miércoles, 4 de mayo de 2011

El poder de la caricatura

El poder de la caricatura



Nota Homenaje| Artes Visuales| Museo del periodismo.
Exposición de caricaturas del siglo XIX. A.GARCÍA
◦Homenaje a José Guadalupe Zuno
En el marco del Día Mundial de la Libertad de Prensa, 40 piezas hechas subrayan la importancia de reírse

GUADALAJARA, JALISCO (04/MAY/2011).- El día de hoy a las 19 horas en el Museo del periodismo y las artes gráficas sucederá algo curioso. Cuando se inaugure la exposición La caricatura en México del siglo XIX, en memoria de José Guadalupe Zuno, el historiador Agustín Sánchez contará eso que llama el “Síndrome de Pedro Infante” que ha sacado de una de las películas del icono de la época de oro del cine nacional.

“Entender cómo es que llegamos a eso, donde la tragedia nacional es entendida como la pérdida de la memoria histórica; es como el síndrome de Pedro Infante, las caricaturas son como el personaje que Pedro Infante interpretó en la película A toda máquina cuando decía, tras un accidente, que cuando más le dolía el dorso era cuando se reía. De eso trata esta exposición, de revisar lo que fuimos mientras nos reímos, aunque a veces nos duela”.

Agustín tiene 20 años expurgando las hemerotecas de todo el país; es un erudito de la caricatura mexicana que sabe de memoria que de 1826 a 1840 hay un vacío histórico porque nadie sabe qué se publicó en esos días. Recita nombres de grandes pintores a los que les daba pena confesar que eran caricaturistas. De las sátiras dibujadas desde que comenzó la imprenta, Sánchez sabe nombres y autores como quien reza una letanía. En esas dos décadas este académico entiende que “la función social de la caricatura tiene que ver más con la función social del arte que con la del periodismo en sí; muchos la consideran como un arte menor y eso es ridículo, es como decir que estás medio embarazado; o es arte o no es arte; ¡tan tan!”.

José Clemente Orozco, el autor de los magníficos murales que hicieron importante al Instituto Cultural Cabañas, fue antes que todo, un caricaturista. “A él le daba pena asumirse como tal, pero su obra eran terriblemente buenas; era muy duro. Ahora los caricaturistas no tienen idea de lo que tienen; pocos o casi nadie conserva la producción que han estado haciendo en todos estos años; esta exposición es para no olvidar”.

Las caricaturas del siglo XIX abordan temas propios de esos tiempos “En esa época era el tiempo de la lucha de Reforma, tenemos piezas donde se caricaturiza a Benito Juárez; siempre nos dibujan la imagen de Juárez con el pelo relamido, pero antes no era así de ceremonioso. También hay piezas del gobierno de (Antonio López) Santana. Algunas de Lerdo de Tejada, y otras de Porfirio Díaz antes de la Revolución”.

Dentro de la exposición se tiene pensado realizar un homenaje; objetos personales de José Guadalupe Zuno Hernández y libros de su autoría, así como una colección de 40 caricaturas de diversos autores del siglo XIX, conformarán la exposición La caricatura en México del siglo XIX, en memoria de José Guadalupe Zuno. La exposición, que permanecerá hasta el 24 de julio cuenta con la curaduría de Agustín Sánchez González, investigador de la caricatura mexicana y colaborador del Museo de la Caricatura, ubicado en el Real Colegio de Cristo, del Centro Histórico de la Ciudad de México.


Agustín Sánchez González nació en la ciudad de México en 1956. Es licenciado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con estudios de maestría en la misma escuela, es investigador del Centro Nacional de Investigación Documentación e Información de las Artes Plásticas (CENIDIAP), del Instituto Nacional de Bellas Artes.

http://www.informador.com.mx/cultura/2011/289951/6/el-poder-de-la-caricatura.htm
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Los caricaturistas se han encargado de menospreciar el género: Agustín Sánchez

Para el curador de La caricatura en México del siglo XIX, es esencial para entender la historia

Los caricaturistas se han encargado de menospreciar el género: Agustín Sánchez

La muestra del Mupag es sólo una "probadita" puesto que es muy escaso el material histórico

CECILIA DURÁN



Ilustraciones de la exposición La caricatura en México del siglo XIX, en memoria de José Guadalupe Zuno que se inaugura hoy a las 19 horas en el Mupag.

