El 28 de julio de
1994, Gustavo García (1954-2013) considerado como uno de los más importantes
críticos de cine, profesor, periodista y escritor, a quien no tuve el gusto de
conocer, publicó este texto, dedicado a una parte de mi generación, en la
sección cultural de El Financiero (una de las mejores secciones de cultura de
nuestro país)
Rescoldo
Archipiélago de nostalgias
GUSTAVO GARCÍA
Después de tanto buscar,
resultó que mi generación, ya canosa y cuando no calva, acabó de historiadora.
Nacida en los cincuenta, se (de)formó bajo el peso del boom literario latinoamericano
y mexicano, el cine experimental y el militante, los mil y un rollo de los
sesenta y setenta, sin jamás ocupar las posiciones de las generaciones previas:
talentos cinematográficos probados, como Diego López, Ariel Zúñiga, Nicolás Echeverría
y Alberto Cortés, verán el fin del sexenio con un solo largometraje agregado a
su filmografía; literariamente, la nuestra es una generación lamentable,
excepto cuando nos inscribimos en la corriente más firme de los últimos quince
años, la literatura histórica.
La Historia se nos echó encima: ya sean los excelentes panoramas y las biografías de Guillermo Sheridan (Los Con- temporáneos ayer, Un corazón adicto) y Fabienne Bradu (Antonieta), la ficción histórica de Eusebio Ruvalcaba (Músico de cortesanas) o la reconstrucción con recursos literarios de Agustín Sánchez González (El general en La Bombilla) por citar lo que tengo a la vista, ahí una generación ha probado sus armas narrativas, sus inquietudes de investigación; la literatura histórica es nuestro Nuevo Periodismo.
Atrás hay generaciones de
maestros, de memoriosos que en el salón de clase, en el caos de la sala de
redacción, en el encuentro casual, nos relacionaba una cultura con la vida de
sus habitantes. Y años después, toda lectura es histórica: la respuesta de
Enrique Krauze al subcomandante Marcos en Reforma (25 de julio) enseña que la
relación de signos del presente con los equivalentes del pasado puede ofrecer
una lectura política más clara que las especulaciones más espesas; el entusiasmo
que despiertan los principales candidatos a la presidencia se apoya en el
olvido de lo que persona y partido han encarnado en el pasado. Y justo después
de que aparezcan los varios volúmenes de la biografía de Porfirio Díaz escrita
por Krauze, vendrá una larga serie de biografías perpetradas por puro miembro
de esta mi generación, excepto Carlos Monsiváis, que figura porque no podía
dejar de hacerlo (profeta si lo hay de nuestras décadas de lectores): Enrique
Sema padeció a María Félix y sus memorias y después se desquitó escribiendo la
vida de Negrete; José Felipe Coria hizo con la de Javier Solís el formidable melodrama
en blanco y negro que el cine mexicano nos debe; Miguel Angel Morales está
lidiando con Mario Moreno y aquí su servilleta parió chayotes con Pedro Infante
(y sobre todo su parentela, ay nanita) y va tendido con otro Pedro, mientras
Serna le hinca el diente a Santa Anna.
Claro, puro historiador
cimarrón, biógrafos hechos a tamborazos, coleccionando revistas y libros
viejos, entrevistando veteranos, leyendo a los historiadores grandes, casi
todos tamizados por el periodismo; otra forma de escribir sobre el pasado,
entrevistando a los muertos.
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