jueves, 15 de mayo de 2014

De lunas garapiñadas. Postales del Zócalo. Ciudad Crónica

La ciudad de México es un gran monstruo y su belleza es irremediable. Lo mismo se alumbra con una hermosa luna llena, que se oscurece con la miseria de cientos de pordioseros, de niños que debieran estar jugando y apenas si pueden subir a un automóvil a limpiar el parabrisas.
         La luna que la ilumina en los últimos días de noviembre, una luna llena "grandota, como una pelotota que alumbra el callejón", diría Chava Flores, anda en el cielo prometiendo incertidumbre.
         Una de estas noches se posó sobre Palacio Nacional. Una luna llena, a punto de estallar y el conejo que le echaron los dioses teotihuacanos, nos enseña con gusto sus orejas y parece enviarnos un saludo que pocos respondemos pues casi nadie mira el cielo. 
         Todo el mundo anda con la cabeza gacha, caminando con mucha prisa, encerrado dentro de sus coches, de los necrobuses o de los taxis; tal vez se encuentran en casa viendo televisión, en silencio, ajenos al mundo, a esa luna que tiene un claro matiz cromático y que ni se inmuta ante la falta de saludo, ante la ceguera de los invidentes chilangos que jamás voltean al cielo. 
         "Yo pa`arriba volteo muy poco", dice el vate José Alfredo Jiménez.
        Pero la luna sigue allí, en el cielo. Orgullosa de su belleza, de su luz, de su ser, iluminando la ciudad, embelleciendo el zócalo capitalino.

martes, 13 de mayo de 2014

El día que se volvió noche. Postales del Zócalo. Ciudad Crónica



Un día fue noche.
11 de julio de 1991.
En menos de dos minutos sucedieron ambos momentos, cuando sobrevino el eclipse más esperado y más temido de los últimos tiempos; la gente, los mexicanos desafiaron a quienes nos inculcan la cultura del miedo.
Los concheros llegaron en bola, paseaban un Quetzalcóatl ejecutado con dulce, con alegría, en sentido alimenticio y en estado de ánimo. Anunciaban una nueva era en este lugar que, a decir de ellos, es el sitio más cósmico del mundo.
Es el Zócalo, lleno de aventuras, de hechos históricos, que se vistió de gala.  Nunca había visto tanta gente junta mirando al cielo desde tan diversas formas, la mayoría con su filtro, pero los hubo quienes, osados, miraron de reojo sin protección alguna; otros, tenían escafandras o goggles.
 “Lástima que tengamos que verlo así, los filtros son como condones para ver el sol”, comenta un joven.
Los ecos de Salvatore Quasimodo, el poeta italiano: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol, y de pronto es noche”. 
A las trece horas las campanas de Catedral repiquetearon con timidez.  El sol es atrapado espaciosamente. Como en la fiesta de Año Nuevo, la gente observa su reloj con ansiedad, con cierto temor, un temor natural, producto de la sabiduría de la espera de un nuevo momento, en que seremos testigos de un fenómeno que no sucede frecuentemente.
Las nubes cubren por completo al sol y la gente ruega por que aparezca. Las luces de las calles se encienden, el día empieza a oscurecer.
           “Y de pronto es de noche”.
Ya viene a la ciudad, ya pasó por otras partes.
“Una rayita, se ve una rayita, se ve una rayita”, grita un adolescente emocionado. 
Vuelan las palomas, las luces están encendidas por  todas partes.
Ya es de noche, la gente grita de júbilo mientras una señora mayor se persigna, se hinca y se pone a rezar un rosario, seguida por su familia.
Pero los demás estamos encantados.
“Ahorita se puede ver, sin bronca, con gusto”. 
“Arrepiéntanse de todos sus pecados”.
Pero nadie se arrepiente de nada.
“Échale güero”.
El sol está ahí, se puede mirar, observo directamente a un sol hermoso, lleno de vitalidad, aún cuando está cubierto por las nubes y no deja ver muchas cosas.  Sin embargo, de ahora en adelanta ya nadie me contará que es un eclipse.
La negra noche cubrió a la ciudad y la gente aplaude.
7 minutos que transcurrieron aceleradamente.
Las luces de las lámparas que iluminan el Zócalo están encendidas.
El júbilo permanece.
Las campanas de catedral vuelven a repicar tímidamente.
Son las trece treinta en la Plaza Mayor, el centro cósmico del mundo empieza a clarear,  las palomas revolotean, de nuevo el sol, de nuevo la vida.
De nuevo vemos la claridad propia del medio día.
Recordamos entonces a Quasimodo: 
“Cada uno está solo 
en el corazón de la tierra,
traspasado por un rayo de sol
y de pronto es de noche”.

domingo, 11 de mayo de 2014

A media noche. CIUDAD CRÓNICA.

i.    A media noche
Agustín Sánchez González


A la media noche impresiona el silencio.
           El asta bandera se halla vacía, las campanas de Catedral no se mueven, ni se conmueven.