 “La caricatura permite ver la historia de una manera distinta. Cuando entendamos la historia a través de la caricatura, vamos a entender cómo somos lo que somos”, aseguró Agustín Sánchez González, curador de la exposición La caricatura en México del siglo XIX, en memoria de José Guadalupe Zuno, que se inaugura hoy en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas (Mupag).

Objetos personales de José Guadalupe Zuno Hernández y libros de su autoría, así como una colección de 40 dibujos de diversos autores del siglo XIX conforman esta muestra, que es un rescate y al mismo tiempo “apenas una probadita” de la caricatura de los dos últimos siglos.

“Una de las tragedias de la humanidad es la pérdida de la memoria. La historia de la humanidad se ha ido perdiendo. La caricatura en el mundo está perdida en un 95 por ciento. Durante muchos años ha sido menospreciada y sin embargo, es una documentación importante porque mientras nuestro país no conozca su historia, seguirá siendo viejo. Es una manera seria de ver historia, no es sólo para hacernos reír”, dijo el curador, también escritor y colaborador del Museo de la Caricatura e investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de las Artes Plásticas (Cenidiap), del Instituto Nacional de Bellas Artes.

En los cuadros, el público podrá ver personajes de varias épocas, los más recurrentes son Benito Juárez, Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz.

“Se puede hacer lecturas históricas. Se puede ver cómo cambia la visión de Porfirio Díaz o Benito Juárez. La caricatura nos puede ayudar a entender la visión sobre los personajes. Es una gran forma de reflexión porque la risa nos permite pensar, nos permite enojarnos”.

Añadió que la caricatura es un testimonio estético, psicológico, que recién ahora es objeto de estudio. Uno de los primeros personajes que intentó hacer un trabajo serio sobre el género fue José Guadalupe Zuno, caricaturista y un historiador de la caricatura.

“Se han hecho pocas exposiciones. Ésta es apenas una probadita, que empieza con una de 1826, una alegoría de Claudio Linati, introductor de la litografía en México, lo cual fue un suceso porque funcionó como una masificación de la obra. Después de esta caricatura hay un salto, una pérdida de material, hay huecos en la obra. Otra que se muestra es de 1840 que es vigente para cualquier momento de México. Después nos vamos a la época de oro, la época de la Reforma, una ciudad llena de vestigios de personajes, como Guadalajara, que tiene una muestra interesante con la orquesta donde está Constantino Escalante, el padre de la caricatura mexicana”.

Destacó que en México se han realizado muy pocas exposiciones de carácter histórico de este género, pues el material de otras épocas es muy escaso.

“No hay originales porque están perdidos. En cualquier hemeroteca no hay originales, los caricaturistas se han encargado de menospreciar la caricatura. Ninguno guarda su material, no hay valoración de su propio trabajo. Durante muchos años se le consideró un arte menor. Por eso no hay estudios de caricatura hasta los años 90”.

La inauguración de la exposición es hoy a las 19 horas en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas (avenida Alcalde 225, zona Centro). Permanecerá vigente hasta el 24 de julio.

http://www.lajornadajalisco.com.mx/2011/05/04/index.php?

Crónicas de lecturas interrumpidas

publicado por Camilo Ayala Ochoa el abril 5, 2011 a las 3:00a

Ver el blog de Camilo Ayala Ochoa

http://www.illac.com.mx/profiles/blog/list?q=agust%C3%ADn+s%C3%A1nchez




Nuestros miedos nos acompañan siempre y se aprovechan de cualquier descuido. A veces surge en la noche una sombra más oscura o el silencio que nos cobija es tan absoluto que escuchamos nuestra sangre fluir. Es entonces cuando lo inenarrable nos recuerda que existe.




El tiempo se distiende cuando la pasas bien con los amigos y tomas tres tarros de cerveza oscura después del trabajo; pero se hace de noche y tengo que correr para alcanzar el metrobús. Quizá sea la lluvia pertinaz, la hora tardía o los dos factores pero el transporte viene casi vacío.




Saco un libro para pasar el viaje. Se trata de Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX del historiador Agustín Sánchez González, publicado en 2006. Es una obra de lectura rápida integrada por sucesos violentos ocurridos desde 1822 plasmados con la atmósfera en las que fueron dados a conocer por la prensa de sus días. Hay asesinatos, suicidios, ultrajes y comportamientos bárbaros.




