jueves, 19 de octubre de 2017

Hace apenas un mes: 19 de septiembre de 2017


Ese desdichado día, escribí en mi muro de facebook tres textos que ahora recupero, como parte de mi memoria de vida

I.
Hoy miré la muerte cerca.
Estaba en el piso 9 de la Torre del Centro Nacional de las Artes y el movimiento brutal de la torre, el brinco que generó, fue de miedo; la zona donde yo estaba, pegado a los elevadores, parecía una lancha; después, la caída de plafones, la separación de muros y el escurrimiento de agua (supe después que eran los tinacos del piso 11), me hizo sentir y recordar la efímero de la vida.

Nunca tuve más miedo que ese día.
La angustia. Recordé los ojos de mi esposa y de mis hijos; los miré con una fuerza única, sentí su amor y pensé que sería el mejor recuerdo que tendría. Empezaba a despedirme del mundo, cuando la pesadilla cesó.

Como si despertara de un mal sueño, bajé a toda velocidad por los nueve pisos de la escalera.
Estoy vivo y mi país también.
Pese a todo, y con todo, este país merece cosas mejores.

Estoy vivo y estoy triste por toda la gente que murió y por todas aquellas que en este momento están en peligro y agradezco a toda la gente que ahora lucha por salvarlos.

II.

Después de la angustia del piso 9, bajé por mi auto al sótano del CNART, en completa oscuridad, que estaba lleno de cables en el piso y con charcos de agua en varios sitios.

Me di fuerza para no llorar, aunque al salir a la calle lo hice.
Mientras manejaba, gruesas lágrimas salían de mis ojos y pensaba que no sabía nada de Eleonora, ni de Magaly; fui volando a recoger a Mateo a su escuela, en Narvarte. 

Tomé Plutarco y vi mucha gente con niños esperando tomar taxi; me acerqué para  darles aventón y dejé de llorar.


Un niño que iba con la familia dijo que tuvo miedo y le dieron ganas de llorar.
-  "Llora, le dije, es bueno, mira mis ojos, acabo de hacerlo".
Al llegar a la escuela de Mateo, recordé que habían salido a su práctica de campo y no estaban en el edificio.
Varios padres de otros chicos ya estaban ahí, con gran angustia.
La espera no duró mucho, por suerte, los vimos venir con gran tranquilidad y, angustiados, corrimos por ellos.
Mateo, con esa envidiable inocencia preguntó ¿qué hay de comer? 
Para él fue fiesta, vino su abuela a quedarse a casa, pues la habían evacuado; compramos un pastel de postre y estuvo feliz, mientras la angustia y tristeza vivían en todos.
 Magaly que sufrió el temblor en casa con su madre, igual de angustiada por no saber de nosotros, y lo sufrió en serio, sonreía dulcemente diciendo: lo qué es la inocencia. (Mateo tiene síndrome de Down)

III.

Escribir es terapéutico, lo aprendí hace muchos años, cuando empecé a publicar en la prensa. Muchas cosas que uno vive, sufre y goza, se exorcizan o magnifican a través de las letras. Sigo pasmado, impactado, llorando a ratos, como cuando murió mi madre, cuyo recuerdo llegaba a cada rato durante muchos días y, ahora, durante muchos años; pensando en las cosas que uno tiene que hacer para morar en este mundo y la imposibilidad de enfrentarse a un monstruoso fenómeno de la naturaleza que deja poco espacio para la lucha.

Pienso en el poeta José Martí que decía que los niños nacen para ser felices y sigo creyendo que uno nunca debiera de dejar de sentirse niño (yo me sigo sintiendo así) para enfrentar al mundo con alegría y para ser feliz, y para defender la alegría hasta de la alegría, como dice Benedetti.

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

Tal vez en este momento (y en todos, por cierto) debiéramos tener esa divisa, yo la tengo, se las recomiendo y escuchen a Serrat, queda bien en este momento de miedo, dolor y pesimismo.
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

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