En la penumbra y en la soledad, el Zócalo es aún más impresionante.
Me recargo en la base que sostiene el asta y doy vueltas y vueltas y más vueltitas. Recuerdo los juegos de la infancia, recuerdo las vueltas, pero también las revueltas vividas en esta enorme mole de concreto.
Pienso en los setenta y en los ochenta, pienso en el dos mil, pero también evoco las pequeñas cosas, los breves momentos, el tiempo, los tiempos.
Son las doce de la noche. Apenas aparecen unas cuantas personas que pasan sin miran, o gente que corre para alcanzar el último tren del metro.
Pocos automóviles recorren las calles. Una patrulla transita despacio, se detiene a mirar y se marcha.
Hay pocas luces en los edificios aledaños a la plaza. Añoro los foquitos navideños y/o patrioteros, aquellos de las fiestas de independencia, la revolución o la navidad. El Cura Hidalgo y José María Morelos. Pancho Villa y Emiliano Zapata. San José y la Virgen.
Pero hoy, a la media noche, titiritando de frío, estoy solo en el corazón de la ciudad, en el ombligo del mundo, y el silencio, dice Sabines, es lo más fino, lo más insoportable.
En el zócalo, el sosiego permite escuchar los estruendosos gritos de otros momentos, los ecos de los años, de las vidas, de los corazones que laten y han latido, de los besos de amor y desamor. Alguna vez hubo una manta con una leyenda que siempre me pareció muy mía: “Tu corazón está a la izquierda”
Sé que son miles, quizá cientos de miles, las personas que se han besado alguna vez aquí.
Noche y día, luz y sombra. Nuestra Plaza de la Constitución, nuestra historia nacional, nuestra vida crónica, nuestra historia personal.
Aquí comenzó todo.
Unos pasos hacia el sur, está la escultura de un grupo de peregrinos aztecas que coinciden, asombrados, con el águila de los sueños, la que se halla sobre un nopal y devorando una serpiente.


Dicen que así empezó México. Lo creemos, lo difundimos, lo comentamos, lo vivimos. Luego, dos calles más adelante, puede leerse una placa que indica el sitio exacto del encuentro entre Moctezuma y Cortés, mismo que nos llevó al mestizaje, al encuentro-desencuentro, a la lucha que generó un nuevo pueblo, una nueva cultura.
                                                                                                                  CONTINUARÁ...

miércoles, 30 de abril de 2014

Ciudad Crónica

En la ciudad de los sordos

Esta noche de finales de abril de 2014, y desde la tarde, cuando andaba por Ciudad Universitaria, me entró una fuerte nostalgia por los tiempos, por las décadas que han pasado, por aquellos momentos cuando llegaba a la redacción de El Universal y me encontraba a un hombre bigotón, con una sonrisa amable y un encanto tal, que hubiera obedecido hasta la más extraña consigna que me diera.
Nunca fue así, salvo cuando no tenía reporteros y ordenaba gentilmente fuera a cubrir la nota, a entrevistar a alguien o a escuchar su nota diaria u opinar sobre su Gato Culto.
Si, era Paco Taibo I, don Paco, Paco, Taibo.
Recuerdo la primera mañana que acudí a la redacción. Entonces no era nada complicado entrar y salir (hoy es un bunker) El corazón latía a cien, en mi mochila de sexto de primaria (no es que estuviera en ese grado, pero era de ese tipo) llevaba dos cuartillas que había escrito dos días antes y había pulido.
Quería escribir en la sección cultural de Taibo.
Ya había publicado en El Sol de México en la Cultura, en el Así es, periódico del PSUM, donde dirigía la sección de cultura y en algunos periódicos estudiantiles.
Pero Taibo y El Universal eran otra cosa, era un gran reto, era el periódico.
Tímidamente, me acerqué a don Paco, apena volteó en cuanto me vio a un paso. Volvió a buscar, no sé que buscaba pero revolvía todo. Yo en silencio, él me pidió recoger una hoja que se le cayó al piso. Hasta ese momento me volvió a mirar y a sonreír con esa risa extrañamente dulce y socarrona. 
- Dime
- Quiero publicar en su, en tu, en su sección.
- Te daré un consejo, uno sólo, nunca doy. Si quieres publicar algo, no lo digas, escribes,  entrega tu nota y ya.
De mi mochilita de sexto, saqué mis dos cuartillas y se las entregué.
- Déjalas ahí encima de ese montón de colaboraciones. Tengo mucho trabajo, adiós, me guiñó un ojo.
Dejé el periódico entre alegre y desconcertado al ver el montón de gente que quería escribir con Taibo.
Y temí que mi artículo terminara en ese montón...
Al día siguiente apareció mi nota: "Paraguas metafísicos en la ciudad".
Era enero de 1987.
27 años después, quiero volver a escribir esa columna. 
Como a la prensa cultural actual no le interesa la crónica, ni quiero andar pidiendo espacios, la escribiré por acá. 
Hoy, tras la nostalgia, quería escribir de esta ciudad de sordos, pero Taibo se me apareció. 
"Ai pa´lotra"