Varios personajes infames desfilan por las páginas del libro. La mayor part e de las historias son tristes como la del marido que es condenado a muerte y mata a su esposa durante una visita en la prisión, para no dejarla tan joven a sus posibles rivales; la de un niño que vendió su padre y tiene que trabajar día y noche a latigazos; la del jefe del Estado Mayor de Santa Anna que aprovechaba la información privilegiada para comandar a una banda de asaltantes de diligencias.




Un nombre destaca. Se trata de Francisco Guerrero El Chalequero, que gustaba de degollar a sus víctimas por los rumbos de Peralvillo y abandonar los cadáveres en Río Consulado. No se sabe si le decían de ese modo porque vestía con chalecos de agujetas, pantalones estrechos y fajas de colores o porque ultrajaba a las prostitutas, las tomaba a la fuerza, es decir, como todavía dicen en los barrios mexicanos: “a chaleco”.




El Chalequero fue denunciado por sus vecinos y condenado a muerte en 1888, el mismo año en el que Jack el Destripador traía en jaque a Scotland Yark en Londres, pena que se le conmutó por la prisión en San Juan de Ulúa. Hombre feroz donde los haya, salió para seguir matando. En 1908 se le volvió a arrestar por prácticamente decapitar a una anciana y nuevamente su sentencia fue la horca. Sin embargo, el asesino no murió por las manos del verdugo, falleció de tuberculosis.




Agustín Sánchez González no menciona que un alias de El Chalequero fue Antonio Prida y que alrededor de veinte mujeres fueron abiertas por su navaja. Hay también un dato equivocado en cuanto a que dice que el criminal murió en su celda de la cárcel de Belén, siendo en verdad que falleció en el Hospital Juárez.




De pronto, me siento observado. Sólo vamos el conductor y seis pasajeros. Soy el penúltimo del autobús porque, a unos cuantos metros, un hombre va dormido en la última fila. Miro la calle por las ventanas de enfrente, pero encuentro en el vidrio impregnado de vaho y que en su parte externa escurre lluvia, la silueta de un rostro que me observa. Es una cara de odio de ojos desorbitados y dientes que se aprietan. Viaja junto con nosotros y no es posible que sea un reflejo.




Giro al frente santiguándome. La persona más cercana es un joven que trata de calmar su frío jugando en el celular. Todo es normal. Regreso a la ventana y el mismo rostro voltea a verme y grita algo. Me paro. Quiero advertir a los demás; pero algo me hace dar de nuevo un vistazo. No está.




Ya no pude leer. Unas pocas estaciones después, salí a la noche y me fui caminando volteando continuamente por encima del hombro.


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El microcosmos de micrós

Aún no tenía cuarenta años cuando murió, hace un siglo, el 8 de febrero de 1908. Presenció una ciudad que traspasaba del siglo XIX al XX. Sin tanta fama como otros autores, retrató excepcionalmente este país, en ese difícil tránsito de una dictadura que, sin embargo, resultó base y sustento del México contemporáneo.

Se llamaba Ángel Efrén de Campo y Valle, aunque solía firmar, cuando no usaba seudónimo, como Ángel de Campo (con ese nombre no podía ser otra cosa), y en vida se dedicó a escribir miles de páginas en la prensa de su época.

Nació en Ciudad de México, el 9 de julio de 1868, y dedicó su vida a la escritura en periódicos y revistas; tuvo una vida-crónica en la que retrató a todo un país. La reconstrucción de hechos, sucesos, figuras y retratos fue su labor.

Quizá la mejor definición de su obra la dio María del Carmen Ruiz Castañeda cuando escribió, acerca de La Rumba: "pueden encontrarse la fidelidad fotográfica del realismo, el cuidadoso análisis naturalista y el subjetivismo dramático del romanticismo. Es que Micrós no podía guardar distancia entre él y sus obras, porque, más que hijas de su ingenio, eran hijas del corazón".

UNA ETAPA BRILLANTE

Podría parecer ilógico, pero es interesante observar cómo una sociedad aplastada en sus derechos políticos fue capaz de generar una gran libertad artística, reflejada en el periodismo, la literatura, la poesía, el teatro, la música, etcétera.

