. La muerte posa vitoriosa. Un Jicote acosa el rostro del médico. Es notoria la influencia de Constantino Escalante y de Santiago Hernández en la obra del joven Posada que tenía 19 años cuando apareció esta publicación.
Historias de José Guadalupe Posada, notas de prensa, crónica literaria y periodística
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martes, 3 de junio de 2014
La primera caricatura de Posada
En esta primera caricatura que se le conoce a Posada, aparecida en El Jicote, el 11 de junio de 1871, retrata al médico homeópata Juan Alcázar, entonces diputado y que fue director del Hospital Civil de Aguascalientes. Monta un asno que es igual que él y sus camaradas. La jeringa que cuelga del burro era el nombre de la revista de este grupo. El ataúd que carga tiene la fecha de 1861, año de una plaga que Alcázar no pudo detener. La muerte posa vitoriosa. Un Jicote acosa el rostro del médico. Es notoria la influencia de Constantino Escalante y de Santiago Hernández en la obra del joven Posada que tenía 19 años cuando apareció esta publicación.
Poemínimo: Lilia Prado
En unos días más, el 18 de junio, Efraín Huerta cumple 100 años de haber llegado a este mundo y, con su poesía, permanecer siempre.
Sea este un homenaje diario
Lilia Prado. "Soy la mujer más feliz de mi vida"
Sea este un homenaje diario
Lilia Prado. "Soy la mujer más feliz de mi vida"
lunes, 2 de junio de 2014
Canción, de Efraín Huerta
En unos días más, el 18 de junio, Efraín Huerta cumple 100 años de haber llegado a este mundo y, con su poesía, permanecer siempre.
Sea este un homenaje diario
CANCIÓN
La luna tiene su casa
Pero no la tiene
la niña negra
la niña negra de Alabama
La niña negra sonríe
y su sonrisa
brilla como si fuera
la cuchara de plata
de los pobres
La luna tiene su casa
Pero la niña negra no tiene casa
la niña negra
la niña negra de Alabama
Sea este un homenaje diario
CANCIÓN
La luna tiene su casa
Pero no la tiene
la niña negra
la niña negra de Alabama
La niña negra sonríe
y su sonrisa
brilla como si fuera
la cuchara de plata
de los pobres
La luna tiene su casa
Pero la niña negra no tiene casa
la niña negra
la niña negra de Alabama
Tarjeta de presentación del taller de Trinidad Pedroza, donde trabajó Posada.
José Guadalupe Posada nace el 2 de febrero de 1852 en el barrio de San Marcos; a los 19 años ya es un caricaturista que publica profesionalmente en el periódico El Jicote, en 1871. A finales de ese año muere su padre y coincide en el hecho de que su maestro Trinidad Pedroza se vaya a la vecina y prospera ciudad de León para abrir una imprenta. El joven Posada marcha con él y ahí permaneció hasta 1888, que se marcha a la ciudad de México.
Esto que verá ahora es una verdadera joya: la tarjeta de presentación del taller de Trinidad Pedroza, en León. Seguramente fue hecha por Posada. La fecha: 15 de mayo de 1872.
Esto que verá ahora es una verdadera joya: la tarjeta de presentación del taller de Trinidad Pedroza, en León. Seguramente fue hecha por Posada. La fecha: 15 de mayo de 1872.
La vida es como el metro. Los invidentes
En San Antonio Abad sube una pareja.
Ambos tendrán unos treinta años. Él
toca la guitarra y ella canta llevando en brazos a una niña de cinco o seis
años, con los ojos muy abiertos, como queriendo diferenciarse de su madre, a
quien no se le notas sus canicas.
A
la pareja no le va mal. Han recogido, en tres minutos, unos veinte pesos.
Cantan un bolero "Ay amor ya no me quieras tanto". Y la niña los
acompaña con el coro: "anto, anto", alcanzo a escuchar el susurro,
cuando pasa a mi lado y me sonríe abriendo más los ojos y, coqueta, me cierra
uno.