martes, 1 de abril de 2014

lunes, 17 de marzo de 2014

Recuerdan a José Guadalupe Posada, “El Papá de los Monitos”

México, D. F.- A 157 años del natalicio del grabador mexicano José Guadalupe Posada (1852-1913), integrantes de la Sociedad Mexicana de Caricaturistas, recordaron al precursor del movimiento nacionalista mexicano de artes plásticas, con la exposición “El Papá de los Monitos”.
Inaugurada en el Museo de la Caricatura de la Ciudad de México, se trata de una exhibición de 30 piezas, en su mayoría dibujos, de 40 cartonistas, quienes rinden tributo a este célebre artista, por sus dibujos y grabados sobre la muerte.
Andrés Audifred, Ángel Zamarripa (Facha), Antonio Garci, Rubén González, Cecilia Pego, Lupita Rosas, Rosalba Parques, Alfredo Guasp, y David Carrillo, este último decano de la caricatura mexicana y creador del Museo de la Caricatura, son algunos de los creadores que participarán en esta muestra.
“El Papá de los monitos” exhibe caricaturas del propio Posada, ya sea dibujando, montando una calavera en forma de caballo, pensando, pero siempre acompañado por su inmortal Catrina.
Asimismo se presentan otros dibujos en los que aparece la pintora mexicana Frida Khalo en forma de calavera.
Por su parte, Agustín Sánchez, coordinador del recinto ubicado en el Centro Histórico, señaló que se trata de una exposición-homenaje que se organiza en el marco del 157 aniversario del natalicio de Posada, uno de los personajes más genuinos de México.
“Se presenta a un Posada partir de la visión de los cartonistas”, agregó Sánchez González al tiempo que detalló que las piezas exhibidas van desde los años 50 hasta la actualidad.
Y es que para el también investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del INBA, a sus 62 años de vida, Posada fue un personaje al que poca gente le aplaudió.
“Posada nació el día que murió Don Lupe. Somos deudores de este hombre cuya obra, a pesar de la supuesta fugacidad se propagó con una rapidez inusitada y logró trascender lo momentáneo para permanecer en la eternidad del ser mexicano”, indicó.
Agregó que la presente exposición está dedicada precisamente al Papá de los monitos, “al hombre que dibujó un icono que nos representa como mexicanos: La Catrina”.
Recordó que desde el estallido de la Revolución de 1910 hasta su muerte en el año de 1913, Posada trabajó incansablemente en la prensa dirigida a los trabajadores. “Esta constituye hoy una crónica de la sociedad y la política de su época”, añadió.
Sostuvo que Posada es un maestro del Arte Mexicano, a pesar de ser haber sido rechazado en su época por algunos artistas académicos.
En su obra, dijo, el artista presentaba el verdadero rostro de la realidad mexicana: caótica, pasionaria, llena de muerte, aunque al mismo tiempo llena de vida; chocaban de frente con la corriente de pensamiento que vivía el país a fines del siglo XIX, en la que la ciencia y la razón, lo llevarían al progreso y a las buenas costumbres.
“Se trata de una muestra para disfrutar, para recordar, para mirar las imágenes de un hombre de esta tierra, que se convirtió en universal”, apuntó.
Cabe resaltar que parte de las obras de “El Papá de los Monitos” se presentan de manera paralela en el espacio que tiene el Museo de la Caricatura en la estación del metro Zócalo. La muestra estará abierta al público hasta el próximo 2 de abril.
(Con información de Notimex)

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...