Suena paradójico, pero al final del porfirismo se crea la Universidad de México y la Escuela Nacional Preparatoria tiene uno de sus grandes momentos.

Entre los grandes autores, Ignacio Manuel Altamirano se convirtió, a finales del siglo antepasado, en el presidente de la República de las Letras; un patriarca amoroso que gestó a una generación de jóvenes autores entre los que destacaban Luis González Obregón, Luis G. Urbina, Victoriano Salado Álvarez, Balbino Dávalos, Federico Gamboa o Ángel de Campo.

Fue una época de grades revistas literarias como La Revista Azul, La revista Moderna y El Liceo Mexicano, por mencionar apenas tres ejemplos. Ésta última fue fundada por Rafael Mangino, José Cárdenas, Luis González Obregón y Ángel de Campo, el 5 de febrero de 1885; fue una revista donde se difundieron muchos de los escritos de los autores de la época. También es una etapa del nacimiento del primer diario moderno, El Imparcial (la trascendencia alcanzada por Micrós lo llevó a ocupar la primera y segunda de las ocho columnas donde escribía, en primera plana, su "Semana Alegre"), cuyo tiraje era, a decir del propio diario, de 44 mil 590 ejemplares.

SU VIDA

Ángel de Campo quería ser médico. Fue hijo de Laura Valle y de un militar de carrera que llevaba el mismo nombre y que murió cuando el escritor tendría unos seis o siete años. Apenas tenía dieciséis cuando, en compañía de quien sería uno de los grandes cronistas de la ciudad, Luis González Obregón, y con Octavio Gajá, fundó La Lira, un periódico manuscrito, y un año después, con ellos mismo participa en la fundación del Liceo Mexicano. Entonces comienza a firmar como Micrós.

En 1889 ingresa a la Escuela de Medicina, que abandona muy pronto ante la muerte de su madre; comienza a trabajar como empleado de la Secretaría de Hacienda y a colaborar en El partido Liberal, en Revista de México (que dirigía Ireneo Paz, el abuelo de nuestro Premio Nobel) y en El Nacional.

En 1890 publica parte de su trabajo en el volumen Ocios y apuntes; ahí publica obras tan intensas como El Pinto, una impresionante historia donde los personajes "La Chilindrina", "El Capitán", "La Diana", "EL Turco" y "El Pinto", son unos… perros. El cuento termina así: "¡Cuántos en la plebe son como el Pinto!

"¡Cuántos desdichados hay que con forma humana no son sino perros que hablan y que visten pantalones!"

Otra obra suya es El Caramelo, donde dialogan un caramelo, una charamusca y un grillo en torno a la felicidad. El grillo, "un poeta democrático, opina que los versos son algo como caramelos para el espíritu… por eso yo no le canto sino al pueblo".

En 1892 colabora en Siglo XIX y en El Nacional, y dirige México. Revista de Sociedad, Arte y Letras; más tarde colaboró en La Revista Azul y en 1894 aparece un nuevo libro: Cosas vistas, que al igual que el anterior, es una compilación de sus trabajos publicados.

En éste vuelve a tener animales como personajes. El Chiquitito es un "¡infeliz canario, [que] tenía sed de las aguas de un charco, en el que se retrataban una rosa anémica y un jirón de nube que pasaba lentamente por el cielo!"

No se piense que su obra es referida a los animales, las acotaciones al respecto se deben a la sorpresa de encontrar protagonistas de esta índole en una crónica urbana, demasiado callejera, demasiado concentrada en personajes de barrio, como El Chato Barrios, "un muchacho descalzo, de blusa hecha jirones, mordiéndose un dedo, arrastrando el sombrero de petate y viendo a todos lados con cara de imbécil, [que] cruzaba el salón", hijo de un carbonero, "el más feo y desarrapado alumno de la escuela", quien había obtenido una mención honorífica en un concurso y que año con año disputaba a Isidoro Quiroz, uno de los niños ricos de la escuela.


José Guadalupe Posada, La perra brava

También rescató la historia de El fusilado, uno de sus grandes cuentos, donde retrata el camino de un hombre que es conducido rumbo al paredón. La maestría de Ángel de Campo es excepcional. Comienza así: "El alba, una alba de espléndido colorido, comenzaba a dilatarse de rrochando sus toques en el horizonte… allá flotaban los indecisos contornos de la bruma, desta cados apenas en los matices delicados de las manchas de claridad en un fondo gris azulado que evoca el recuerdo de las irisaciones del nácar".