“Escucharon el tercer movimiento, allegro ma non troppo, del concierto para flauta y orquesta de
Héctor Berlioz”. Mientras observo el Viaducto atascado, imagino estar en una
sala de conciertos. El hombre
tiene muchos años con su flauta y siempre interpreta a los clásicos. Andará por los treinta y sabe que su melodía, si corta, doblemente buena. Usa anteojos oscuros que no permiten mirar sus ojos. Toca bien y no le va mal. Su anotación acerca de la pieza, aunque bastante apantalladora, es siempre la misma.
En Sevilla arriba un trío de invidentes, con melódica,
guitarra y un vaso de plástico como maraca. Muñequita
de Squal, de Luis Arcaráz. El grupo va juntito, tomando una mano al hombro
del otro, como los elefantitos de circo; el tercero porta un vaso color naranja
y pide dinero que nadie da pues en la otra estación ya se llevaron la lana unos seudocampesinos indígenas de antorcha campesina.
En el metro Revolución se sientan dos mujeres que he
visto crecer, pues llevan muchos años allí. Parece que nunca se han movido de
ese sitio. Ambas son invidentes y muestran sus ojos, desgarradora y
terriblemente. Ahora están a punto de reventar pues han engordado una
barbaridad. Ellas sólo están sentadas, no cantan, no hacen otra cosa que poner
su manita y recibir las monedas que van cayendo, una tras otra, a lo largo de
la tarde, quizá ello explique su gordura.
Su rutina empieza en la estación General Anaya. Sube
con un aparato híbrido, entre flauta y acordeón; tomándola con una mano y, con
la otra, su bastón color aluminio. Siempre toca lo mismo: El día que llegaron las lluvias, El amor es gris y otras de Paul
Muriat. Es joven, no explica nada y recibe con gusto el pago a su música fresa.
Otro es el dueto-metro. Ella parece Chelo Silva, al
menos canta el mismo tipo de canciones: "ahí te dejo un cheque en blanco
en donde dice desprecio, ese tiene que ser tu precio". Él, mayor que la
mujer, tendrá cincuenta, ella frisará en los treinta; con su guitarra en la
mano y armónica en la boca, lo imagino como el ciego de Los olvidados, la excelente película de Buñuel. Ella canta con su
rebozo a cuestas.
En
Villa de Cortes, sube al vagón un ciego joven, más o menos bien vestido, con
zapatos boleados; al contrario de muchos otros, éste ni canta ni baila ni
recita. Lo único que hace, es pedir unas monedas en el nombre de Dios. Porta un
botecito, taza, amarillo de plástico. Se acerca a cada pasajero, le pide, más
bien, le exige, lo presiona y le golpea suavemente con su bastón; cuando recibe
la moneda, se sigue sobre otro pasajero y cuando ya obtuvo, supongo, la cuota
por vagón, se sigue de frente, rumbo a la puerta más próxima. En cuanto sale de
esa unidad, rescata las monedas del vaso amarillo: las de a peso, dos o cinco
pesos, las echa a una bolsa de mezclilla, mientras que las de cincuenta
centavos, las arroja al suelo, quedan en el piso y ahí permanecen hasta que
otro, más pobre que el ciego moderno, las recoge.
Posada y la Biblioteca del niño mexicano
Este es el inicio del artículo que publiqué en la revista Relatos e historias de México, en junio de 2011. Si quieren leerlo completo dejen su petición acá abajo. Después de la sexta, publicaré la segunda parte.
domingo, 1 de junio de 2014
Posada y la ilustración
Posada ilustró cajetillas de cigarros, cerillos, puros y una infinidad de productos más.
Sus etiquetas son maravillosas. Los diseñadores han utilizado su obra de una manera hermosa.
Vean una campaña contra el tabaco de 1980, esta mañana que conmemoramos el Día Mundial de no Fumar
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