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jueves, 22 de mayo de 2014

Posada en Monterrey


El Museo de Historia Mexicana de Monterrey presentó la primera exposición de homenaje a Posada en el Centenario de su nacimiento. Posada. El gran ilustrador de lo mexicano fue un título y el concepto que manejé en esa magna exposición, que recogió más de 150 años de historia de la gráfica mexicana; desde los padres de la caricatura, hasta los contemporáneos.
Fue, creo yo, un gran trabajo pues ese museo cuenta con un personal muy serio y profesional. Trabajamos muchos meses para lograr este resultado. Lástima que ya no pudo exhibirse en ningún otro sitio.
Se realizó un espléndido catálogo que, según sé, aún puede conseguirse.




miércoles, 21 de mayo de 2014

POSADA EN SU TALLER

En noviembre de 2012 fui invitado a ser curador de la muestra José Guadalupe Posada. El gran ilustrador de lo mexicano, en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey. Esta exposición fue la más completa en cuanto a que se pudo mostrar el trabajo de Posada a los largo de sus años y de las ciudades y  talleres donde trabajó. 
Dentro de la museografía construimos una reproducción, a tamaño natural, del taller que tuvo Posada en la calle de Moneda, a dos calles de Palacio Nacional y a una de la Academia de San Carlos.




La invención de La Catrina


En junio de 2011, publiqué este texto en la revista Relatos e historias de México.



martes, 20 de mayo de 2014

Ciudades inciertas. Ciudad Crónica

"Te vi llegar y sentí la presencia de un ser desconocido".

     Entre los cultosos, José Alfredo Jiménez ha sido poco valorado. Sus canciones han sido calificadas para machos, borrachos, frustrados; así se ha dicho, sin pensar en que el vate José Alfredo tiene verdaderos poemas, hechos canción.

  Quienes amamos esta ciudad y la vemos hoy, de nuevo, llena de agujeros, violencia y basura, solemos caer en la nostalgia con cualquier canción que hable de ella. “Te vi llegar y sentí lo que nunca jamás habla sentido".

Justamente, José Alfredo compuso una canción maravillosa, Las ciudades, que he escuchado en la voz de Lola Beltrán y de María Dolores Pradera.
La ciudad de México es una locura. Todo el mundo anda deprisa, todos corren. Tan difícil es encontrar una sonrisa en el metro, como si estuviera prohibido hacerlo. Nadie mira nada, nadie escucha.
Claro, veinte millones viven en la locura innata, pero basta que alguien llegue de afuera, para que se valore más, cuando menos de mi parte.
"Te quise amar y tu amor no era fuego, no era lumbre".  Los chilangos nos emocionamos cuando llegamos al Zócalo, es impresionante esa plancha de concreto.
Ciudad con ángel, región más transparente, Ciudad de los Palacios.  ¡Qué ajenos suenan estos nombres para un lugar como el que vivimos ahora!
Pero la ciudad más grande del mundo, la más contaminada, está más allá de estos adjetivos. "Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres".
Es una metrópoli incierta, es verdad, pero también llena de magia, de encuentros, de sorpresas, donde siempre pasa algo, donde cada uno pasa inadvertido pero lo que sucede no lo es, todo lo contrario, cualquier cosa que sucede, nos involucra de una forma u otra.
Es una ciudad musical: en el metro, en los peseros, en los automóviles. "Te dije adiós y pedí que nunca te olvidaras. Te dije adiós y sentí de tu amor otra vez la fuerza extraña". 
Por todas partes se escuchan canciones, buenas y malas, lo mismo en Opus94, que en Radio Centro o El Fonógrafo del Recuerdo. Lo mismo el grupo Niche, que José Alfredo, Vivaldi o Sabina.
Ciudad llena de incertidumbre, quizá sin mañana; ciudad extasiada y abrumada, llena de vitalidad, de sorpresas, de esperanzas.
Es la ciudad incierta, es su música o es todo lo que vivimos en este lugar lo que la hace ser así. También es una ciudad llena de historias, de cuentos, de palabras, de imágenes. "Y mi alma completa se cubrió de hielo y mi cuerpo entero se lleno de frío".
Cuantas novelas, crónicas, cuentos y poemas no se han escrito a partir de ella, cuántas imágenes no conservamos de tiempos muy lejanos o de momentos recientes. Cuántos dolores y cuántas alegrías en todos estos años.
       Es una ciudad donde, es cierto, a veces se vive de prestado, con incertidumbre, con miedo, con rencores, ¿pero qué lugar del universo no es así? "Y estuve a punto de cambiar tu mundo".
          Ciudad amorosa, en el sentido sabinesco, a la que cada uno de nosotros, se pone a cantar entre labios, una canción no aprendida. Ciudad de México, "de cambiar tu mundo por el mundo mío", ciudad de memoria, de vida, de recuerdos.

sábado, 17 de mayo de 2014

PARA LEER LA HISTORIA. MIRAR LA CARICATURA

Apareció el tercer número de un espléndido periódico cultura, DE LARGO ALIENTO, tal vez el único en ese género, dirigido por un tozudo Víctor Roura quien es uno de los editores más serios, ilustrados y respetuosos que conozco. Les invito a leer mi texto Para leer la historia, mirar la caricatura que apareció en el número de mayo 2014. 
Busquen ese periódico, es un gran esfuerzo independiente de periodismo cultural y donde escriben muy buenos escritores.