Cartones es el tercer libro que nos legó; su publicación data de 1897. De él destacan cuentos como "La muerte de Abelardo", recogido en la antología Dos siglos de cuento mexicano, cuya selección y notas fueron realizadas por uno de los grandes estudiosos del cuento, el maestro Jaime Erasto Cortés, quien escribe al respecto: "La muerte de Abelardo, es muerte de un habitante de este microcosmos y vida de 'perro bohemio'. La vida adquiere una verdadera dimensión humana: ¿Qué oculto drama, qué antecedentes misteriosos originaron ese modo de ser? Había un aristócrata bajo su zalea de escuincle vulgar y callejero. La muerte del perro, por el sólo hecho de ser referida, alcanza significación e importancia."

"Los recursos narrativos de Micrós", escribe Jaime Cortés, "son numerosísimos: caracterización psicológica, realismo contundente, contrastes, comparaciones, justa perspectiva sentimental, reflexiones profundas y poderosas, estilo ágil, emoción y ternura, riqueza descriptiva…"

Otro gran cuento es "El Inocente", un personaje emparentado con aquellas figuras deformes dibujadas por José Guadalupe Posada: "Partía el alma la criatura: el enfermillo exangüe, era una llaga; era un niño repugnante de cabeza fenomenal; orejas transparentes, mucosas pálidas y piel maculada por las huellas verdes de las cataplasmas, manchones de yodo y escaras desprendidas; los dientecitos sucios, dientes típicos de Hutchison; el cuello inflamado y endurecido por las escrófulas." Era hijo de una prostituta que bailaba en un salón, mientras el niño fallecía en el "Patio de las Culebras".

La obra de Micrós estremece, duele. Ese microcosmos que supo retratar con tanta frialdad es sin duda una de las grandes contribuciones a la literatura mexicana.

En 1899 pasa a formar parte de uno de los diarios que habrían de renovar el periodismo mexicano, El Imparcial, donde realiza la columna "La Semana Alegre", cuya primera entrega se llamó "La Semana Festiva". Comienza sus colaboraciones el día 2 de abril, señalando: "He resuelto por mí y ante mí, yo, cronista inédito, humorista que va de incógnito, tan de incógnito que nadie lo conoce, 'organizar' este espacio de artículo dominical que hará "pendant" a las "Semanas" del "Mundo Diario", como una caricatura hace "pendant" a un retrato. Todo entrará en este rosario de acontecimientos que han dado en llamar crónica, todo, menos la seriedad. La seriedad es ridícula, es atentatoria, es… 'Pídeme lo que tú quieras, menos la formalidad', dice Angélica la del "Chateaux Margaux" y lo mismo dije, digo y diré yo, humilde servidor de ustedes." Firmará esta columna con el seudónimo Tick Tack.

También en ese año, en El Cómico, publica una novela corta, El de los claveles cortos. En 1906 imparte clases en la Escuela Nacional Preparatoria, al obtener una plaza ganada por concurso de oposición; dos años después murió de tifo, esa terrible enfermedad por la que hubo tantas y tantas muertes. Fue enterrado en el Panteón Civil de Dolores.

SUS OTRAS OBRAS

Muchas de sus obras quedaron en el olvido durante muchos años, es decir, guardadas en una hemeroteca hasta que alguien se atrevió a sacarlas del olvido.

La Rumba, por ejemplo, una de las grandes obras de la literatura mexicana, una novela que bien podría acercarse a la obra de John dos Pasos al tener como personaje principal a todo un microcosmos, un grupo de personajes donde no existe un protagonista único, donde "La Rumba" es una plaza de Ciudad de México, pero también es el sobrenombre de una muchacha llamada Remedios Vena. Es una novela del destino, en la mejor tradición griega, donde cada uno está predestinado a ser lo que es y que sólo un tranvía, como un artefacto externo, que significa el viaje a otras instancias, es capaz de modificar ese determinismo.

"Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contábase que era el albergue de las gentes de mala alma, una temible guarida de asesinos y ladrones, y citaban el nombre de un Florencio Carvajal que debía siete vidas; Marco Pezuela, zapatero, había envejecido en Belén y después de extinguirse su condena se había refugiado en aquel vivero de malhechores…"

Y luego, el personaje femenino: "había una muchacha seria entre aquellas, una rapazuela que no jugaba ni al pan y queso, ni al San Miguelito, ni a las visitas. De cíanle La Tejona, por su cara enfi lada y sus modales broncos; era la hija de Don Cosme vena, era Remedios… Prometía ser una mujer de aspecto varonil; rasgaban casi su estrecho vestido las formas precozmente desarrolladas, con enérgicas curvas…."

La Rumba, una de las grandes obras de nuestra literatura, no fue vista en vida por Micrós; apareció en forma de libro hasta 1951, en una edición de apenas cincuenta ejemplares, pues se había publicado como folletín en el periódico El Nacional, del 23 de octubre de 1893 al 1 de enero de 1894.

Ángel de Campo fue un continuador de grandes cronistas como José Joaquín Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, José T. Cuellar, y fue además precursor de grandes autores como Salvador Novo o Carlos Monsiváis.

A cien años de su muerte, Ángel de Campo sigue siendo un autor tan vital como uno de sus con temporáneos, José Guadalupe Posada. Ambos son grandes retratistas de un México que sigue vivo y lastimado. Sus retratos constituyen una prueba fehaciente de un pueblo que fue a la revolución y que siguió igual, o peor.

Una de las grandes contribuciones de la literatura es la fotografía que deja para la historia. Entender y conocer el fin de siglo XIX y el inicio del xx, en los albores de la Revolución, sólo es posible a través de e stos cuadros desgarradores de un hombre muer to hace cien años y que sigue tan vivo como las miserias que retrata.


La Jornada Semanal
http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2008/2008prim/literatura2/micro-130208.asp

miércoles, 13 de abril de 2011

Un dulce sabor a muerte

Por Orquídea Fong

Uno de los epítetos más frecuentemente adjudicados a la mujer—aparte del de “loca”—ha sido, históricamente, “dulce”. Estereotipos que perduran a la fecha, en que todavía discutimos si las mujeres son de un modo o de otro y si los hombres son así o asá por el solo hecho de ser mujeres u hombres. Se ha creído en la existencia o se ha querido imponer a la mujer una intrínseca condición de suavidad y dulzura, que, de sobra está decirlo, pocas veces se cumple.

Tal vez con deseo de contrastar el estereotipo o simplemente, con ganas de desarrollar un excelente tema, el historiador mexicano Agustín Sánchez escribió el libro “Un dulce sabor a muerte”, que recoge historias de mujeres criminales mexicanas a lo largo de un siglo. Destaca, por la fama de su protagonista, el caso de María Teresa Landa, quien fue la primera Señorita México en 1928 y que, en un arrebato de celos, mató a su marido bígamo.

Landa, en un sonado proceso judicial, fue absuelta por el jurado. Sí, su proceso fue el último en la historia judicial mexicana que contó con un jurado compuesto de personas comunes, al estilo norteamericano e inglés. Tan arrebatador fue su efecto en ellos, tan bella y apasionada era, tan elegante y culta, tan sincera al confesar su arrebato asesino, que se la absolvió, no pudiendo culpar a quien enloqueció momentáneamente debido a “amar con delirio”.

Muchas historias más contiene el libro. La de la famosa Bejarano, la primera asesina serial mexicana de que se tenga registro,que secuestraba niñas y jovencitas humildes para torturarlas al más puro estilo lésbico-dominatriz y que fue condenada gracias al testimonio de su propio hijo.

“Un dulce sabor a muerte” es uno de muchos interesantes libros de Agustín Sánchez, autor también de una biografía sobre el caricaturista mexicano, Gabriel Vargas, creador de la adorable Familia Burrón.

El libro fue editado por Martínez Roca en el 2000 y se consigue en librerías y sitios electrónicos como Amazon Books.

domingo, 27 de marzo de 2011

Recuerdan al caricaturista Gabriel Vargas en Azcapotzalco

La segunda Feria Internacional del Libro de Azcapotzalco recordó hoy aquí al historietista mexicano

CIUDAD DE MÉXICO (27/MAR/2011).- Con la presentación del libro 'Gabriel Vargas. Una historia chipocluda', la segunda Feria Internacional del Libro de Azcapotzalco recordó hoy aquí al historietista mexicano Gabriel Vargas (1915-2010).