jueves, 15 de mayo de 2014

De lunas garapiñadas. Postales del Zócalo. Ciudad Crónica

La ciudad de México es un gran monstruo y su belleza es irremediable. Lo mismo se alumbra con una hermosa luna llena, que se oscurece con la miseria de cientos de pordioseros, de niños que debieran estar jugando y apenas si pueden subir a un automóvil a limpiar el parabrisas.
         La luna que la ilumina en los últimos días de noviembre, una luna llena "grandota, como una pelotota que alumbra el callejón", diría Chava Flores, anda en el cielo prometiendo incertidumbre.
         Una de estas noches se posó sobre Palacio Nacional. Una luna llena, a punto de estallar y el conejo que le echaron los dioses teotihuacanos, nos enseña con gusto sus orejas y parece enviarnos un saludo que pocos respondemos pues casi nadie mira el cielo. 
         Todo el mundo anda con la cabeza gacha, caminando con mucha prisa, encerrado dentro de sus coches, de los necrobuses o de los taxis; tal vez se encuentran en casa viendo televisión, en silencio, ajenos al mundo, a esa luna que tiene un claro matiz cromático y que ni se inmuta ante la falta de saludo, ante la ceguera de los invidentes chilangos que jamás voltean al cielo. 
         "Yo pa`arriba volteo muy poco", dice el vate José Alfredo Jiménez.
        Pero la luna sigue allí, en el cielo. Orgullosa de su belleza, de su luz, de su ser, iluminando la ciudad, embelleciendo el zócalo capitalino.

martes, 13 de mayo de 2014

El día que se volvió noche. Postales del Zócalo. Ciudad Crónica



Un día fue noche.
11 de julio de 1991.
En menos de dos minutos sucedieron ambos momentos, cuando sobrevino el eclipse más esperado y más temido de los últimos tiempos; la gente, los mexicanos desafiaron a quienes nos inculcan la cultura del miedo.
Los concheros llegaron en bola, paseaban un Quetzalcóatl ejecutado con dulce, con alegría, en sentido alimenticio y en estado de ánimo. Anunciaban una nueva era en este lugar que, a decir de ellos, es el sitio más cósmico del mundo.
Es el Zócalo, lleno de aventuras, de hechos históricos, que se vistió de gala.  Nunca había visto tanta gente junta mirando al cielo desde tan diversas formas, la mayoría con su filtro, pero los hubo quienes, osados, miraron de reojo sin protección alguna; otros, tenían escafandras o goggles.
 “Lástima que tengamos que verlo así, los filtros son como condones para ver el sol”, comenta un joven.
Los ecos de Salvatore Quasimodo, el poeta italiano: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol, y de pronto es noche”. 
A las trece horas las campanas de Catedral repiquetearon con timidez.  El sol es atrapado espaciosamente. Como en la fiesta de Año Nuevo, la gente observa su reloj con ansiedad, con cierto temor, un temor natural, producto de la sabiduría de la espera de un nuevo momento, en que seremos testigos de un fenómeno que no sucede frecuentemente.
Las nubes cubren por completo al sol y la gente ruega por que aparezca. Las luces de las calles se encienden, el día empieza a oscurecer.
           “Y de pronto es de noche”.
Ya viene a la ciudad, ya pasó por otras partes.
“Una rayita, se ve una rayita, se ve una rayita”, grita un adolescente emocionado. 
Vuelan las palomas, las luces están encendidas por  todas partes.
Ya es de noche, la gente grita de júbilo mientras una señora mayor se persigna, se hinca y se pone a rezar un rosario, seguida por su familia.
Pero los demás estamos encantados.
“Ahorita se puede ver, sin bronca, con gusto”. 
“Arrepiéntanse de todos sus pecados”.
Pero nadie se arrepiente de nada.
“Échale güero”.
El sol está ahí, se puede mirar, observo directamente a un sol hermoso, lleno de vitalidad, aún cuando está cubierto por las nubes y no deja ver muchas cosas.  Sin embargo, de ahora en adelanta ya nadie me contará que es un eclipse.
La negra noche cubrió a la ciudad y la gente aplaude.
7 minutos que transcurrieron aceleradamente.
Las luces de las lámparas que iluminan el Zócalo están encendidas.
El júbilo permanece.
Las campanas de catedral vuelven a repicar tímidamente.
Son las trece treinta en la Plaza Mayor, el centro cósmico del mundo empieza a clarear,  las palomas revolotean, de nuevo el sol, de nuevo la vida.
De nuevo vemos la claridad propia del medio día.
Recordamos entonces a Quasimodo: 
“Cada uno está solo 
en el corazón de la tierra,
traspasado por un rayo de sol
y de pronto es de noche”.

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  Todos mis libros contienen una dosis de humor: Agustín Sánchez Estudioso de la vida cotidiana y la caricatura, ha publicado una treintena ...