Presentado en la explanada de esa demarcación, el libro del investigador y periodista Agustín Sánchez González hace recorrido por la vida de quien fuera uno de los artistas gráficos más destacados del siglo XX mexicano, creador de la legendaria historieta de 'La Familia Burrón'.

Su infancia en Hidalgo, su llegada a la Ciudad de México, su paso por algunos diarios capitalinos y hasta la creación de los personajes que marcaron a la historieta de este país (Los Burrón), son algunos de los aspectos que se presentan en esta obra editada por la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

De acuerdo con Sánchez González, uno los más importantes investigadores de la caricatura en México, la idea de la publicación es acercar a la gente a la obra de los grandes artistas mexicanos.

"Lo que hago aquí es un recuento de la obra de Gabriel Vargas, desde su infancia hasta la última publicación de La Familia Burrón.

Es un texto breve con muchas imágenes, algunas de ellas de los Burrón, así como de otras publicaciones como "Los súper locos", "Los chiflados" y "La purita vaca", entre otros, señaló.

Durante su intervención, el premio al Desempeño Académico en Investigación del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) 2009 anunció que el próximo 25 de mayo, el Instituto de Estudios Históricos José María Luis Mora, rendirá homenaje al célebre cartonista, con motivo del aniversario de su fallecimiento.

Asimismo, señaló que en el marco del citado homenaje ofrecerá una conferencia y se abrirá una exposición que contará con algunas imágenes de Vargas que le hicieron sus colegas caricaturistas, entre ellas, un cartón que le realizaron a los 17 años.

El también investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del INBA, afirmó que en el volumen se puede apreciar una de las historietas emblemáticas y desconocidas del fallecido artista.

El autor, quien posee un sinfín de libros donde combina la historia, la literatura y el periodismo, recordó al monero como uno de los personajes claves para entender lo que somos los mexicanos.

'Aunque falleció el año pasado (2010) es una figura que ya vive para siempre, pues nos dejó un retrato de la vida cotidiana mexicana', dijo.

Incluso, destacó que varios de los términos del Diccionario de mexicanismos, recién publicado por la Academia Mexicana de la Lengua, fueron tomados de la historieta de La Familia Burrón.

jueves, 24 de marzo de 2011

La nota roja como crónica de lo social

EL UNIVERSAL Radio
Lunes 25 de diciembre de 2006


Sánchez González recrea en su nuevo libro la historia del crimen en el siglo XIX

Una compilación histórica de México en el siglo XIX, y en particular, de un tema "terrible, actual, permanente y eterno como es la violencia", da pie al libro Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX, de Agustín Sánchez González.
El autor partió de la convicción de que las claves de la historia del país hay que buscarlas en los orígenes de México como nación, esto es, en los hechos acontecidos en el siglo XIX.

Dedicado por muchos años al oficio del periodismo y con formación de historiador, Sánchez documenta una serie de crímenes en la ciudad, sobre lo cual acota: "Lo que trato es de entender a una sociedad, más que consignar la contundencia o conformar un diario del crimen. Así reflejo una sociedad que vive en corrupción, por ejemplo política, que ya se percibía desde el siglo XIX. Por ejemplo, en Los bandidos de Río Frío era el mismísimo asistente personal de Antonio López de Santa Anna quien tenía la información para robar las diligencias, esto sólo por poner un caso donde el protagonista es gente vinculada con el poder.


-¿Por qué escribir un libro así?

-Tenemos un problema serio, estamos viviendo una crisis que me da la impresión, a veces, que nuestros políticos y que la propia sociedad no entienden. Parece ser que estamos condenados a ser una sociedad que no cambia. Creo que la responsabilidad de un escritor, de un historiador, radica en escarbar estos elementos, y no sólo en el aspecto sociológico o académico, sino hasta con gusto, eso es lo que he escrito. Actualmente tenemos una preocupación brutal por la falta de lectores en nuestro país y éste es un tema que jala, que engancha, porque somos muy morbosos.


http://www2.eluniversal.com.mx/pls/impreso/version_imprimir.html?id_nota=50949&tabla=cultura

Por el fin de los caudillos

  No a los caudillos, si a la pluralidad Agustín Sánchez González Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con l...